Monday, March 13, 2023

¿Qué es lo primero que levantas del suelo después de un terremoto?

 En palabras Llanes


 


 

I

Una vez más México hace historia; otro 19 de septiembre que «retiembla en su centro la tierra al sonoro crujir del cañón». Lo dice el himno nacional mexicano, lo tenemos arraigado en nuestro símbolo patrio, en el mes de la independencia. Es México y como México, dicen, no hay dos.

Al paso del tiempo veo con diferentes ojos este fenómeno de los sismos; en 1985 lo vi con la mirada de un niño que, a tan corta edad, se topó de manera directa y cruel con este fenómeno de la tierra, en aquellos ayeres pensé que íbamos en un barco, que ese barco estaba atravesando una tormenta y que esa tormenta nos agarró, a muchos, muy temprano. Hoy día los veo con la mirada de un adulto que siente que tiene muchas responsabilidades, la de salvaguardar el bienestar del alumnado y la de una familia, un par de hijos, mujer, papá y hermano. Es otra mirada, otra visión muy diferente, quizá vaya en ese mismo barco de 1985, pero ahora el capitán soy yo.

México, la Ciudad de México se cimbró pasaditas las siete de la mañana «siete diecisiete para ser más exactos», con una intensidad de 8.1 grados y una duración de cuatro largos minutos «según los reportes»; todavía tengo el recuerdo de los edificios que se movían de un lado para el otro, el de mi madre hincada y con mi hermano en brazos implorándole piedad a dios en las alturas, sólo noté que ella veía al cielo con cara de terror y yo no entendía gran cosa.

Por fortuna no nos pasó nada, sin embargo, varios conciudadanos sí perdieron la vida ahí, entre ellos el gran Rockdrigo González, sólo por mencionar a uno de los casi 3200 «según la cifra oficial, aunque se calcula que fallecieron cerca de 20 mil personas».

Yo le decía a mi madre que parecía un capitán de barco, quizá por eso mi sala de lectura, ahora, se llama: «Un capitán de quince años», claro, también en honor a quien me volvió un ente lector, Julio Verne y de Rockdrigo, quizá también por eso me gustó, años después, el rock.

 

 

II

Muchas generaciones han pasado sin sentir un movimiento como el que sentimos el lunes pasado, otra vez en 19 de septiembre, pero ahora de 2022. Hace treinta y siete años «que median entre los años 1985 y 2022» no había WhatsApp, tampoco redes sociales; yo tenía en aquél entonces siete años «mi hijo ahora tiene cinco» y poco sabía a esa edad de sismos. En el año de 1995 me volvió a sorprender la fuerza de la naturaleza; era yo un joven rebelde, de cabello largo, enamorado; tenía muchos sueños, era rockero, empezaba a fumar y a beber, a escribir mis primeros textos y a leer con harta pasión y tener mis primeros escarceos sexuales con algunas mujeres, también era instructor comunitario del CONAFE; el temblor me agarró en Lagunitas, Comala.

Después del sismo de 1985 mis padres convinieron que lo mejor era venirnos a vivir a la provincia, quizá no sabían que en Colima temblaba igual o más que en el ahora extinto DF., ese 1995 «diez años después de volver a sentir la intensidad de la fuerza de la naturaleza», tardé muchísimo tiempo en comunicarme, y lo hice vía radio, con mi familia. Cuando al fin lo logré me enteré de que todos en casa estaban bien, yo también lo estaba, era encargado de los grupos de primaria: primero, segundo y tercero; mi compañero Sergio se encargaba de cuarto, quinto y sexto «Lagunitas es una comunidad harto grande», al saber que mi familia estaba bien, pude dormir tranquilo y me quedé en Lagunitas un tiempo, mientras el camino de terracería, entre el cerro, se restablecía para poder abrazar a mi mamá.

Cuando, en 1995, comenzó a cimbrarse el suelo, todos salimos caminando despacio a la cancha central de la escuela, los árboles se movían como si King-Kong fuera tras de nosotros dispuesto a atacarnos, parecían hechos de papel y se veía que cobraban vida, que sus raíces se convertían en pies y su follaje y ramas en manos y boca listos para devorarnos. Este sismo ocurrió el 9 de octubre a las 9:35 de la mañana, con una intensidad de 8.0 grados en la escala de Richter, los niños/as de la escuela del CONAFE acababan de llegar para iniciar las clases. Yo era su maestro. Guardé la calma y fuimos a un lugar seguro… la gente de la comunidad «todos hacían una gran familia con el mismo apellido», me ofrecieron un largo trago de ponche de zarzamora para pasar el susto «desde aquella vez no he probado otro igual». Aquella noche corrí el mejor de los caminos /dice García Lorca/ montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos, ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, fue la noche del sismo ella era una mozuela y yo un maestro rebelde y rockerillo. Obviamente no puedo decir /por hombre/ las palabras que ella me dijo, pero un sismo de menos intensidad se registró en su epicentro y el mío, en un catre medio roído.

 

 

III

El epicentro somos nosotros, escuché que un chico de la Falcom gritaba en este nuevo movimiento telúrico que nos sacó de nuestra zona, de nuestro día a día para meternos, de golpe, en otra dinámica.

Acababa de llegar a mi oficina y estaba por responder un mensaje en el WhatsApp, cuando me senté en la silla giratoria, destapé el frasco para ponerme gel antibacterial, abrí la ventana del WhatsApp en mi computadora, me puse el gel en las manos con olor a lavanda regalo de mi maestra Lucy Gutiérrez, lo froté con fruición y empezó a crujir todo; al principio pensé que se trataba de la silla, luego me di cuenta de que no, que la tierra volvió a temblar desde su centro como dice nuestro lábaro patrio, establa temblando. Fecha fatídica. Ya casi siento que casi casi lo atraemos sin darnos cuenta…

Salí a toda prisa a un lugar seguro o donde se indica que es un lugar seguro. Hace apenas unos minutos se había llevado a cabo un simulacro «a las 12:19». Sin embargo, ahora no era simulacro, era de verdad, era otro 19 de septiembre que gritaba ¡Viva México, cabrones! Y dejaba sentir su furia para decirnos quién manda aquí. En México ya circula el meme que dice que acá somos bien cabrones porque hacemos simulacros con terremotos en vivo. No sé si ya estamos normalizando esto, pero ahora a septiembre le dicen septiemble, el santo del día 19 de este mes patrio es San Goloteo. No acaba de terminar agosto y ya circulan chistes sobre septiembre y sus movimientos telúricos. En fin.

Me agrupé con algunos compañeros, estudiantes, paseantes y demás, y esperamos a que todo pasara, sin embargo, su intensidad iba en aumento, lo que empezó como algo leve, en cuestión de segundos se intensificó. A vuelo de buen cubero y con varios terremotos en mi haber le calculé un 7.5 «como mis calificaciones en la secundaria, sin recordar que los puntos cinco suben a ocho».

En mi cubículo olvidé mi celular en el escritorio y, por supuesto, el cubrebocas. Sin embargo, en cuanto pasó, regresé por él porque necesitaba saber cómo estaban Mirna, Ricardo, Santiago, mi papá, mi hermano… Cuando entré a mi cubículo, noté muchas cosas tiradas, quebradas, libros caídos, despaturrados, hojas, un vaso con agua, en fin, no reparé en ello, fui a lo que fui y traté de entablar comunicación con mi gente y estar lo menos posible ahí dentro. No hubo señal en mucho tiempo, tiempo que se me hizo eterno.

 

 

IV

Ese lunes decidí ir yo por mi hijo, lo dejé en casa, con su mamá «que trae un dedo del pie lesionado que se fracturó o terminó de hacerlo gracias al esfuerzo de levantar al pequeño, cargarlo en vilo, salir de la casa medio corriendo para ponerse a salvo, durante el temblor, ni de las muletas se acordó». Tardé media hora en saber de ellos, por fortuna estaban bien, aunque el dedo de Mirna no. Con mi padre fue más complicado entablar contacto; pero cuando lo hice me dijo también que estaba bien, solo el susto, y vaya si no, todos/as sentimos ese miedo. Con mi hermano me comuniqué pasadas las dos de la tarde, estaba bien, la poca familia que nos queda en Colima, todos estábamos bien, asustados, pero bien.

En cuanto terminó el temblar, corrí a ver a mi alumnado: primer semestre bien, quinto semestre bien, séptimo semestre bien, tercer semestre no las encontraba, olvidé que se habían ido al módulo de cómputo y ahí estaban, a salvo, súper asustadas, pero bien.

Traté de calmar ciertas crisis de pánico, de ansiedad de ene cantidad de alumnos/nas, sean de letras, de periodismo, lingüística o comunicación. Profesores/as también se dieron a esa labor y abrazaban al alumno/a que entraba en crisis. Nadie se podía comunicar con nadie vía redes sociales ni por celular, la angustia se veía reflejada en los ojos de todos y cada uno. Fui con doña Carmen, de la cafetería, a preguntarle cómo le había ido.

Corrí, mi niño, sólo corrí me dijo entre asustada, blanca, con cara de preocupación y con el ánimo diferente al de todos los días.

Doña Carmen siempre me dice mi niño y en una ocasión me dijo:

Oye, te debo decir maestro, ¿verdad?

Yo le dije que ella podía decirme como quisiera y que mi niño sonaba muy bien y ahora que mi madre está en el cielo, más, esas palabras siempre hacen falta, sonrió y me sigue diciendo así.

No supe si creerle a doña Carmen eso de que corrió, es una persona ya grande a la que veo que ya le cuesta trabajo moverse, pero en casos de emergencia como el que vivimos, eso pasa a segundo o tercer plano y quién sabe de dónde nos sale ese instinto de supervivencia y corremos, ahora sí y literalmente, por nuestras vidas.

 

 

V

En 2003 tampoco había WhatsApp, ni redes sociales, quizá empezaba el Facebook y ya teníamos correo electrónico. Ese 2003 fue la última vez que sentí, hasta este 2022, un movimiento telúrico tan fuerte. En aquellos ayeres era yo un casi egresado de la carrera de Letras y Periodismo de la Universidad de Colima. Ese día no fui a beber alcohol con mis amigos porque tenía una tesis pendiente por escribir. Llegué temprano a mi casa, ocho de la noche, me senté en una silla giratoria frente a la computadora para empezar a continuar tecleando mi tesis y hacer correcciones, fui por un vaso de agua a la cocina y lo coloqué por un lado, de pronto, al agacharme a encender el CPU de la máquina de la casa de mis papás, algo me sacudió y no logré hacerlo hasta que caí al suelo; me di cuenta entonces de que estaba temblando y salí de la recámara a ayudar a mi tía Coca a salir de la casa «que vivió casi toda su vida en una silla de ruedas» y no pude hacerlo, los movimientos eran tan fuertes que me iba para un lado y para el otro junto con mi tía, nos quedamos en el quicio de la puerta; afuera, los cables de la luz se estiraban tanto que pensé que la puerta de entrada era el mejor lugar hasta que todo pasara, antes de que aquellos cables se reventarán y cobraran vida por sí mismos.

El de aquella noche fue un movimiento telúrico de 7.6 grados, aunque algunos lo catalogaron hasta de 8.0, por su intensa duración, un minuto. Si el sismo del DF le cambió el rostro a la ciudad en aquél lejano 1985, éste, en Colima, ocurrido el 21 de enero de 2003 a las ocho y seis de la noche, puedo decir sin temor a equivocarme, que le cambió el rostro a nuestra Colima, a nuestro paraíso en la tierra. La cara del gobernador Fernando Moreno Peña al terminar de hacer su recorrido por la zona más afectada decía más que mil palabras, las imágenes eran devastadoras, esa noche no pudimos dormir. Casi nadie pudo hacerlo, se esperaba una réplica intensa… El gobernador declaró a Colima como zona de desastre, el centro de la ciudad prácticamente estaba irreconocible, varias colonias de tradición se vinieron abajo, por una semana se suspendieron las labores y yo con una tesis por escribir.

Posteriormente, se recopiló un libro con poemas, fotos y reportajes sobre este hecho, una edición que nos recuerda lo endebles que somos antes los embates de las fuerzas de la naturaleza. Y que da testimonio de un antes y un después. Deconstruirnos para volver a surgir.

 

 

VI

En 2017 volvió a crujir fuerte la tierra en otro 19 de septiembre, en aquella ocasión y en esta, casi casi fue a la misma hora; en el 2017 fue a las 13:14 horas y el de 2022 fue a las 13:05 de la tarde. El del 2017 su epicentro se localizó, vaya la redundancia, en la zona centro del país: recuerdo nuevamente lo que dice el himno nacional mexicano, «Y retiemble en sus centros la tierra».          

El sismo del 2017 se sintió en la ahora CDMX, Puebla, Morelos «Axochiapan fue el epicentro del movimiento telúrico» y se dejó sentir en Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Michoacán y Veracruz; a Colima no llegó su fuerza letal de 7.1 grados con una duración de un minuto con treinta segundos, la escuela Rébsamen se vino abajo y fue el año cuando Peña Nieto dijo que una vez él había sentido un temblor que no sintió nadie más, pobre Peña Nieto, pobre país y pobres todos nosotros.

El sismo de este 2022, en otro 19 de septiembre, tuvo su epicentro en Coalcomán, Michoacán, afectó a la CDMX, Hidalgo, Guerrero, Puebla, Morelos, Jalisco, Colima y el sur de Chihuahua, su intensidad fue de 7.7 «y casi le atino a mi predicción», con una duración entre un minuto y medio y dos.

¿Tres acontecimientos sísmicos en tres fechas iguales separadas por los años? Eso es cosa muy extraña pero así ha pasado. Por eso se dice todo lo que sale en los memes sobre nuestro país. Siento, como ya dije, que a veces ya lo atraemos por el pensamiento colectivo, puede ser. Cuando entré a mi oficina a recoger las cosas que el sismo derrumbó, lo primero que levanté del suelo fue mi casco de los Dallas Cowboys; las autoridades nos dijeron que nos podíamos ir a casa y así lo hice, aunque me esperé, salir todos, al mismo tiempo, como marabunta, tampoco es bueno. Recogí mis libros, tomé mis pertenencias, apagué mi computadora, el aire acondicionado y todo aquello que es mío, lo guardé y salí.

Afuera me encontré con Martha y Carmen, coordinadoras de carrera, nos alcanzó la maestra Soco, juntos caminamos a nuestros respectivos autos. El rector llegó y nos dio un mensaje alentador y que nos hacía falta oír. Nos quedamos charlando un ratito más, reímos, sí, reímos, y la maestra Soco dijo que esto era lo que nos hacía falta, reír en momentos así. Alcancé a escuchar que los semáforos no servían, así que fui a visitar a los papás de Mirna que viven a un lado de la papelería a las afueras de la facultad de medicina en el campus central, aquello era un caos de láminas tremendo; así que me estacioné a las afueras de la casa, por fortuna encontré espacio porque, en realidad, lo que la gran mayoría quería era irse de ahí y llegar a casa, con los suyos.

Ahí me esperé hasta que vi que la afluencia vehicular bajó y pude ir a casa, con mi gente, mi familia. La tranquilidad que da saber que tu gente está bien es inenarrable. El aspecto de la ciudad no lucía tan desolador como aquel enero de 2003, sin embargo, en los ojos de la gente veía terror, desazón, incertidumbre, asombro, espanto, estaban perplejos «supongo que yo no me veía mejor», nadie llevaba ya el cubrebocas porque la pandemia ha pasado a segundo plano, incluso hasta tercero. Varios semáforos estaban sin funcionar y, aunque la carga vehicular era mínima, sí se hizo un pequeño caos vial en una artería súper transitada que logré librar y llegar.

Estar en casa a salvo, ver que no sufrió «aparentemente ningún daño», abrazar a mi hijo y ver que mi mujer estaba bien y en calma han sido los mejores regalos que no tuve en este 24 de marzo que es día de mi cumpleaños. Ahí valora uno mucho la condición de estar vivos, de vernos reflejados en los corazones del otro.

Cuando yo viví mi primer sismo tenía siete años, a mi hijo le ha tocado a los cinco años tener esta experiencia; junto a mí estaba mi mamá que ahora reposa en los brazos del creador; con mi hijo estuvo, a su lado, su mamá quien le explicó lo que seguramente mi madre me dijo en aquella mañana fría de septiembre en la unidad habitacional Culhuacán, zona dos, edificio 10, entrada A, departamento 201.

El corazón es un cazador solitario escribió Carson McCullers pero cuando el corazón descubre a su tribu y se siente acompañado, de ser tan rojo se vuelve un Corazón tan blanco, como aquella novela del recién fallecido Javier Marías.

¿Qué es lo primero que levantas del suelo después de un terremoto?

Cuando llegué a mi casa lo primero que levanté, luego de abrazar y besar a mi familia fue mi otro casco de los Dallas Cowboys, uno que, por fortuna, no se dañó ni le pasó nada…

 

 

 

Mi paso por la Dirección General de Publicaciones Y la jubilación de mi jefa Guille

 En palabras Llanes



 

 

I

Lo recuerdo como si fuera sido ayer. Octubre de 2005; un acto de rebeldía me llevó a tomar una determinación tajante, renunciar a mi anterior empleo y lanzarme «a la loca aventura, eso sí», de convertirme en escritor. Todo estaba contra mía, mi familia, la situación, mi empleo, la presión social, laboral, la poca economía y así, no es necesario hacer la lista más larga.

Empecé a repartir solicitudes de empleo «en aquellos ayeres era todavía así» y asistir a un montón de entrevistas de trabajo sin éxito alguno. Me decían cosas como: «es que tienes demasiado estudio para el puesto, este trabajo no es del perfil que estudiaste» y cosas así. A mí qué me importaba dedicarme a barrer pisos, trapear o limpiar «esto ya lo había hecho antes cuando era 017 en Aurrerá, allá por la Calzada Galván». Yo lo que necesitaba era generar un ingreso para vivir, vivir, vivir, dijera el gran poeta Jaime Sabines.

              Aunque el sistema de transporte era barato, no me podía dar el lujo de gastar tanto. Metí la mano a mi bolsillo y saqué algunas monedas; en el trabajo anterior no me dieron finiquito, no me dieron nada. Entiendo también que me fui a la brava, pero les di múltiples opciones para que me dieran la oportunidad de estudiar un diplomado en creación literaria de la Sogem y la respuesta del encargado del Recursos Humanos fue crucial para tomar mi decisión: «No, porque de seguro vas a querer cobrar más».

Me deprimí, mi lugar de trabajo se me cayó del pedestal «en realidad ya se me había caído desde antes, en fin». Esa fue, y no otra, la causa de que me saliera de ahí, renunciar era la opición; amén de que me amenazaron diciendo que allá afuera la vida estaba muy complicada, me dijeron que no tendría ni finiquito, ni cartas de recomendación, ni ningún tipo de respaldo. Aún así me fui de ese lugar tóxico.

              Ese día fue jueves, descansé el viernes y todo el fin de semana, el lunes emprendí el camino temprano, nada, el martes igual, no encontraba trabajo. Mamá guardó bien, como siempre, el secreto de que yo no tenía empleo para que papá no sospechara nada, papá imaginó que yo seguía trabajando aunque se le hacía raro verme en la casa más de la cuenta. Por mi parte yo no tenía para pagar la renta, no tenía para la luz, no tenía despensa, no tenía nada. Mamá me dio un billete para, en la semana, seguir buscando, me dijo.

              El miércoles fui a llevar solicitud para algo relacionado al área de ventas cerca de la Universidad de Colima, no recuerdo por dónde ni qué empresa era. Sólo llegué, entregué, me medio entrevistaron y me dijeron que me iban a llamar: «mal panorama, cuando dicen esto, nunca llaman». Volví a meter la mano en el bolsillo, traía pocas monedas y el resto que me dio mamá lo había dejado en la casa, para no gastar más de la cuenta. Me alcazaba para un refresco o el camión de regreso a casa, ganó el refresco «y qué bueno que lo hizo en esta ocasión». Llegué a mi alma máter, la Falcom, invertí el dinero en refrescar la garganta y pensar, sobre todo esto último, pensar en qué hacer. El tiempo pasaba rápido y el paso siguiente era la desesperación financiera, en fin.

              Me senté en las mesitas que tiene la cafetería de la Falcom, saludé a varios amigos/as, profes, a la eterna doña Carmen, todos me preguntaban cómo me estaba yendo y yo les decía que bien, aunque no fuera del todo cierto. Periódico en mano seguí buscando empleo «ese mismo periódico donde me cerraron las puertas y no me dieron posibilidad de nada, porque también, antes, así se buscaba empleo, en los periódicos». Ese día no salió nada más, ni siquiera algo en Coppel, Ley o La Marina y de lo que fuera, seguridad, cajero, abarrotero, lo que fuera. Cerré el periódico con la esperanza de, al día siguiente, encontrar algo. Bien me lo dijeron antes de firmar renuncia, la vida acá afuera estaba muy complicada. Pero eso, vaya, ya lo sabía de antemano.

 

 

II

Seguí sentado ahí leyendo mis solicitudes de empleo, pensando qué más escribir en ellas que causara el impacto que estaba esperando, pero no se me venía nada a la mente. Apuré el último trago de mi refresco y pensé que, de la Universidad de Colima a Villa Izcalli estaba bien pinche lejos para irse caminando y con este sol colimense, mucho más pesado. Pero ni modo, es lo que había. Me hice el ánimo y… me disponía a irme cuando a mis espaldas oí el grito salvador de chamacón: «después supe que ese grito fue eso… fue así… salvador». Era mi querido amigo y maestro Víctor Gil que, seguramente, venía de la dirección del plantel y al verme me gritó para saludarme y detenerme.

              Me dio un abrazo, le dio gusto verme; mi generación egresó en 2003, así que tenía casi dos años sin verle como antes de mi egreso, prácticamente todos los días. Nos volvimos a sentar, me invitó el desayuno y charlamos. Charlamos de cosas triviales al inicio, el calor, el semestre, las nuevas generaciones «todavía alcanzaba a ubicar a algunos cuantos» y de pronto me preguntó por mí y por cómo me estaba tratando la vida de egresado. Le conté mis penurias y mi acto de rebeldía, lanzó un: «ah, qué hijos de la chingada», cuando noté que su frente brilló más de la cuenta y me lanzó la pregunta del millón: «¿Chamacón, traes solicitudes de empleo?». No contesté, más bien actué, abrí mi mochila, saqué un folder y le mostré al maestrazo que estaba lleno de solicitudes de empleo, debidamente llenadas, listas para ser entregadas. Al maestro le brilló aún más la frente, se acomodó sus gafas, me dijo: «vente, paso a mi oficina a dejar esto y vamos a ir a Publicaciones, la jefa Gloria Araiza necesita correctores/editores» y me llevó para allá.

              Obviamente que yo conocía desde antes a la maestra Guillermina Araiza, lo que no sabía es si ella tenía referencias de mí y me llevé una grata sorpresa.

En aquellos ayeres, en el periódico Ecos de la Costa «donde también tuve la oportunidad de laborar cuando era estudiante», todos los domingos se imprimía el suplemento cultural Cartapacios que luego evolucionó a Altamar, cuando uno era estudiante y lograbas publicar en el suplemento cultural, no sé si el periódico o la dependencia de publicaciones «seguramente un convenio entre ambos, incluyendo a la Universidad de Colima y la Facultad de Letras y Comunicación, sí, luego entendí muchas cosas que están aquí entre líneas», te pagaban la colaboración no con dinero, pero sí con la posibilidad de tener un boletito válido hasta por cien pesos, para comprar o ayudarte en la compra de un libro, ¡qué mejor!, porque yo, en aquellos años de estudiante, estaba endiosado con José Saramago y Saramago era un autor demasiado caro para mi pobre bolsillo de estudiante. Y cmo adicto a los libros, cien pesos era una fortuna.

              Para ir a cobrar ese boletito que hacías válido en la librería Galería Universitaria, aquella que estaba en el centro, pasando por los portales de la Madero; ahora llegas a Milano y donde está hoy el Oxxo, ahí era, qué mal que ya no exista como ya no existen muchas cosas. Ahí, en esa librería, compré varias ediciones de la colección Sepan cuantos, de Porrúa, en fin.

Decía que para ir a cobrar ese boletito, tu texto tenía que salir en la edición dominical e ir por él a la Dirección General de Publicaciones, firmar y listo, te entregaban tu boleto válido para comprar un libro. En ese ir a publicaciones, Guille e Inés eran las encargadas, básicamente Inés, de entregar el boletito y, bueno, pues de pasada charlabas ahí con ella. En esos años, trabajando de editora, estaba mi querida amiga y poeta Nadia Contreras, así que mataba dos pájaros de un tiro, saludaba a Nadia y cobraba mi boletito.

              Nadia y yo siempre nos hemos reído bien bonito y mucho y hasta, debo decirlo, de manera bien estridente, jajaja, así que seguido nos tenían que ir a callar, porque con nuestras risotadas, «desconcertábamos a los editores que trabajaban en silencio total, para concentrarse, posteriormente me di cuenta de esto en carne propia, la importancia de la concentración al momento de editar». Seguramente estas noticias o las mismas risotadas le llegaron de noticia a la jefa, pero ni Inés, ni ella me dijeron algo, jamás, yo mismo trataba de controlar esos espasmos y dejaba a Nadia trabajar en santa paz.

 

 

III

Supongo que esas referencias eran las que Guille Araiza tenía de mí, no buenas «o quizá sí, pero como para una entrevista de trabajo, en fin». Lo que Guille sabía de mí es que era o soy muy risueñito, jajaja.

Moy, mejor desconocido como Víctor Gil que ubica a media Universidad de Colima y la otra media lo conoce a él, le preguntó a Mary, la secretaria en aquellos años «hoy en día hay otra secretaria que también se llama Mary» que, si estaba la jefa, ella le contestó que sí y, como por arte de magia la puerta de la dirección se abrió en ese momento, alguien salía de la oficina y Guille venía tras esa persona y, luego de saludar a Moy y despedir a aquella persona, nos invitó a pasar.

De ahí en adelante yo hice el resto, Moy sólo me dijo que venía a entregar una solicitud de empleo y Guille me pidió que me quedara para hacerme una breve entrevista de trabajo. La verdad ¡qué bueno que esa ocasión ganó el refresco!, porque si no hubiera sido por él, nada de esto hubiera pasado. A Guille le expliqué a lo que me dedicaba y de dónde era egresado, ella tenía algunos «bastantes datos sobre mí». Me pidió que hiciera algunas pruebas de ortografía y de redacción; incluso recuerdo haber escrito una carta o algo así. Me los revisó y me pidió mi solicitud de empleo y me dijo que me presentara el día siguiente, jueves, a las nueve de la mañana, «por favor», dijo.

Agregó que no era seguro pero sí una buena posibilidad y que me iba a tener unos días a prueba. Entonces, como un personaje del cuento Felicidad clandestina de Clarice Lispector, tomé mis cosas y salí de ahí como flotando y con una sonrisa dulce y tranquila. Ese comentario de buena posibilidad me relajó y corrí, lo más deprisa que pude, a contarle a mi mamá. No a mi novia, no, primero a mi mamá.

Me dirigí a mi casa no sin antes pasar al Cedeluc a despedirme de mi querido amigo y maestro Víctor Ramiro Gil Castañeda, mi gran ángel del trabajo al que casi casi le tengo un altar «con hartos libros, por supuesto» en mi casa, altar al que de cuando en cuando le rezo: San Moy es mi santo.

Yo creo que el maestro Víctor Gil me vio muy jodido porque, sin pedirle, sin decirle, me acercó un billete para poder desplazarme o no recuerdo si le comenté o no, la verdad estaba ya muy estresado porque por más que recorría, no encontraba trabajo. Sin embargo, una luz se podía ver al final de El túnel de Ernesto Sábato. Al parecer todas mis lecturas, mi empeño, mis ganas y mi pinche rebeldía podrían generar frutos. El curso de la Sogem por el que había dejado todo comenzaba la siguiente semana, una semana cada mes durante un año, sé que era complicado para mi anterior lugar de trabajo, pero les di muchas opciones y el comentario final que me hizo el encargado de Recursos Humanos fue letal. Gracias a ese curso conocí a Mónica Lavín, Eduardo Antonio Parra, Ricardo Yáñez, Teodoro Villegas, Bernardo Ruiz, Estela Leñero y a muchos autores que, como yo, tenían, tuvieron, tienen el mismo sueño, convertirse en escritores. Y por ese sueño, ¡bendito sueño!, podría venir algo mucho mejor o no, pero uno es necio y aquí es donde pienso en mi hijo que es igual de necio o, a veces más, que yo mismo, ni hablar.

Con ese dinero que me dio el maestro Víctor Gil podría irme, tranquilamente, en coche, ya sea taxi o camión, pero no, esa tarde, como el personaje Forrest Gump, caminé y caminé, seguro de llegar a mi casa, descansar, dormir para, al día siguiente, estar temprano en mi cita en lo que añoraba podría ser mi empleo, mi nuevo empleo. Eso sí, a la que le conté primero fue a mamá, como ya dije.

La verdad es que el trabajo editorial siempre me había apasionado y, saber o conocerlo más a fondo era una motivación extra a mi perfil de egreso de la carrera de Letras y Periodismo. En mi anterior trabajo ya me dedicaba a labores editoriales, corrección y edición de textos, generalmente artículos de opinión, columnas, notas periodísticas y demás, pero la elaboración de un libro, con todos sus procesos, era una cosa muy diferente que estaba muy dispuesto a aprender.

Así que, al otro día, ahí estaba, a las nueve en punto, listo para comenzar una nueva aventura; por aquellos días estaba leyendo El diablo guardián, que, mientras hacía antesala esperando a la jefa, estaba revisando con harta fruición.

 

 

IV

No quiero hacer este cuento demasiado largo. Desde ese octubre de 2005 hasta agosto de 2018, fui parte de la Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima, hice muchas cosas, edité muchos libros «el primero de ellos fue Retrato nostálgico de una ciudad de don Isamel Aguayo Figueroa, papa del rector en aquellos años, posteriormente hablaré de esa experiencia, un libro de sonetos y fotos que me dio muchas posibilidades e ideas», cree, junto con mis compañeros y compañeras de oficina, un programa de fomento y difusión a la lectura y el libro con varias estrategias, disfruté, ahora como miembro «antes lo había hecho como estudiante» de las jornadas Altexto «jornadas, por cierto, a las que les tengo mucho cariño», ya era parte del equipo que las llevaba a cabo, me tocaba hacer el calendario de actividades, moderar mesas de trabajo, presentar libros, coordinar los eventos y muchas cosas más, ese mes, vivía sólo para las jornadas, en mis columnas escribía sobre ellas, la verdad es que las disfruto mucho, soy parte de Altexto desde 2001, como estudiante y, desde el 2006 a la fecha, como trabajador universitario, porque si bien es cierto que ya no estoy en la Dirección General de Publicaciones, es también cierto que sigo siendo parte o me siguen invitando a ser parte de ellas «y eso lo agradezco, la siembra de libros en las jornadas, fue una propuesta que yo hice y se sigue llevando a cabo, ¡qué gusto!». Ya sea que dé talleres, charlas, llevando a mi grupo de alumnos, estando ahí, al pendiente de lo que suceda en ellas, sigo siendo parte de...

Llevé a cabo, junto con el equipo de publicaciones y el apoyo de la maestra Guille Araiza, varios talleres literarios que movieron consciencia, eso me apasiona, verme reflejado en los ojos de los/as otros. Hicimos lecturas en atril con presentaciones en vivo y con el alumnado de la Falcom. Cuando estaba en publicaciones colaboraba con la Falcom, ahora que estoy en la Falcom, coloboro con publicaciones. Llevamos a escena una obra en atril de Juan Villoro, El taxi de los peluches, me encantó, los niños y niñas que participaron se acordarán de esa obra, me gustaría mucho verles. Íbamos a la colonia El mirador de la cumbre a hacer lecturas en voz alta, talleres, lectura en atril, cosas que fomentaran el gusto por la pasión que genera un libro y lo que contiene, en fin. Puedo enlistar mil cosas más, pero no quiero hacer el cuento más largo, jajaja.

              En 2018 me llegó una invitación para ser parte de mi querida Facultad de Letras y Comunicación en la coordinación de la carrera de Letras Hispanoamericanas, sabía que era una labor titánica, pero por la Falcom y por publicaciones, doy todo lo que tengo y si tengo más, mucho más. Así que tomé la decisión y, con dolor en el corazón, dejé Publicaciones «aunque puedo volver en el momento que sea o me llamen, jajaja».

Mi primera jefa fue Guille Araiza, a ella le debo saber, conocer, aprender sobre el libro como ella sabe; me trató como a su hijo que, por cierto, cumple años el mismo día que yo, el 24 de marzo, abrazo grande, querido Luisito ¿o debo decirte nada más Luis?

Recuerdo que trabajamos los sábados e íbamos a hacer caravanas literarias y culturales a varios municipios, publicaciones siempre presente, un gran equipo de trabajo. Pronto llegó un cambio generacional y Guille se mantuvo ahí, firme, aprendiendo cada día más, porque así es el trabajo editorial y así es ella, le gusta aprender, y así soy yo, también, siempre estamos aprendiendo. El editorial es un trabajo invisible pero necesario, para todo se necesita un editor y, para los libros, mucho más.

              Ahí conocí el proceso, las partes del libro que había estudiado en la Falcom, ahí, en publicaciones, no sólo las conocí, las comprendí. Fui a varios talleres sobre el derecho de autor, una delgada línea entre el bien y el mal «jajaja», conocí el proceso OJS (Open Journal Systems) para las revistas; en fin, siempre con el apoyo grande de la jefa, como siempre le dije y le sigo diciendo o, simplemente Guille, porque aunque es licenciada y maestra, ella siempre fue sencilla conmigo, y Guille nos acercaba más como familia laboral y como familia amante de los libros, esos rectángulos que nos habían puesto en el camino, esa pasión por conocer, editar, imprimir y distribuir historias.

              Guille aceptó una locura de mi parte, una colección que se llamara «El rapidín», para leerse como de rayo, una delicia que editamos mientras fui parte de publicaciones y que, adonde fuéramos: Tecomán, Armería, Manzanillo, Coquimatlán, Comala, Minatitlán, Villa de Álvarez, Cuauhtémoc, Ixtlahuacán y Colima, se vendían como pan caliente y nos conectaban con nuestros jóvenes. Puedo decir que caminé gran parte de la Universidad de Colima, llegué/amos hasta Camotlán de Miraflores con los libros; a Suchitlán con los libros; a Cofradía con los libros; a Quesería con los libros, recorrimos ene cantidad de bachilleratos y, ahí, veía caras de complicidad, le decía a mis compañeros: «ese de segurito es candidato para la carrera de letras, aquella de allá va a letras» y no me equivocaba, ahí me los encontraba tiempo después, en los salones de clases, porque tengo dando clases desde que la maestra Hilda Rocío me invitó a ser parte de la Falcom.

              «Usted es el maestro que me motivó a inscribirme a letras», me dijo alguna vez una alumna, «fue a dar una charla sobre libros y nos leyó un cuento y por su culpa soy lectora», me gusta generar estas culpas o que me echen la culpa por esto, qué bueno que esa pequeña se hizo fanática de los libros. Qué bueno que yo tuve la culpa. Todo esto fue posible gracias a las locuras que hacíamos en publicaciones, todo esto es por culpa de Guille Araiza que jamás me dijo que no, que esperaba, incluso, creo, año con año mis ideas para ver qué podríamos hacer en Altexto para fomentar el libro, la lectura, para llegar a nuestro gran público, los/as estudiantes. Sin ellos no somos nada.

 

 

V

Le debo mucho a mi jefa, la primera, no diré que la única, porque traicioné la causa, me fui de publicaciones, pero siento que me fui bien, con gusto, con el ánimo de colaborar, con el ánimo, también, de buscar otras aventuras, con el ánimo, siempre, siempre, siempre, de poder regresar; cuando me fui no quise llorar pero Guille y yo nos dimos un abrazo muy fraterno, desde ese momento hemos estado en comunicación y, como le prometí cuando me fui, colaborando en lo que pueda; ella sabe que una coordinación no es tarea fácil y con pandemia, mucho menos, pero Guille y yo hemos coincidido en presentaciones de libros, en charlas, eventos literarios, idas a la Fil, talleres literarios, de creación, en programas de radio, de televisión; hemos coincidido con autores/as, en bares, entré a su casa a sus fiestas, a sus reuniones, a mis reuniones, siempre hablando del libro, en fin, desde ese día que la conocí más de cerca fui parte no solo de publicaciones, sino de la vida alrededor de Guille e Inés, de mi otra nueva familia de publicaciones, hubo días, incluso, que en su camioneta, me daba aventón a mi casa, sí, hasta Villa Izcalli, ella, en realidad, vivía un tanto cerca de ahí, pero no tanto. Así que, cuando me hablan de publicaciones yo jamás les digo que no, nunca lo podría hacer.

              El miércoles 11 de enero me enteré, vía redes sociales, que Guille se jubilaba, que sus tantos años en la Dirección General de Publicaciones estaban y llegarán a su fin. Yo tenía que ir a charlar con ella, verla, darle un abrazo, vernos reflejados en los ojos para ver si todavía tenemos la misma pasión y sí, todavía tenemos la misma pasión por los libros, por las historias, la misma chispa, seguimos siendo cómplices. Charlamos casi una hora, como no lo habíamos hecho en algunos años, hablamos de todo y de nada. Le veo un rictus diferente, relajado, el mismo rictus que tuvo mi querido maestro Víctor Gil cuando se jubiló «de él no he podido escribir porque viví en carne propia el evento de su despedida y se me hacían nudos en la garganta», con Guille me está pasando algo similar pero sí quiero dejar el testimonio porque, con Guille como jefa, me cambió totalmente el panorama, repito, yo traicioné la causa, pero siempre es a favor de los libros, de la literatura, de la Falcom, de los estudiantes, de la vida.

              Mi segunda jefa en la universidad fue la doctora Paulina Rivera Cervantes, quien me invitó a colaborar con ella; mi tercera jefa está siendo la doctora Ada Aurora Sánchez, pero siempre voy a tener el recuerdo de mi primer jefa, Gloria Guillermina Araiza Torres que confió en mí, que me dio mucha libertad, que nunca me dijo no o me puso un pero para llevar a cabo alguna locura que tuviera que ver con el gusto por la lectura, por el libro y su difusión, que me dio la oportunidad de ser y estar.

Con Guille nació el programa Pred del proceso editorial en la dirección para llevar el control de los libros que, año con año se reciben en la oficina para ser publicados; es maravilloso ver cómo llegan, en papel «en 2005 me tocó recibir documentos así, que teníamos que, literalmente, transcribir», ahora ya se entregan digitales y es impresionante ver cómo salen, formados como libros. Con Guille se creó la colección Mar de Fuego, que reúne la narrativa de nuestra tierra, nuestros autores/as; ese título fue idea mía, después de mucho pensarle y Guille me dijo, «me gusta, es como un choque de contrarios», repito, Guille nunca me dijo que no a alguna de mis locuras que, vaya, sí, fueron muchas.

              Hay un par de zapatos, tenis, zapatillas muy grandes por llenar, Guille me dijo que, seguramente, a la dirección vendrá alguien mejor; yo deseo que así sea para poder seguir colaborando de cerca con ellos porque el mundo editorial es otra de mis pasiones, con que esa persona, llegue a emular lo hecho por Guille en tantos años, ya eso es un gran reto; creo que publicaciones trabaja muy bien, conozco sus entrañas, conozco sus procesos, conozco a muy grandes amigos y amigas que fueron por muchos años mis compañeros/as y sé que quien llegue trabajará casi casi en automático y bien, porque hay muy buenos cimientos, ojalá que ese alguien, esa alguien sepa guiar los pasos de la nueva era, como la misma Guille me dijo ahora que charlamos ricamente por casi una hora, «aunque son tiempos, difíciles, Alberto, creo que vienen buenas cosas para la Universidad de Colima» y yo también así lo creo.

              Que venga todo lo mejor para ti, jefa, en esta nueva etapa de tu vida, como me dijiste, has hecho lo que te ha gustado, has sido plena, feliz y trabajamos en un lugar muy generoso, una universidad pública, nuestra querida Universidad de Colima, seguro estoy que lo que hagas, seguirá siendo por y para los libros… Gracias por darme la oportunidad de compartir casi catorce años el mismo tiempo y el mismo lugar, como dijera Alejandro Lora, gracias por tanto.

              De octubre de 2005 a agosto de 2018, son trece años, poco más, poco menos, el cariño que le tengo a la dependencia es grande, es el mismo cariño que le tengo a la Falcom, aunque allá estuve cuatro años como estudiante y llevo casi cuatro de coordinador, son ocho, si lo vemos por otro lado, es ya casi una vida o parte de una vida trabajando para la Universidad de Colima, casi veinte años, ya. Que dios bendiga a los libros, que nos unen, nos enseñan, nos invitan… que dios bendiga a Guille y su nueva etapa, que dios bendiga a dios… Adiós, hasta luego.            

Lejos estoy…

 En palabras Llanes


 

 

Cuando Luis Ignacio Villagarcía estaba al frente del Instituto Colimense de cultura (posteriormente conocido como Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Colima) y cuando se encontraba en su segunda etapa, posiblemente a la mitad, yo empecé a acercarme a la dependencia de gobierno. Por aquellos ayeres era un incipiente alumno del Cedart Juan Rulfo, estaba escribiendo mis primeros cuentos, poemas, y tenía a grandes amigos y amigas artistas, amigos y amigas que, primero, fueron mis maestros, entre ellos Miguel Ángel Cuervo y el reconocido actor y director de teatro Jaime Velasco y ya luego fueron mis amigos. Por aquellos años la dependencia era un un departamento del gobierno en turno, precedido por Carlos de la Madrid Virgen y, posteriormente por Fernando Moreno Peña, pero me fui acercando a lo que yo siempre conocí como Secretaría de Cultura. Luis Ignacio duró muchísimo tiempo en el puesto, muchísimo.

              De aquellos ayeres recuerdo perfectamente mi relación, siempre afable, con Salvador Silva Padilla, Yolanda Orozco y Víctor Uribe Clarín, entre otros Flavia Vergara, por ejemplo, quienes vieron en mí el entusiasmo de aquella juventud, por dedicarme al mundo de la farándula; y cuando me refiero al mundo de la farándula quiero decir al mundo del arte, a la escritura y la lectura que es, sin lugar a duda a lo que me dedico: escribir y leer. Lo demás, como dijera Tito Monterroso, lo demás es silencio…

              Digamos que el trato más directo que tuve con una titular en cultura fue con la licenciada Ana Cecilia García Luna, quién sabedora de mi incipiente carrera como escritor y con el dato de que en el 2002 había ganado una mención honorífica en el certamen estatal de cuento Gregorio Torres Quintero (el primer lugar fue, por supuesto y bien merecido para mi querida maestra Guillermina Cuevas), me pidió que le entregara un compendio de cuentos para su futura edición. No me gusta ser un artista que esté de encimoso con los o las secretarios de cultura. Ante esa petición de la licenciada y sabiendo que mi carrera iba comenzando decidí madurar literariamente hablando y en otros sentidos. Le agradecí el gesto y, en aquella entrevista que tuve en su despacho, le dije que algo mandaría. No mandé nada, repito, estaba comenzando mi carrera y, sí, tenía cierto “miedo”.

              Sin embargo, estuve cercano a la participación cultural en el periodo de la licenciada, fui a ver muchas obras de teatro, muchas presentaciones de libros y autor o autora que pisara esta tierra invitado por el gobierno de Colima, a través de la Secretaría de Cultura, ahí estaba presente, a la distancia saludaba a la licenciada o me acercaba yo o ella a mí… un trato siempre cordial.

              Con el licenciado Rubén Pérez Anguiano la cosa siguió en el mismo tenor o, digamos, un tanto más cercana. Repito, no me gusta hostigar a nadie, me gusta dejar y que me dejen, participar y presentar proyectos o propuestas, trabajar en pro de la cultura de mi estado, el estado que adopté para vivir. Con Rubén había un programa hermoso de pinta de bardas con alguna frase de algún autor o autora de la región y el diseño o la pintura que acompañaba la frase la hacía otro artista gráfico, visual o plástico en un maridaje excepcional. Yo tuve mi barda con una frase de mi libro de Greguerías. En ese periodo recuerdo haber participado en lecturas, charlas, talleres y fomento y difusión de la cultura en nuestro estado y en diversos municipios. Publiqué un buen número de obras, participé en FECA (posteriormente PECDA), jóvenes creadores, etcétera. En 2005 obtuve el premio estatal de la juventud que llevó, por primera vez, el nombre del extinto gobernado profesor Gustavo Alberto Vázquez Montes.

              Mi amigo y doctor Carlos Ramírez Vuelvas fue el siguiente, no se diga, el trato siempre fue cordial, amable, con propuestas de participación y trabajo en conjunto con Secretaría de Cultura y la Universidad de Colima, cada uno en su trinchera, siempre trabajando en pro de nuestro estado y de la cultura, llevando lecturas a bachilleratos, escuelas, o en el mismísimo Centro Estatal de las Artes en Comala y asistiendo a talleres, charlas, conferencias y participando activamente con propuestas, planes y proyectos. De esta administración puedo decir que concursé en el certamen estatal de cuento y en el 2018 obtuve el primer lugar, lo cual me dio mucho orgullo y a mi mamá, creo, más. Fuimos a un par de ferias de libro, una en Coahuila y otra en Fil Minería y, al regresar, la pandemia nos metió en casa. Cierto, desde hace tiempo se hablaba ya, de complicaciones económicas, sin embargo, no dejamos de trabajar viendo siempre hacia adelante…

              Con el breve tiempo que estuvo la doctora Oriana Zaret al frente de la secretaría, hicimos cosas interesantes y muy buena mancuerna, cada uno también desde su trinchera y aportando siempre a la cultura y a la comunidad artística. Se creó la Red Estatal de Artistas entre otras cosas y la participación fue cercana, el trato cordial y respetuoso.

              Llegó un gobierno nuevo, creo que sí le hacía falta al estado cambiar, pero vaya forma de hacerlo. En las diferentes reuniones que se hicieron con los y las candidatos sólo con la del partido en el poder no fui requerido, amén de que había un grupo de whatsapp con “amigos en común” donde se ponían de acuerdo para “reunirse” con la candidata. Todos los demás candidatos y candidatas me tomaron en cuenta, me invitaron a oír sus propuestas y a conversar y asistí, charlé, participé y dije mis propuestas.

              Una vez que Morena ganó las elecciones y se dio a conocer el “gabinetazo”; he tratado de acercarme en un par de ocasiones con el ahora subsecretario (porque hasta eso, ya no es Secretaría de Cultura, es subsecretaría de cultura y lejos, lejísimos está de ser la Secretaría de Cultura) y ha sido en vano, se nota disperso, apático, un tanto engreído y hasta distante y molesto. Entonces, a partir de ahí he decido marcar distancia con la dependencia de gobierno y hacer planes y proyectos por otro lado, por afuera y por mi propia cuenta. El programa de cultura de esta administración no existe, no hay, parece que le dan más peso a las banalidades o al día de star wars que a la propia cultura de la región. No creo que los y las artistas colimenses se sientan parte de… o que en administraciones pasadas hayan estado en este abandono en el que se encuentran actualmente y, para colmo, no hay dinero para nada, sí, producto de administraciones pasadas, tampoco vamos a tapar el sol con un dedo.

Sin embargo, así están las cosas y mejor es ver los toros desde la barrera…  

 

 

Feria de todos Los Santos

En palabras Llanes


 

A ver, ya se terminó la feria (el máximo festejo de todos los y las colimenses). Han sido días turbios porque se canceló en 2021 y el 2020 fue una especie de experimento sui generis de entrar a la feria con nuestro vehículo. No funcionó. Mi hijo se durmió en la eterna fila de autos que esperan por entrar y solo lo hicimos para comprar gorditas de nata, una torta, creo que algunas cañas y ya (ese año si se hubiera organizado bien pudo haber sido interesante, por lo menos una experiencia más sofisticada, como cuando vas al lavado de coches y no tienes necesidad de bajarte y todo lo hacen las máquinas).

Ya se terminó nuestro máximo festejo y hay cosas que celebrar y otras en las que tenemos que hacer hincapié. Primero hay que celebrar que luego de aquel experimento sui generis y del 2021 (cuando, definitivamente se canceló), nuestra feria regresó. Yo viví tres años de bachillerato en el Cedart y me pasaba los días, las mañanas y las noches ahí, respiré feria, se me metió por todos los poros de la piel, la gocé, la tuve cerca, muy cerca, la compartí, la novié, la sudé, la caminé y la agoté hasta la exasperación casi casi; y cuando entré a la facultad iba, pero ya no fue lo mismo, en el Cedart la tuve enfrente, la veía ponerse y la veía, tristemente retirarse hasta el siguiente año. No sé por qué tantos lugares viajan para poder regresar, pero debe ser tremendo.

Cada año esperábamos la nueva atracción en juegos mecánicos. Me subí a muchos. Tantos que he perdido la cuenta, como he perdido la cuenta de cuántos litros de jugo de caña he bebido, cuántas gorditas de nata he comido y cuántos kilómetros cuadrados he caminado; por supuesto que ya no me subo a ningún juego, me da pánico, pero en aquellos años mozos lo hice y vaya que lo hice.

Recuerdo haber visto en concierto al Gran silencio en la concha acústica y a La Ley, la Guzmán (otrora mi esposa en el libro de ética de la secundaria) y la tenía, digamos, al alcance de la mano y sigo hablando de la feria. Eso celebro en primer lugar, que por fin regresó; esta ausencia de dos años quedará en los anales de la historia, se charlará de esto cuando tiempo haya pasado, se inscribirá en los libros de historia de los máximos festejos de nuestra Colima (je, en todas mis columnas he mencionado a nuestra Colima porque dije, creo, que lo iba a hacer). Esto es lo que festejo.

Festejo también que me gustó cierto orden que vi y que hubo un escenario para respirar a las bandas de rock locales; definitivamente me vi reflejado en los ojos de esos chicos que, desafinados, desaliñados y todo, prendieron a la banda con su música o con algunos cover de bandas famosas. Esa área de picnic la disfruté al máximo. Disfruté el área de restaurantes, mi favorito en definitiva fue La finca del barrio, fui cuatro o cinco veces a comer y a beber ahí. Ahora que lo pienso tampoco he sacado la cuenta de cuántos litros de cerveza he bebido ahí.

No me gustó que ahora vi que estaba mal iluminada, se veía oscura, por lo menos en la entrada, el área del carrusel me gustó, pero justo era donde estaba oscuro. No me gustó que no me dejaran entrar por donde se me diera mi regalada gana, tampoco me gustó que tuviera que hacer un carrusel para entrar, que tuve que pasar por un detector de metales y, no conforme, los guardias me tenían que revisar mi maleta, bolso de mano y lo que fuera, morral, mochila como si fuera un malandrín y menos porque ya había pasado por un detector de metales; tampoco me gustó que estuviera plagada de soldados que si ten negabas a ser revisado se te acercaban de manera amenazadora. No lo viví, pero lo vi que mucha gente que lo posteó en redes sociales, donde decían que no te dejaban entrar con nada que tuviera algo líquido en su interior: botella de agua, cerveza de lata, termo, lo que fuera, te pedían que lo dejaras ahí o te lo tiraban. Por fortuna no acostumbro a cargar con nada de eso, porque no me gusta cargar con nada porque sé que, en el interior, mi hijo pequeño me va a poner a cargar sus juguetes o lo que se gane en los juegos, las rifas, las carreras de caballos etcétera.

Me gustó que hubiera conciertos gratis, pero, volvemos al asunto de las políticas culturales, creo que la gente debe pagar algo por ver a esos artistas porque los acostumbramos a no hacerlo y al rato, quererles cobrar por ello o por cualquier otra cosa relacionada con el arte se volverá todo un problema y ahí tienen al artista local sufriendo, porque la gente quiere un libro regalado, una pintura, un concierto, lo que sea.

Ya se nos fue la feria de Colima y nos quedará su recuerdo, ver a los amigos que teníamos tiempo de no ver, reencontrarlos en la feria, caminando, comiendo, gozando la feria; saludarnos, vernos a los ojos, sentir que, a final de cuentas somos humanos y necesitábamos este regreso, este descanso de los días de pandemia, de vacunas y de dosis triples, de noticias terribles y, para colmo, sismos y demás.

Sí, he criticado cuestiones de este gobierno en otras columnas, cuestiones con las que no estoy de acuerdo, como lo he dicho en este espacio de la feria; pero también, carajo, no la han tenido fácil, hay un déficit de dos años y es la primera feria que tenemos de regreso, con otro gobierno y después de la terrible pandemia.

Vamos a ver el siguiente año…

 

 

Hoy, como casi todos los días

En palabras Llanes




Me levanto temprano. Oigo a lo lejos y mientras tomo un baño, el ulular de algunas sirenas, de coches que pasan con prisa. Pienso que ya pasó algo malo, que ya mataron a alguien, que ya hubo un suceso que involucra sangre. Quizá sólo sea una falsa alarma, pero es lo que persiste en el inconsciente colectivo de muchas personas y me incluyo. Todo lo que tenga que ver con patrullas, sirenas y ambulancias de inmediato y, casi casi en automático, se relaciona con un algún acto delictivo. Colima no era así. Colima era un lugar tranquilo, un paraíso (y lo sigue siendo el lugar) no así el ambiente que se vive. Conduzco por las calles para llegar a un laboratorio a temprana hora de la mañana. Un laboratorio que haga algunas tomas para un informe que requiero para mi hijo. Obviamente voy con mi familia. El cielo se torna claro pero todavía está oscuro a esta hora. Hay que recordar que ya cambió el horario y las siete de la mañana son, en realidad, las seis, a la naturaleza no podemos engañarla. A ella no. El cielo está más oscuro y sí, da miedo andar por la calle. Conduzco hacia el lugar, veo, a mitad de la calle, una patrulla atravesada con sus luces roja y azul. Pienso que algo malo pasó. Quizá los policías simplemente están haciendo su trabajo y nada más, pero la reacción primera es esa. Recuerdo entonces que muy temprano oí el aullar de las sirenas. La gente en Colima vive con zozobra. Ya no es lo mismo. Hace tiempo que esto ya no es lo mismo. Avanzo más porque tengo que pasar por ahí, quiera o no, ya no puedo regresarme. La patrulla sólo estaba detenida en medio del tráfico de las seis y media de la mañana. De nuevo viene a mi mente el recuerdo, mientras me duchaba, del ulular de algunas sirenas, quizá no se trata de nada malo y todo es producto de mi imaginación o del miedo o de la costumbre (qué feo que nos estemos acostumbrando a esto y no sé si uno pueda acostumbrarse a algo parecido). Oigo que alguien levanta la voz y volteo con miedo, oigo cuetes y tengo miedo. Un ruido fuerte me sobresalta, y tengo miedo. Se me empareja un motociclista y tengo miedo y quizá ese motociclista es una excelente persona, pero yo tengo miedo y mejor ni le dirijo la mirada, pero… y si no le dirijo la mirada y en realidad quiere hacerme algo a mí o a mi familia, entonces, ¿cómo me voy a dar cuenta? Uf, qué terrible es vivir así, con esta ansiedad. No se puede. Es mucho el estrés, mucha la inquietud, la incertidumbre, y sí, la zozobra. Y tengo miedo por mi familia, por mis hijos, por mi mujer, por mi gente, amigos y conocidos y por todos aquellos que han sido, sin conocerlos, víctimas de lo único que está bien organizado en este país... Ya no basta con lo cara que está la vida, que el dinero no alcanza, que los productos de la canasta básica están por los aires, inalcanzables, que las trasnacionales nos están matando con sus productos, que las medicinas son para pura gente que las puede pagar, que cada vez compramos menos y pagamos más, ya no basta con eso, ahora también hay que vivir cuidándonos la espalda, tener miedo del de al lado o estar alerta incluso del vecino (que muchas veces ni conocemos y, repito, puede que ese vecino o quien esté a nuestro lado sea la mejor persona del mundo) sí, con todo esto tenemos que vivir. Creemos o nos han vendido la idea de que todo aquél al que acribillan o lesionan en la calle es porque anda metido en “malos pasos” y no es así, no siempre es así; y entonces la gente nos voltea la historia y dicen que quizá lo mataron porque no pagó su “derecho de piso” y quizá tampoco sea así. ¿Derecho de piso? Tengo el derecho de pisar donde yo quiera porque México, que yo sepa, es un país libre. Muchas personas que tienen nombre y apellido han caído abatidas por quién sabe qué manos asesinas. Han caído dejando familia, gente desconsolada, dejan también un halo de misterio y de terror, sí, de terror en el resto de la población. Porque si yo algo quiero al terminar mi jornada laboral es llegar a la casa y ver a mi hijo, abrazarlo, verlo caminar, sonreír, ver su inocencia en medio de este mundo fiero que está en descontrol y del que ya, sin quererla ni deberla, forma parte y le estamos dejando no sólo a él, a todos. ¿En qué momento mi país se convirtió en un cementerio callejero? ¿En qué momento se nos hace tan fácil portar un arma y más fácil aún, apuntarle a una persona y todavía más fácil jalar de un gatillo y, por si esto no fuera poco, mucho más fácil todavía privarlo de la vida y se las pongo más fácil aún, hacerlo todo a plena luz de día y en plena avenida(s) súper transitada(s)? ¿En qué momento? ¿En qué momento nos estamos desmoronando como sociedad y matándonos a nosotros mismos? Stephen  Hawking en uno de sus tantos artículos predice las tres cosas que acabarán con la humanidad, una de ellas será por la inteligencia artificial; es decir, la tecnología y sus avances desmesurados; la segunda sería si alguna vez encontramos vida extraterrestre, esta no sería para nada amistosa con la humanidad y terminarían destruyéndonos por estar miles de años más avanzados que nosotros y; la tercera y que tenemos justo en la tierra y más cerca de lo que pensamos es la agresión humana, sí, la humanidad destruyendo a la misma humanidad, el hombre destruyendo al hombre, esto sin duda podría acabar con la especie hasta extinguirla y creo que ya estamos llegando a este punto. Qué lejos, literalmente, quedó aquel poeta y gobernante prehispánico de nombre Nezahualcóyotl que dice:

 

 

Amo el canto del cenzontle

Pájaro de cuatrocientas voces

Amo el color del jade

Y el enervante perfume de las flores

Pero amo más a mi hermano… el hombre.

 

 

Hemos llegado al punto de no amar al prójimo, como iguales, como humanos, como hermanos. Va este texto para todos y todas las víctimas que tienen nombre y apellido y que han caído abatidos. Va por todos ellos/as de los que no sé su nombre pero que sin lugar a duda son humanos, son hermanos, son iguales a mí. Vivimos con angustia, vivimos con miedo, vivimos con rabia e impotencia y no sabemos si este día en el cual traigo una playera con el calendario azteca sea la última prenda que vista y sea el último día que llegue con bien a mi casa.

Punto, fecha y firma, así lo dejo escrito…

El horario de verano

 En palabras Llanes





 Hace veintiséis años se instituyó (aunque no sé si este término sea el correcto), en nuestro país, el famoso horario de verano. Yo no soy nadie para decir si nos fue bien o mal, para decir si en realidad hubo un ahorro en el consumo de energía o no, no lo sé. Lo que sí, es que tenía alrededor de diecisiete años cuando lo viví por vez primera; al inicio, era toda una novedad sentir que te “rendía” el día, pero como todo, nos vendieron espejitos, seguramente una herencia del Salinato que, a Zedillo, un títere más del canal de las estrellas de los títeres, no le quedó de otra que imponer (creo que este término viene mucho mejor que el de instituir, en fin).

              El caso es que al inicio sí fue una novedad tener, a las ocho de la noche, luz natural. Nos vendieron la idea de que, por utilizar esa luz, podríamos ahorrar energía, incluso recuerdo que se dijo que nuestros recibos de la luz iban a llegar más baratos. Nada de eso pasó, cuando adelantas una hora el reloj y te despiertas a las cinco de la mañana para ir a hacer tus labores del día a día, en realidad te estás despertando a las cuatro (a la naturaleza no la podemos engañar), la obscuridad es, pues, absoluta, tenemos que echar mano del recurso eléctrico para alumbrarnos y no golpearnos el dedo chiquito del pie en la base de la cama mientras nos estamos vistiendo. En la tarde, sí, vas a tener luz natural, pero tampoco está chido eso de que sean las ocho de la noche y parezcan las seis de la tarde, con el sol todavía más o menos pleno, pero ya despidiendo el día.

              La bancada de Morena hizo lo que no me imaginé que haría ningún gobierno (porque estoy seguro de que ellos sí ven reflejadas algunas ganancias en eso del ahorro o consumo de energéticos), nosotros, los de a pie, como siempre, no, no gozamos ni gozaremos nunca de esos beneficios. Creo que, al contrario, los recibos de la luz llegaron más altos y, bueno, ya no se diga en este 2022, la mitad del salario (si no es que más, se va en pagos de servicios, agua y luz, principalmente, ya no hablemos de telefonía celular e internet en casa). Bravo por los de Morena que votaron en contra del horario de verano que, ya de grandes, en lugar de emocionarnos nos generaba demasiado estrés y nos quitaba una hora de sueño, para que vean que no siempre critico a la gente de ese partido, ahora les estoy aplaudiendo.

              Quizá en nuestros años mozos aquello era una novedad, cuando comprendimos realmente que no se generaba ningún tipo de ahorro y que, por el contrario, nos quitaba tiempo de descanso, el horario de verano se volvió un forúnculo en la entrepierna y desde meses antes uno ya estaba enojado porque ya venía… y habríamos de adelantar el reloj una hora. Quizá haya gente que opine lo contrario a mí, está bien, la diversidad y las opiniones diferentes son respetadas, simplemente a mí me gusta el horario como lo conocí desde que era pequeño, hasta que me lo quitaron, hace ya veintiséis años; además qué pinche miedo que los teléfonos inteligentes hagan el cambio de horario por ellos solos y no sólo los celulares, las computadoras, los televisores, las tablets y todo lo demás, la inteligencia artificial está siendo más inteligente que nosotros y no nos queremos dar o sí nos damos, pero nos vale, cuando la inteligencia artificial se revierta contra el hombre, agradecederemos que, por lo menos, tengamos un horario sin estarlo cambiando cada seis meses…

Además, ¿quién dice que en un pinche día nos vamos a acostumbrar a comer una hora después o antes y no sólo comer, sino hacer otras tantas otras cosas con una hora que nos quitaron?

              En fin…

             

El Cerillazo

En palabras Llanes


 

El pasado viernes 25 de noviembre, en lo que fue el cierre de los quince años de lo que conocemos como Zanate, se llevó a cabo un concierto que la banda rockera colimense estaba esperando desde hace mucho tiempo, el regreso del Cerillazo, aquella banda de rock de finales de los ochenta, principios de los noventa, que pusieron a Colima en la escena rock de aquellos años.

              Voy a dar una fuerte declaración, pero ni modo, yo no fui, nunca, fan del Cerillazo, sí, los oía, sabía quiénes eran, pero no frecuentaba sus conciertos, la banda colimense que yo seguía en aquellos años era Aguda Atadura, que luego dieron paso a Delasónica (creo que tuvieron varios nombres que ahora no recuerdo), pero yo era del team: Mario Durán, mi carnal Jorge Rodríguez y Alan Esparza, cuando eran nada más ellos tres, vaya que rockeamos duro, pisteamos más y nos metimos muchas pastas, aceites y ácidos de los meros Gutiérrez cotorreando por todo Colima y las plazas comerciales de moda.

              Sin embargo, El Cerillazo sí me gustaba y, repito, sabían quiénes eran, los cotorreaba y, posterior, los conocí más de cerca. Puedo decir que con el de la lira del Cerillazo, Sergio Tapiro Velasco la relación fue desde cuando mi carnal, David Chávez, lo frecuentaba en su casa allá por la calle Corregidora, mítica casa de fiestas, fiestas, alcohol, alcohol más rock and roll y varias hembras (emulando a la banda de rock La Cuca que era pionera del rock duro en aquellos años), mi carnal Chávez se hizo muy carnal del Tapiro y de ahí nació una pulga hermandad con el resto de la banda de la Falcom, mítica Falcom por decir lo menos.

              Mi siguiente encuentro fue con Lalo Urzúa con quien coincidí en varios #MomentosUdeC, en las cabinas de radios universitaria, en los pasillos de la misma y mítica Falcom, en eventos y reuniones y hasta en fiestas y posadas, el gran bajo del Cerillazo estaba presente junto con un servil servidor; luego, la vida me llevó a apoyarme en la Secretaría de Cultura (cuando existía) y uno de los que me acompañó en el proceso de integrarme con proyectos literarios, que les dio el visto bueno y que me entrevistó en varias ocasiones fue el carnal Rodrigo Ramírez, el bataco del Cepillazo, digo, del Cerillazo. Varias veces nos vimos cuando era director de cultura allá los tiempos de…

              Posteriormente, aunque quizá mi cercanía con mi querida Wendy Hernández me llevó a conocer más de cerca al gritador del grupo, Arturo Hernández, Marurus, como le dicen en el bajo mundo de La Banda Trovera. Aquellos #MiércolesDeRon que instauramos mi querido amigo y contlapache Jaime F. Velasco, me hicieron conocer más de cerca y cotorrear como se debe con Arturo. Mencioné a Wendy, porque a ella la conochí hache yach much tiempoch, mijitoch, cuando íbamos a hacer pizzas (y algo más) a casa de Vanessa para, posteriormente, ir a visitar al maestro Miguel Ángel Cuervo; por supuesto que, desde esos ayeres, hablo de 1997 poco más poco menos    (disculpen, pero las drogas y el alcohol me han carcomido parte del cerebro, de las neuronas), sabía de la existencia de los Hernández; René, Rabí y, por supuesto Arturo (que son a los que conozco). Así que, desde hace tiempo tuve contacto de alguna u otra manera con El Cerillazo.

              La noche del paso 25 de noviembre, amén de que andábamos chavorruqueando duro, de que quizá tiramos dos o tres polillas (unos más otros menos), El Cerillazo nos reunió para un concierto que, simplemente, no me podía perder; luego de una pandemia, de un sismo, aquél encuentro en la hacienda del Carmen, me retornó en el tiempo 20 años, 20 años que se dicen rápido pero han pasado, sí, rápido; me regresó en el tiempo donde nada importaba, sólo estudiar, leer, fumar, follar, beber, leer, escribir, volver a leer para volver a escribir, borrar, follar, beber, fumar, fumar de nuevo, fumar otra vez y fornicar, sudar fornicando, oír rock, ir a los conciertos, volver a leer, intoxicarme de literatura de la onda y de la que fuera y volver a follar para leer, para beber, para escribir y borrar y follar.

              El tiempo no pasa en vano, aquel concierto además de retornarme en el tiempo me hizo conocer, reconocer, volver a ver, encontrar, reencontrarme con amigos de aquella época, de una época más reciente y de la actualidad. Puedo decir que, el momento épico del concierto, fue cuando me topé de nuevo con mi querido carnal Huitznáhuatl Valdivia, me vio en el concierto, me reconoció, lo reconocí (les digo que los años no pasan en vano) y, lo primero que me dijo fue, además de darle de gusto de verme (como me dio gusto a mí verlo): “Pinche Llanes, te acuerdas cuando fuiste al Cedart en falda escocesa, cabrón, desde ese momento te amé y además ibas sin calzones, como debe ser”; mi mujer volteó a verme, se dio cuenta que desde siempre he sido un pinche desmadre/padre, lo comprobó en carne viva y propia y en vivo a todo color y en donde tenía que ser, en el concierto de una de las bandas de rock más importantes de la escena rockera de Colima, El Cerillazo.

              Claro que me acuerdo del momento con mi falda escocesa en el Cedart y claro que me acuerdo de otras fechorías, como cuando amanecí en una casa desconocida, con una chica a mi lado que en mi vida había visto y una zapatilla por almohada, así de grueso este reencuentro con las anécdotas que ya nos hacía falta vivir y escribir.

 

 

En el ánimo de la gente

En palabras Llanes


 

Hace apenas unos días nos avisaron de que regresábamos al horario normal. Estábamos trabajando con un horario «ajustado»; esto quiere decir, empezar actividades a las no antes de las ocho de la mañana y terminarlas no después de las ocho de la noche. Ello a consecuencia de los altos índices de violencia que nuestra entidad está manejando de unos años a la fecha, pero, que, sin lugar a duda, en estos últimos meses «de febrero para acá» se han agudizado poniendo a nuestra Colima en el panorama nacional e internacional de lugares «eso sí, paradisiacos, porque Colima con todo y todo sigue siendo un pequeño gran paraíso» más peligrosos para vivir.

              Así que, vueltos a la «normalidad» el tráfico a las siete de la mañana por todos lados, pero básicamente por los diferentes campus universitarios se hace casi casi imposible. No diré que antes no había tráfico, sí había, pero como que desde la pandemia para acá el flujo vehicular aumentó; y aumentó no sólo en los campus universitarios o en las escuelas, menos a las horas pico de entrada y salida de oficinistas, no, creo que aumentó o lo siento mucho más denso y pesado en toda la ciudad.

              Atribuyo que todo esto tiene que ver con que los colimenses, en medio de todo esto que estamos viviendo, no están dejando que sus hijos e hijas se vayan solos a sus respectivos centros de estudio o lugares de trabajo, ergo, esto hace que la afluencia de láminas, en la mañana, tarde o noche, ya sea a la entrada o a la salida, se vea superada para una pequeña calle que desemboca en un bulevar que, dicho sea de paso, también está atestado de vehículos que a esa hora transitan por ahí.

              Lo recomendable es buscar rutas diferentes. Sin embargo, estamos en un punto donde convergen varias escuelas y sí, de mi casa a la escuela podría irme por una ruta alterna, alterna para mí, alterna para ti, alterna para Einstein, pero una realidad para el resto de las personas y, al llegar o acercarme al campus inevitablemente confundirme entre otras láminas que, parece, traen la misma prisa que yo por llegar temprano porque el checador no perdona o el profe pasados los cinco minutos, ya no nos deja entrar a la clase.

              Creo también que estos dos años de pandemia, donde estuvimos trabajando y dando clases desde la comodidad de nuestra casa nos descancharon, nos sacaron de ritmo para seguir con este trajín del rutinario que es la vida. Siento también que en estos dos años la población automovilística creció exponencialmente y ahora vivimos entre máquinas que echan humo y generan calor. La otra teoría es que en el ánimo de la gente no está para dejar a sus hijos e hijas solas, aventurarse en el llamado transporte público que, en nuestra entidad, ha sido pésimo y lo seguirá siendo amén del nuevo gobierno que parece no estar mucho o que no sale a dar la cara en ningún rubro, llámese como se llame.

                Es cierto, ya regresamos a eso que hemos denominado «normalidad» pero yo sigo viendo en el rostro de los y las colimenses: desazón, angustia, temor, nostalgia por aquél Colima tranquilo, donde no pasaba nada y podías estar en la calle a la hora que fuera sin peligro alguno. No son para nada buenos tiempos para nuestra Colima «aunque se haya dicho otra cosa en días de campaña», no, no lo son. El ánimo de la gente no está en ir a ver festivales a la calle, ni andar del tingo al tango como lo hacía antes. La cuestión es salir de casa por el sustento, a divertirse a lo que sea y regresar con bien, en paz y tranquilo. El tema principal aquí es la seguridad y ahí, ahí sí que nos han fallado como nos han fallado gobiernos anteriores.

             

¿Qué es lo primero que levantas del suelo después de un terremoto?

 En palabras Llanes     I Una vez más México hace historia; otro 19 de septiembre que « retiembla en su centro la tierra al sonoro...