Saturday, December 12, 2020

Much Love: Bindu Gross

 


Café exprés

 

La semana pasada recibí una llamada telefónica (mientras jugaba al turista mundial con Ricardito ya no tan bebé a quien, por cierto, le ha dado por jugar esto y le ha servido mucho para identificar países, contar muy de corridito y hasta más allá del diez porque ya se anda aventurado con el veinte y otros números más, aunque en el turista con dos dados máximo llegamos a contar hasta el doce, en fin), les decía que mientras jugaba con mi hijo recibí una llamada que me alegró el día y no sólo eso, me hizo la semana.

Del otro lado de la hebra estaba mi querido amigo Rodrigo Ramírez del ayuntamiento de Colima quien además de la alegría de la mañana me devolvió, aunque sea por un instante, un pequeñísimo instante, la esperanza de los eventos culturales en un ambiente presencial en medio de esta pandemia.

Por supuesto que le dije sí a Rodrigo y, discúlpame, Rodrigo, pero más que decirte sí a ti, fue decirle sí a Bindu Gross, nuestro padre del jazz en Colima como bien lo definió Rosario Rangel en el documental que nos presentaron aquella deliciosa y decembrina noche... donde encontré caras cincuenta por ciento conocidas (por aquello del cubrebocas y el reconocimiento facial a la mera mitad). Y les explico un poco para quede todo más claro todo esto de lo que les estoy hablando de la llamada, el documental y más.

Rodrigo Ramírez me llamó para hacerme una invitación a un evento cultural (presencial), sí, de los que ya no hay, por cierto, o de los que dejaron de existir por la pandemia. Hemos pasado suficiente tiempo metidos en nuestra casa a consecuencia del Covid-19; y hemos sido muchos los que estamos acatando el #QuédateEnCasa a carta cabal, así que cuando Rodrigo me dijo el motivo de la llamada y que requería de nuestra presencia (de gente del ámbito cultural) en el patio central del ayuntamiento (evento super mega restringido a un máximo de treinta personas distribuidas en sana distancia en toda la explanada con cubrebocas y careta (así las cosas de nuestra nueva normalidad), yo le contesté de inmediato que sí iba, porque además ya estoy hasta la madre del encierro y cierto es que esto va para largo y que no podemos vivir siempre en una burbuja.

Tengo entendido que Bindu Gross, sabedor de la nueva normalidad… fue quién eligió a esos treinta miembros del ámbito cultural para que lo acompañaran a la premiere del documental en su honor, honor, vaya la redundancia, el que me haya elegido a mí para estar presente esa noche, ahí…

Diez minutos antes de las ocho de la noche me apersoné en el lugar en compañía de mi mujer; los hijos se quedaron en casa, acompañados de un adulto responsable, para evitar situaciones. Me dio gusto ver caras conocidas como al doctor Ángel Gaona, Mar Delgado, Arturo Hernández, Rubén Carrillo, Grace Licea, Sergio “Tapiro” Velasco, Pibe Árcega y Dianita Peña sólo por mencionar algunos y los que vi, a la distancia. Entre la concurrencia se encontraba Leoncio Alfonso Morán Sánchez, presidente municipal, su esposa y uno de sus hijos, quienes tomaron lugar en primera fila a lado del homenajeado de la noche que fue el gran Bindu Gross. Justamente, el culpable, por así decirlo, de estar esa noche ahí, era el presidente municipal quien apoyó este magnífico proyecto para conocer un poco más de Bindu, el siempre sonriente, Bindu Gross.

Conocí a Bindu desde hace muchos años en alguna de las tertulias con el maestro Miguel Ángel Cuervo y, posterior, fui un asiduo visitante del Café uno, dos tres, que Bindu, junto con su esposa, tenían allá por la década de los años noventa en la calle corregidora. Al café iba acompañado de mi querida amiga Nery Saavedra, quien, generalmente, pedía un té de las muchas variedades que tenía la pareja para ofrecer y yo, siempre bohemio, prefería algo más como una cerveza, je, no es ninguna novedad.

Recuerdo que en el Café uno, dos, tres, Nery y yo trazamos los primeros bocetos de lo que fuera nuestra revista Ciudad en blanco, hicimos el proyecto, lo redactamos, corregimos, leímos y releímos y lo metimos a un FECA (hoy llamado Pecda) para conseguir, por decirlo así, patrocinio para la edición e impresión; fue justamente en el café de Bindu donde le pusimos nombre a ese proyecto. En tanto estábamos en eso, la música del sax de Bindu nos acompañaba en todo momento, y no sólo música de él, sino música de la tantísima que tenían ahí la pareja de músicos. Grandes planes teníamos para nuestra revista literaria y, además, estábamos bajo el cobijo de la familia Gross lo que engalanaba todo.

Músicos (y todos los oficios que mencionaré a continuación llevarán su parte femenina), pintores, escritores, fotógrafos, bailarines, artistas plásticos, actores, videastas y un largo etcétera más pasamos por las filas de ese espacio. Nunca he visto Bindu triste por más adversa que sea la situación, Bindu es un artista como los que ya no hay o de los que quedan muy pocos. Es un tipo alegre que no da paso sin su saxo. Viste como artista, vive como artista, habla como artista y en el documental vemos esa parte humana, ese lado de Bindu que algunos/as conocen, pero que mucha gente no.

Es un gran acierto que el ayuntamiento de Colima en manos de Leoncio Alfonso Morón Sánchez, se haya dado a la tarea de homenajear (en vida que es como debe ser) a un artista de los de antes, a un artista en toda la extensión de la palabra… y que si no es colimense, que si no es siquiera mexicano, eso pasa a segundo término porque he oído a Bindu defender el terruño y eso lo hace tal colimense como el que más.

Aquella noche (del 2 de diciembre) de reencuentro con la música, especialmente con el jazz, fue una noche también de reencuentro con los eventos culturales presenciales (al último evento presencial que fui antes de la pandemia fue en mi querida Ciudad de México en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería a inicios de año).

Ya nos hacía falta un evento así, con amigos, amigas, pero sobre todo, ya nos faltaba que alguien le rindiera un merecido homenaje al maestro Bindu Gross que, dicho sea de paso, al finalizar su homenaje estaba tan emocionado, que no le salía nada de voz y era visible que el documental, titulado Much Love, lo había conmovido casi puedo decirlo y jurarlo ante la biblia, hasta las lágrimas, gracias ayuntamiento, pero sobre todo, gracias a ti, Bindu Gross.

 

 

Thursday, December 10, 2020

Gambito de dama


 


Café exprés


Había postergado la escritura de esta columna por diversas razones. Hace algunos meses vi la serie televisiva y, podría casi casi jurarlo ante la Biblia y con la mano derecha en posición… de que no es necesario ser un experto en el juego de la tabla de Flandes como la describió hacia 1990 el escritor español Arturo Pérez-Reverte, haciendo referencia al ajedrez; el ajedrez y el arte como temas principales de aquella novela del afamado autor.

              Así que, sin ser precisamente expertos en el tema del ajedrez, la serie de televisión es gratamente disfrutable en todos los sentidos, la fotografía es maravillosa (porque echan mano del recurso del número o sección áureos), donde el número o sección áureos representa, en alguna composición, la relación y/o proporción entre dos segmentos de una recta; es decir, una construcción geométrica. Y, en Gambito de dama, esto no solamente se nota en la fotografía, sino, incluso en la escritura de la historia misma, en el diseño del vestuario, la ambientación, la proporción que existe en el trazo de las cámaras al momento de grabar la serie etcétera. Sin mencionar las maravillosas actuaciones de cada uno de los personajes que hacen acto de presencia en escena.

              Gambito de dama es una apertura básica del ajedrez (para los iniciados) que permite o trata de controlar el centro del tablero que, si bien no es uno de los objetivos del dichoso juego, sí es importante tener, desde el arranque de la partida, controlada esta zona para ir avanzando y darle jaque mate al rey.

              Tengo entendido que ninguno de los actores/actrices que participación en la miniserie sabía mucho o a profundis del juego del tablero; el ajedrez es un deporte mental surgido en Europa durante el siglo XV como evolución del juego Shatranj que a su vez surgió de la evolución de un juego mucho más antiguo conocido como Chaturanga. Ha tenido muchos campeones reconocidos a nivel mundial, yo, particularmente recuerdo a Garri Kasparov (sí, un ruso) que fuera campeón desde 1985 hasta el año 2000 (y quien seguramente ha disfrutado mucho de este serial televisivo, digo y creo yo). A Kasparov lo derrotó Vladímir Krámnik, otro ruso. Los rusos han dominado el famoso juego.  

              En la serie (que no les quiero spoilear) se menciona a un Capablanca, José Raúl Capablanca, un ajedrecista español-cubano que era apodado el Mozart del ajedrez y que fue campeón de 1921 a 1927. Capablanca nació en 1888 en La Habana, Cuba, en aquel año Cuba pertenecía al imperio español. Capablanca, junto a Ramón Fronst y Alfredo de Oro pertenecen o forman parte de las figuras más importantes del deporte cubano (Ramón Fronst en esgrima y Alfredo de Oro en billar).

              Capablanca, Kasparov y la protagonista de la serie Beth Harmon (personaje actuado de manera magistral por Anya Taylor-Joy) comparten algo más que el deporte en común, haber empezado a temprana edad. En la serie la huérfana Beth Harmon descubre el juego cuando, en el internado para señoritas al cual llega, observa que el conserje se encuentra, en el sótano de ese lugar, sentado frente a una mesa con un tablero y las piezas dispuestas, sumamente concentrado y sin prestar atención a lo que sucede a su alrededor y, por ende, a lo que la joven Beth ha ido hacer.

              Al principio de manera hostil, posteriormente un poco más afable, el conserje le enseña poco a poco movimientos, trucos, jugadas, el nombre de las casillas, aperturas, pliegues y repliegues, esquives, puntos de defensa, ataque y contraataque del dichoso juego; ve en la pequeña Beth un potencial tremendo y decide avisar en la escuela para que abra un taller de ajedrez…

              Así empieza a cobrar fama Beth Harmon primero en su localidad y luego de manera nacional hasta que tiene que llegar a enfrentar a los mejores. Siendo mujer le cuesta trabajo que la sociedad le crea que en verdad es una jugadora seria, una contrincante férrea, agresiva en el ataque y quien sabe defenderse muy bien. Sus detractores poco a poco se van tragando sus palabras y ven en Beth a la futura campeona mundial.

              Mientras Beth se hace de un nombre dentro del ajedrez, tiene que sortear nuevas vicisitudes con su nueva familia (Beth sale del internado en adopción con una familia) y ya va totalmente contagiada y casi casi enferma de ajedrez, además de ciertos problemas emocionales cargados de sus excesos con ciertas drogas y el alcohol, en tanto, el telespectador disfruta del ambiente de la década de los años cincuenta que es donde se desarrolla la trama de la miniserie.

              En Gambito de dama hay punto particular, casi casi como sección áurea de la cual se desprende todo el meollo del asunto. Beth Harmon, en una escena lindísima, está en franca batalla con un oponente que le triplica la edad, un ruso (para variar) que es gran maestro ajedrecista (al igual que ella que necesita ganar esa partida para serlo de manera oficial), los del maestro del ajedrez son cabellos plateados, largos, de barba tupida y pronunciada, que dan cierto aspecto de inteligencia, habilidad y respeto. La partida dura tanto tiempo que se ven en la necesidad de pedir un descanso para concluir al día siguiente. Al llegar a la puerta de la habitación donde se hospeda Beth que, a decir verdad es el mismo hotel donde se hospedan los demás ajedrecista, Beth observa que al fondo hay una puerta abierta donde se encuentra ese maestro ajedrecista con el cual está compitiendo y el rival que Beth ya ha enfrentado y que no puede vencer, me refiero a Vasily Borgov (personaje al que le da vida el actor Marcin Dorocinsky) y nota que ese grupo de personas ayudan al gran maestro a entender por dónde van las jugadas de la joven Beth para vencerla en el tablero… desconsolada y viéndose totalmente sola, Beth entra a su habitación cuando, una llamada salvadora del otro lado del mundo la saca de esa zozobra… sus amigos (los que ha hecho en el juego de ajedrez y que viven en los Estados Unidos se han reunido para analizar el juego y, por así decirlo, pasarle las claves a Beth y que pueda así, derrotar a su contrincante).

              El trabajo en equipo siempre es importante y en Gambito de dama no es la excepción. Son siete episodios de una delicia de serie muy recomendable, siete horas que la tabla de Flandes, sus historias alrededor y la apasionante vida de Beth nos van a tener al borde de la butaca, de la cama o donde sea que disfrutemos de este tipo de series…    

               

Friday, October 30, 2020

Quince años en la Universidad de Colima



Café exprés


Octubre de 2020, cumplo quince años laborando en mi alma mater la Universidad de Colima. Entré a trabajar en el, cada vez más añejo 2005, luego de un acto de total rebeldía cuando renuncié (sabiendo todo lo que esto traería consigo) a un famoso periódico local donde trabajaba en aquellos ayeres, y renuncié por la idea y convicción de convertirme en escritor.

Resulta que en esos días había un diplomado de la Sogem (el segundo y el último que se hizo en Colima) y yo pedí a mi lugar de trabajo una oportunidad para tomar ese diplomado (era una semana al mes y por las tardes), ante la negativa de ese gran e importante rotativo local, me armé de valor y renuncié.

No me dieron carta de recomendación (y me lo advirtieron casi casi como amenaza y no me la dieron por sus tumpiates porque yo siempre cumplí, trabajé bien y demás), les dije que no me importaba y que no iban a truncar mi sueño, que ninguna pinche empresa por muy grande e importante que fuera iba a decirme qué hacer con mi vida (claro, yo por dentro estaba temblando de miedo).

Me dijeron que concluyera la semana y no quise, me amenazaron con no darme finiquito, no me inmuté. El gerente general fue por mi carta de renuncia (se dio cuenta de que era de carácter irrevocable), me la extendió, la leí, me dijo que para qué la leía, no le hice caso y continué, firmé con tinta azul (temblaba, claro, sobre todo porque tendría, en mi casa, que explicar que me volvía a quedar sin trabajo y todo por querer estudiar un diplomado en creación literaria). En fin.

Regresé la carta firmada y se la extendí al gerente que, muy dueño de la situación se rio socarronamente (no sé si su risa fue porque no había notado tantos huevos puestos en una acción o por alguna otra razón, aunque yo tampoco supe de donde me salió tanto valor, la verdad). Salí de ahí y, casi al cerrar la puerta me dijo que regresara el viernes (día de pago semanal) por mi dinero.

No le contesté, pero por dentro casi le lanzo una mentada de madre, así que respiré profundo y pensé que él nada más era un trabajador más de esa empresa-emporio y, claro, el viernes fui por mi pago. Al pisar la calle me enfrenté de nuevo al mundo del desempleo, se siente bien feo, la verdad. Al llegar a mi casa luego de ir a beber algunas cervezas con el poco dinero que me quedaba, mi madre me cobijó en sus brazos y me dijo: «¿Renunciaste verdad?», le respondí que sí con la pura cabeza, no me salió la voz hasta que sentí su abrazo cálido y pude decir: «Que no podría renunciar a mi sueño», mi madre volvió a su abrazo y recuerdo sus palabras: «Ya saldrá algo más importante para ti»... e hizo cierto énfasis en la palabra importante…

Al día siguiente, con quince pesos y varias solicitudes salí a buscar, de nueva cuenta trabajo, llegué a la Universidad de Colima a la cafetería de doña Carmen a comprar un vaso de agua, había ido a entregar una solicitud de empleo por ahí cerca y necesitaba del abrazo de mi Facultad de Letras y Comunicación, verla, sentir su actividad cotidiana, su día a día. Me senté, totalmente frustrado y cansado, en las bancas de metal de la Falcom. Revisé mi bolso y seguían esos quince pesos ahí (había caminado desde mi casa hasta el lugar donde iba a entregar la solicitud y de ahí a la universidad). Pedí una botella de agua que me costó en aquel entonces siete u ocho pesos, no lo sé (más que el costo en dinero, esa botella me costó regresarme a pie) ...

En eso estaba, cuando mi guía y gurú, un ángel protector apareció por los pasillos... el querido maestro Víctor Gil Castañeda que, al verme, con su alegría característica se acercó a mí, se sentó a platicar y, luego de estrechar mi mano me preguntó lo que era obvio: "¿Cómo me iba en mi lugar de trabajo?", al contarle lo sucedido su rostro se tornó triste pero, a la vez, un rayo de luz iluminó, dicho esto con todo respeto y el cariño que le tengo, su pelona que, al contacto con un haz de luz filtrado por el ramaje de los árboles de los mangos que adornan la Falcom, brilló, haciendo la luz más intensa y casi casi como de caricatura como cuando a alguien se le ocurre una muy buena idea.

Entonces el maese de maeses me preguntó que si traía solicitudes, le dije que sí, traía cinco o seis en mi mochila donde cargaba Caracol Beach, la tremenda novela de Eliseo Alberto que, en aquellos, días estaba leyendo. Me dijo que lo acompañara pero no me decía adónde, ni qué diantres se le estaba ocurriendo, a paso casi casi veloz me llevó a la Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima, me preguntó si conocía a la querida maestra Guille Araiza, le dije que sí, e incluso conocía a Inés Sandoval de cuando publicaba en el Cartapacios (posteriormente Alta Mar) y me pagaban con un boletito que podría cambiar por un libro (eran otros, maravillosos tiempos). Inés Sandoval, también muy querida, era quién nos pagaba con esos boletitos, entonces las conocía a las dos.

Fue ahí, casi casi a la entrada del edificio, cuando el maestro Moy, desconocidamente conocido, vaya la redundancia, como Víctor Gil, me dijo que estaban buscando, ahí en la dirección, editores, que hiciera una prueba... y me llevó hasta la entrada, pidió una cita con Guille y me dejó. De aquí en adelante me las tendría que arreglar yo solo, «pensé y en eso me apliqué».

Hice antesala, estaba de secretaria doña Mary, esperé pacientemente y... y quince años después acá estoy, ahora en la coordinación académica de mi queridísima Facultad de Letras y Comunicación, coordinación a la fui invitado a trabajar por la maestra Paulina Rivera Cervantes, pasé trece años en Publicaciones, llevo dos en la Falcom y no sé qué aventuras más vendrán (este, por ejemplo, fue año pandémico), pero puedo decir que he vivido y conocido a muchos universitarios/as que trabajan porque a nuestra alma mater le vaya bien, gente muy talentosa (que quizá no tienen el reconocimiento que se merecen), he conocido muchas secretarias, gente de servicios generales y ahora guardias (que antes no había en las entradas) y, sobre todo, he conocido a muchos alumnos/as que tienen el mismo sueño que tuve y tengo todavía yo: ser escritor/a.

Esta pelea es a muchísimos rounds... habrá mucha gente en el camino que nos va a decir que NO (incluso la misma familia), sin embargo, tenemos que luchar por nuestros sueños, por nuestra idea, por lo que queremos ser y hacer, a veces la batalla parece que nos quiere ganar, pero otras, otras muchas veces nos abraza tanto y tan fuerte que por esos momentos todo esto, en serio lo digo, todo esto vale mucho la pena...

Gracias Universidad de Colima, gracias Dirección General de Publicaciones, gracias Facultad de Letras y Comunicación y gracias a ti por leer todo este choro mareador que me estoy aventando. Se dice fácil esto de tener y cumplir quince años de labores, pero ha requerido del apoyo de mi familia, papá, mamá (que en paz descanse), hermano y mi tía coca (también que en paz descanse) y ahora de mi otra familia, Mirna, Santiago y el pequeño Ricardo... para seguir en la batalla y darle gusto al gusto... salud por todo ello. Bendecido estoy, he dicho.

Cobra Kai: un choque generacional

 Café exprés


Sin piedad, pegando fuerte y pegando primero como bien rezan las reglas del karate Cobra Kai… así fue como llegué a ver la serie de Sony Pictures Televisión, difundida por Youtube y que ahora está en Netflix dentro de su contenido, todo esto lo acompañé con una mórbida curiosidad por ver cómo habían envejecido sus protagonistas (Ralph Macchio, William Zabka y Martin Kove quien personifica la maldad Cobra Kai en persona o, por lo menos en la saga de películas llamada Karate Kid, así nos lo deja ver), pero también me acerqué a la serie con cierta nostalgia por la década de los años ochenta, su música, el cine de la época y más.

Quería ver a las nuevas estrellas de los dōjōs tanto de Miyagi Do Karate como de Cobra Kai; porque era y es un hecho que ni Ralph Macchio, ni William Zabka iban a ser los contendientes (no por lo menos frente a frente, aunque espero que la serie, que todavía no termino de ver, me deje ver un enfrentamiento cara a cara entre estos dos personajes) en esta nueva era de mucha tecnología y avances no sólo en este aspecto sino de la verdadera importancia del karate de la vieja escuela en estos días tan extraños y complejos que corren.

              Debo decir que la serie me atrapó, son apenas dos temporadas de diez capítulos cada una (se espera una tercera temporada para enero de 2021) y, desde el inicio, la nostalgia se hace patente. Y aunque me hubiera encantado ver Elisabeth Shue en su papel de Alli Mills, entiendo que ahora (en la historia) está casada (con un tipo con cara de idiota a decir de Daniel y Johnny), tiene hijos, estudió medicina y Larusso la estalquea de cuando en cuando en el Facebook, dice que no le manda ninguna petición de amistad porque Alli Mills tampoco le manda ninguna petición de amistad al maduro y ahora plenipotenciario vendedor de autos Daniel Larusso.

Se me encogió el corazón cuando le dedican un episodio al gran señor Miyagi, personaje entrañable actuado por Noriyuki “Pat” Morita fallecido en el cada vez más lejano 2005. Pasa rápido el tiempo y muchas cosas cambian, pero cuando se está en pandemia parece que el tiempo se aletarga, pero nada más parece porque desde marzo que comenzó el confinamiento y recién arrancaba este año 2020 y ya han pasado infinidad de cosas amén de estar en casa, cuidándonos de la amenaza del Covid-19. En fin.

              Hace treintaicuatro años no había pandemia y en la saga de películas se narra la historia de un joven que llega a Los Ángeles a hacer amigos; provienen (él y su mamá) de New Jersey (un cambio de lado a lado del país), sin embargo, Daniel Larusso se topa con un grupo de jóvenes que, al parecer, buscan líos y no reciben a Larusso de muy buena gana y menos cuando éste pone los ojos en Alli Mills (personaje actuado por la bella Elisabeth Shue).

Daniel se mete en líos por salvar a Alli de las garras (por decirlo de algún modo) de Johnny Lawrence, personaje que actúa William Zabka. Y es cuando Daniel quiere aprender karate, aunque llega al dōjō Cobra Kai donde el sensei es, justamente, John Kresse personaje actuado magistralmente por Martin Kove y es John Kresse quien les enseña a sus pupilos aquellas frases como: «Sin piedad. El dolor no existe en este dōjō. No entrenamos para tener piedad. La piedad es para los débiles. Aquí, en las calles y la competencia, un hombre te enfrenta, es tu enemigo. El enemigo no merece piedad», fuertes declaraciones del sensei.

Daniel no sabe que Johnny Lawrence es alumno de Kresse. Y es justo ahí cuando comienza la rivalidad que los llevará a disputar el trofeo All Valley de 1984 que Daniel Larusso gana con la famosa patada (que le enseño el señor Miyagi) de la “Técnica de la Grulla” y lo demás es historia…

              Por supuesto que no vengo a espoilear ni las películas, ni la serie de televisión. Lo que mencionaré es que en esta columna he escrito dos palabras que hace treintaicutatro años no las usábamos: estalquear y espoilear; esto viene a colación porque en la serie veo un fuerte choque generacional de entrada, cuando los chicos/as (hace unos años ni siquiera usábamos ambos géneros femenino y masculino) ven al karate como algo pasado de moda y sin chiste o aburrido e, incluso, violento por el uso de las manos y los pies al momento de soltar golpes o patadas.

El uso de las redes sociales y de ciertos dispositivos electrónicos también es algo que llama mi atención dentro de la serie. Hace treintaicuatro años un celular habría hecho que el señor Miyagi llegara más pronto al auxilio de Daniel San, aunque Miyagi, sin celular y quién sabe cómo, siempre estaba ahí, como el dinosaurio de Augusto Monterroso.

En la película de 1984 vemos, en la escena de la playa y en lo que será el primer enfrentamiento a golpes entre Johnny y Daniel, una vieja grabadora de aquellos años (con pilas, seguramente de las gordas, conocidas en el mercado como pilas tipo D o tamaño D que se acababan en un par de horas de reproducción de un cassette o cinta magnética de audio), puf, lo sé, todo esto bien podría entrar, junto con el walkman, el discman y demás, al museo de lo obsoleto, como las cintas de video y audio VHS, Beta y súper BetaMax donde, seguramente, se grabaron millones de copias de la cinta Karate Kid. Para la nueva generación de Cobra Kai y, seguramente para muchas generaciones venideras estaré hablando en un lenguaje totalmente descocido…

              Vemos a Johnny Lawreence utilizando expresiones propias de la época hasta que alguien de sus pupilos le dice que no puede utilizarse ya,  Johnny se refiere a las personas débiles como “nenitas”, ese alumno le dice a Lawrence que eso es sexista, machista, discriminatorio y demás; Johnny tampoco sabe usar el internet, no conoce una laptop (menos sabe de marcas, estilos, capacidad de disco duro, memoria y su uso) y, por supuesto, lejos de su entendimiento está el conectarse a una red wifi, por ende, no ha entendido que la publicidad ha cambiado y que, para promocionar su dōjō Cobra Kai lo puede hacer con el poder del internet, los videos en YouTube y los comerciales que aparecen cuando ves un video en esa plataforma.

Sí, el tiempo es despiadado como dice el ahora maduro Lawrence, como despiadada es la vida, pero así y con todo hay que vivirla y aprender. Johnny sigue siendo el tipo rudo de antaño que quiere, sin embargo, hacer las cosas bien pero que arrastra un pasado con el que tiene que pelear, sí, no sólo es Larusso su enemigo, sino el pasado, aunque esta serie apuesta más bien a que no hay enemigos, pero sí rivalidades que se tienen que enfrentar para arreglar asuntos del pasado.

              Cobra Kai y Miyagi Do Karate luchan por el retorno del Karate de la vieja escuela, pero más que el Karate, luchan por el regreso de la disciplina, el coraje y valor para enfrentar tus miedos (oponentes) o a la vida misma que puede ser una patada en el trasero o una palmada en el hombro, como cada uno quiera que sea.

Me gusta, sin embargo, el karate ofensivo y rocanrolero de Johnny Lawrence, pero también entiendo el karate defensivo y místico de Daniel Larusso (además sé, por mi fanatismo al futbol americano, que las defensivas ganan títulos). Recordé, también, las dos reglas de Miyagi Doi Karate que son: “El karate es sólo para defensa” y “Aprender bien esa primera regla”, aunque luego el mismo señor Miyagi dice: “Pelear no es bueno, pero si debes hacerlo, gana” y “Está bien perder con el enemigo, pero no contra el miedo”.

Sabiduría milenaria que se nos queda grabada en la cabeza, nos hace eco y tratamos de aprender, porque siempre estamos aprendiendo y tanto Johnny Lawrence como Daniel Larusso tienen mucho que aprender, como nosotros…

              Quizá el karate vuelva a ponerse de moda, porque toda la moda es cíclica; en tanto me voy a poner a: “Encerar con mano derecha y limpiar con mano izquierda. Y sobre todo y en estos días de pandemia… Respirar profundamente, muy profundamente”.

              Quizá vuelva a un concierto donde pueda cantar a todo pulmón la canción de “Puto” (que era un grito de libertad, de rebeldía y contra la opresión) de Molotov como lo hacíamos antaño, quizá… no lo sé.

Chávez-Llanes

Naranjo-Llanes

AdaAurora-Llanes

Thursday, September 03, 2020

¿La soledad era esto?

 Café exprés


 

 

Porque todo es igual y tú lo sabes

Porque todo es igual y tú lo sabes,

has llegado a tu casa y has cerrado la puerta

con aquel mismo gesto con que se tira un día,

con que se quita la hoja atrasada al calendario

cuando todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa,

y, al entrar,

has sentido la extrañeza de tus pasos

que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,

y encendiste la luz, para volver a comprobar

que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año,

y después,

te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,

y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,

y te has sentido solo,

humanamente solo,

definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.

 

La casa encendida

Luis Rosales

 

 

En esta columna el día de hoy todo es y está muy español. El título es de una novela del gran escritor Juan José Millás con la obtuvo el premio Nadal en el año de 1990. El epígrafe, como se puede ver, es del poeta Luis Rosales del poema La casa encendida. Donde se aprecia que todo es igual y tú lo sabes. Y es justo esto lo que quiero resaltar aquí y ahora.

              Pero esta columna no es precisamente para alabar ni hablar de las virtudes de los escritores y escritoras españoles que he leído con cierta fruición desde Almudena Grandes, Clara Sánchez, Félix Grande, Félix de Azúa, Ramón Gómez de la Serna sólo por mencionar algunos; además de los ya citados y claro, al gran Miguel de Unamuno y cómo olvidar a León Felipe y ese portento poético que se llama ¡Qué pena!, poema que transcribo a continuación:

 

¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas

y siempre se repitieran

los mismos pueblos, las mismas ventas,

los mismos rebaños, las mismas recuas!

 

 

¡Qué pena si esta vida nuestra tuviera

—esta vida nuestra—

mil años de existencia!

¿Quién la haría hasta el fin llevadera?

¿Quién la soportaría toda sin protesta?

¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra

al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?

Los mismos hombres, las mismas guerras,

los mismos tiranos, las mismas cadenas,

los mismos farsantes, las mismas sectas

¡y los mismos, los mismos poetas!

 

 

¡Qué pena,

que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!


La soledad era esto - Juan José Millás | Planeta de Libros

 

Sin embargo, en La soledad era esto, JuanJo Millás narra la vida de Elena Rincón; es una historia que arranca a partir de la muerte de la mamá del personaje central y se aprecia una lenta metamorfosis hacia la liberación a través de un doloroso aprendizaje; y es justo esta parte la que quiero resaltar en esta columna el día de hoy, por eso también el epígrafe de Luis Rosales que dice, entre otras cosas:

 

Has llegado a tu casa, y, al entrar, has sentido la extrañeza de tus pasos que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras, y encendiste la luz, para volver a comprobar que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año.

 

Y tampoco es que mi vida arranque con la muerte de mi madre acaecida hace poco más de un mes, pero quiero resaltar, justamente, que La soledad era esto, así; mi madre ha muerto y su presencia se extraña a raudales, la vida nos ha cambiado en un giro de ciento ochenta grados porque nos deja un vacío que es muy complicado de llenar pero, sin embargo, veo cómo todo regresa poco a poco a la normalidad, amén de su ausencia las cosas siguen igual y ella, donde quiera que esté, lo sabe.

O si no están igual, por lo menos tratamos de que estén o sigan o vayan de la manera en la que a ella le hubiera gustado, como si ella aún estuviera todavía con nosotros.

              Madre, ha pasado poco más de un mes de tu dolorosa partida de este plano terrenal, no sé si te he llorado mucho o te he llorado poco, no lo sé; no se puede medir esto como no se puede medir la lectura; lo que sí es verdad es que te extraño mucho, los días sin ti parecen o están vacíos.

Sólo veo que al paso de los días todo sigue igual, incluso, hasta con cierta indiferencia, las cosas, los hechos, los eventos se suceden, las fechas (por ejemplo, tu cumpleaños o el día de los abuelitos, todo pasa y todo queda, pero lo nuestro pasar, dice otro gran poeta español Antonio Machado) y todo sigue igual, todo pasa igual, te repito, con cierta indiferencia… por eso pregunto como lo hace JuanJo Millás en la novela ¿La soledad era esto?, supongo que sí, supongo que así se superponen los días cuando uno se va, cuando uno se acostumbra, poco a poco, a la ausencia física de las personas aunque, por dentro, el recuerdo sea para toda la vida y se lleve para siempre… a ti te voy a llevar para siempre pero sabes, se me ocurre que en el rock en y con él, tenemos una conexión interesante; ahora el rock me dolerá o me llegará de otra manera, simplemente con tu grácil recuerdo, gracias por eso y por todo lo demás…

Saturday, August 01, 2020

La magia de la poesía Parte III

Café exprés

La magia de la poesía
Parte III
 

 

La pandemia trajo consigo aislamiento social y muchas cosas más, al inicio era agradable quedarse en casa, salir del estrés del día a día del trabajo, de los maestros y los alumnos (que ya extraño sobremanera). Luego aquello se convirtió en un verdadero martirio, un suplicio y un volverse locos cargado de estrés, encierro, de pendientes, de muchos pendientes, correos interminables, lidiar con programas integradores, proyectos que no tenían pies ni cabeza, plataformas que no servían ni sirven para nada, internet lento, clases en línea, reprogramar las clases, en fin, sobre todo, correos, miles de correos que llegaban a diario saturando mi bandeja de entrada y todos requerían o tenían el subject de: URGENTE. UR-GEN-TE.

              Poco tiempo tenía entonces de acomodar mis libros, de buscar el poemario de Juan Carlos Recinos, de leerlo, es más, poco tiempo tenía de leer algo que a mí me gustara; todo se volvió leer para y por la academia (#QuéFeoYQuéTerrible), esa desdichada que a veces deja sinsabores porque ni soy PTC, ni pertenezco a ningún cuerpo colegiado o no, ni soy investigador, ni soy nada, salvo un soldado raso de la academia que gana un sueldo por debajo de lo medianamente asequible para vivir y sacar los gastos de la quincena y, ahora, pagando internet y luz, carísima luz y utilizando mis pocos aparatos para sacar adelante el llamado home office, pues no, no sale para el gasto… en fin.

              Del libro de Recinos ni sus luces, abril, mayo y la mitad de junio fue trabajar y trabajar y responder cada día todo el día, miles de correos sin ton ni son, sin ton ni son. Hacer la comida, cuidar al pequeño Richard, oír que el adolescente peleaba con los profes que se enseñaban dejando tareas kilométricas, viendo que mi mujer no tenía una computadora para trabajar asuntos del Museo Regional de Historia que, como la Universidad de Colima, todo lo pedía y lo pide de manera urgente, todo era de un día para el otro y todo estaba en la computadora de nuestro lugar de trabajo, no en nuestra única computadora personal que, dicho sea de paso, era la mía, una pequeña lap top del año 2011 que para este 2020 ya empieza a verse lenta, cansada, obsoleta, inservible… pero nos sirvió para sacar el trabajo y compartirla por turnos, mi mujer por la mañana, yo por la tarde… a veces yo por la mañana y ella todo el día porque así de tóxico se ha convertido su lugar de trabajo y de pronto el mío así lo era o así lo llegué a sentir: tóxico.

              Pero dicen que para todo mal mezcal y para todo bien también, a inicios de julio, como por arte de magia apareció Jericó (este pinche libro y esto de pinche lo digo con todo el respeto y el cariño que me merecen tanto el libro como su autor; pero este pinche libro tiene magia). Resulta que el pequeño de la familia en su afán por ayudar a acomodar los libros lo había subido a mi librero, donde tengo mi escritorio (que no he utilizado para tal fin, no lo he utilizado para ningún puto fin porque he trabajado en la mesa del comedor donde pongo todos los días mi oficina en la casa y todos los días la quito para poner la mesa y comer) y el libro cayó a la parte de atrás del librero y pues ni dios padre lo veía y si dios padre no lo veía, pues menos yo que a mi corta edad, ya empiezo a utilizar lentes para leer, así de grave estoy.

              Decía que Jericó tiene magia por la forma en que llegó a mí, luego la manera en la que lo perdí y posterior en la que lo encontré. Por esto todo esto que estoy narrando aquí, a todo esto, le he puesto de título a estos relatos: La magia de la poesía. Juan Carlos Recinos y yo cojeamos de la misma pata, el amor inconmensurable que le tenemos a nuestros hijos (él al suyo y yo al mío), fruto del trabajo y de estar tundiendo teclas a diestra y siniestra, quizá más a siniestra que a diestra resulta este poemario.

              Al abrir Jericó me topo con un autor maduro, lleno de luz en su camino y en su poesía, porque en el libro hay mucha luminosidad que se repite en cada verso, en cada poema, aunque también hay momentos de oscuridad y es que la vida es todo esto, claroscuros, momentos de ruido pero momentos también de silencio como en la música; notas, notas que son de cuatro, de dos, de un tiempo o de medio tiempo (corcheas) y hay fusas y semifusas, pero también hay espacios de silencio y hay bemoles y becuadros.

              En Jericó encontré mucha paz, paz que me hacía falta para continuar con estos días de pandemia; días de encierro que me han vuelto loco, con ataques de ansiedad (que yo no padecía y de insomnio), desesperación por el retraso en los pagos de la quincena que se han vuelto una constante en la Universidad de Colima, ataques de locura, de depresión por ver a mi madre enferma, casi inerte, postrada en una cama esperando el final (final que ya llegó ahora que publico esta última parte del texto).

El libro de Recinos me ha devuelto un poco de luz en este oscuro semestre, pesado, donde siento que las autoridades exigen y exigen y se la pasan pidiendo como para ver si uno trabaja o no. Claro que trabajo en mi casa, en calzones quizá y sin camisa (porque el calor está a todo lo que da), con mi cerveza quizá (porque es mi bebida favorita y, repito, el calor está a todo y mucho más) pero estamos trabajando y lo hacemos bajo un estrés que no tiene paradigma y, ahora, con el retraso en los pagos uno se pone a pensar en miles de cosas, cientos de cosas que están por venir y que no pintan nada bien.

              Pero dice este verso sacado del libro de Juan Carlos: «En esta casa, alguien trazará la nueva coordenada, el destino de este relámpago», como un presagio a los días por venir que, definitivamente, en casa y en el exterior van a ser bien diferentes gracias al Covid-19, tanto que ni siquiera hemos podido regresar a esa nueva normalidad de que tanto hablan en los medios de comunicación de nuestro flamante gobierno federal que ha servido para un carajo y que está cruzado de brazos viendo cómo México termina por caerse carajo.

              «Mi oficio es cantar lo que en ti soy» no sólo hace gala del maravilloso arte musical, pero qué hemos hecho en esta pandemia que no sea el arte, hemos declamado, oído música, leído, pintado, escrito, por todos lados nos decían que leer era una forma de pasar esta pandemia, vaya que lo ha sido. La lectura nos ha devuelto la cordura y sin embargo el artista es el mal pagado, el que se dedica a un ocio, el que no sirve para nada, no lo creo, cantar es mi oficio porque en ti soy. Y yo le canto a mi hijo y Recinos le canta al suyo, sí, lo sé, cojeamos del mismo pie.

              Más adelante del libro el poeta lanza una advertencia porque no, no hay conjuros «¿Reconoces el tiempo que habitamos?». En verdad lo y nos reconocemos en estos días extraños, tiempos complicados donde el presente es difícil y el futuro parece incierto. Muy incierto.

              Sin embargo, siempre nos queda el amor que será lo único que nos puede y nos debe salvar porque: «Amar los límites de tu cuerpo ha sido comprender el mundo en esta luz naciente» y de nuevo el poeta ilumina nuestro sendero y el amor por y para la mujer, pero no sólo para ella, sino para un nuevo fruto, un fruto que puede ser en mi caso un pequeño remolino de tres diminutos años cargados de una energía que, esta sí, ya la quisiera el otrora citado Obama.

              Relámpago, luz, destello, tintineo, reflejo, sombras, todo esto se avizora en la ars poética de mi amigo Juan Carlos, combinado con versos que nos dan un buen augurio como el de: «En una visión tu sueño permanece intacto». Hay lluvia, agua, humedad, sexo, sexos, saliva, besos, ahogado y memoria, memoria de la desmemoria que quizá, y lo digo líneas arriba, estoy perdiendo.

El símbolo de la casa desde Nagara está presente en la poesía de Juan Carlos; que es refugio, que es el lugar al que regresamos, que es techo y guarida, protección y sitio de reposo; ahora más que nunca, de reposo y de refugio para los días de infección que nos ha tocado vivir.

              No podía falta el elemento mar y sus diversas connotaciones y relaciones con las olas, anclaje, barco, barca, inmensidad, eternidad, azul, etcétera. Hay también desnudez, cuerpos, fruición y, por supuesto, nacimiento. Sobre todo, hay memoria, mucha memoria de esto, de aquello y de lo que vendrá. Y hay versos que nos rompen el alma porque son certeros, son dardos cargados de veneno que traen Covid-19 y nos destrozan cuerpo, alma, mente, espíritu como este de: «Aquí navega el miedo como un enfermo» y es justo lo que hemos hecho, navegar leyendo con terror el miedo de estar metidos hasta el tuétano, hasta la médula espinal en esta jodida pandemia.

              El año 2020 no se va a olvidar, han muerto desconocidos y conocidos, famosos y no famosos, han muerto miles de personas generando una ola de terror en el resto de la población que no sabemos si estamos infectados o no, si esto nos corre por dentro, nos corre por fuera o, simplemente nos corre y ni nos damos cuenta. Al final: «Amanece. Una sombra abre el mundo». Esta dualidad que nos perturba pero que es la chispa que nos mantiene porque: «En este caudal hay que andarse a tientas» dice el poeta, y no tocarse el rostro, usar mascarilla, lavarse las manos, untarse de gel antibacterial. Sanitizar que es una palabra que no existe porque le tenemos un miedo terrible a desinfectarnos. No podemos usar eufemismos.

              Julio trajo lluvia, agua, viento, nubes cargadas, se limpió el ambiente, se desinfectó no se sanitizó, se desinfectó y ahí y así, justo ahí y así: «Escuché tu voz y fuiste lluvia» y es una de las mejores imágenes que el autor me hubiera podido regalar, porque literalmente me regaló su libro y, yo, en contubernio le regalaré el mío porque definitivamente: «Dios no odia a nadie. Corre. Juega. Habita esta casa a voluntad de mi madre y su rezo desbordado» y yo y mi abuela materna, sobre todo mi abuela materna, rezamos de manera desbordada para clamar por la salud de mi madre porque: «Amamos en silencio todo lo que hemos perdido» pero si ha de ser, que sea una derrota del mar para purificarnos en sus aguas y, al voltear la mirada al infinito, ver en aquella estrella a un ángel que nos cuida desde el cielo.

              Todo esto se lo debo a aquél 13 de marzo de este año 2020, cuando Jericó, llegó a mis manos. Gracias Juan Carlos, gracias poesía, gracias vida…

Por cierto, julio trajo también la muerte de mi madre, el 19 no lo voy a poder olvidar…


La magia de la poesía Parte II

Café exprés

La magia de la poesía

Parte II

 

 Disculpen ustedes que ande fallando en ciertos datos (como el nombre del restaurante al que fuimos invitados en Tecomán por la maestra Isabel), pero es parte de la memoria o la desmemoria que viene con los años. O, tal vez, es lo bien que la pasamos y entonces, ese hecho pasa a segundo o tercer término. La cuestión es que no recuerdo el día de la presentación en Colima del poemario de mi amigo Juan Carlos Recinos y punto.

              Jericó se presentó en el poliforum Cultural Mexiac días antes de nuestra odisea, maravillosa, por cierto, de Tecomán. Como público que soy y asiduo a este tipo de eventos por y para acompañar a mis amigos (y a mis enemigos también, aunque no creo tener yo ninguno, pero creo ser enemigo de alguien y no sé por qué razón, pero ya es cosa de cada quien).

Decía que me gusta acompañar a mis amigos a la presentación de su nuevo libro, porque sé que le pusieron empeño, le dedicaron tiempo, esfuerzo, sacrificio, tesón y mucho más. Sé también que no es fácil publicar y menos en estos días. Y mucho menos en días de pandemia.

              Aquella ocasión traía la módica cantidad de 150 pesos, costo del libro, pero resulta que yo traía esa cantidad para vivir lo que restaba de la quincena (tuve que consultar con el propio Recinos la fecha de presentación de su libro, 9 de diciembre de 2019), así que todavía faltaban algunos días para el pago y, por obvias razones, no compré ese día el libro, me reservé para otra fecha. Además, entre Recinos y yo tenemos un acuerdo tácito de intercambio de libros, ello para no generar gastos económicos, yo le regalo mi libro y él me regala el suyo; así de fácil. Lo malo es que el mío lo tenía planeado para finales o mediados del año pandémico 2020. Sí, ese que lleva por título: Una antología fúnebre: Los muchos rostros de la muerte, agenda mortal.

              Abrir mi mochila y toparme con un ejemplar de Juan Carlos Recinos me dio mucho gusto, no sé en qué momento se le ocurrió la idea de deslizarlo en el interior, seguramente cuando andaba de moderador con aquellos chicos y chicas de Tecomán. Recinos vio la oportunidad, encontró cerca mi mochila y simplemente lo deslizó. Me agradó mucho encontrar el documento en el interior sin que yo me diera cuenta. Dejé el libro reposar en la mesa del buró, leí la dedicatoria y esperé al día siguiente para empezar su lectura.

              El sábado 14 de marzo me levanté a caminar. Leí que la pandemia empezaba a pegar fuerte en varios países, el caso de Italia era alarmante junto con el de España. Al regreso de mi caminata matutina en la que acostumbro a dar diez mil pasos, mi mujer me apresuró a ir al tianguis por las viandas de la semana, y ahí fuimos. El libro seguía reposando feliz en la mesa del buró…

              Las labores de casa son cansadas, ir por el mandado, lavar y acomodar la fruta y la verdura, más toda la actividad acostumbrada del sábado, es algo que ni Obama tiene y uno termina rendido más si a eso le agregamos la pequeña gran energía de un terremoto de tres años que es sumamente demandante y exige jugar los 365 días del año, bueno, este 2020 para colmo fue bisiesto, los siete días de la semana las veinticuatro horas al día, simplemente agotador.

Para terminar pronto ese día no leí nada. Los domingos los tengo destinados a ir a visitar a mis padres desde temprano y regreso tarde, por lo que tampoco leí nada. El lunes a las carreras me levanté para ir a la oficina y trabajar y por el trajín, olvidé el libro en la misma mesa del buró donde, seguro estoy, se reía de mí reposando feliz.

              Ese pequeño terremoto se dio a la tarea de esconder el ejemplar porque se me traspapeló y no lo encontré, el miércoles de esa semana, miércoles 18 de marzo cumpleaños de mi querida Mirna, se nos dijo que esto de la pandemia empezaría y que lo mejor era permanecer en nuestras casas. El libro se hizo ojo de hormiga, se esfumó, no lo encontré por ningún lado. La pandemia venía en serio y no había para dónde hacerse. Recuerdo que esa semana tuvimos severos contratiempos por muchas cosas; yo seguía en recuperación de un herpes zoster con que fui diagnosticado a mi regreso del Distrito Federal (odio el mote de CDMX) y de cuando en cuando sentía los dolores que me daban por dentro. El 24 de marzo fue mi cumpleaños y empecé a hacer mis videos para recomendar la literatura y a ciertos autores y autoras que en mi peculiar punto de vista no han sido leídos y leídas o que no se conocen mucho… del libro de Juan Carlos Recinos no había rastro, parece que la pandemia se lo había llevado o, así como llegó, así de fácil quiero decir, así de fácil también se me esfumó. Ni hablar.

              Para todo esto, en esos días nos estábamos cambiando a esta casa, donde ahora escribo esto, así que todo se nos juntó, el viaje a la FIL del palacio de minería, el cambio de casa, el herpes zóster y una incapacidad de siete días y luego esta bendita pandemia que nos tiene metidos en casa…

Esta historia continuará…


La magia de la poesía Parte I

Café exprés

 La magia de la poesía
Parte I

Fue el 13 de marzo de este año 2020. Estábamos, un grupo de escritores y escritoras, todos amigos y en sana convivencia, reunidos en la hermana ciudad de Tecomán. La maestra Isabel Martínez nos había hecho la invitación de estar presentes para platicar con un selecto grupo de chicos y chicas de secundaria; ellos y ellas, tienen a su cargo un proyecto muy noble que involucra a la literatura, el café literario: «Libros y café comunitario», proyecto que se desprende de su sala de lectura del mismo nombre. Lo que considero otro gran proyecto muy noble, sin duda alguna. Porque la maestra Isabel y yo nos hemos conocido en ese otro proyecto, del que somos o fuimos parte; un diplomado, del que, por cierto, a estas alturas todavía no sabemos si concluimos satisfactoriamente o no. Digo que son ambos son proyectos muy nobles porque se desprenden y desarrollan a partir del trabajo personal, no nos pagan por fomentar la lectura, al contrario, ambas salas tienen alumnado, la mía, habita, por lo pronto en las instalaciones del Museo Regional de Historia de Colima, en el Centro Histórico y la de la maestra en su escuela, en Tecomán.

              Ese día de marzo, antes de la pandemia, viernes 13 por cierto para quién cree en esas cosas, los chicos y chicas del taller: «Libros y café comunitario» sesionaron (por decirle de alguna manera) y el plato fuerte éramos nosotros, los escritores/as colimenses para hablar de nuestras obras, proyectos y las ganas de seguir escribiendo amén y a pesar de todo. El objetivo, transmitirles un poco o un mucho de esta pasión a ese numeroso grupo de adolescentes deseosos de buscar algo más que tragedias en su vida, algo más que un futuro incierto como a algunos les puede esperar.

              En la mesa, esa tarde calurosísima, por cierto, estábamos Jetzabeth Fonseca, Lía Llamas, Armando Polanco, Adín Valencia, Melquiades Durán, Juan Carlos Recinos y yo (dentro del público se encontraba Zeydel Bernal). Fue una tarde de reencuentro con los amigos/as escritores (desde ese día no los he vuelto a ver en persona por la contingencia sanitaria que, días después, nos volcó de lleno en nuestras casas y nos tiene guardados, sin vernos, sin platicar de nuestras pasiones, entre ellas, por supuesto, la literatura).

La imagen puede contener: 42 personas, incluido Alberto Llanes, personas sonriendo, multitud y exterior

              Cada uno/una habló de sus proyectos, de su técnica y obra. En mi intervención traté de ser muy breve porque ya había estado un viernes anterior con ellos. Aquél día regresaba de la FIL del palacio de minería en la Ciudad de México y esa tarde me moví a Tecomán para estar con ese grupo y la promesa de regresar días después con un selecto equipo de amigos y amigas escritores. Y, pues ahí estábamos. Me volví una especie de moderador del evento. El interés personal era que mis amigos/as participaran, pero más que eso, que los chicos y chicas ahí reunidos (en la biblioteca de la Casa de la Cultura de Tecomán) se atrevieran a preguntar, a charlar y que fuera un rollo un tanto más interactivo.

              Así que, a la mitad, justo a la mitad y luego de que cada uno de nosotros participamos, presentándonos con los chicos y chicas, hablando de nosotros mismos, leyendo un poco de nuestra obra, etcétera, tuvimos un breve receso donde nos convidaron unos panecillos deliciosos y uno o dos vasos de agua fresca. Al regreso del, vamos a decirle festín, ya no tomé mi lugar en el espacio designado para mí, sino que pedí el micrófono y pregunté a la amable concurrencia si había alguna intervención. Por un principio dudé que alguien se animara, pero estaba equivocado como casi siempre lo estoy. Tecomán es un lugar donde casi no llegan presentaciones de libros o eventos culturales, la gente, entonces, está ávida por algo más que calor, cocos, playa, limones y bañistas; y ahí estábamos nosotros para beneplácito (espero que así lo haya sido) de la concurrencia. De pronto vi muchas manos levantadas y allá me dirigí, micrófono en mano. Hubo preguntas para todos y de todo tipo. Las autoridades de la biblioteca regalaron cinco libros a igual número de personas que levantaran la mano y lanzaran una pregunta. Se agotaron súper rápido. Cada uno de los participantes, al ver esto, sacó sus libros y me los entregó para seguir regalando obra porque las manos seguían levantadas. Saqué de entre mi mochila parte de mis libros y también los doné. Se juntarían otros diez o quince libros. Muy generosos los compañeros y compañeras escritores que, sin cobrar, llegando de Colima, Manzanillo o, incluso, de mucho más lejos, estaban ahí, gustosos/as y, todavía, regalando sus libros.

              Hubo de todo, gente que enseñó sus dibujos, alguien que declamó poesía; Lía Llamas fue la que más fans tuvo y la que más preguntas respondió, quizá su voz de locutora atrapó a la concurrencia, quizá su sombrero llamó la atención o su manera de ser tan libre, directa, franca y sin caretas fue lo que atrapó al público juvenil y vaya que el público juvenil es exigente. Adín Valencia robó cámara y fue el que más fotos concedió, al final de todo esto «y los demás no nos podemos quejar», creo que nos fue muy muy bien con este público exigente que pedía una segunda parte de este evento, pero ahora en el jardín de Tecomán (proyecto que se quedó trunco como se han quedado muchas cosas y eventos por la situación que estamos viviendo a nivel mundial).

              Posteriormente, y como agradecimiento a nuestra participación, la maestra Isabel y la directora de educación y cultura del municipio Claudia Verduzco Anguiano, nos invitaron a comer-cenar. No quiero hacer muy largo este cuento que les estoy contando. Pero al finalizar el día, al regresar a Colima y dejar a mis amigos Armando Polanco y Lía Llamas (quienes me acompañaron de ida y vuelta). Pasé por mi mujer y mis hijos y nos fuimos a casa a descansar. El trajín había sido largo, agotador y cansado.

              Antes de despedirnos, como debe ser, a las afueras del restaurante del que no recuerdo su nombre, pero prometo que lo voy a investigar… intercambiamos firmas y libros, libros y firmas y una que otra foto, repito, como es costumbre. Sin embargo, y ya en casa, un hecho me asombró sobremanera. Al abrir mi mochila, en el interior, descubrí un libro de poesía que no era mío, vaya, que no había comprado yo, ni había intercambiado con el autor.

Me hallé con Jericó de mi querido amigo Juan Carlos Recinos.

              Y esta historia continuará…


Monday, July 13, 2020

Llanes-SánchezClara


Una antología fúnebre: Los muchos rostros de la muerte, agenda mortal


Café exprés


Escribir un libro no es labor fácil. Lo diré yo que tengo mucho tiempo dedicándome al oficio. Elegir un tema, plantearlo, pensarlo y repensarlo. ¿Para qué sentarse a escribir viviendo en un país que lee poco? Se han de preguntar muchas personas. ¿Para qué leer si después de La Biblia, Las mil y una noches, qué decir de Hamlet o Romeo y Julieta, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, qué si después de todos esos libros y, aún después de Los miserables de Víctor Hugo, El Cyrano de Bergerac del dramaturgo Edmond Rostand, de Rojo y negro de Stendhal ad infinitum ya todo está escrito y lo que viene no es nada más que una repetición también infinita de situaciones, amores y desamores, de tragedia y comedia, de locura, pasión y todos esos temas que nos hacen humanos? ¿Para qué?
              Uno escritor se devana los sesos creando ficciones en su imaginario, en su mente. Colecciona temas, ambientes, paisajes, personajes entrañables, momentos cumbre. Analiza formas, estructuras, arcos de transformación del personaje o situaciones para contar, narrar, transmitir una historia. Dice el buen Jorge Ibargüengoitia que escribir es tarea fácil y que cualquiera que tenga pluma y hojas de papel (quizá ahora páginas digitales) en blanco lo podría hacer y uno, uno que dizque es profesional en esto se devana el seso imaginando mundos y, a veces, no concretamos nada. Quiero escribir pero me sale espuma como decía Gustavo Sáinz. Ibargüengoitia agrega que por ser el lenguaje la vía de comunicación que tenemos tendremos el mismo número de críticos, todo aquél o aquella que sepa leer tendrá una opinión sobre nuestros textos y tiene razón. Sin duda.
              En un ensayo que leí recientemente de Juan Domingo Argüelles decía que los que saben, afirmaban que en el año 2018 vendría el final de libro en físico y que el libro digital sería la gran novedad. Este 2020, año que no veíamos venir por todas las implicaciones sociales, de salud y económicas con que nos ha sorprendido, nos dejó muy en claro que el libro en físico está más vivo que nunca. La gente se volcó en su casa a buscar en la biblioteca personal los libros en físico que pudo leer (que puede leer todavía) en medio de una pandemia que no permite que salgamos de casa. Las ventas del libro en físico se elevaron porque el documento llegaba hasta la puerta de nuestra casa. Recibir un libro así no tiene precio, bueno sí, pero era la oportunidad para que el libro electrónico avanzara y no sucedió así. Y no ha sido del todo así.
              Cabe aclarar que NO tengo nada contra el libro electrónico, no, para nada, todo lo contrario, lo atesoro como atesoro todos los documentos impresos que poseo; documentos que heredaré a mi hijo seguramente, junto con un bonche de buenas, muy buenas películas que espero que vea, disfrute y lea cuando tenga edad, por lo pronto lo que él tiene que hacer es divertirse, jugar a ser niño y nada más.
              Todo este verbo mareador que estoy lanzando como una botella al mar es para expresar mi alegría al tener en mis manos mi nuevo proyecto editorial. Sí, la pandemia nos ha recluido voluntaria o involuntariamente en nuestras casas, pero nos ha dado la opción de promocionarnos por otras vías como las redes sociales.
              Una antología fúnebre: Los muchos rostros de la muerte, agenda mortal es un documento que he escrito en coautoría con mi querido amigo Oscar Chapula, ambos nos metimos de lleno a investigar muertes (de pronto me sentí un caza muertes) para narrarle al público lector el modo en el cómo ocurrió. Muertes chuscas, cínicas, misteriosas, envueltas en un halo de romanticismo, de pudor, de no creerse; muertes únicas, sospechosas, siniestras o que han sucedido arriba de un escenario, la muerte se presenta con muchos rostros y es lo único seguro que tenemos en esta vida y la pandemia Covid-19 nos lo ha dejado ver muy en claro.
              Desde hace ya tiempo me he propuesto escribir libros con mis amigos y amigas se dediquen al oficio de escribir o no. Alguien puede tener un talento innato para dibujar y ese dibujo podría formar parte de la portada de mi nuevo libro y ese dibujo sería de un amigo o amiga que se alegrará al ver su trabajo impreso. Sí, quizá no soy un autor de circulación nacional, pero de que lo van a conocer por el estado de eso no me queda la menor de las dudas. Que mejor que trabajar con los amigos y amigas que ahora, por la distancia, no podemos besar, abrazar, apapachar como hacíamos antes.
              Este libro es una palmada en la espalda para mi cuate Oscar Chapula mejor conocido en tierra colimense como El Volpi, quien fue el único que me hizo jalón de aventarse este trompo a la uña cuando hablaba del proyecto. Fue largamente pensado, planeado, nos llevó tiempo escribirlo, lo imaginaba, después lo imaginábamos y ahora lo tenemos ya en físico gracias a la editorial que considero ya mi casa porque con este van tres documentos los que publico con ellos y hago el conteo: De amor, muertes y moscas, De entre sueños y perversiones y Una antología fúnebre: Los muchos rostros de la muerte, una agenda mortal. Todos bajo el sello de Puertabierta a quien le agradezco por hacerme segunda o tercera en estas locuras editoriales.
              Les diría que el documento se los regalo, pero no, tengo todavía un resto que dar de la edición que hay que pagar; además el artista debe vivir de algo y pongan ustedes que no soy ni Borges, Villoro, Arreola o Rulfo, ni mucho menos lo quiero ser, pero lo que sí soy es un gran apasionado a esto de las letras y, ahora, sumaré a todos mis amigos y amigas a proyectos literarios.
Sean ustedes bienvenidos y bienvenidas, he dicho.


Pd: Si alguien desea un ejemplar, yo mismo tengo a la venta y así contribuyen a la sobre-vivencia de un artista local, bueno, dos artistas locales.
Por su atención, muchas gracias.

Palacio de gobierno… ¿un espacio cultural?


Café exprés


 El pasado lunes a las nueve de la mañana, gracias a la invitación de la secretaria de cultura Oriana Gaytán, asistí a palacio de gobierno del estado de Colima para un recorrido para conocer o, mejor dicho, reconocer los adentros del otrora centro de servicios y trámites del gobierno del estado de Colima y ver las modificaciones, pero sobre todo, la restauración que está sufriendo y que va a sufrir el ahora recinto cultural en que se va a convertir.
              Y, todavía en medio de una terrible pandemia que le ha pegado muy fuerte al gremio (yo mismo no he podido presentar mi nuevo libro de cuentos A la cuenta de diez, que obtuvo el premio estatal de cuento en el año 2018) con todo esto nos presentamos a la cita en mención. El rostro cubierto al cincuenta por ciento por el cubrebocas, reconociendo a los amigos y amigas, colegas en diferentes expresiones artísticas sólo por los ojos. Días de pandemia…
              A la hora señalada llegó la secretaria saludando de puñito a los y las compañeras artistas que asistimos a ese primer recorrido (en el transcurso del día habría dos recorridos más, con otro número igual de artistas locales) e ingresamos al edificio en restauración.
              De inmediato los recuerdos de infancia y juventud me pegaron de lleno en el cerebro y en la memoria. Me llovió para atrás dijera mi compañera de vida Mirna Bonós. Es y era ya extraño ver ese inmueble sin las oficinas, el movimiento burocrático que ahí se llevaba a cabo hace ya algunos años. Recordé cuando iba con mi tía Coca, socorrito para la banda, y la tenía que subir por las escalinatas que están al ingresar por la entrada principal a mano derecha.
Íbamos a una oficina donde la atendían con no sé qué licenciado y por órdenes del gobernador Carlos de la Madrid. Posteriormente, las órdenes las daba el licenciado Fernando Moreno Peña y allá iba yo con mi tía subiendo las eternas escalinatas, a veces alguien me ayudaba, a veces, la gran mayoría yo me aventaba el trajín solo, pero estaba fuerte, delgado, no me dolía nada, era un jovenacho en toda la extensión de la palabra.
Con Carlos Flores la relación fue breve pues prosiguió, en el puesto, el profesor Gustavo Vázquez Montes (una estadía breve también y ya todos sabemos las causas; no me voy a detener en ello), al profe Gustavo tuve oportunidad de saludarlo en un par de ocasiones; la primera donde me entregó un estímulo para la actividad artística y la segunda vez donde me entregó el segundo lugar en el premio estatal de la juventud; les digo, era yo un muchachito. Con Arnoldo Ochoa todo fue breve, eran momentos álgidos (políticamente hablando) los que vivía Colima en esos años.
Vino en su lugar Silverio Cavazos (gobernador ya finado también) y, en el salón gobernadores lo vi en varias ocasiones; de manos de él obtuve el reconocimiento en el año 2005 del premio estatal de la juventud en el área de literatura, ese premio ahí comenzó a llamarse Gustavo Vázquez Montes en honor a nuestro siempre gobernador, mi tía coca asistía a una oficina que se llamaba atención ciudadana y yo la acompañaba, yo o mi hermano menor.
Con Mario Anguiano Moreno el palacio de gobierno comenzó a desdibujarse en mi memoria y asistí lo menos posible, de ese periodo no tengo gratos ni grandes recuerdos. Prosiguió en el puesto de gobernador un tal Ramón Pérez Díaz que fue un gobernador de breve instante, como ha habido varios en los últimos años en Colima y, ahora, con José Ignacio Peralta Sánchez el recinto entró en una etapa de restauración intensa. En un arranque de la obra me molesté por el ruido, por el estorbo que generaba para los transeúntes, para los coches y porque una parte del jardín Torres Quintero está cerrada para el uso de las personas y cuando vi que esto iba para largo, ya mejor no hice coraje y me resigné.
              Sin embargo, ahora que fui invitado por la secretaria de cultura a hacer un recorrido y ver lo hermoso que está quedando y de recordar todo esto que se me vino a la mente, cambié de opinión y he valorado el trabajo de cientos de personas para su restauración; empecé a hacer memoria de cómo recordaba ese edificio que albergaba un sinfín de oficinas (recuerdo una donde me dieron los requisitos para tramitar mi cartilla militar, porque me daba terror ser un remiso). El impacto entonces fue maravilloso al recordarlo y verlo ahora, restaurado, renovado en algunas partes, porque todavía falta mucho.
La última vez que entré fue a visitar el museo de la moneda, que se hallaba en ese edifico. Los colores de lo que será el nuevo espacio me gustaron, se ve más alto de lo que lo recordaba, incluso lo sentí más amplio, bueno, hasta le salió un tercer patio, vaya, no es tanto que le saliera así por así, sino que se descubrió un tercer patio, patio que había permanecido oculto por años, años, años.
              Capas de historia conjuntas con capas de cemento y pintura, el edificio había cambiado varias veces su tono de pintura y sobre esa capa primera había una y otra y otra más y una más y sí, así como el merolico oferta sus productos en nuestra tradicional feria de Todos los santos (que siento que este año peligra gracias a la pandemia del Covid-19). Así las capas de pintura del recinto.
Dicen los historiadores que el edificio fue antes cárcel, un subsuelo de dos metros de profundidad nos permite constatar un lugar que tampoco se conocía y que había estado tapiado, pero que deja ver claramente que era un espacio reservado para las celdas. Sólo nuestros anteriores y naturales lo saben o, quienes fueron testigos y habitaron esas celdas, encerrados bajo llave o quienes se encargaban de la custodia y de los trabajos de la penitenciaría.  
Humedad, vestigios, hallazgos, historia, un recorrido que me dejó sorprendido, que no esperaba que sucediera, la verdad es que jamás me imaginé estar pisando esos pasillos como lo hacía antes; ahora no llevaba a mi tía coca en su silla de ruedas, pero seguro estoy que ella también hubiera disfrutado de ese paseo, además, ahora habrá un tipo de montacargas para que ella pueda subir (claro, cuando todo esto de la restauración haya terminado). Olores a nuevo, a pintura recién puesta, a escombros, tierra y demás es lo que percibí de momento.
Nos ha quedado claro que el palacio de gobierno dejará de serlo (ya hace mucho que no funge como centro burocrático de trámites y servicios de gobierno del estado) y pasará a ser un centro cultural donde tendrá cabida el público colimense para sentir la identidad, los colores, la magia e historia de un pasado que está más vivo que nunca, de un pasado que se hace presente para heredarlo (como el buen arte) a las generaciones venideras para que sientan, como yo lo he sentido ahora, el pasado que se vuelve presente, la historia que está en cada viga, en cada ladrillo, en cada techo, columna, cornisa, puerta o ventana, cancel, balcón y resquicio de lo que será este nuevo recinto cultural, muchas gracias doctora Oriana Gaytán por esta invitación. Ya estoy ansioso de que pase el año o año y medio que todavía hace falta, para ver concluido el trabajo de cientos de personas y, recorrer de nueva cuenta el lugar que me ha visto crecer, porque yo sí he cambiado, el que no ha cambiado nada es palacio de gobierno que sigue igualito y con esta restauración, podría decir, que hasta se ve más joven que yo.  

¿Qué es lo primero que levantas del suelo después de un terremoto?

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