Café exprés
La magia de la poesía
Parte III
La pandemia trajo consigo aislamiento social y muchas cosas más, al inicio era agradable quedarse en casa, salir del estrés del día a día del trabajo, de los maestros y los alumnos (que ya extraño sobremanera). Luego aquello se convirtió en un verdadero martirio, un suplicio y un volverse locos cargado de estrés, encierro, de pendientes, de muchos pendientes, correos interminables, lidiar con programas integradores, proyectos que no tenían pies ni cabeza, plataformas que no servían ni sirven para nada, internet lento, clases en línea, reprogramar las clases, en fin, sobre todo, correos, miles de correos que llegaban a diario saturando mi bandeja de entrada y todos requerían o tenían el subject de: URGENTE. UR-GEN-TE.
Poco
tiempo tenía entonces de acomodar mis libros, de buscar el poemario de Juan
Carlos Recinos, de leerlo, es más, poco tiempo tenía de leer algo que a mí me
gustara; todo se volvió leer para y por la academia (#QuéFeoYQuéTerrible), esa
desdichada que a veces deja sinsabores porque ni soy PTC, ni pertenezco a
ningún cuerpo colegiado o no, ni soy investigador, ni soy nada, salvo un
soldado raso de la academia que gana un sueldo por debajo de lo medianamente
asequible para vivir y sacar los gastos de la quincena y, ahora, pagando
internet y luz, carísima luz y utilizando mis pocos aparatos para sacar adelante
el llamado home office, pues no, no sale para el gasto… en fin.
Del
libro de Recinos ni sus luces, abril, mayo y la mitad de junio fue trabajar y
trabajar y responder cada día todo el día, miles de correos sin ton ni son, sin
ton ni son. Hacer la comida, cuidar al pequeño Richard, oír que el adolescente
peleaba con los profes que se enseñaban dejando tareas kilométricas, viendo que
mi mujer no tenía una computadora para trabajar asuntos del Museo Regional de
Historia que, como la Universidad de Colima, todo lo pedía y lo pide de manera urgente,
todo era de un día para el otro y todo estaba en la computadora de nuestro
lugar de trabajo, no en nuestra única computadora personal que, dicho sea de
paso, era la mía, una pequeña lap top del año 2011 que para este 2020 ya
empieza a verse lenta, cansada, obsoleta, inservible… pero nos sirvió para
sacar el trabajo y compartirla por turnos, mi mujer por la mañana, yo por la
tarde… a veces yo por la mañana y ella todo el día porque así de tóxico se ha
convertido su lugar de trabajo y de pronto el mío así lo era o así lo llegué a
sentir: tóxico.
Pero
dicen que para todo mal mezcal y para todo bien también, a inicios de julio,
como por arte de magia apareció Jericó (este pinche libro y esto de
pinche lo digo con todo el respeto y el cariño que me merecen tanto el libro como
su autor; pero este pinche libro tiene magia). Resulta que el pequeño de la
familia en su afán por ayudar a acomodar los libros lo había subido a mi
librero, donde tengo mi escritorio (que no he utilizado para tal fin, no lo he
utilizado para ningún puto fin porque he trabajado en la mesa del comedor donde
pongo todos los días mi oficina en la casa y todos los días la quito para poner
la mesa y comer) y el libro cayó a la parte de atrás del librero y pues ni dios
padre lo veía y si dios padre no lo veía, pues menos yo que a mi corta edad, ya
empiezo a utilizar lentes para leer, así de grave estoy.
Decía
que Jericó tiene magia por la forma en que llegó a mí, luego la manera en
la que lo perdí y posterior en la que lo encontré. Por esto todo esto que estoy
narrando aquí, a todo esto, le he puesto de título a estos relatos: La magia de
la poesía. Juan Carlos Recinos y yo cojeamos de la misma pata, el amor
inconmensurable que le tenemos a nuestros hijos (él al suyo y yo al mío), fruto
del trabajo y de estar tundiendo teclas a diestra y siniestra, quizá más a
siniestra que a diestra resulta este poemario.
Al
abrir Jericó me topo con un autor maduro, lleno de luz en su camino y en
su poesía, porque en el libro hay mucha luminosidad que se repite en cada
verso, en cada poema, aunque también hay momentos de oscuridad y es que la vida
es todo esto, claroscuros, momentos de ruido pero momentos también de silencio
como en la música; notas, notas que son de cuatro, de dos, de un tiempo o de
medio tiempo (corcheas) y hay fusas y semifusas, pero también hay espacios de
silencio y hay bemoles y becuadros.
En
Jericó encontré mucha paz, paz que me hacía falta para continuar con
estos días de pandemia; días de encierro que me han vuelto loco, con ataques de
ansiedad (que yo no padecía y de insomnio), desesperación por el retraso en los
pagos de la quincena que se han vuelto una constante en la Universidad de
Colima, ataques de locura, de depresión por ver a mi madre enferma, casi
inerte, postrada en una cama esperando el final (final que ya llegó ahora que
publico esta última parte del texto).
El libro de
Recinos me ha devuelto un poco de luz en este oscuro semestre, pesado, donde
siento que las autoridades exigen y exigen y se la pasan pidiendo como para ver
si uno trabaja o no. Claro que trabajo en mi casa, en calzones quizá y sin
camisa (porque el calor está a todo lo que da), con mi cerveza quizá (porque es
mi bebida favorita y, repito, el calor está a todo y mucho más) pero estamos
trabajando y lo hacemos bajo un estrés que no tiene paradigma y, ahora, con el
retraso en los pagos uno se pone a pensar en miles de cosas, cientos de cosas
que están por venir y que no pintan nada bien.
Pero
dice este verso sacado del libro de Juan Carlos: «En esta casa, alguien trazará
la nueva coordenada, el destino de este relámpago», como un presagio a los días
por venir que, definitivamente, en casa y en el exterior van a ser bien
diferentes gracias al Covid-19, tanto que ni siquiera hemos podido regresar a
esa nueva normalidad de que tanto hablan en los medios de comunicación de
nuestro flamante gobierno federal que ha servido para un carajo y que está
cruzado de brazos viendo cómo México termina por caerse carajo.
«Mi
oficio es cantar lo que en ti soy» no sólo hace gala del maravilloso
arte musical, pero qué hemos hecho en esta pandemia que no sea el arte, hemos
declamado, oído música, leído, pintado, escrito, por todos lados nos decían que
leer era una forma de pasar esta pandemia, vaya que lo ha sido. La lectura nos
ha devuelto la cordura y sin embargo el artista es el mal pagado, el que se
dedica a un ocio, el que no sirve para nada, no lo creo, cantar es mi oficio
porque en ti soy. Y yo le canto a mi hijo y Recinos le canta al suyo, sí, lo
sé, cojeamos del mismo pie.
Más
adelante del libro el poeta lanza una advertencia porque no, no hay conjuros «¿Reconoces
el tiempo que habitamos?». En verdad lo y nos reconocemos en estos días
extraños, tiempos complicados donde el presente es difícil y el futuro parece
incierto. Muy incierto.
Sin
embargo, siempre nos queda el amor que será lo único que nos puede y nos debe
salvar porque: «Amar los límites de tu cuerpo ha sido comprender el mundo en
esta luz naciente» y de nuevo el poeta ilumina nuestro sendero y el amor por y
para la mujer, pero no sólo para ella, sino para un nuevo fruto, un fruto que
puede ser en mi caso un pequeño remolino de tres diminutos años cargados de una
energía que, esta sí, ya la quisiera el otrora citado Obama.
Relámpago,
luz, destello, tintineo, reflejo, sombras, todo esto se avizora en la ars
poética de mi amigo Juan Carlos, combinado con versos que nos dan un buen
augurio como el de: «En una visión tu sueño permanece intacto». Hay lluvia,
agua, humedad, sexo, sexos, saliva, besos, ahogado y memoria, memoria de la
desmemoria que quizá, y lo digo líneas arriba, estoy perdiendo.
El símbolo
de la casa desde Nagara está presente en la poesía de Juan Carlos; que
es refugio, que es el lugar al que regresamos, que es techo y guarida,
protección y sitio de reposo; ahora más que nunca, de reposo y de refugio para
los días de infección que nos ha tocado vivir.
No
podía falta el elemento mar y sus diversas connotaciones y relaciones con las
olas, anclaje, barco, barca, inmensidad, eternidad, azul, etcétera. Hay también
desnudez, cuerpos, fruición y, por supuesto, nacimiento. Sobre todo, hay
memoria, mucha memoria de esto, de aquello y de lo que vendrá. Y hay versos que
nos rompen el alma porque son certeros, son dardos cargados de veneno que traen
Covid-19 y nos destrozan cuerpo, alma, mente, espíritu como este de: «Aquí
navega el miedo como un enfermo» y es justo lo que hemos hecho, navegar leyendo
con terror el miedo de estar metidos hasta el tuétano, hasta la médula espinal
en esta jodida pandemia.
El
año 2020 no se va a olvidar, han muerto desconocidos y conocidos, famosos y no
famosos, han muerto miles de personas generando una ola de terror en el resto
de la población que no sabemos si estamos infectados o no, si esto nos corre
por dentro, nos corre por fuera o, simplemente nos corre y ni nos damos cuenta.
Al final: «Amanece. Una sombra abre el mundo». Esta dualidad que nos perturba
pero que es la chispa que nos mantiene porque: «En este caudal hay que andarse
a tientas» dice el poeta, y no tocarse el rostro, usar mascarilla, lavarse las
manos, untarse de gel antibacterial. Sanitizar que es una palabra que no existe
porque le tenemos un miedo terrible a desinfectarnos. No podemos usar
eufemismos.
Julio
trajo lluvia, agua, viento, nubes cargadas, se limpió el ambiente, se
desinfectó no se sanitizó, se desinfectó y ahí y así, justo ahí y así: «Escuché
tu voz y fuiste lluvia» y es una de las mejores imágenes que el autor me
hubiera podido regalar, porque literalmente me regaló su libro y, yo, en
contubernio le regalaré el mío porque definitivamente: «Dios no odia a nadie.
Corre. Juega. Habita esta casa a voluntad de mi madre y su rezo desbordado» y
yo y mi abuela materna, sobre todo mi abuela materna, rezamos de manera desbordada
para clamar por la salud de mi madre porque: «Amamos en silencio todo lo que
hemos perdido» pero si ha de ser, que sea una derrota del mar para purificarnos
en sus aguas y, al voltear la mirada al infinito, ver en aquella estrella a un
ángel que nos cuida desde el cielo.
Todo
esto se lo debo a aquél 13 de marzo de este año 2020, cuando Jericó,
llegó a mis manos. Gracias Juan Carlos, gracias poesía, gracias vida…
Por cierto,
julio trajo también la muerte de mi madre, el 19 no lo voy a poder olvidar…