Saturday, August 01, 2020

La magia de la poesía Parte III

Café exprés

La magia de la poesía
Parte III
 

 

La pandemia trajo consigo aislamiento social y muchas cosas más, al inicio era agradable quedarse en casa, salir del estrés del día a día del trabajo, de los maestros y los alumnos (que ya extraño sobremanera). Luego aquello se convirtió en un verdadero martirio, un suplicio y un volverse locos cargado de estrés, encierro, de pendientes, de muchos pendientes, correos interminables, lidiar con programas integradores, proyectos que no tenían pies ni cabeza, plataformas que no servían ni sirven para nada, internet lento, clases en línea, reprogramar las clases, en fin, sobre todo, correos, miles de correos que llegaban a diario saturando mi bandeja de entrada y todos requerían o tenían el subject de: URGENTE. UR-GEN-TE.

              Poco tiempo tenía entonces de acomodar mis libros, de buscar el poemario de Juan Carlos Recinos, de leerlo, es más, poco tiempo tenía de leer algo que a mí me gustara; todo se volvió leer para y por la academia (#QuéFeoYQuéTerrible), esa desdichada que a veces deja sinsabores porque ni soy PTC, ni pertenezco a ningún cuerpo colegiado o no, ni soy investigador, ni soy nada, salvo un soldado raso de la academia que gana un sueldo por debajo de lo medianamente asequible para vivir y sacar los gastos de la quincena y, ahora, pagando internet y luz, carísima luz y utilizando mis pocos aparatos para sacar adelante el llamado home office, pues no, no sale para el gasto… en fin.

              Del libro de Recinos ni sus luces, abril, mayo y la mitad de junio fue trabajar y trabajar y responder cada día todo el día, miles de correos sin ton ni son, sin ton ni son. Hacer la comida, cuidar al pequeño Richard, oír que el adolescente peleaba con los profes que se enseñaban dejando tareas kilométricas, viendo que mi mujer no tenía una computadora para trabajar asuntos del Museo Regional de Historia que, como la Universidad de Colima, todo lo pedía y lo pide de manera urgente, todo era de un día para el otro y todo estaba en la computadora de nuestro lugar de trabajo, no en nuestra única computadora personal que, dicho sea de paso, era la mía, una pequeña lap top del año 2011 que para este 2020 ya empieza a verse lenta, cansada, obsoleta, inservible… pero nos sirvió para sacar el trabajo y compartirla por turnos, mi mujer por la mañana, yo por la tarde… a veces yo por la mañana y ella todo el día porque así de tóxico se ha convertido su lugar de trabajo y de pronto el mío así lo era o así lo llegué a sentir: tóxico.

              Pero dicen que para todo mal mezcal y para todo bien también, a inicios de julio, como por arte de magia apareció Jericó (este pinche libro y esto de pinche lo digo con todo el respeto y el cariño que me merecen tanto el libro como su autor; pero este pinche libro tiene magia). Resulta que el pequeño de la familia en su afán por ayudar a acomodar los libros lo había subido a mi librero, donde tengo mi escritorio (que no he utilizado para tal fin, no lo he utilizado para ningún puto fin porque he trabajado en la mesa del comedor donde pongo todos los días mi oficina en la casa y todos los días la quito para poner la mesa y comer) y el libro cayó a la parte de atrás del librero y pues ni dios padre lo veía y si dios padre no lo veía, pues menos yo que a mi corta edad, ya empiezo a utilizar lentes para leer, así de grave estoy.

              Decía que Jericó tiene magia por la forma en que llegó a mí, luego la manera en la que lo perdí y posterior en la que lo encontré. Por esto todo esto que estoy narrando aquí, a todo esto, le he puesto de título a estos relatos: La magia de la poesía. Juan Carlos Recinos y yo cojeamos de la misma pata, el amor inconmensurable que le tenemos a nuestros hijos (él al suyo y yo al mío), fruto del trabajo y de estar tundiendo teclas a diestra y siniestra, quizá más a siniestra que a diestra resulta este poemario.

              Al abrir Jericó me topo con un autor maduro, lleno de luz en su camino y en su poesía, porque en el libro hay mucha luminosidad que se repite en cada verso, en cada poema, aunque también hay momentos de oscuridad y es que la vida es todo esto, claroscuros, momentos de ruido pero momentos también de silencio como en la música; notas, notas que son de cuatro, de dos, de un tiempo o de medio tiempo (corcheas) y hay fusas y semifusas, pero también hay espacios de silencio y hay bemoles y becuadros.

              En Jericó encontré mucha paz, paz que me hacía falta para continuar con estos días de pandemia; días de encierro que me han vuelto loco, con ataques de ansiedad (que yo no padecía y de insomnio), desesperación por el retraso en los pagos de la quincena que se han vuelto una constante en la Universidad de Colima, ataques de locura, de depresión por ver a mi madre enferma, casi inerte, postrada en una cama esperando el final (final que ya llegó ahora que publico esta última parte del texto).

El libro de Recinos me ha devuelto un poco de luz en este oscuro semestre, pesado, donde siento que las autoridades exigen y exigen y se la pasan pidiendo como para ver si uno trabaja o no. Claro que trabajo en mi casa, en calzones quizá y sin camisa (porque el calor está a todo lo que da), con mi cerveza quizá (porque es mi bebida favorita y, repito, el calor está a todo y mucho más) pero estamos trabajando y lo hacemos bajo un estrés que no tiene paradigma y, ahora, con el retraso en los pagos uno se pone a pensar en miles de cosas, cientos de cosas que están por venir y que no pintan nada bien.

              Pero dice este verso sacado del libro de Juan Carlos: «En esta casa, alguien trazará la nueva coordenada, el destino de este relámpago», como un presagio a los días por venir que, definitivamente, en casa y en el exterior van a ser bien diferentes gracias al Covid-19, tanto que ni siquiera hemos podido regresar a esa nueva normalidad de que tanto hablan en los medios de comunicación de nuestro flamante gobierno federal que ha servido para un carajo y que está cruzado de brazos viendo cómo México termina por caerse carajo.

              «Mi oficio es cantar lo que en ti soy» no sólo hace gala del maravilloso arte musical, pero qué hemos hecho en esta pandemia que no sea el arte, hemos declamado, oído música, leído, pintado, escrito, por todos lados nos decían que leer era una forma de pasar esta pandemia, vaya que lo ha sido. La lectura nos ha devuelto la cordura y sin embargo el artista es el mal pagado, el que se dedica a un ocio, el que no sirve para nada, no lo creo, cantar es mi oficio porque en ti soy. Y yo le canto a mi hijo y Recinos le canta al suyo, sí, lo sé, cojeamos del mismo pie.

              Más adelante del libro el poeta lanza una advertencia porque no, no hay conjuros «¿Reconoces el tiempo que habitamos?». En verdad lo y nos reconocemos en estos días extraños, tiempos complicados donde el presente es difícil y el futuro parece incierto. Muy incierto.

              Sin embargo, siempre nos queda el amor que será lo único que nos puede y nos debe salvar porque: «Amar los límites de tu cuerpo ha sido comprender el mundo en esta luz naciente» y de nuevo el poeta ilumina nuestro sendero y el amor por y para la mujer, pero no sólo para ella, sino para un nuevo fruto, un fruto que puede ser en mi caso un pequeño remolino de tres diminutos años cargados de una energía que, esta sí, ya la quisiera el otrora citado Obama.

              Relámpago, luz, destello, tintineo, reflejo, sombras, todo esto se avizora en la ars poética de mi amigo Juan Carlos, combinado con versos que nos dan un buen augurio como el de: «En una visión tu sueño permanece intacto». Hay lluvia, agua, humedad, sexo, sexos, saliva, besos, ahogado y memoria, memoria de la desmemoria que quizá, y lo digo líneas arriba, estoy perdiendo.

El símbolo de la casa desde Nagara está presente en la poesía de Juan Carlos; que es refugio, que es el lugar al que regresamos, que es techo y guarida, protección y sitio de reposo; ahora más que nunca, de reposo y de refugio para los días de infección que nos ha tocado vivir.

              No podía falta el elemento mar y sus diversas connotaciones y relaciones con las olas, anclaje, barco, barca, inmensidad, eternidad, azul, etcétera. Hay también desnudez, cuerpos, fruición y, por supuesto, nacimiento. Sobre todo, hay memoria, mucha memoria de esto, de aquello y de lo que vendrá. Y hay versos que nos rompen el alma porque son certeros, son dardos cargados de veneno que traen Covid-19 y nos destrozan cuerpo, alma, mente, espíritu como este de: «Aquí navega el miedo como un enfermo» y es justo lo que hemos hecho, navegar leyendo con terror el miedo de estar metidos hasta el tuétano, hasta la médula espinal en esta jodida pandemia.

              El año 2020 no se va a olvidar, han muerto desconocidos y conocidos, famosos y no famosos, han muerto miles de personas generando una ola de terror en el resto de la población que no sabemos si estamos infectados o no, si esto nos corre por dentro, nos corre por fuera o, simplemente nos corre y ni nos damos cuenta. Al final: «Amanece. Una sombra abre el mundo». Esta dualidad que nos perturba pero que es la chispa que nos mantiene porque: «En este caudal hay que andarse a tientas» dice el poeta, y no tocarse el rostro, usar mascarilla, lavarse las manos, untarse de gel antibacterial. Sanitizar que es una palabra que no existe porque le tenemos un miedo terrible a desinfectarnos. No podemos usar eufemismos.

              Julio trajo lluvia, agua, viento, nubes cargadas, se limpió el ambiente, se desinfectó no se sanitizó, se desinfectó y ahí y así, justo ahí y así: «Escuché tu voz y fuiste lluvia» y es una de las mejores imágenes que el autor me hubiera podido regalar, porque literalmente me regaló su libro y, yo, en contubernio le regalaré el mío porque definitivamente: «Dios no odia a nadie. Corre. Juega. Habita esta casa a voluntad de mi madre y su rezo desbordado» y yo y mi abuela materna, sobre todo mi abuela materna, rezamos de manera desbordada para clamar por la salud de mi madre porque: «Amamos en silencio todo lo que hemos perdido» pero si ha de ser, que sea una derrota del mar para purificarnos en sus aguas y, al voltear la mirada al infinito, ver en aquella estrella a un ángel que nos cuida desde el cielo.

              Todo esto se lo debo a aquél 13 de marzo de este año 2020, cuando Jericó, llegó a mis manos. Gracias Juan Carlos, gracias poesía, gracias vida…

Por cierto, julio trajo también la muerte de mi madre, el 19 no lo voy a poder olvidar…


La magia de la poesía Parte II

Café exprés

La magia de la poesía

Parte II

 

 Disculpen ustedes que ande fallando en ciertos datos (como el nombre del restaurante al que fuimos invitados en Tecomán por la maestra Isabel), pero es parte de la memoria o la desmemoria que viene con los años. O, tal vez, es lo bien que la pasamos y entonces, ese hecho pasa a segundo o tercer término. La cuestión es que no recuerdo el día de la presentación en Colima del poemario de mi amigo Juan Carlos Recinos y punto.

              Jericó se presentó en el poliforum Cultural Mexiac días antes de nuestra odisea, maravillosa, por cierto, de Tecomán. Como público que soy y asiduo a este tipo de eventos por y para acompañar a mis amigos (y a mis enemigos también, aunque no creo tener yo ninguno, pero creo ser enemigo de alguien y no sé por qué razón, pero ya es cosa de cada quien).

Decía que me gusta acompañar a mis amigos a la presentación de su nuevo libro, porque sé que le pusieron empeño, le dedicaron tiempo, esfuerzo, sacrificio, tesón y mucho más. Sé también que no es fácil publicar y menos en estos días. Y mucho menos en días de pandemia.

              Aquella ocasión traía la módica cantidad de 150 pesos, costo del libro, pero resulta que yo traía esa cantidad para vivir lo que restaba de la quincena (tuve que consultar con el propio Recinos la fecha de presentación de su libro, 9 de diciembre de 2019), así que todavía faltaban algunos días para el pago y, por obvias razones, no compré ese día el libro, me reservé para otra fecha. Además, entre Recinos y yo tenemos un acuerdo tácito de intercambio de libros, ello para no generar gastos económicos, yo le regalo mi libro y él me regala el suyo; así de fácil. Lo malo es que el mío lo tenía planeado para finales o mediados del año pandémico 2020. Sí, ese que lleva por título: Una antología fúnebre: Los muchos rostros de la muerte, agenda mortal.

              Abrir mi mochila y toparme con un ejemplar de Juan Carlos Recinos me dio mucho gusto, no sé en qué momento se le ocurrió la idea de deslizarlo en el interior, seguramente cuando andaba de moderador con aquellos chicos y chicas de Tecomán. Recinos vio la oportunidad, encontró cerca mi mochila y simplemente lo deslizó. Me agradó mucho encontrar el documento en el interior sin que yo me diera cuenta. Dejé el libro reposar en la mesa del buró, leí la dedicatoria y esperé al día siguiente para empezar su lectura.

              El sábado 14 de marzo me levanté a caminar. Leí que la pandemia empezaba a pegar fuerte en varios países, el caso de Italia era alarmante junto con el de España. Al regreso de mi caminata matutina en la que acostumbro a dar diez mil pasos, mi mujer me apresuró a ir al tianguis por las viandas de la semana, y ahí fuimos. El libro seguía reposando feliz en la mesa del buró…

              Las labores de casa son cansadas, ir por el mandado, lavar y acomodar la fruta y la verdura, más toda la actividad acostumbrada del sábado, es algo que ni Obama tiene y uno termina rendido más si a eso le agregamos la pequeña gran energía de un terremoto de tres años que es sumamente demandante y exige jugar los 365 días del año, bueno, este 2020 para colmo fue bisiesto, los siete días de la semana las veinticuatro horas al día, simplemente agotador.

Para terminar pronto ese día no leí nada. Los domingos los tengo destinados a ir a visitar a mis padres desde temprano y regreso tarde, por lo que tampoco leí nada. El lunes a las carreras me levanté para ir a la oficina y trabajar y por el trajín, olvidé el libro en la misma mesa del buró donde, seguro estoy, se reía de mí reposando feliz.

              Ese pequeño terremoto se dio a la tarea de esconder el ejemplar porque se me traspapeló y no lo encontré, el miércoles de esa semana, miércoles 18 de marzo cumpleaños de mi querida Mirna, se nos dijo que esto de la pandemia empezaría y que lo mejor era permanecer en nuestras casas. El libro se hizo ojo de hormiga, se esfumó, no lo encontré por ningún lado. La pandemia venía en serio y no había para dónde hacerse. Recuerdo que esa semana tuvimos severos contratiempos por muchas cosas; yo seguía en recuperación de un herpes zoster con que fui diagnosticado a mi regreso del Distrito Federal (odio el mote de CDMX) y de cuando en cuando sentía los dolores que me daban por dentro. El 24 de marzo fue mi cumpleaños y empecé a hacer mis videos para recomendar la literatura y a ciertos autores y autoras que en mi peculiar punto de vista no han sido leídos y leídas o que no se conocen mucho… del libro de Juan Carlos Recinos no había rastro, parece que la pandemia se lo había llevado o, así como llegó, así de fácil quiero decir, así de fácil también se me esfumó. Ni hablar.

              Para todo esto, en esos días nos estábamos cambiando a esta casa, donde ahora escribo esto, así que todo se nos juntó, el viaje a la FIL del palacio de minería, el cambio de casa, el herpes zóster y una incapacidad de siete días y luego esta bendita pandemia que nos tiene metidos en casa…

Esta historia continuará…


La magia de la poesía Parte I

Café exprés

 La magia de la poesía
Parte I

Fue el 13 de marzo de este año 2020. Estábamos, un grupo de escritores y escritoras, todos amigos y en sana convivencia, reunidos en la hermana ciudad de Tecomán. La maestra Isabel Martínez nos había hecho la invitación de estar presentes para platicar con un selecto grupo de chicos y chicas de secundaria; ellos y ellas, tienen a su cargo un proyecto muy noble que involucra a la literatura, el café literario: «Libros y café comunitario», proyecto que se desprende de su sala de lectura del mismo nombre. Lo que considero otro gran proyecto muy noble, sin duda alguna. Porque la maestra Isabel y yo nos hemos conocido en ese otro proyecto, del que somos o fuimos parte; un diplomado, del que, por cierto, a estas alturas todavía no sabemos si concluimos satisfactoriamente o no. Digo que son ambos son proyectos muy nobles porque se desprenden y desarrollan a partir del trabajo personal, no nos pagan por fomentar la lectura, al contrario, ambas salas tienen alumnado, la mía, habita, por lo pronto en las instalaciones del Museo Regional de Historia de Colima, en el Centro Histórico y la de la maestra en su escuela, en Tecomán.

              Ese día de marzo, antes de la pandemia, viernes 13 por cierto para quién cree en esas cosas, los chicos y chicas del taller: «Libros y café comunitario» sesionaron (por decirle de alguna manera) y el plato fuerte éramos nosotros, los escritores/as colimenses para hablar de nuestras obras, proyectos y las ganas de seguir escribiendo amén y a pesar de todo. El objetivo, transmitirles un poco o un mucho de esta pasión a ese numeroso grupo de adolescentes deseosos de buscar algo más que tragedias en su vida, algo más que un futuro incierto como a algunos les puede esperar.

              En la mesa, esa tarde calurosísima, por cierto, estábamos Jetzabeth Fonseca, Lía Llamas, Armando Polanco, Adín Valencia, Melquiades Durán, Juan Carlos Recinos y yo (dentro del público se encontraba Zeydel Bernal). Fue una tarde de reencuentro con los amigos/as escritores (desde ese día no los he vuelto a ver en persona por la contingencia sanitaria que, días después, nos volcó de lleno en nuestras casas y nos tiene guardados, sin vernos, sin platicar de nuestras pasiones, entre ellas, por supuesto, la literatura).

La imagen puede contener: 42 personas, incluido Alberto Llanes, personas sonriendo, multitud y exterior

              Cada uno/una habló de sus proyectos, de su técnica y obra. En mi intervención traté de ser muy breve porque ya había estado un viernes anterior con ellos. Aquél día regresaba de la FIL del palacio de minería en la Ciudad de México y esa tarde me moví a Tecomán para estar con ese grupo y la promesa de regresar días después con un selecto equipo de amigos y amigas escritores. Y, pues ahí estábamos. Me volví una especie de moderador del evento. El interés personal era que mis amigos/as participaran, pero más que eso, que los chicos y chicas ahí reunidos (en la biblioteca de la Casa de la Cultura de Tecomán) se atrevieran a preguntar, a charlar y que fuera un rollo un tanto más interactivo.

              Así que, a la mitad, justo a la mitad y luego de que cada uno de nosotros participamos, presentándonos con los chicos y chicas, hablando de nosotros mismos, leyendo un poco de nuestra obra, etcétera, tuvimos un breve receso donde nos convidaron unos panecillos deliciosos y uno o dos vasos de agua fresca. Al regreso del, vamos a decirle festín, ya no tomé mi lugar en el espacio designado para mí, sino que pedí el micrófono y pregunté a la amable concurrencia si había alguna intervención. Por un principio dudé que alguien se animara, pero estaba equivocado como casi siempre lo estoy. Tecomán es un lugar donde casi no llegan presentaciones de libros o eventos culturales, la gente, entonces, está ávida por algo más que calor, cocos, playa, limones y bañistas; y ahí estábamos nosotros para beneplácito (espero que así lo haya sido) de la concurrencia. De pronto vi muchas manos levantadas y allá me dirigí, micrófono en mano. Hubo preguntas para todos y de todo tipo. Las autoridades de la biblioteca regalaron cinco libros a igual número de personas que levantaran la mano y lanzaran una pregunta. Se agotaron súper rápido. Cada uno de los participantes, al ver esto, sacó sus libros y me los entregó para seguir regalando obra porque las manos seguían levantadas. Saqué de entre mi mochila parte de mis libros y también los doné. Se juntarían otros diez o quince libros. Muy generosos los compañeros y compañeras escritores que, sin cobrar, llegando de Colima, Manzanillo o, incluso, de mucho más lejos, estaban ahí, gustosos/as y, todavía, regalando sus libros.

              Hubo de todo, gente que enseñó sus dibujos, alguien que declamó poesía; Lía Llamas fue la que más fans tuvo y la que más preguntas respondió, quizá su voz de locutora atrapó a la concurrencia, quizá su sombrero llamó la atención o su manera de ser tan libre, directa, franca y sin caretas fue lo que atrapó al público juvenil y vaya que el público juvenil es exigente. Adín Valencia robó cámara y fue el que más fotos concedió, al final de todo esto «y los demás no nos podemos quejar», creo que nos fue muy muy bien con este público exigente que pedía una segunda parte de este evento, pero ahora en el jardín de Tecomán (proyecto que se quedó trunco como se han quedado muchas cosas y eventos por la situación que estamos viviendo a nivel mundial).

              Posteriormente, y como agradecimiento a nuestra participación, la maestra Isabel y la directora de educación y cultura del municipio Claudia Verduzco Anguiano, nos invitaron a comer-cenar. No quiero hacer muy largo este cuento que les estoy contando. Pero al finalizar el día, al regresar a Colima y dejar a mis amigos Armando Polanco y Lía Llamas (quienes me acompañaron de ida y vuelta). Pasé por mi mujer y mis hijos y nos fuimos a casa a descansar. El trajín había sido largo, agotador y cansado.

              Antes de despedirnos, como debe ser, a las afueras del restaurante del que no recuerdo su nombre, pero prometo que lo voy a investigar… intercambiamos firmas y libros, libros y firmas y una que otra foto, repito, como es costumbre. Sin embargo, y ya en casa, un hecho me asombró sobremanera. Al abrir mi mochila, en el interior, descubrí un libro de poesía que no era mío, vaya, que no había comprado yo, ni había intercambiado con el autor.

Me hallé con Jericó de mi querido amigo Juan Carlos Recinos.

              Y esta historia continuará…


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