Friday, December 16, 2011

Buen blog... a seguirlo

http://diadelcalenton.com

Mundo loco

Va la colaboración de Juan Villoro...



Onetti pensaba comenzar La vida breve con una frase oída al azar acerca de los absurdos del destino: "Burdel de Dios", pero los editores no se atrevieron a incluir esa expresión con aire de blasfemia. En la primera línea de la novela, una voz sin nombre dice: "Mundo loco".

Aunque la frase perdió carga transgresora, introdujo de mejor manera a un escenario desastroso que a fin de cuentas puede sobrellevarse. Los defectos del mundo rara vez nos llevan a abandonarlo.

La imperfección suele percibirse como algo muy localizado (en otra parte estaríamos mejor). Al mismo tiempo sabemos que está bien repartida (en otra parte estaríamos peor). Cada susto se relativiza con otro.

El sábado pasado, poco después de las nueve de la noche, caminaba en Brooklyn por Franklin Avenue cuando escuché disparos a muy poca distancia. Me volví por un segundo: vi las sombras de tres cuerpos corpulentos, realzadas por gruesos abrigos. Sólo un objeto se perfilaba con nitidez: una pistola.

A unos pasos estaba una lavandería. Entré ahí con otras personas. No había dónde refugiarse. Las lavadoras se extendían en dos hileras sin dejar huecos. El único sitio seguro era el de la ropa, pero entrar por esas portezuelas exigía pertenecer al circo chino. Nos vimos las caras en silencio. La mitad de los presentes sostenían bandejas con calcetines y camisas; tal vez por estar ahí con un fin práctico tenían rostros más tranquilos que los de quienes sólo sosteníamos nuestro miedo.

Alguien mencionó un bar que se había vuelto problemático y lo peligroso que era ese tramo de la calle. Brooklyn se había pacificado en los últimos años, pero nunca se puede estar seguro de nada. Mundo loco.

Mientras esto sucedía, en la Ciudad de México temblaba. Mi familia había ido a una reunión en Villa Olímpica y mi hija jugaba a las escondidas en el jardín. Le tocó ocultarse cuando ocurrió el sismo. No sintió nada especial, o nada más especial que la emoción de estar sola, dispuesta a no delatar su presencia. Los demás niños supieron que pasaba algo importante y el juego se suspendió, lo cual quiere decir que Inés dejó de ser buscada. Su madre, que estaba en uno de los edificios, bajó por ella y comenzó otro equívoco: mi hija creía que el juego seguía en curso y perfeccionó su ocultamiento; mi esposa la buscó con creciente angustia, entendiendo la desaparición como una consecuencia del terremoto.

Inés pensó en la posibilidad de que no dieran con ella. Planeó hacer una camita con hojas y trató de recordar el sitio donde había una toma de agua. Ya era de noche. Dormiría como Robinson Crusoe. Tardaban tanto en localizarla que seguramente había ganado el juego. La recompensa, sin embargo, era la soledad.

Mientras tanto yo seguía en el falso escondite. Ofrecíamos un blanco seguro. La lavandería semejaba un acuario iluminado en exceso, hecho para mostrar especímenes que no saben moverse. Mi esposa dio con Inés antes de que la desesperación fuera total. Mientras tanto, ya abandonaba la lavandería. Me dijeron que si doblaba en la siguiente calle entraría a una zona más tranquila. La violencia estaba claramente demarcada. En Estados Unidos el caos tiene reglas. En la esquina, una patrulla avanzaba al sitio del delito.

Una vez a salvo, pensé en la suerte de que mi familia no estuviera conmigo. Pero no hay mundos perfectos, no en éste.

Iba por primera vez a casa de unos amigos. Ninguno era mexicano. No había noticias del terremoto. Al día siguiente supe lo que pasó con mi familia. Recordé mi infancia, que en buena medida transcurrió en la calle. Cuando anochecía, mi madre se asomaba a decirle a un vecino: "Si ves a Juan, dile que ya vuelva". A la distancia, me sorprende la tranquilidad con que se renunciaba a buscar directamente a un hijo. Alguien lo encontraría. La ciudad estaba en orden.

Obviamente también entonces el mundo incluía peligros. La mayor diferencia es que los niños conocíamos el camino de regreso. Hoy son llevados de un sitio a otro. Saben en qué hueco, en qué rincón, en qué lugar están. Pero alguien debe llevarlos de ahí a su casa. Para alguien de 11 años, encontrar su camino entre las torres y los prados de Villa Olímpica para recomponer después la ruta a casa es una hazaña digna de un precoz Ulises citadino.

"Eran tiempos difíciles, como todos los tiempos", escribe Dickens. Acaso incurrimos en una imaginativa nostalgia al suponer que hubo grandes seguridades anteriores. Mi abuelo se embarcó como polizón a México a los 13 años y padeció indecibles rigores. Sin embargo, la inseguridad contemporánea nos hace pensar que incluso en las circunstancias más extremas la noción de estar a salvo tenía más sentido en el pasado. Hay una erosión esencial de esa confianza. "Burdel de Dios" es un reclamo teológico. "Mundo loco" expresa un sinsentido sin causa.

Y sin embargo, como los atribulados personajes de La vida breve, sobrellevamos la calamidad, ya sea en compañía de unos desconocidos que sostienen calcetines que no hacen juego o en la soledad donde una niña convierte el hueco de un jardín una habitación.

Monday, November 28, 2011

Adios, Daniel




Por: Juan Villoro


Conocí a Daniel Sada a fines de los años setenta, cuando escribía su novela Lampa vida. Aún conservaba el cuerpo atlético del futbolista que fue pretendido por el Cruz Azul y el Atlético Español, y al que muchos años después vi hacer los prodigios lentos que otorgan gloria a las canchas de los jubilados: hacía que el balón girara sobre su propio eje.
Cuando nos encontramos por primera vez, él trabaja en un negocio conectado con el transporte de verduras. Hablaba de mercancías con el gusto por el detalle y la clasificación que mostraría en el estudio de la retórica.
Los alumnos que se beneficiaron de sus talleres conocieron su inaudita capacidad para entender la Forma literaria. Su capacidad de análisis pasaba del texto a otras artes. En una ocasión vimos una película de los hermanos Cohen. Cuando las luces se encendieron, Daniel transformó una historia de misterio en una mitificable tragedia griega.
La estructura narrativa representaba para él una construcción en movimiento, sometida a severas tensiones estratégicas. No es casual que fuera un estupendo ajedrecista. Pero el deporte que mejor dominaba era el béisbol. Muy a su manera, lo entendía como un complejo sistema acústico. Le bastaba oír el contacto del bat con la pelota para diagnosticar: "fly al jardín central".
Jamás le vi un asomo de pedantería y jamás le oí un comentario que no fuera profundo. Incluso sus disparates eran enseñanzas. Nacido en Mexicali, en 1953, conocía a fondo la frontera norte. Yo estaba preparando una crónica del tema y quise hablar con él. Me invitó a comer a un cabaret, propiedad de la giganta desnudista Lin Mei. A esas horas no había espectáculo, éramos los únicos parroquianos y se podía hablar con calma. Le pregunté cuál era el principal vínculo entre las fronteras de México y Estados Unidos. "La comida china", respondió en el acto.
Durante un tiempo dio un taller de haikú en Tijuana. Solía recitar esta inocente proeza de una alumna: "Ola que viene/ Ola que va/ ¡Hola, qué tal!".
Su literatura es una arriesgada oportunidad de decir las cosas de otro modo. Como Onetti o Lezama Lima, Sada fue incapaz de escribir una frase literal. Trabajaba durante horas, dejándose llevar por el ritmo interior de las frases, estableciendo un contacto tan directo con el lenguaje que en alguna ocasión le exigió estar desnudo.
Mientras la mayoría de los autores renunciaba a la voluntad de estilo y se conformaba con una prosa utilitaria, Sada desplegaba un lenguaje feraz, la selva de significados donde crecían sus desbordadas invenciones. Fue il miglior fabbro, el más fino artífice de mi generación.
Incluso sus obsesiones con el dinero se explican por esa obsesión estética. Joyce veía una correspondencia entre el torrente de sus palabras y las excesivas propinas que dejaba. En un mundo barroco, de derroche de las formas, Sor Juana fue, apropiadamente, la tesorera de las monjas jerónimas. Las tramas de Balzac le deben mucho a la manera en que el dinero se desplaza o deja de hacerlo. La literatura es una economía en circulación.
Aunque no me gustaba participar en las largas disquisiciones de Daniel sobre préstamos, deudas y editores, acabé por entender que eso formaba parte de su poética, siempre necesitada de abundancia. Si un personaje de Rulfo pide "algo de algo", el vendaval narrativo de Sada exige "todo de todo".
El neobarroco de Carpentier, Sarduy o Lezama Lima se suele asociar con la vegetación cubana. Sada hizo algo equivalente en tierra seca. Poeta del desierto, llenó el vacío de exuberantes frases largas. Dos tempranas influencias marcaron su escritura: el romance español y la canción ranchera, es decir, el octosílabo. Así como el Burgués Gentilhombre de Molière descubre que habla en prosa, los hispanohablantes de pronto descubrimos que respiramos cada ocho sílabas. Un título de Sada se ajusta a esta métrica, tan natural que suele pasar inadvertida: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Lo interesante es que todas las páginas mantienen el compás. Sátira sobre un fraude electoral en el desierto, la novela es una catedral del idioma. Basta leer unas frases para adiestrarse en esa lengua y disfrutarla como un dialecto aprendido en secreto.
Maestro del oído, Sada conocía todas las canciones compuestas para no morir de amor. En Guadalajara lo vi dejar sin repertorio a un mariachi y celebrar su triunfo cantando La flor del capomo.
Su complejidad puede ser enormemente divertida. Por otra parte, sus textos más sencillos, como Una de dos, transmiten una misteriosa elocuencia. Su novela Casi nunca, que obtuvo el Premio Herralde, marca un perfecto punto de equilibrio entre el artista barroco y el espléndido contador de historias que fue Daniel Sada.
Cuando estaba contento comentaba: "Me siento como perico en alfombra". La metáfora es perfecta: la alegría es una comodidad extraña.
Luego sonreía como un Buda benévolo, convencido de que las palabras mejoran el mundo.
En la arena, Sada creó un resistente espejismo. Fue fecundo donde no había nada. Llegó a un desierto y dejó un bosque.

Friday, November 25, 2011

El coño de las secretarias






Para Juan Manuel de Prada.


Margarita tiene el horario estricto. Por las mañanas va a la oficina a las ocho y media de la mañana, porque el reloj-checador no falla, y como Margarita tiene el horario estricto lo demás lo tiene igual.
Margarita sale de su lugar de trabajo a las dos de la tarde. Va a su casa porque a las cuatro y media tiene que estar de vuelta en la oficina para salir a las ocho de la noche.
Entonces, Margarita tiene todo bajo estricto horario. Va al baño a las tres y media de la tarde. Come a las dos y media y así, Margarita hace todo mecánicamente y de lunes a sábado.
El café para el jefe tiene que estar listo a las nueve y media de la mañana, y con dos de azúcar.
La ropa también la usa bajo estricto orden semanal.
El lunes lleva la blusita amarilla que combina hábilmente con la tanga del mismo color.
El martes le toca en turno al azul turquesa, que nuestra hábil secretaria combina perfectamente con la pantaleta del mismo tono.
El miércoles tiene que llevar la blusa blanca, que Margarita combina con las braguitas de encaje del mismito color que la blusa sin mangas y escote súper sexy al frente, mismo que deja a la vista del jefe el lunarsazo en un globo de uno de sus pechos.
El jueves es para el tono caqui, que Margarita no paró, hasta conseguir un braga del mismo tono.
El viernes Margarita se aparece de color negro y va libre de toda tanga, braga, calzón o como quiera que se le llame (el color negro del coñazo contrasta con el color que le toca llevar ese día).
En tanto el sábado, como nada más trabaja medio día, puede incluso ir de sport, o como quiera, porque en la tarde le toca ir, como todas las tardes de sábado, al cine.
El jefe de Margarita se dio cuenta de que el viernes la mujer no llevaba calzón un día de dictado en sus piernas, y cuando él empezó con sus toqueteos aquí y allá.
Margarita nada más se dejaba hacer, tocar, abrir.
Abre entonces las piernas (y por ende el coñazo) y el jefe puede, con manos libres quiero decir, maniobrar a su antojo y al de Margarita en ese coñazo coqueto que lleva presumiendo por aquí y por allá y por acullá.
Los textos que el jefe le dictaba terminaban en el triturador o, simplemente, nunca llegaban a su destinatario, pero eso sí los dedos, medias y muslos de la muchacha quedaban húmedos de los líquidos propios.
Ni qué decir cómo quedaba el coño ese día que la bella secretaria iba sin nada más que la mini.
Pero ella, con tal de recibir cada semana su pago puntual se dejaba tocar. Aunque el viernes el jefazo se pasaba literalmente de la raya y le penetraba ese suculento manjar con un lápiz de la marca Berol del número 2 y ½ , porque Margarita ese día, iba libre de ropaje interior.
El coño de Margarita, abultado por antonomasia, abierto todos los viernes, extrañaba el sábado el lápiz de la marca Berol y del número 2 y ½.
Coño precioso y preciso el que tenía Margarita, la secretaria en cuestión (como tenía todo lo demás, bajo estricto orden de tiempo y días).
Por eso, cuando Margarita no iba a la oficina (que era nada más el domingo, sábado por la tarde o cuando se enfermaba), se pasaba todo el santo día (de asueto por decir lo menos), libre de linchamientos, de humedades, de toqueteos y de objetos dentro de ese magnífico y coqueto coño. Aunque Margarita, en el, ahora sí literal sentido de la palabra, los extrañara en el fondo, muy en el fondo de su ser.

Escritorio 3

Escritorio 2

Escritorio 1

Wednesday, November 23, 2011

Las tremendas aventuras de la Capitana Gazpacho

Escafandra


Alberto Llanes


Es importante dejar descansar un espacio y yo lo había hecho. Dejé reposar esta columna porque creo que es sano que un escritor se aleje del escaparate y vea las cosas con perspectiva. Es mejor eso a un escritor necio que tiene que estar dale y dale (tundiendo el teclado) y sale con lo mismo siempre, que el gobernador, que el rector, que el diputado blablablá…
La intención era retomar este espacio hasta el próximo año, año apocalíptico a decir de los Mayas. Sin embargo, no lo pude evitar y así como he criticado el teatro y las actividades culturales en el estado, también hay que aplaudirlas cuando valen la pena, como en este caso.
Resulta que, ¡por fin! me presenté en el teatro Hidalgo para ver la puesta en escena de Las tremendas aventuras de la Capitana Gazpacho, y digo por fin ya que había quedado muy mal con parte del elenco que me invitaba a verlos y no iba, incluso Aurorita, Nury (eternas y entrañables amigas de mi loca juventud) e Isabel Balboa a saber quién más, me decían que si yo nada más iba a ver lo que hacía Jaime Velasco; y creo que me lo decían con razón pues cancelé la ida al teatro en varias ocasiones pero aclaro, no era porque yo quisiera, situaciones ajenas a mí me obligaron a hacerlo. En fin, dicen que pretextos hay muchos y no quiero caer en ese juego.
Así que el viernes 18 de noviembre me presenté en el teatro dispuesto a ver la obra, cuando llegué, vi que un buen amigo César Anguino, iba corriendo tratando de llegar a tiempo a la función pero… (Faltaba todavía media hora para que empezara aunque conociendo a César pensé que se le había olvidado la hora y corría para llegar puntual).
El escenario del teatro Hidalgo me parece maravilloso (a no ser por lo incómodas que están las bancas, unas detrás a las otras y se pone complicado salir). Ubiqué al buen Anguiano y me senté a su lado para disfrutar el evento; en la entrada, Héctor Castañeda (director de esta magnífica obra), me permitió el pase junto con mi acompañante sin necesidad de pagar los 50 pesos de cuota que hubiera pagado sin reparo alguno. Hay que ser considerado con el teatro y con quienes lo hacen para que sigan presentado obras de calidad. Cierro el comercial y sigo.
Me dio gusto ver a Coty Campos (otra magnífica actriz de teatro que tiene este estado) y todos juntos nos sentamos en la misma fila para disfrutar del teatro, claro, todo esto, enmarcando los 35 años de existencia del Centro de Educación Artística Juan Rulfo, mi escuela, jamás digo que soy exalumno de ahí, sino que digo que soy y seguiré siendo gente y alumno Cedart porque aún (aunque ya no frecuente tanto la escuela como antes), aún me siento parte de ellos y ellas. Total.
Se apagaron las luces y comenzó la función. ¿Se vale decir que siempre que se apagan las luces acostumbro manosear a mi novia y ella hace lo mismo conmigo?, bueno, no estamos aquí para delatar intimidades.
La Capitana Gazpacho pronto se posicionó del escenario y comenzó a dar órdenes a un Huitznáhualt que, en un barco, hacía de todo. Nelly Magaña es la Capitana y yo, sin quedar bien con ella ni nada que se le compare, la veo actuando bastante bien desde obras anteriores, baste recordar su personaje en Puerco Espín y su cantaleta de ¡¡¡Feliz, Feliz no cumpleaños!!!, y claro, su actuación de sirvienta en La lección junto con Coty Campos, maravillosas las dos (las dos actuaciones y las dos actrices y las dos obras, claro está).
Posterior salta a escena Isabel Balboa, gran gran gran amiga desde hace tiempo, también le he conocido actuaciones maravillosas y dirección en trabajos anteriores y aquí no me dejó mal, así que sé de su calidad en el escenario y su pasión con que salta a escena que, junto con Aurora Rangel le dan una peculiar sincronía (asimétrica) a sus personajes de hermana y hermana, la una muy patriota tomadora de té puntual y la otra apasionada del amor peliculero (por no decir de películas palomeras) que ve en el cine esperando que se le haga realidad en la cotidianidad en que vive. ¡¡¡Ahhhhh!!!, el amor, el amor, el amor…
Iván Quiroz y Nury Sandoval hacen acto de presencia después. Iván, enfundado en un personaje arrogante, gañán, trata, literalmente, con la punta del zapato a Nury quien acepta su posición o destino o qué sé yo y en ratos cachondea con la Capitana Gazpacho jugando a las lenguas de gato, en tanto su esposo, personaje de “El negrito” como le decimos de cariño a Iván, se la pasa durmiendo la mona y madreando por casi ningún motivo a Nury (perdón que no recuerde el nombre de los personajes que interpretan pero yo traía mi programa y en el barecito de La puerta, lo perdí, quizá en el futbolito, prometo volver a ir a ver la obra para tener otro programa conmigo y esta vez no lo olvidaré).
En fin. Entre carcajadas, buena actuación, mucho movimiento, un script súper original y una dirección bastante acertada de parte del buen amigo “Toto” Héctor Castañeda, Las tremendas aventuras de la Capitana Gazpacho, recorren y surcan los mares para llegar, como un viejo caballero andante pero en dama y capitana de un barco, a toparse con seres que viven en otra cosa (me dan la impresión a veces que en otra dimensión y se encuentran y surge la comedia de enredos, donde se espera otra realidad, una conquista que los haga salir del trajín diario en el que viven, donde están inmersos y donde Isabel toma té y patriotiza sin ton ni son, y cuando se ve perdida llama puta puta puta a su pobre hermana que no ha probado siquiera caricia de hombre más lo que ve en una pantalla.
O el Lacayo (Jorge), personaje que hace Hutznáhualt es el que viene a romperle el esquema a la hermanita indefensa que es llamada puta cuando lo virginal se le nota a kilómetros y las cinco de la tarde, hora del té, se pierden o se las roba alguien (Lacayo) y tienen entonces que brincar de las cuatro a las seis y las cinco simplemente dejan de existir.
La Capitana Gazpacho le rompe el esquema a una Esposa sufridora (papel que interpreta de maravilla Nury Sandoval) y le pone el amor en sus narices, en tanto cuida el sueño de su marido y pide un cerillo para suicidarse; la cachondería, lo perrita, salta en el escenario cuando la Capitana Gazpacho, como un Don quijote, se enamora de “esa cosa”, esa cosa que es Dulcinea.
El juego con obras clásicas como Esperando a Godot, es maravilloso, no sé si así es el diálogo original, pero si no, es un acierto magnífico del director. Como magnífico también es el regreso a los ochenta cuando jugábamos al Mario Bross y los personajes empiezan a moverse con esa fruición del juego de Nintendo por todo el entramado con ese movimiento que aceleraba y desaceleraba al buen Mario y Luigi Bross.
No sales de una carcajada cuando entras a otra, creo que el público, así como yo y mis amigos y Mirna Bonós (mi compañera) disfrutamos mucho la obra. Lo que me preocupaba era que sonara por ahí un celular impertinente, porque es algo que todavía no apruebo del público colimense, que a media actuación suene un puto teléfono celular con una melodía horrible y perturbe la obra que estamos disfrutando.
En el intermedio, la intervención de un buen amigo (Noé Guerra) para hablar del Cedart y la cosecha de actores y personajes renombrados que han surgido de esa escuela en 35 años de vida, pero se le olvidó mencionar, aunque no era alumno de ahí pero sí pilar del Cedart Colima y de varios más, al buen Miguel Ángel Cuervo Romero, mecenas de muchos artistas colimenses.
Enhorabuena Puerco Espines, esperemos más y todavía mejores obras. El aplauso de pie y el regusto quedó esa noche. Después, cada uno (por lo menos así lo he hecho yo), pensamos en cada uno de los personajes y su forma de ser, aquí nada más doy una pincelada, pero quedan muchas actitudes por resaltar.


PUBLICADA EN AFmedios.com

Friday, November 11, 2011

Que me quedo callado

No es cierto...

Hoy jueves, se llevará una lectura de obra literaria en el conocido bar “La Trova”, ubicado en la calle Revolución del Centro de la capital, la cual dará inicio a las 9:00 de la noche con la participación de jóvenes escritores colimenses que se darán cita en esta velada organizada por el Gobierno del Estado a través de su Secretaría de Cultura.

Dicho evento forma parte de las actividades del grupo literario “Mosaico de Voces” que ha refrescado el escenario literario para los jóvenes y contará con la intervención de algunos de los más talentosos y prometedores escritores juveniles como Woendoline Hernández, quien además de ser restauradora en el Centro de Formación y Producción de Artes Gráficas de Colima “La Parota”, invierte su tiempo en la literatura, incursionando de manera exitosa en la poesía y en la narrativa, al igual que María Gay y Miguel León Govea, ambos estudiantes de la Licenciatura en Letras Hispanoamericanas de la Universidad de Colima, quienes han publicado en los principales suplementos culturales de la entidad, y además han demostrado su calidad como escritores en importantes eventos como el II Festival de Poesía en Manzanillo, como es el caso de León Govea y en importantes encuentros poéticos en entidades como Nayarit por parte de María Gay.

Asimismo, Ramiro Santana y Néstor Cruz compartirán con los asistentes en este bohemio establecimiento algunas de su más recientes creaciones, ya que además de ser talentosos en diversos géneros literarios son parte de una revista denominada “A limine” apoyada por la Secretaría de Cultura, labor que han combinado con sus estudios de Filosofía y Letras hispanoamericanas, respectivamente.

Una velada interesante, fresca y dinámica son algunas de las cosas que promete este encuentro literario con un ambiente musical y bohemio que seguramente será del agrado del público colimense.

Sirenas

Dicen que las sirenas usan como jabón a cierta especie de pez. Particularmente el Kare-kane, que deshova en el Río Amarillo. Sus crías, del mismo color, parecidas a un pedernal puntiagudo, son transportadas por las corrientes marítimas hasta llegar al Pacífico. Luego cruza el Canal de Panamá por entre buques y cargueros y llega al Atlántico, al Mar de los Sargazos. Ahí se alimenta, crece hasta que su piel pinta tres líneas que apunta hacia sus ojos, y se reproduce, generalmente entre abril y mayo, cuando tritones enviados por Neptuno colectan cardúmenes.

Ellas pisciformemente se dejan remorear por los Kare-kanes al caer la tarde, para que el sol tinte sus cabellos. Ellos les mordisquean cariñosamente los pezones y ellas ríen, se sonrojan. Luego, el Kare-kane mira fijamente a la sirena, como si quisiera enamorarla y comienza a emitir una tonada en determinada frecuencia hasta agonizar y si algún perro llegara a escucharla ladraría, encantado de contento. La melodía entonces paraliza a la sirena y restira su piel. Ellas besan al Kare-kane para infundirle un poco de vida: es necesario llevarlo al agua dulce, a un río, a una poza, a un charco. La carne de los Kare-kane muertos se transforma en arena y su esqueleto de oro es ocupado como peine por ellas.

Aquellos que han atrapado un Kare-kane los encierran en una bola de cristal para lavarse el cuerpo, el alma, los ojos con los restos del pez muerto. Dicen que quita el mal de ojo. Que elimina las bacterias. Que deshace las arrugas. Que su perfume supera a una caricia. Que luego del baño se terminan las penas y el mal de amores y que quien consume dos espinas de su esqueleto puede vivir sin comer durante cuatro años. Pero es sumamente adictivo. Tanto como la belleza, como el canto, como la mirada profunda, océanica de una sirena.

Wednesday, March 09, 2011

Tomado del Blog del maestro Vega.


Por Guillermo Vega Zaragoza


Para Kenny y Anette.


Ese sábado se levantó hasta tarde. No se bañó ni se rasuró y se dedicó a ver películas en la televisión. Las cajas de pizza y los botes vacíos de cerveza se arremolinaban a un lado de la cama. Hasta que a eso de las siete de la noche sonó el teléfono. Dejó que contestara la grabadora. Reconoció la voz de Verónica: "No te hagas, ya sé que estás ahí. Arréglate y lánzate a la casa. Por ahí te traes una botella de ron y unos hielos, porque creo que no va a alcanzar. Apúrate. Te esperamos mi prima y yo". Entonces se acordó de la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga. Se le había olvidado porque desde el principio no tuvo intención alguna de asistir. Tenía buenas razones, por lo menos para él.

—¿Ya ves cómo eres? —le había insistido Verónica—. Sí, es cierto, la invité, pero por puro compromiso. Después de todo sigue siendo mi jefa. Es más, a lo mejor ni va, ándale.
—No, no es por ella. Sabes que ya no me importa.
—¿Entonces?
—Me aburren las fiestas, no sé bailar —prefirió mentir.
—Además te voy a presentar a mi prima.
—¿Y?
—24 años, sin novio.
—Bueno, a lo mejor...
—Conste, te esperamos.

A las ocho en punto tocó el timbre del departamento de su amiga y, efectivamente, lo esperaban Verónica y su prima, porque no había llegado nadie más.

—¿Qué pasó? —dijo, mientras le extendía a su amiga la bolsa con hielos y la botella.
—Ya no tardan en llegar.
—¿Trajiste discos? — preguntó Verónica mientras se encaminaba a la cocina.
—No me dijiste.
—Hola —saludó la prima: cara angelical, ensortijado cabello negro, minifalda gris y entallado suéter rojo. ¿Cómo era posible que esta reina no anduviera con nadie? Es que no tiene tiempo, le había dicho Verónica, trabaja mucho y tiene que cuidar a su mamá que está muy enferma—. Creímos que ya no venías.
—Pues aquí estoy ya —dijo él, y no volvió a abrir la boca, más que para darle el primer trago a la cuba que le sirvieron.

Como un siglo después, sonó el timbre y llegaron más invitados, que él no conocía ni tenía por qué conocer, pues por eso no iba a fiestas, porque no le gustaba conocer gente. Saludó con un gruñido a los que se dieron cuenta de su escondite en un rincón de la sala, junto al tocadiscos. Se dedicó entonces a revisar la magra colección musical de la casa. Pura basura. Mejor sintonizó una estación de radio y nadie protestó, pues todos estaban platicando muy animados, hasta que unas botanas y unas cubas más tarde, la angelical prima, hecha toda una sonrisa y acercándose mucho a él, le recordó que se trataba de una fiesta.

—Ponte algo para bailar, ¿no?
—No hay mucha música —le informó.
—Por aquí hay algo —dijo ella mientras se inclinaba para buscar un disco. Las piernas de ambos hicieron un leve contacto. Entonces pudo oler su perfume, delicado y dulce. Apuró el último trago de la segunda cuba.
—Ahorita regreso, voy a servirme otra en lo que encuentras el disco.

En el desorden de la cocina se encontró a Verónica.
—¿Ya ves? Te dije que no iba a venir la Innombrable. ¿Qué te parece mi prima? —dijo, mientras acomodaba las botanas en un platón—, ¿a poco no está guapa?
—Ajá —dijo él, mientras se servía un poco más de ron en el vaso. Regresaron a la sala.
—Ya lo encontré —le dijo la prima, mirándolo fijamente y le dio el disco—. Pon la tercera canción, por favor, ¿sí?
En cuanto se escucharon los primeros compases, como si de repente sus asientos estuvieran ardiendo, todos los invitados se levantaron y se pusieron a bailar con singular animación.

De repente se dio cuenta que la prima bailaba con un tipo alto, blanco, de pelo castaño, con camisa floreada y la cara llena de barros, que se contorsionaba como electrocutado. Apretó el vaso, entrecerró los ojos y apuró la cuba de un trago. Se dirigía otra vez a la cocina cuando terminó la canción.

La prima dejó por un momento al súbito acompañante y se acercó de nuevo.
—¿Te puedo pedir otro favorzote? —le dijo, entornando los ojos y remojándose los labios.
“Rescátame de ese imbécil”, hubiera preferido que fuera la petición, pero en su lugar escuchó estas palabras:
—Sigue poniendo los discos.
Desde la estupidez más espantosa, sólo atinó a decir:
—Pero no sé qué música les gusta para bailar.
—No le hace, yo te voy diciendo —y nuevamente se acercó a él, mirándolo fijamente a los ojos.
—Deja servirme otra cuba.
—Sírveme una a mí también —dijo ella, secándose el sudor sobre el labio con una servilleta—. Con el baile ya me acaloré.

Regresó de inmediato, le dio el vaso y miró cómo diminutas gotas de brebaje se aperlaban en sus labios. Obediente, se dedicó a poner la música siguiendo las instrucciones de la prima, mientras seguía bailando con el barroso imbécil.

—¿Cómo vas? —se acercó Verónica, contoneándose al ritmo de la música.
—¿Quién es ese lobotomizado? No ha dejado de bailar toda la noche con tu prima —dijo, tratando de ocultar, sin éxito, su malestar.
—¿Apenas la acabas de conocer y ya estás celoso? —dijo Verónica sin dejar de moverse—. Esa es buena señal. Es un amigo con el que ella siempre ha querido andar, pero parece que ella no le gusta a él.
—¿Le gusta ese retrasado? —dijo y apuro un trago para completar—: La verdad no sé quién está más idiota: si tu prima por sentirse atraída por él, o él por no hacerle caso a tu prima.
—Así es siempre, ¿no? Uno quiere pero el otro no. Ya ves lo tuyo con la Innombrable... —dijo Verónica. Entonces se dio cuenta del error que había cometido y que la comparación no venía al caso. Quiso componerle, pero ya era demasiado tarde. Se desató la perorata.
— Eso fue diferente —dijo él—. Lo nuestro se había ido al carajo desde el principio, pero ella se aferró a que yo cambiara, hasta que encontró a otro pendejo que sí hiciera todo lo que ella quería. Lo peor de todo es que ella esperó hasta ese momento para embarrarme en la cara todo lo hijo de la chingada que había sido con ella y todo lo maravilloso y perfecto que era el idiota que ahora la soporta. Y todavía se aventó la puntada de decirme que ojalá, cuando yo tuviera otra pareja, los cuatro nos juntáramos para cenar, ir de paseo o a un concierto. Yo todavía no llego a tal grado de civilidad, donde puedo convivir tranquilamente con el nuevo galán de mi ex mujer. Ya me imagino, platicando con él:. "Ah, sí, a ella le gusta así, ¿contigo no lo hacía de a perrito? Qué raro, ahora le encanta". Hija de la chingada.

Se le había soltado la lengua, señal inequívoca de que ya estaba borracho. En su juicio no le gustaba hablar de ella, por eso le decían la Innombrable. Hacia más de un año de que lo había dejado. Para acabarla de amolar, trabajaban en la misma oficina. Él primero pidió su cambio, pero aún así no resistía verla. Hasta que finalmente renunció y consiguió otro trabajo. Pero su vida se había vuelto predecible y monótona. No veía a nadie, se la pasaba solo, encerrado en casa. Hasta ahora, que Verónica creyó que ya era tiempo de que se distrajera y conociera otras personas. Pero evidentemente los recuerdos todavía hacían estragos.

Terminó la canción, el hombre barro se despidió de la prima y se fue. Ella se quedó sola un buen rato, sonriendo y disculpándose amablemente con quienes la querían sacar a bailar. Él la observaba desde su trinchera de alcohol, allí, sentada, con la espalda muy derecha, los pechos bellos y desafiantes, las piernas cruzadas, evidentemente triste porque el imbécil se había marchado. Entonces lo asaltó la idea: ¿Por qué no? Podía sacarla a bailar, a estas alturas de la noche ya nadie se iba a fijarse si sabía bailar o no. Además, estaba seguro que con unos alcoholes encima se volvía más chispeante y desenvuelto. Cuando, por fin, decidió acercarse a la prima, ésta se levantó y se dirigió al baño, dejándolo en la más profunda orfandad en el rincón de una fiesta de cumpleaños.

Entonces sonó el timbre. Todos debieron adivinarlo, claro, menos él, que estaba embelesado admirando la belleza solitaria de la prima. Allí estaba ella, la Innombrable, con el hombre, al que, a pesar de no conocerlo en persona, ya odiaba, no tanto porque viviera con su ex mujer sino porque precisamente ella se había encargado de hacer que lo odiara, pues era tan diferente a él y, por lo tanto, tan extraordinario.

Como siempre, llegó partiendo plaza, sabedora de que era el centro de atención porque sólo a ella se le podía ocurrir llegar a la una de la mañana a una fiesta que empezaba a las ocho. Saludó a todos con artificiales besos en la mejilla y presentó a su acompañante como lo que era: el hombre ideal, faltaba más. Hasta que llegaron al rincón de la sala donde estaba él, tratando de ocultarse en la profundidad de su vaso.

—Hola —dijo ella, con la más ensayada de sus sonrisas, a leguas se podía notar que gozaba el momento—, ¿cómo estás?.

Le extendió la mano y la estrechó un segundo de más, que le pareció una eternidad. El hombre modelo permanecía a su lado, observándolo con aire entomológico, es decir, como examinando una cucaracha. Le dio la mano: estaba sudorosa y fría, como un pescado.
—Él es... —intentó decir ella, pero la atajó:
—Ya lo sé... —quiso articular algún insulto ingenioso, pero no se le ocurrió nada. Los hombres no se soltaban las manos, mirándose, retadores, en el umbral de la violencia.

Verónica llegó con las bebidas y se dio cuenta del presagio de tormenta. Hábilmente, distrajo la atención.
—Me van a perdonar pero ya se acabaron los refrescos. Si quieren, ahorita mandamos a algún valiente para que vaya a comprarlas. De hecho, podrías ir tú ¿no? Ándale, no seas malito –y casi empujándolo, lo mandó a la cocina por los envases, desactivando la inminente zacapela. Mientras se alejaba, bamboleante, detrás de él, todavía alcanzó a escuchar:
— Ay, no te preocupes, Vero, tú siempre tan atenta. Acabamos de cenar. Nada más venimos a darte un abrazo y a dejarte tu regalo, ya sabes cómo se te estima y se te quiere.

“Pinche hipócrita, siempre te cayó mal Verónica”, masculló mientras regresaba, amenazante, dispuesto, ahora sí, a que todo se lo llevara la chingada, pero Verónica, al verlo venir, lo atajó como pudo, lo tomó de un brazo y logró encaminarlo de nuevo hacia la entrada de la casa. La Innombrable y su adversario siguieron la escena con insistencia digna de mejores causas y sólo atinaron a mover la cabeza en señal desaprobatoria.

Ya en la cocina, se acercó al fregadero rebosante de trastes y se refrescó la cara. Se secó con el apestoso trapo de la cocina. Lo arrojó al suelo y sólo entonces se dio cuenta de la presencia de la prima, sentada en un rincón, con los ojos enrojecidos y el maquillaje descompuesto por las lágrimas, sorbiendo la líquida y transparente mucosidad que se escapaba de su naricita de princesa. A pesar de que estaba evidentemente borracha, seguía con esa mirada casi beatífica.

—¿Ahora qué? —dijo él, como a diez centímetros del encabronamiento—. ¿No me digas que estás llorando por el hombre barro?
—No le digas así — gritó y el llanto estalló aún más.

No soportaba ver a una mujer llorando y menos por un hombre. De inmediato le entraba una especie de sentimiento de culpa, como si fuera el causante de las lágrimas. Entonces se le acercó y la abrazó.

—Ya, ya.

A pesar de los estragos de la bebida, el olor de su perfume seguía allí. Podía sentir su cuerpo estremeciéndose, sus senos aprisionados contra su cuerpo, el calor correcto.
—Es que, es que, es que no entiendo —dijo ella, entre sollozos—. ¿Es que no se da cuenta de que siempre lo he querido, desde que estábamos en la escuela? ¿Por que me hace esto?
—¿Qué te hizo? —dijo él estúpidamente.
— ¿Cómo qué? Pues platicarme de las muchachas que le gustan y que lo rechazan por los barros en la cara. Siempre anda precisamente detrás de las chicas que lo desprecian y lo hacen sufrir. Dice que no le importa porque sabe que tiene que encontrar a la mujer perfecta. Y no se da cuenta de que la tiene enfrente de él desde hace años. Y lo peor de todo es que él es el hombre perfecto para mí.
—¿Y ya se lo dijiste tú?
—Esas cosas no se dicen, simplemente se saben, se reconocen. —El llanto se fue y entró una cólera contenida—. Carajo, ¿por qué son tan pendejos los hombres? Nunca entienden nada. Todo se les tiene que andar diciendo.

Entonces a él se le ocurrió que a las mujeres les gustan los hombres perfectos, no importa si son precisamente unos perfectos imbéciles. Se lo iba a decir, pero prefirió callar. Y así se quedaron, abrazados, rodeados de trastes sucios y botellas vacías, junto al fregadero.


(Publicado en Antología de lo indecible, Plan C Editores, 2004 -en PDF aquí- y en Juntos andan. Antología de cuentos del México contemporáneo, de Gaëlle Le Calvez y Bernardo Ruiz, comps., Plan C Editores, 2004)

¿Qué es lo primero que levantas del suelo después de un terremoto?

 En palabras Llanes     I Una vez más México hace historia; otro 19 de septiembre que « retiembla en su centro la tierra al sonoro...