Friday, October 30, 2020

Quince años en la Universidad de Colima



Café exprés


Octubre de 2020, cumplo quince años laborando en mi alma mater la Universidad de Colima. Entré a trabajar en el, cada vez más añejo 2005, luego de un acto de total rebeldía cuando renuncié (sabiendo todo lo que esto traería consigo) a un famoso periódico local donde trabajaba en aquellos ayeres, y renuncié por la idea y convicción de convertirme en escritor.

Resulta que en esos días había un diplomado de la Sogem (el segundo y el último que se hizo en Colima) y yo pedí a mi lugar de trabajo una oportunidad para tomar ese diplomado (era una semana al mes y por las tardes), ante la negativa de ese gran e importante rotativo local, me armé de valor y renuncié.

No me dieron carta de recomendación (y me lo advirtieron casi casi como amenaza y no me la dieron por sus tumpiates porque yo siempre cumplí, trabajé bien y demás), les dije que no me importaba y que no iban a truncar mi sueño, que ninguna pinche empresa por muy grande e importante que fuera iba a decirme qué hacer con mi vida (claro, yo por dentro estaba temblando de miedo).

Me dijeron que concluyera la semana y no quise, me amenazaron con no darme finiquito, no me inmuté. El gerente general fue por mi carta de renuncia (se dio cuenta de que era de carácter irrevocable), me la extendió, la leí, me dijo que para qué la leía, no le hice caso y continué, firmé con tinta azul (temblaba, claro, sobre todo porque tendría, en mi casa, que explicar que me volvía a quedar sin trabajo y todo por querer estudiar un diplomado en creación literaria). En fin.

Regresé la carta firmada y se la extendí al gerente que, muy dueño de la situación se rio socarronamente (no sé si su risa fue porque no había notado tantos huevos puestos en una acción o por alguna otra razón, aunque yo tampoco supe de donde me salió tanto valor, la verdad). Salí de ahí y, casi al cerrar la puerta me dijo que regresara el viernes (día de pago semanal) por mi dinero.

No le contesté, pero por dentro casi le lanzo una mentada de madre, así que respiré profundo y pensé que él nada más era un trabajador más de esa empresa-emporio y, claro, el viernes fui por mi pago. Al pisar la calle me enfrenté de nuevo al mundo del desempleo, se siente bien feo, la verdad. Al llegar a mi casa luego de ir a beber algunas cervezas con el poco dinero que me quedaba, mi madre me cobijó en sus brazos y me dijo: «¿Renunciaste verdad?», le respondí que sí con la pura cabeza, no me salió la voz hasta que sentí su abrazo cálido y pude decir: «Que no podría renunciar a mi sueño», mi madre volvió a su abrazo y recuerdo sus palabras: «Ya saldrá algo más importante para ti»... e hizo cierto énfasis en la palabra importante…

Al día siguiente, con quince pesos y varias solicitudes salí a buscar, de nueva cuenta trabajo, llegué a la Universidad de Colima a la cafetería de doña Carmen a comprar un vaso de agua, había ido a entregar una solicitud de empleo por ahí cerca y necesitaba del abrazo de mi Facultad de Letras y Comunicación, verla, sentir su actividad cotidiana, su día a día. Me senté, totalmente frustrado y cansado, en las bancas de metal de la Falcom. Revisé mi bolso y seguían esos quince pesos ahí (había caminado desde mi casa hasta el lugar donde iba a entregar la solicitud y de ahí a la universidad). Pedí una botella de agua que me costó en aquel entonces siete u ocho pesos, no lo sé (más que el costo en dinero, esa botella me costó regresarme a pie) ...

En eso estaba, cuando mi guía y gurú, un ángel protector apareció por los pasillos... el querido maestro Víctor Gil Castañeda que, al verme, con su alegría característica se acercó a mí, se sentó a platicar y, luego de estrechar mi mano me preguntó lo que era obvio: "¿Cómo me iba en mi lugar de trabajo?", al contarle lo sucedido su rostro se tornó triste pero, a la vez, un rayo de luz iluminó, dicho esto con todo respeto y el cariño que le tengo, su pelona que, al contacto con un haz de luz filtrado por el ramaje de los árboles de los mangos que adornan la Falcom, brilló, haciendo la luz más intensa y casi casi como de caricatura como cuando a alguien se le ocurre una muy buena idea.

Entonces el maese de maeses me preguntó que si traía solicitudes, le dije que sí, traía cinco o seis en mi mochila donde cargaba Caracol Beach, la tremenda novela de Eliseo Alberto que, en aquellos, días estaba leyendo. Me dijo que lo acompañara pero no me decía adónde, ni qué diantres se le estaba ocurriendo, a paso casi casi veloz me llevó a la Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima, me preguntó si conocía a la querida maestra Guille Araiza, le dije que sí, e incluso conocía a Inés Sandoval de cuando publicaba en el Cartapacios (posteriormente Alta Mar) y me pagaban con un boletito que podría cambiar por un libro (eran otros, maravillosos tiempos). Inés Sandoval, también muy querida, era quién nos pagaba con esos boletitos, entonces las conocía a las dos.

Fue ahí, casi casi a la entrada del edificio, cuando el maestro Moy, desconocidamente conocido, vaya la redundancia, como Víctor Gil, me dijo que estaban buscando, ahí en la dirección, editores, que hiciera una prueba... y me llevó hasta la entrada, pidió una cita con Guille y me dejó. De aquí en adelante me las tendría que arreglar yo solo, «pensé y en eso me apliqué».

Hice antesala, estaba de secretaria doña Mary, esperé pacientemente y... y quince años después acá estoy, ahora en la coordinación académica de mi queridísima Facultad de Letras y Comunicación, coordinación a la fui invitado a trabajar por la maestra Paulina Rivera Cervantes, pasé trece años en Publicaciones, llevo dos en la Falcom y no sé qué aventuras más vendrán (este, por ejemplo, fue año pandémico), pero puedo decir que he vivido y conocido a muchos universitarios/as que trabajan porque a nuestra alma mater le vaya bien, gente muy talentosa (que quizá no tienen el reconocimiento que se merecen), he conocido muchas secretarias, gente de servicios generales y ahora guardias (que antes no había en las entradas) y, sobre todo, he conocido a muchos alumnos/as que tienen el mismo sueño que tuve y tengo todavía yo: ser escritor/a.

Esta pelea es a muchísimos rounds... habrá mucha gente en el camino que nos va a decir que NO (incluso la misma familia), sin embargo, tenemos que luchar por nuestros sueños, por nuestra idea, por lo que queremos ser y hacer, a veces la batalla parece que nos quiere ganar, pero otras, otras muchas veces nos abraza tanto y tan fuerte que por esos momentos todo esto, en serio lo digo, todo esto vale mucho la pena...

Gracias Universidad de Colima, gracias Dirección General de Publicaciones, gracias Facultad de Letras y Comunicación y gracias a ti por leer todo este choro mareador que me estoy aventando. Se dice fácil esto de tener y cumplir quince años de labores, pero ha requerido del apoyo de mi familia, papá, mamá (que en paz descanse), hermano y mi tía coca (también que en paz descanse) y ahora de mi otra familia, Mirna, Santiago y el pequeño Ricardo... para seguir en la batalla y darle gusto al gusto... salud por todo ello. Bendecido estoy, he dicho.

Cobra Kai: un choque generacional

 Café exprés


Sin piedad, pegando fuerte y pegando primero como bien rezan las reglas del karate Cobra Kai… así fue como llegué a ver la serie de Sony Pictures Televisión, difundida por Youtube y que ahora está en Netflix dentro de su contenido, todo esto lo acompañé con una mórbida curiosidad por ver cómo habían envejecido sus protagonistas (Ralph Macchio, William Zabka y Martin Kove quien personifica la maldad Cobra Kai en persona o, por lo menos en la saga de películas llamada Karate Kid, así nos lo deja ver), pero también me acerqué a la serie con cierta nostalgia por la década de los años ochenta, su música, el cine de la época y más.

Quería ver a las nuevas estrellas de los dōjōs tanto de Miyagi Do Karate como de Cobra Kai; porque era y es un hecho que ni Ralph Macchio, ni William Zabka iban a ser los contendientes (no por lo menos frente a frente, aunque espero que la serie, que todavía no termino de ver, me deje ver un enfrentamiento cara a cara entre estos dos personajes) en esta nueva era de mucha tecnología y avances no sólo en este aspecto sino de la verdadera importancia del karate de la vieja escuela en estos días tan extraños y complejos que corren.

              Debo decir que la serie me atrapó, son apenas dos temporadas de diez capítulos cada una (se espera una tercera temporada para enero de 2021) y, desde el inicio, la nostalgia se hace patente. Y aunque me hubiera encantado ver Elisabeth Shue en su papel de Alli Mills, entiendo que ahora (en la historia) está casada (con un tipo con cara de idiota a decir de Daniel y Johnny), tiene hijos, estudió medicina y Larusso la estalquea de cuando en cuando en el Facebook, dice que no le manda ninguna petición de amistad porque Alli Mills tampoco le manda ninguna petición de amistad al maduro y ahora plenipotenciario vendedor de autos Daniel Larusso.

Se me encogió el corazón cuando le dedican un episodio al gran señor Miyagi, personaje entrañable actuado por Noriyuki “Pat” Morita fallecido en el cada vez más lejano 2005. Pasa rápido el tiempo y muchas cosas cambian, pero cuando se está en pandemia parece que el tiempo se aletarga, pero nada más parece porque desde marzo que comenzó el confinamiento y recién arrancaba este año 2020 y ya han pasado infinidad de cosas amén de estar en casa, cuidándonos de la amenaza del Covid-19. En fin.

              Hace treintaicuatro años no había pandemia y en la saga de películas se narra la historia de un joven que llega a Los Ángeles a hacer amigos; provienen (él y su mamá) de New Jersey (un cambio de lado a lado del país), sin embargo, Daniel Larusso se topa con un grupo de jóvenes que, al parecer, buscan líos y no reciben a Larusso de muy buena gana y menos cuando éste pone los ojos en Alli Mills (personaje actuado por la bella Elisabeth Shue).

Daniel se mete en líos por salvar a Alli de las garras (por decirlo de algún modo) de Johnny Lawrence, personaje que actúa William Zabka. Y es cuando Daniel quiere aprender karate, aunque llega al dōjō Cobra Kai donde el sensei es, justamente, John Kresse personaje actuado magistralmente por Martin Kove y es John Kresse quien les enseña a sus pupilos aquellas frases como: «Sin piedad. El dolor no existe en este dōjō. No entrenamos para tener piedad. La piedad es para los débiles. Aquí, en las calles y la competencia, un hombre te enfrenta, es tu enemigo. El enemigo no merece piedad», fuertes declaraciones del sensei.

Daniel no sabe que Johnny Lawrence es alumno de Kresse. Y es justo ahí cuando comienza la rivalidad que los llevará a disputar el trofeo All Valley de 1984 que Daniel Larusso gana con la famosa patada (que le enseño el señor Miyagi) de la “Técnica de la Grulla” y lo demás es historia…

              Por supuesto que no vengo a espoilear ni las películas, ni la serie de televisión. Lo que mencionaré es que en esta columna he escrito dos palabras que hace treintaicutatro años no las usábamos: estalquear y espoilear; esto viene a colación porque en la serie veo un fuerte choque generacional de entrada, cuando los chicos/as (hace unos años ni siquiera usábamos ambos géneros femenino y masculino) ven al karate como algo pasado de moda y sin chiste o aburrido e, incluso, violento por el uso de las manos y los pies al momento de soltar golpes o patadas.

El uso de las redes sociales y de ciertos dispositivos electrónicos también es algo que llama mi atención dentro de la serie. Hace treintaicuatro años un celular habría hecho que el señor Miyagi llegara más pronto al auxilio de Daniel San, aunque Miyagi, sin celular y quién sabe cómo, siempre estaba ahí, como el dinosaurio de Augusto Monterroso.

En la película de 1984 vemos, en la escena de la playa y en lo que será el primer enfrentamiento a golpes entre Johnny y Daniel, una vieja grabadora de aquellos años (con pilas, seguramente de las gordas, conocidas en el mercado como pilas tipo D o tamaño D que se acababan en un par de horas de reproducción de un cassette o cinta magnética de audio), puf, lo sé, todo esto bien podría entrar, junto con el walkman, el discman y demás, al museo de lo obsoleto, como las cintas de video y audio VHS, Beta y súper BetaMax donde, seguramente, se grabaron millones de copias de la cinta Karate Kid. Para la nueva generación de Cobra Kai y, seguramente para muchas generaciones venideras estaré hablando en un lenguaje totalmente descocido…

              Vemos a Johnny Lawreence utilizando expresiones propias de la época hasta que alguien de sus pupilos le dice que no puede utilizarse ya,  Johnny se refiere a las personas débiles como “nenitas”, ese alumno le dice a Lawrence que eso es sexista, machista, discriminatorio y demás; Johnny tampoco sabe usar el internet, no conoce una laptop (menos sabe de marcas, estilos, capacidad de disco duro, memoria y su uso) y, por supuesto, lejos de su entendimiento está el conectarse a una red wifi, por ende, no ha entendido que la publicidad ha cambiado y que, para promocionar su dōjō Cobra Kai lo puede hacer con el poder del internet, los videos en YouTube y los comerciales que aparecen cuando ves un video en esa plataforma.

Sí, el tiempo es despiadado como dice el ahora maduro Lawrence, como despiadada es la vida, pero así y con todo hay que vivirla y aprender. Johnny sigue siendo el tipo rudo de antaño que quiere, sin embargo, hacer las cosas bien pero que arrastra un pasado con el que tiene que pelear, sí, no sólo es Larusso su enemigo, sino el pasado, aunque esta serie apuesta más bien a que no hay enemigos, pero sí rivalidades que se tienen que enfrentar para arreglar asuntos del pasado.

              Cobra Kai y Miyagi Do Karate luchan por el retorno del Karate de la vieja escuela, pero más que el Karate, luchan por el regreso de la disciplina, el coraje y valor para enfrentar tus miedos (oponentes) o a la vida misma que puede ser una patada en el trasero o una palmada en el hombro, como cada uno quiera que sea.

Me gusta, sin embargo, el karate ofensivo y rocanrolero de Johnny Lawrence, pero también entiendo el karate defensivo y místico de Daniel Larusso (además sé, por mi fanatismo al futbol americano, que las defensivas ganan títulos). Recordé, también, las dos reglas de Miyagi Doi Karate que son: “El karate es sólo para defensa” y “Aprender bien esa primera regla”, aunque luego el mismo señor Miyagi dice: “Pelear no es bueno, pero si debes hacerlo, gana” y “Está bien perder con el enemigo, pero no contra el miedo”.

Sabiduría milenaria que se nos queda grabada en la cabeza, nos hace eco y tratamos de aprender, porque siempre estamos aprendiendo y tanto Johnny Lawrence como Daniel Larusso tienen mucho que aprender, como nosotros…

              Quizá el karate vuelva a ponerse de moda, porque toda la moda es cíclica; en tanto me voy a poner a: “Encerar con mano derecha y limpiar con mano izquierda. Y sobre todo y en estos días de pandemia… Respirar profundamente, muy profundamente”.

              Quizá vuelva a un concierto donde pueda cantar a todo pulmón la canción de “Puto” (que era un grito de libertad, de rebeldía y contra la opresión) de Molotov como lo hacíamos antaño, quizá… no lo sé.

Chávez-Llanes

Naranjo-Llanes

AdaAurora-Llanes

¿Qué es lo primero que levantas del suelo después de un terremoto?

 En palabras Llanes     I Una vez más México hace historia; otro 19 de septiembre que « retiembla en su centro la tierra al sonoro...