Café exprés
Octubre de 2020, cumplo quince años laborando en mi alma mater la Universidad de Colima. Entré a trabajar en el, cada vez más añejo 2005, luego de un acto de total rebeldía cuando renuncié (sabiendo todo lo que esto traería consigo) a un famoso periódico local donde trabajaba en aquellos ayeres, y renuncié por la idea y convicción de convertirme en escritor.
Resulta que en
esos días había un diplomado de la Sogem (el segundo y el último que se hizo en
Colima) y yo pedí a mi lugar de trabajo una oportunidad para tomar ese
diplomado (era una semana al mes y por las tardes), ante la negativa de ese
gran e importante rotativo local, me armé de valor y renuncié.
No me dieron
carta de recomendación (y me lo advirtieron casi casi como amenaza y no me la dieron
por sus tumpiates porque yo siempre cumplí, trabajé bien y demás), les
dije que no me importaba y que no iban a truncar mi sueño, que ninguna pinche
empresa por muy grande e importante que fuera iba a decirme qué hacer con mi
vida (claro, yo por dentro estaba temblando de miedo).
Me dijeron que
concluyera la semana y no quise, me amenazaron con no darme finiquito, no me
inmuté. El gerente general fue por mi carta de renuncia (se dio cuenta de que
era de carácter irrevocable), me la extendió, la leí, me dijo que para qué la
leía, no le hice caso y continué, firmé con tinta azul (temblaba, claro, sobre
todo porque tendría, en mi casa, que explicar que me volvía a quedar sin
trabajo y todo por querer estudiar un diplomado en creación literaria). En fin.
Regresé la
carta firmada y se la extendí al gerente que, muy dueño de la situación se rio
socarronamente (no sé si su risa fue porque no había notado tantos huevos
puestos en una acción o por alguna otra razón, aunque yo tampoco supe de donde
me salió tanto valor, la verdad). Salí de ahí y, casi al cerrar la puerta me
dijo que regresara el viernes (día de pago semanal) por mi dinero.
No le contesté,
pero por dentro casi le lanzo una mentada de madre, así que respiré profundo y
pensé que él nada más era un trabajador más de esa empresa-emporio y, claro, el
viernes fui por mi pago. Al pisar la calle me enfrenté de nuevo al mundo del
desempleo, se siente bien feo, la verdad. Al llegar a mi casa luego de ir a
beber algunas cervezas con el poco dinero que me quedaba, mi madre me cobijó en
sus brazos y me dijo: «¿Renunciaste verdad?», le respondí que sí con la
pura cabeza, no me salió la voz hasta que sentí su abrazo cálido y pude decir: «Que
no podría renunciar a mi sueño», mi madre volvió a su abrazo y
recuerdo sus palabras: «Ya saldrá algo más importante para ti»...
e hizo cierto énfasis en la palabra importante…
Al día
siguiente, con quince pesos y varias solicitudes salí a buscar, de nueva cuenta
trabajo, llegué a la Universidad de Colima a la cafetería de doña Carmen a
comprar un vaso de agua, había ido a entregar una solicitud de empleo por ahí
cerca y necesitaba del abrazo de mi Facultad de Letras y Comunicación, verla,
sentir su actividad cotidiana, su día a día. Me senté, totalmente frustrado y
cansado, en las bancas de metal de la Falcom. Revisé mi bolso y seguían esos
quince pesos ahí (había caminado desde mi casa hasta el lugar donde iba a
entregar la solicitud y de ahí a la universidad). Pedí una botella de agua que
me costó en aquel entonces siete u ocho pesos, no lo sé (más que el costo en
dinero, esa botella me costó regresarme a pie) ...
En eso estaba,
cuando mi guía y gurú, un ángel protector apareció por los pasillos... el
querido maestro Víctor Gil Castañeda que, al verme, con su alegría
característica se acercó a mí, se sentó a platicar y, luego de estrechar mi
mano me preguntó lo que era obvio: "¿Cómo me iba en mi lugar de
trabajo?", al contarle lo sucedido su rostro se tornó triste pero, a la
vez, un rayo de luz iluminó, dicho esto con todo respeto y el cariño que le
tengo, su pelona que, al contacto con un haz de luz filtrado por el ramaje de
los árboles de los mangos que adornan la Falcom, brilló, haciendo la luz más
intensa y casi casi como de caricatura como cuando a alguien se le ocurre una
muy buena idea.
Entonces el
maese de maeses me preguntó que si traía solicitudes, le dije que sí, traía
cinco o seis en mi mochila donde cargaba Caracol Beach, la tremenda
novela de Eliseo Alberto que, en aquellos, días estaba leyendo. Me dijo que lo
acompañara pero no me decía adónde, ni qué diantres se le estaba ocurriendo, a
paso casi casi veloz me llevó a la Dirección General de Publicaciones de la
Universidad de Colima, me preguntó si conocía a la querida maestra Guille
Araiza, le dije que sí, e incluso conocía a Inés Sandoval de cuando publicaba
en el Cartapacios (posteriormente Alta Mar) y me pagaban con un boletito que
podría cambiar por un libro (eran otros, maravillosos tiempos). Inés Sandoval,
también muy querida, era quién nos pagaba con esos boletitos, entonces las
conocía a las dos.
Fue ahí, casi
casi a la entrada del edificio, cuando el maestro Moy, desconocidamente
conocido, vaya la redundancia, como Víctor Gil, me dijo que estaban buscando,
ahí en la dirección, editores, que hiciera una prueba... y me llevó hasta la
entrada, pidió una cita con Guille y me dejó. De aquí en adelante me las
tendría que arreglar yo solo, «pensé y en eso me apliqué».
Hice antesala,
estaba de secretaria doña Mary, esperé pacientemente y... y quince años después
acá estoy, ahora en la coordinación académica de mi queridísima Facultad de
Letras y Comunicación, coordinación a la fui invitado a trabajar por la maestra
Paulina Rivera Cervantes, pasé trece años en Publicaciones, llevo dos en la
Falcom y no sé qué aventuras más vendrán (este, por ejemplo, fue año pandémico),
pero puedo decir que he vivido y conocido a muchos universitarios/as que
trabajan porque a nuestra alma mater le vaya bien, gente muy talentosa (que
quizá no tienen el reconocimiento que se merecen), he conocido muchas
secretarias, gente de servicios generales y ahora guardias (que antes no había
en las entradas) y, sobre todo, he conocido a muchos alumnos/as que tienen el
mismo sueño que tuve y tengo todavía yo: ser escritor/a.
Esta pelea es
a muchísimos rounds... habrá mucha gente en el camino que nos va a decir que NO
(incluso la misma familia), sin embargo, tenemos que luchar por nuestros
sueños, por nuestra idea, por lo que queremos ser y hacer, a veces la batalla
parece que nos quiere ganar, pero otras, otras muchas veces nos abraza tanto y
tan fuerte que por esos momentos todo esto, en serio lo digo, todo esto vale
mucho la pena...
Gracias
Universidad de Colima, gracias Dirección General de Publicaciones, gracias
Facultad de Letras y Comunicación y gracias a ti por leer todo este choro
mareador que me estoy aventando. Se dice fácil esto de tener y cumplir quince
años de labores, pero ha requerido del apoyo de mi familia, papá, mamá (que en
paz descanse), hermano y mi tía coca (también que en paz descanse) y ahora de
mi otra familia, Mirna, Santiago y el pequeño Ricardo... para seguir en la
batalla y darle gusto al gusto... salud por todo ello. Bendecido estoy, he
dicho.