En palabras Llanes
I
Lo recuerdo como si fuera sido
ayer. Octubre de 2005; un acto de rebeldía me llevó a tomar una determinación
tajante, renunciar a mi anterior empleo y lanzarme «a la loca aventura, eso sí»,
de convertirme en escritor. Todo estaba contra mía, mi familia, la situación,
mi empleo, la presión social, laboral, la poca economía y así, no es necesario
hacer la lista más larga.
Empecé a
repartir solicitudes de empleo «en aquellos ayeres era todavía así» y
asistir a un montón de entrevistas de trabajo sin éxito alguno. Me decían cosas
como: «es
que tienes demasiado estudio para el puesto, este trabajo no es del perfil que
estudiaste» y cosas así. A mí qué me importaba dedicarme a barrer pisos,
trapear o limpiar «esto ya lo había hecho antes cuando era 017 en Aurrerá, allá
por la Calzada Galván». Yo lo que necesitaba era generar un ingreso para vivir,
vivir, vivir, dijera el gran poeta Jaime Sabines.
Aunque
el sistema de transporte era barato, no me podía dar el lujo de gastar tanto.
Metí la mano a mi bolsillo y saqué algunas monedas; en el trabajo anterior no
me dieron finiquito, no me dieron nada. Entiendo también que me fui a la brava,
pero les di múltiples opciones para que me dieran la oportunidad de estudiar un
diplomado en creación literaria de la Sogem y la respuesta del encargado del
Recursos Humanos fue crucial para tomar mi decisión: «No, porque de seguro vas
a querer cobrar más».
Me
deprimí, mi lugar de trabajo se me cayó del pedestal «en realidad ya se me
había caído desde antes, en fin». Esa fue, y no otra, la causa de que me
saliera de ahí, renunciar era la opición; amén de que me amenazaron diciendo
que allá afuera la vida estaba muy complicada, me dijeron que no tendría ni
finiquito, ni cartas de recomendación, ni ningún tipo de respaldo. Aún así me
fui de ese lugar tóxico.
Ese
día fue jueves, descansé el viernes y todo el fin de semana, el lunes emprendí
el camino temprano, nada, el martes igual, no encontraba trabajo. Mamá guardó
bien, como siempre, el secreto de que yo no tenía empleo para que papá no
sospechara nada, papá imaginó que yo seguía trabajando aunque se le hacía raro
verme en la casa más de la cuenta. Por mi parte yo no tenía para pagar la
renta, no tenía para la luz, no tenía despensa, no tenía nada. Mamá me dio un billete
para, en la semana, seguir buscando, me dijo.
El
miércoles fui a llevar solicitud para algo relacionado al área de ventas cerca
de la Universidad de Colima, no recuerdo por dónde ni qué empresa era. Sólo
llegué, entregué, me medio entrevistaron y me dijeron que me iban a llamar:
«mal panorama, cuando dicen esto, nunca llaman». Volví a meter la mano en el
bolsillo, traía pocas monedas y el resto que me dio mamá lo había dejado en la
casa, para no gastar más de la cuenta. Me alcazaba para un refresco o el camión
de regreso a casa, ganó el refresco «y qué bueno que lo hizo en esta ocasión».
Llegué a mi alma máter, la Falcom, invertí el dinero en refrescar la
garganta y pensar, sobre todo esto último, pensar en qué hacer. El tiempo pasaba
rápido y el paso siguiente era la desesperación financiera, en fin.
Me
senté en las mesitas que tiene la cafetería de la Falcom, saludé a varios
amigos/as, profes, a la eterna doña Carmen, todos me preguntaban cómo me estaba
yendo y yo les decía que bien, aunque no fuera del todo cierto. Periódico en
mano seguí buscando empleo «ese mismo periódico donde me cerraron las puertas y
no me dieron posibilidad de nada, porque también, antes, así se buscaba empleo,
en los periódicos». Ese día no salió nada más, ni siquiera algo en Coppel, Ley
o La Marina y de lo que fuera, seguridad, cajero, abarrotero, lo que fuera.
Cerré el periódico con la esperanza de, al día siguiente, encontrar algo. Bien
me lo dijeron antes de firmar renuncia, la vida acá afuera estaba muy
complicada. Pero eso, vaya, ya lo sabía de antemano.
II
Seguí sentado ahí leyendo mis
solicitudes de empleo, pensando qué más escribir en ellas que causara el
impacto que estaba esperando, pero no se me venía nada a la mente. Apuré el
último trago de mi refresco y pensé que, de la Universidad de Colima a Villa
Izcalli estaba bien pinche lejos para irse caminando y con este sol colimense,
mucho más pesado. Pero ni modo, es lo que había. Me hice el ánimo y… me
disponía a irme cuando a mis espaldas oí el grito salvador de chamacón: «después
supe que ese grito fue eso… fue así… salvador». Era mi querido amigo y maestro
Víctor Gil que, seguramente, venía de la dirección del plantel y al verme me
gritó para saludarme y detenerme.
Me
dio un abrazo, le dio gusto verme; mi generación egresó en 2003, así que tenía
casi dos años sin verle como antes de mi egreso, prácticamente todos los días.
Nos volvimos a sentar, me invitó el desayuno y charlamos. Charlamos de cosas
triviales al inicio, el calor, el semestre, las nuevas generaciones «todavía
alcanzaba a ubicar a algunos cuantos» y de pronto me preguntó por mí y por cómo
me estaba tratando la vida de egresado. Le conté mis penurias y mi acto de
rebeldía, lanzó un: «ah, qué hijos de la chingada», cuando noté que su frente
brilló más de la cuenta y me lanzó la pregunta del millón: «¿Chamacón, traes
solicitudes de empleo?». No contesté, más bien actué, abrí mi mochila, saqué un
folder y le mostré al maestrazo que estaba lleno de solicitudes de empleo,
debidamente llenadas, listas para ser entregadas. Al maestro le brilló aún más
la frente, se acomodó sus gafas, me dijo: «vente, paso a mi oficina a dejar
esto y vamos a ir a Publicaciones, la jefa Gloria Araiza necesita
correctores/editores» y me llevó para allá.
Obviamente
que yo conocía desde antes a la maestra Guillermina Araiza, lo que no sabía es
si ella tenía referencias de mí y me llevé una grata sorpresa.
En
aquellos ayeres, en el periódico Ecos de la Costa «donde también tuve la
oportunidad de laborar cuando era estudiante», todos los domingos se imprimía
el suplemento cultural Cartapacios que luego evolucionó a Altamar,
cuando uno era estudiante y lograbas publicar en el suplemento cultural, no sé
si el periódico o la dependencia de publicaciones «seguramente un convenio
entre ambos, incluyendo a la Universidad de Colima y la Facultad de Letras y Comunicación,
sí, luego entendí muchas cosas que están aquí entre líneas», te pagaban la
colaboración no con dinero, pero sí con la posibilidad de tener un boletito
válido hasta por cien pesos, para comprar o ayudarte en la compra de un libro, ¡qué
mejor!, porque yo, en aquellos años de estudiante, estaba endiosado con José
Saramago y Saramago era un autor demasiado caro para mi pobre bolsillo de
estudiante. Y cmo adicto a los libros, cien pesos era una fortuna.
Para
ir a cobrar ese boletito que hacías válido en la librería Galería
Universitaria, aquella que estaba en el centro, pasando por los portales de
la Madero; ahora llegas a Milano y donde está hoy el Oxxo, ahí era, qué mal que
ya no exista como ya no existen muchas cosas. Ahí, en esa librería, compré
varias ediciones de la colección Sepan cuantos, de Porrúa, en fin.
Decía que
para ir a cobrar ese boletito, tu texto tenía que salir en la edición dominical
e ir por él a la Dirección General de Publicaciones, firmar y listo, te
entregaban tu boleto válido para comprar un libro. En ese ir a publicaciones,
Guille e Inés eran las encargadas, básicamente Inés, de entregar el boletito y,
bueno, pues de pasada charlabas ahí con ella. En esos años, trabajando de
editora, estaba mi querida amiga y poeta Nadia Contreras, así que mataba dos
pájaros de un tiro, saludaba a Nadia y cobraba mi boletito.
Nadia
y yo siempre nos hemos reído bien bonito y mucho y hasta, debo decirlo, de
manera bien estridente, jajaja, así que seguido nos tenían que ir a callar,
porque con nuestras risotadas, «desconcertábamos a los editores que trabajaban en
silencio total, para concentrarse, posteriormente me di cuenta de esto en carne
propia, la importancia de la concentración al momento de editar». Seguramente
estas noticias o las mismas risotadas le llegaron de noticia a la jefa, pero ni
Inés, ni ella me dijeron algo, jamás, yo mismo trataba de controlar esos
espasmos y dejaba a Nadia trabajar en santa paz.
III
Supongo que esas referencias eran las
que Guille Araiza tenía de mí, no buenas «o quizá sí, pero como para una
entrevista de trabajo, en fin». Lo que Guille sabía de mí es que era o soy muy
risueñito, jajaja.
Moy, mejor
desconocido como Víctor Gil que ubica a media Universidad de Colima y la otra
media lo conoce a él, le preguntó a Mary, la secretaria en aquellos años «hoy en
día hay otra secretaria que también se llama Mary» que, si estaba la jefa, ella
le contestó que sí y, como por arte de magia la puerta de la dirección se abrió
en ese momento, alguien salía de la oficina y Guille venía tras esa persona y,
luego de saludar a Moy y despedir a aquella persona, nos invitó a pasar.
De ahí en
adelante yo hice el resto, Moy sólo me dijo que venía a entregar una solicitud
de empleo y Guille me pidió que me quedara para hacerme una breve entrevista de
trabajo. La verdad ¡qué bueno que esa ocasión ganó el refresco!, porque si no
hubiera sido por él, nada de esto hubiera pasado. A Guille le expliqué a lo que
me dedicaba y de dónde era egresado, ella tenía algunos «bastantes datos sobre
mí». Me pidió que hiciera algunas pruebas de ortografía y de redacción; incluso
recuerdo haber escrito una carta o algo así. Me los revisó y me pidió mi
solicitud de empleo y me dijo que me presentara el día siguiente, jueves, a las
nueve de la mañana, «por favor», dijo.
Agregó que
no era seguro pero sí una buena posibilidad y que me iba a tener unos días a
prueba. Entonces, como un personaje del cuento Felicidad clandestina de
Clarice Lispector, tomé mis cosas y salí de ahí como flotando y con una sonrisa
dulce y tranquila. Ese comentario de buena posibilidad me relajó y
corrí, lo más deprisa que pude, a contarle a mi mamá. No a mi novia, no,
primero a mi mamá.
Me dirigí
a mi casa no sin antes pasar al Cedeluc a despedirme de mi querido amigo y
maestro Víctor Ramiro Gil Castañeda, mi gran ángel del trabajo al que casi casi
le tengo un altar «con hartos libros, por supuesto» en mi casa, altar al que de
cuando en cuando le rezo: San Moy es mi santo.
Yo creo
que el maestro Víctor Gil me vio muy jodido porque, sin pedirle, sin decirle,
me acercó un billete para poder desplazarme o no recuerdo si le comenté o no,
la verdad estaba ya muy estresado porque por más que recorría, no encontraba
trabajo. Sin embargo, una luz se podía ver al final de El túnel de
Ernesto Sábato. Al parecer todas mis lecturas, mi empeño, mis ganas y mi pinche
rebeldía podrían generar frutos. El curso de la Sogem por el que había dejado
todo comenzaba la siguiente semana, una semana cada mes durante un año, sé que
era complicado para mi anterior lugar de trabajo, pero les di muchas opciones y
el comentario final que me hizo el encargado de Recursos Humanos fue letal.
Gracias a ese curso conocí a Mónica Lavín, Eduardo Antonio Parra, Ricardo
Yáñez, Teodoro Villegas, Bernardo Ruiz, Estela Leñero y a muchos autores que,
como yo, tenían, tuvieron, tienen el mismo sueño, convertirse en escritores. Y
por ese sueño, ¡bendito sueño!, podría venir algo mucho mejor o no, pero uno es
necio y aquí es donde pienso en mi hijo que es igual de necio o, a veces más,
que yo mismo, ni hablar.
Con ese
dinero que me dio el maestro Víctor Gil podría irme, tranquilamente, en coche,
ya sea taxi o camión, pero no, esa tarde, como el personaje Forrest Gump,
caminé y caminé, seguro de llegar a mi casa, descansar, dormir para, al día
siguiente, estar temprano en mi cita en lo que añoraba podría ser mi empleo, mi
nuevo empleo. Eso sí, a la que le conté primero fue a mamá, como ya dije.
La verdad
es que el trabajo editorial siempre me había apasionado y, saber o conocerlo más
a fondo era una motivación extra a mi perfil de egreso de la carrera de Letras
y Periodismo. En mi anterior trabajo ya me dedicaba a labores editoriales,
corrección y edición de textos, generalmente artículos de opinión, columnas,
notas periodísticas y demás, pero la elaboración de un libro, con todos sus
procesos, era una cosa muy diferente que estaba muy dispuesto a aprender.
Así que,
al otro día, ahí estaba, a las nueve en punto, listo para comenzar una nueva
aventura; por aquellos días estaba leyendo El diablo guardián, que,
mientras hacía antesala esperando a la jefa, estaba revisando con harta
fruición.
IV
No quiero hacer este cuento demasiado
largo. Desde ese octubre de 2005 hasta agosto de 2018, fui parte de la
Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima, hice muchas
cosas, edité muchos libros «el primero de ellos fue Retrato nostálgico de
una ciudad de don Isamel Aguayo Figueroa, papa del rector en aquellos años,
posteriormente hablaré de esa experiencia, un libro de sonetos y fotos que me
dio muchas posibilidades e ideas», cree, junto con mis compañeros y compañeras
de oficina, un programa de fomento y difusión a la lectura y el libro con
varias estrategias, disfruté, ahora como miembro «antes lo había hecho como
estudiante» de las jornadas Altexto «jornadas, por cierto, a las que les tengo
mucho cariño», ya era parte del equipo que las llevaba a cabo, me tocaba hacer
el calendario de actividades, moderar mesas de trabajo, presentar libros,
coordinar los eventos y muchas cosas más, ese mes, vivía sólo para las
jornadas, en mis columnas escribía sobre ellas, la verdad es que las disfruto
mucho, soy parte de Altexto desde 2001, como estudiante y, desde el 2006 a la
fecha, como trabajador universitario, porque si bien es cierto que ya no estoy
en la Dirección General de Publicaciones, es también cierto que sigo siendo
parte o me siguen invitando a ser parte de ellas «y eso lo agradezco, la
siembra de libros en las jornadas, fue una propuesta que yo hice y se sigue llevando
a cabo, ¡qué gusto!». Ya sea que dé talleres, charlas, llevando a mi grupo de
alumnos, estando ahí, al pendiente de lo que suceda en ellas, sigo siendo parte
de...
Llevé a
cabo, junto con el equipo de publicaciones y el apoyo de la maestra Guille
Araiza, varios talleres literarios que movieron consciencia, eso me apasiona,
verme reflejado en los ojos de los/as otros. Hicimos lecturas en atril con
presentaciones en vivo y con el alumnado de la Falcom. Cuando estaba en
publicaciones colaboraba con la Falcom, ahora que estoy en la Falcom, coloboro
con publicaciones. Llevamos a escena una obra en atril de Juan Villoro, El
taxi de los peluches, me encantó, los niños y niñas que participaron se
acordarán de esa obra, me gustaría mucho verles. Íbamos a la colonia El mirador
de la cumbre a hacer lecturas en voz alta, talleres, lectura en atril, cosas
que fomentaran el gusto por la pasión que genera un libro y lo que contiene, en
fin. Puedo enlistar mil cosas más, pero no quiero hacer el cuento más largo,
jajaja.
En
2018 me llegó una invitación para ser parte de mi querida Facultad de Letras y
Comunicación en la coordinación de la carrera de Letras Hispanoamericanas,
sabía que era una labor titánica, pero por la Falcom y por publicaciones, doy
todo lo que tengo y si tengo más, mucho más. Así que tomé la decisión y, con
dolor en el corazón, dejé Publicaciones «aunque puedo volver en el momento que
sea o me llamen, jajaja».
Mi primera
jefa fue Guille Araiza, a ella le debo saber, conocer, aprender sobre el libro
como ella sabe; me trató como a su hijo que, por cierto, cumple años el mismo
día que yo, el 24 de marzo, abrazo grande, querido Luisito ¿o debo decirte nada
más Luis?
Recuerdo
que trabajamos los sábados e íbamos a hacer caravanas literarias y culturales a
varios municipios, publicaciones siempre presente, un gran equipo de trabajo.
Pronto llegó un cambio generacional y Guille se mantuvo ahí, firme, aprendiendo
cada día más, porque así es el trabajo editorial y así es ella, le gusta
aprender, y así soy yo, también, siempre estamos aprendiendo. El editorial es
un trabajo invisible pero necesario, para todo se necesita un editor y, para
los libros, mucho más.
Ahí
conocí el proceso, las partes del libro que había estudiado en la Falcom, ahí,
en publicaciones, no sólo las conocí, las comprendí. Fui a varios talleres
sobre el derecho de autor, una delgada línea entre el bien y el mal «jajaja»,
conocí el proceso OJS (Open Journal Systems) para las revistas; en fin, siempre
con el apoyo grande de la jefa, como siempre le dije y le sigo diciendo o,
simplemente Guille, porque aunque es licenciada y maestra, ella siempre fue
sencilla conmigo, y Guille nos acercaba más como familia laboral y como familia
amante de los libros, esos rectángulos que nos habían puesto en el camino, esa
pasión por conocer, editar, imprimir y distribuir historias.
Guille
aceptó una locura de mi parte, una colección que se llamara «El rapidín», para
leerse como de rayo, una delicia que editamos mientras fui parte de
publicaciones y que, adonde fuéramos: Tecomán, Armería, Manzanillo, Coquimatlán,
Comala, Minatitlán, Villa de Álvarez, Cuauhtémoc, Ixtlahuacán y Colima, se
vendían como pan caliente y nos conectaban con nuestros jóvenes. Puedo decir
que caminé gran parte de la Universidad de Colima, llegué/amos hasta Camotlán
de Miraflores con los libros; a Suchitlán con los libros; a Cofradía con los
libros; a Quesería con los libros, recorrimos ene cantidad de bachilleratos y,
ahí, veía caras de complicidad, le decía a mis compañeros: «ese de segurito es
candidato para la carrera de letras, aquella de allá va a letras» y no me
equivocaba, ahí me los encontraba tiempo después, en los salones de clases,
porque tengo dando clases desde que la maestra Hilda Rocío me invitó a ser
parte de la Falcom.
«Usted
es el maestro que me motivó a inscribirme a letras», me dijo alguna vez una
alumna, «fue a dar una charla sobre libros y nos leyó un cuento y por su culpa
soy lectora», me gusta generar estas culpas o que me echen la culpa por esto,
qué bueno que esa pequeña se hizo fanática de los libros. Qué bueno que yo tuve
la culpa. Todo esto fue posible gracias a las locuras que hacíamos en
publicaciones, todo esto es por culpa de Guille Araiza que jamás me dijo que no,
que esperaba, incluso, creo, año con año mis ideas para ver qué podríamos hacer
en Altexto para fomentar el libro, la lectura, para llegar a nuestro gran público,
los/as estudiantes. Sin ellos no somos nada.
V
Le debo mucho a mi jefa, la primera,
no diré que la única, porque traicioné la causa, me fui de publicaciones, pero
siento que me fui bien, con gusto, con el ánimo de colaborar, con el ánimo,
también, de buscar otras aventuras, con el ánimo, siempre, siempre, siempre, de
poder regresar; cuando me fui no quise llorar pero Guille y yo nos dimos un
abrazo muy fraterno, desde ese momento hemos estado en comunicación y, como le
prometí cuando me fui, colaborando en lo que pueda; ella sabe que una
coordinación no es tarea fácil y con pandemia, mucho menos, pero Guille y yo
hemos coincidido en presentaciones de libros, en charlas, eventos literarios,
idas a la Fil, talleres literarios, de creación, en programas de radio, de
televisión; hemos coincidido con autores/as, en bares, entré a su casa a sus fiestas,
a sus reuniones, a mis reuniones, siempre hablando del libro, en fin, desde ese
día que la conocí más de cerca fui parte no solo de publicaciones, sino de la
vida alrededor de Guille e Inés, de mi otra nueva familia de publicaciones,
hubo días, incluso, que en su camioneta, me daba aventón a mi casa, sí, hasta
Villa Izcalli, ella, en realidad, vivía un tanto cerca de ahí, pero no tanto.
Así que, cuando me hablan de publicaciones yo jamás les digo que no, nunca lo
podría hacer.
El
miércoles 11 de enero me enteré, vía redes sociales, que Guille se jubilaba,
que sus tantos años en la Dirección General de Publicaciones estaban y llegarán
a su fin. Yo tenía que ir a charlar con ella, verla, darle un abrazo, vernos
reflejados en los ojos para ver si todavía tenemos la misma pasión y sí,
todavía tenemos la misma pasión por los libros, por las historias, la misma
chispa, seguimos siendo cómplices. Charlamos casi una hora, como no lo habíamos
hecho en algunos años, hablamos de todo y de nada. Le veo un rictus diferente,
relajado, el mismo rictus que tuvo mi querido maestro Víctor Gil cuando se
jubiló «de él no he podido escribir porque viví en carne propia el evento de su
despedida y se me hacían nudos en la garganta», con Guille me está pasando algo
similar pero sí quiero dejar el testimonio porque, con Guille como jefa, me
cambió totalmente el panorama, repito, yo traicioné la causa, pero siempre es a
favor de los libros, de la literatura, de la Falcom, de los estudiantes, de la
vida.
Mi
segunda jefa en la universidad fue la doctora Paulina Rivera Cervantes, quien
me invitó a colaborar con ella; mi tercera jefa está siendo la doctora Ada
Aurora Sánchez, pero siempre voy a tener el recuerdo de mi primer jefa, Gloria
Guillermina Araiza Torres que confió en mí, que me dio mucha libertad, que
nunca me dijo no o me puso un pero para llevar a cabo alguna locura que tuviera
que ver con el gusto por la lectura, por el libro y su difusión, que me dio la
oportunidad de ser y estar.
Con Guille
nació el programa Pred del proceso editorial en la dirección para llevar el
control de los libros que, año con año se reciben en la oficina para ser
publicados; es maravilloso ver cómo llegan, en papel «en 2005 me tocó recibir
documentos así, que teníamos que, literalmente, transcribir», ahora ya se
entregan digitales y es impresionante ver cómo salen, formados como libros. Con
Guille se creó la colección Mar de Fuego, que reúne la narrativa de nuestra
tierra, nuestros autores/as; ese título fue idea mía, después de mucho pensarle
y Guille me dijo, «me gusta, es como un choque de contrarios», repito, Guille
nunca me dijo que no a alguna de mis locuras que, vaya, sí, fueron muchas.
Hay
un par de zapatos, tenis, zapatillas muy grandes por llenar, Guille me dijo
que, seguramente, a la dirección vendrá alguien mejor; yo deseo que así sea
para poder seguir colaborando de cerca con ellos porque el mundo editorial es
otra de mis pasiones, con que esa persona, llegue a emular lo hecho por Guille
en tantos años, ya eso es un gran reto; creo que publicaciones trabaja muy
bien, conozco sus entrañas, conozco sus procesos, conozco a muy grandes amigos
y amigas que fueron por muchos años mis compañeros/as y sé que quien llegue
trabajará casi casi en automático y bien, porque hay muy buenos cimientos,
ojalá que ese alguien, esa alguien sepa guiar los pasos de la nueva era, como
la misma Guille me dijo ahora que charlamos ricamente por casi una hora,
«aunque son tiempos, difíciles, Alberto, creo que vienen buenas cosas para la
Universidad de Colima» y yo también así lo creo.
Que
venga todo lo mejor para ti, jefa, en esta nueva etapa de tu vida, como me
dijiste, has hecho lo que te ha gustado, has sido plena, feliz y trabajamos en
un lugar muy generoso, una universidad pública, nuestra querida Universidad de
Colima, seguro estoy que lo que hagas, seguirá siendo por y para los libros…
Gracias por darme la oportunidad de compartir casi catorce años el mismo tiempo
y el mismo lugar, como dijera Alejandro Lora, gracias por tanto.
De
octubre de 2005 a agosto de 2018, son trece años, poco más, poco menos, el
cariño que le tengo a la dependencia es grande, es el mismo cariño que le tengo
a la Falcom, aunque allá estuve cuatro años como estudiante y llevo casi cuatro
de coordinador, son ocho, si lo vemos por otro lado, es ya casi una vida o
parte de una vida trabajando para la Universidad de Colima, casi veinte años,
ya. Que dios bendiga a los libros, que nos unen, nos enseñan, nos invitan… que
dios bendiga a Guille y su nueva etapa, que dios bendiga a dios… Adiós, hasta
luego.
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