En palabras Llanes
En el faro de tu amor
En el regazo de tu piel
Me dejo llevar al sol
Es que no hay nadie como tú
Que me haga sentir sentir así
En un arrullo de estrellas, ah-ah-ah
Te lo digo desde el alma
Y con el corazón abierto
Zoé/León Larregui
Todo está conectado. En esta vida
todo tiene un porqué, un motivo, una conexión. Los días 19 de julio se han
vuelto un tanto complicados para mí. Hace un par de años, en plena pandemia por
el SarsCov-2, exactamente un domingo, mi madre regresó al sol, se fue entre
ríos púrpura y caminó a la fuente. Recuerdo que ese día, mi amigo y compadre
Ihovan Pineda, estaba en mi casa comprándome uno de mis libros… Ihovan llegó,
estacionó su vocho fuera de mi casa, se bajó, charlamos, nos abrazamos… no
recuerdo si le destapé una cerveza o no, lo que sí recuerdo es que me preguntó
por mi mamá… en ese justo momento mi celular sonó… el domingo, a mediodía, es
muy raro que mi celular suene… ese día sonó y era mi papá y, peor, era la
terrible llamada, la que ya esperaba desde hace algún tiempo (porque mamá nos
fue preparando para el día trágico). Justo cuando le respondía a Ihovan que mi
mamá se encontraba estable, delicada pero estable, papá, del otro lado de la
bocina, lloroso (¿cuántas veces he visto, oído llorar a papá?, creo que han
sido pocas, muy pocas); entonces, del otro lado de la bocina, papá con la voz
quebrada por el llanto me daba la noticia, mamá acababa de fallecer. Eran las
doce del mediodía de un domingo 19 de julio de 2020. Como dijo Eliseo Alberto,
para él y para mamá, su eternidad comenzó por fin, en lunes…
En
1991 yo tenía trece años, estaba creciendo. Oía a Mc Hammer y a Vaniella Ice,
pero también escuchaba a los Red hot chilli peppers y a los Guns and Roses.
Recuerdo que vivía en el Distrito Federal (odio que ahora le digan CDMX) y
recuerdo también que ese día, viernes, mis papás tenían la graduación de una
prima; mi hermano y yo nos quedaríamos en casa bajo el cuidado de mi tío
Richard; él prometió ir a cuidarnos, prometió estar a las nueve y media, máximo
diez de la noche. Mi hermano tenía ocho años, por una hora, hora y media estuve
al frente de la casa, al mando, mientras el tío llegaba. Mis padres se
despidieron de nosotros y nos dijeron que, si nos portábamos bien y le hacíamos
caso al tío, nos llevarían a Oaxtepec, en Morelos, a unos balnearios muy
bonitos. Cerraron con llave seguros de que el tío estaría con nosotros pronto,
como lo prometió. A las diez de la noche vi que mi hermano pequeño se quedó
dormido, a mí me ganó el sueño también y nos quedamos dormidos en la sala
verde, viendo la televisión, una Hitachi a control remoto (la primera a color
que había en la casa). El tío nunca llegó. Lo siguiente que recuerdo es que
despertamos en la cama, papá estaba listo para irnos y mamá también; llegaron
los abuelos y emprendimos la huida al balneario, papá se veía irritado, seguro
por la ausencia del tío, pero ya habría un momento para hablar de ello. Al
regreso del viaje, a eso de las siete u ocho de la noche, recibimos la fatal
noticia de que el tío había muerto, por eso no pudo llegar a cuidarnos como
había prometido. El tío era hermano de mamá, mamá y abuela se pusieron
terriblemente mal. Yo no sabía bien qué pasaba, mi hermano menos… pero todo
está conectado.
Han
pasado dos años de la muerte de mamá y treinta y un años de la muerte del tío
Richard. En la mañana, abrí mi aplicación de lectura RedEra, donde leo y releo
el libro del mes de julio de mi grupo de lectura, el que me permite reunirme
mes con mes con grandes lectores y comentamos al respecto de los libros
propuestos. En julio tocó el turno al gran maestro Luis Humberto Crosthwaite y
el libro: Idos de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón
y Cornelio, un libro que leí hace muchos años y que volví a releer para los
fines de este club de lectura. Yo lo leí en físico. Lo compré cuando en Colima
existía una tienda maravillosa que se llamaba Ley, ahí vendían bebidas (de
buena marca), perfumes (de buena marca), discos, ropa (de buena marca) y libros
(de grandes editoriales) a precios irrisorios; pagué 15 pesos por el libro. Le
edición que tengo ahora, además de la impresa, es una edición que Luis Humberto
decidió sacar en 2020 en digital y que está gratis. En realidad, muchos de los
libros del autor, él mismo los regaló durante los días de pandemia, pretextando
que era lo mejor que podíamos hacer durante el encierro y tenía razón. Yo tengo
en digital todos los libros del autor, por si alguien los quiere. Esta edición
digital trae un plus como los buenos discos (a final de cuentas la historia
trata la vida y obra de dos grandes músicos de, vaya la redundancia, música
norteña) tiene un material adicional, material que la edición escrita no tiene.
Al abrir la app para ponerme a leer ese material adicional me topo con que el
autor “justifica” la escritura de este relato y dice que esta edición de
pandemia se la debe a un amigo suyo que falleció el 19 de julio de 2020, sí, el
mismo día que mi madre y mi tío. Hebert Axel González es ese amigo al que Luis
Humberto le dedica esta edición especial de: Idos de la mente, una
novela que no se debe perder nadie y menos esta edición donde vienen escenas
que fueron eliminadas de la primera versión o que el autor no supo dónde
deberían ir. Hebert Axel fue, además de amigo de Luis Humberto, uno de los
actores que trabajó esta novela en una lectura en atril que terminó siendo una
lectura en mesatril, porque los actores leían la novela desde una mesa haciendo
todo tipo de personificaciones hilarantes. El espectáculo Ramón y Cornelio
fue todo un éxito en Tijuana (de donde es oriundo nuestro autor) y tuvo
alrededor de ciento cincuenta representaciones; Hebert Axel estuvo en todas,
trabajando de actor-lector. Así que, todo está conectado, porque pienso que,
ahora yo, con este grupo de lectores… puedo hacer una lectura en atril de esta
obra para que llegue a más público.
Gracias, mamá,
gracias, tío, gracias, Luis Humberto y Hebert y gracias a ti que lees esto…
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