Monday, March 13, 2023

19 de julio

 En palabras Llanes


 

 

En el faro de tu amor

En el regazo de tu piel

Me dejo llevar al sol

Es que no hay nadie como tú

Que me haga sentir sentir así

En un arrullo de estrellas, ah-ah-ah

Te lo digo desde el alma

Y con el corazón abierto

Zoé/León Larregui

 

Todo está conectado. En esta vida todo tiene un porqué, un motivo, una conexión. Los días 19 de julio se han vuelto un tanto complicados para mí. Hace un par de años, en plena pandemia por el SarsCov-2, exactamente un domingo, mi madre regresó al sol, se fue entre ríos púrpura y caminó a la fuente. Recuerdo que ese día, mi amigo y compadre Ihovan Pineda, estaba en mi casa comprándome uno de mis libros… Ihovan llegó, estacionó su vocho fuera de mi casa, se bajó, charlamos, nos abrazamos… no recuerdo si le destapé una cerveza o no, lo que sí recuerdo es que me preguntó por mi mamá… en ese justo momento mi celular sonó… el domingo, a mediodía, es muy raro que mi celular suene… ese día sonó y era mi papá y, peor, era la terrible llamada, la que ya esperaba desde hace algún tiempo (porque mamá nos fue preparando para el día trágico). Justo cuando le respondía a Ihovan que mi mamá se encontraba estable, delicada pero estable, papá, del otro lado de la bocina, lloroso (¿cuántas veces he visto, oído llorar a papá?, creo que han sido pocas, muy pocas); entonces, del otro lado de la bocina, papá con la voz quebrada por el llanto me daba la noticia, mamá acababa de fallecer. Eran las doce del mediodía de un domingo 19 de julio de 2020. Como dijo Eliseo Alberto, para él y para mamá, su eternidad comenzó por fin, en lunes…

              En 1991 yo tenía trece años, estaba creciendo. Oía a Mc Hammer y a Vaniella Ice, pero también escuchaba a los Red hot chilli peppers y a los Guns and Roses. Recuerdo que vivía en el Distrito Federal (odio que ahora le digan CDMX) y recuerdo también que ese día, viernes, mis papás tenían la graduación de una prima; mi hermano y yo nos quedaríamos en casa bajo el cuidado de mi tío Richard; él prometió ir a cuidarnos, prometió estar a las nueve y media, máximo diez de la noche. Mi hermano tenía ocho años, por una hora, hora y media estuve al frente de la casa, al mando, mientras el tío llegaba. Mis padres se despidieron de nosotros y nos dijeron que, si nos portábamos bien y le hacíamos caso al tío, nos llevarían a Oaxtepec, en Morelos, a unos balnearios muy bonitos. Cerraron con llave seguros de que el tío estaría con nosotros pronto, como lo prometió. A las diez de la noche vi que mi hermano pequeño se quedó dormido, a mí me ganó el sueño también y nos quedamos dormidos en la sala verde, viendo la televisión, una Hitachi a control remoto (la primera a color que había en la casa). El tío nunca llegó. Lo siguiente que recuerdo es que despertamos en la cama, papá estaba listo para irnos y mamá también; llegaron los abuelos y emprendimos la huida al balneario, papá se veía irritado, seguro por la ausencia del tío, pero ya habría un momento para hablar de ello. Al regreso del viaje, a eso de las siete u ocho de la noche, recibimos la fatal noticia de que el tío había muerto, por eso no pudo llegar a cuidarnos como había prometido. El tío era hermano de mamá, mamá y abuela se pusieron terriblemente mal. Yo no sabía bien qué pasaba, mi hermano menos… pero todo está conectado.

              Han pasado dos años de la muerte de mamá y treinta y un años de la muerte del tío Richard. En la mañana, abrí mi aplicación de lectura RedEra, donde leo y releo el libro del mes de julio de mi grupo de lectura, el que me permite reunirme mes con mes con grandes lectores y comentamos al respecto de los libros propuestos. En julio tocó el turno al gran maestro Luis Humberto Crosthwaite y el libro: Idos de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio, un libro que leí hace muchos años y que volví a releer para los fines de este club de lectura. Yo lo leí en físico. Lo compré cuando en Colima existía una tienda maravillosa que se llamaba Ley, ahí vendían bebidas (de buena marca), perfumes (de buena marca), discos, ropa (de buena marca) y libros (de grandes editoriales) a precios irrisorios; pagué 15 pesos por el libro. Le edición que tengo ahora, además de la impresa, es una edición que Luis Humberto decidió sacar en 2020 en digital y que está gratis. En realidad, muchos de los libros del autor, él mismo los regaló durante los días de pandemia, pretextando que era lo mejor que podíamos hacer durante el encierro y tenía razón. Yo tengo en digital todos los libros del autor, por si alguien los quiere. Esta edición digital trae un plus como los buenos discos (a final de cuentas la historia trata la vida y obra de dos grandes músicos de, vaya la redundancia, música norteña) tiene un material adicional, material que la edición escrita no tiene. Al abrir la app para ponerme a leer ese material adicional me topo con que el autor “justifica” la escritura de este relato y dice que esta edición de pandemia se la debe a un amigo suyo que falleció el 19 de julio de 2020, sí, el mismo día que mi madre y mi tío. Hebert Axel González es ese amigo al que Luis Humberto le dedica esta edición especial de: Idos de la mente, una novela que no se debe perder nadie y menos esta edición donde vienen escenas que fueron eliminadas de la primera versión o que el autor no supo dónde deberían ir. Hebert Axel fue, además de amigo de Luis Humberto, uno de los actores que trabajó esta novela en una lectura en atril que terminó siendo una lectura en mesatril, porque los actores leían la novela desde una mesa haciendo todo tipo de personificaciones hilarantes. El espectáculo Ramón y Cornelio fue todo un éxito en Tijuana (de donde es oriundo nuestro autor) y tuvo alrededor de ciento cincuenta representaciones; Hebert Axel estuvo en todas, trabajando de actor-lector. Así que, todo está conectado, porque pienso que, ahora yo, con este grupo de lectores… puedo hacer una lectura en atril de esta obra para que llegue a más público.

Gracias, mamá, gracias, tío, gracias, Luis Humberto y Hebert y gracias a ti que lees esto…

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