Thursday, December 14, 2006

El paraíso terrenal

El paraíso terrenal


Para Eduardo Antonio Parra que nos dio la idea principal


Alberto LLANES


Recostado en el pasto sintió un cansancio incomprensible, y los párpados se le comenzaron a cerrar hasta que se quedó profundamente dormido. De pronto soñó que sería terrible estar completamente solo. Su sueño era habitado por una gran ciudad. Fastuosa. Con edificios enormes. Carros por aquí. Ruidos. Carros por allá. Luces. Se sentía bien ahí. Un Mc Donald´s en cada esquina y una banca con Ronald para la foto del recuerdo. Gente. Sobre todo gente. Y muchas luces y ruido y ambiente y personas elegantes, otras no tanto, pero mucha fastuosidad. Vio también un casino. Bares. Un Taco Bell en una esquina. Comida. La gente caminaba con la mirada perdida en quien sabe dónde. Y lo que más le llamó la atención: MU-JE-RES. Muchas mujeres. Reconoció un letrero que decía “Tonight, Live Nudes”. Se dirigió al lugar y entró. No recordaba que supiera inglés, pero en los sueños todo es posible. Hasta que se sintiera un centauro. Se sentó en una silla que tenía una mesa para cuatro y estaba cerca de una pista de baile. Pidió dos cubas-libres. Podía ser paradójico. Si no había una Cuba libre menos habría dos. Salió una chica y bailó. Una canción y luego otra y fuera ropa. Volvió a pedir otras dos cubas-libres. Se cagó de la risa. El lugar estaba ambientado con pinturas de Vincent Van Gogh. La oreja sangrante estaba ahí, en un cuadro. Salió otra chica y luego de dos canciones movidas quedó desnuda. Esta vez, la mujer le ofreció su sexo. Se arrimó para darle un lenguazo pero la mujer se difuminó y desapareció. Un puro se consumía en su boca. Estaba emocionado y excitado. El casi probar un clítoris lo había motivado. Pidió otras dos cubas-libres. Pagaba con fichitas de damas chinas. Una chica, la más guapa que había visto en ese lugar se le acercó. Se sentó primero con él y después sobre él. Pronto le dijo, con sus labios como si soltara una bala fría <¿Me invitas una copa?>. Iba a pedir otras dos cubas-libres pero la boca la tenía atiborrada de puros que salían quien sabe de dónde. La chica estuvo a punto de preguntarle por qué carajos estaba pidiendo de a dos bebidas. Pero el que se difuminó ahora fue él. Dejando ahí los tabacos Cohiba, los puros Te amo y las ganas de besar y ser besado. Se vio entonces vestido de gala. Con guantes blancos, traje de pingüino, bombín y bastón de oro en la mano. Estaba en un casino lujoso. En una de las mesas para jugar a la ruleta le apostaba al siete maldito. Pidió dos vodakatónics. Esta ocasión sí valía pedir de a dos. Iba acompañado de una rubia Checoslovaca que había conocido cuando viajó a Praga. A su lado izquierdo Salma Hayeck en el oído le decía que no le apostara al siete rojo, el mejor era el siete negro. Cambió de estrategia. El siete negro nunca cayó. Cuando volteó para reclamarle, la oreja de Vincet Van Gogh estaba en el lugar de la chica, y goteaba. Apostaba fichitas del juego de damas chinas y todas las había perdido ya. La mujer Checoslovaca había desaparecido. Volvió a recuperarse en las apuestas. Dos vodakatónics después y todo estaría bien. En eso, un puro se le consumía en la boca. Afuera llovía. En un efecto casi inesperado estaba lejos del casino. Desarrapado. Mojado. Todo el lujo y todo el glamour los había dejado en la esquina de la calle deseo. Quería ser emperador de Roma, pero en los sueños no hay elección. Caminó unas cuadras y se le cayeron todos los dientes. Gritaba pidiendo ayuda y no había absolutamente nadie quien le pudiera auxiliar. Intentó regresar al casino y no lo logró. Quiso volver al Live Nudes y entonces entró a un supermercado. Estaba solitariamente vacío. Pensó que la vida sin nadie podría ser patéticamente aburrida. Es verdad, podía tomar lo que quisiera sin pagarlo, pero no podría compartirlo con nadie. Tomó un rastrillo y se quitó la barba. Se veía varonil pero… ¿para quién?, para nadie. Estaba patéticamente solo. Salió a la calle y ninguna alma. Parecía que vivía en la primera calle de la soledad. Un puro le tapaba la boca y dos cubas-libres, uno en cada mano, esperaban ser consumidas. Se movió. Estaba sudando ¿o sería la lluvia? El corazón le latía a doscientos kilómetros. Todo eran señales. La boca no tenía dientes y las encías se le empezaban a podrir. Había sangre en toda su ropa. Siempre había pedido de a dos tragos porque no le gustaba estar solo. Despertó. Cuando abrió los ojos se vio mojado en sudor y con los dientes en su lugar. Iba a recorrer el paraíso pero le dio flojera porque estaba completamente solo. Ni siquiera el trino de los pájaros lo acompañaba esa tarde. En su próxima entrevista con Dios le pediría a una mujer de compañía, una que por lo menos le saliera de su costado.

Friday, November 17, 2006

Abrí el armario y me encontré con la triste mirada de una jirafa

Abrí el armario y me encontré con la triste mirada de una jirafa


Para Dolores Castro,
que puso este ejercicio


Abrí el armario y me encontré con la triste mirada de una jirafa. Pulsé el botón y se puso amarillo, las puertas se cerraron automáticamente y ascendió. Subí entonces las escalerillas de emergencia que nadie utiliza, y llegué al ochentavo piso, ahí estaba otra vez el armario. Volví a presionar el botón que tenía una flecha de expulsión que se volvió a poner amarilla, y automáticamente se abrieron las puertas. En el interior estaba la misma jirafa con la sonrisa ahora en su mirada y en su cuerpo. Se le veía más jirafa y las manchitas de su cuerpo tenían más vida que otras veces. Cuando me vio, jiralfamente me expresó su regusto con un lengüetazo en la cara y me di cuenta entonces de que a las jirafas les encantan las alturas.

Tuesday, October 10, 2006

El coño de las monjas

El coño de las monjas


Para Juan Manuel de Prada.


Alberto Llanes


En cuanto uno ve a una mujer tapiada de ropa, desde la cabeza hasta la mera punta de los pies, uno suelta automáticamente un: ¡En la madre!, máxime si esa mujer vive en tierras cálidas como las que suelo visitar en mis recorridos nocturnos y diurnos también. El resultado, generalmente verdadero, y para nada sorpresivo, es que en efecto, la expresión ésa de ¡En la madre!, que recién acabamos de soltar, resulta ser siempre cierta, la mujer que camina con la mirada gacha, el paso lento, las manos extendidas y a la altura del pecho, en la inclemente posición de rezar la oración, y con un rosario en la mano, resulta ser siempre, por lo común quiero decir, una madre, pero no una madre de familia, tampoco una de poca madre o de mucha madre según se quiera ver, esas mujeres de las que les vengo hablando tácitamente, resultan ser monjas, ministras o enviadas o amigas o ayudantas o convidadas de dios, aquél que dicen que está en los cielos, y es el mero padre, el mero gallo, quiero decir. Irremediablemente me pongo a pensar en sus coños, en la textura, en su abnegación, en cómo vivirán o podrán vivir ahí, tapados, ocultos, ocultísimos quiero decir, de las miradas del propio dios. Y no lo habría hecho (pensar en sus coños con todo respeto claro está) de no haber sido por el libro de Juan Manuel de Prada, pero desde esa lectura, el primer coño (porque algunos otros ya los conozco de cerca), pero el primer coño que se me vino a la mente fue el coño de las monjas. Arropado de todo ropaje, el habido y el por haber, cálido por los mismos menjurjes, y diametralmente opuesto a lo que todo mundo cree con respecto a los demás coños. El coño de las monjas vive ahí, en pleno olvido, aunque los calores y los sudores le den a la poseedora de ese gran coño, escozor, picazón, ansias de ser penetrado, y es que las monjas deben guardar el celibato para mejor ocasión, pero también son mujeres y les dan ganas, cómo no. Por eso, cuando ellas llegan a tomar la ducha se rascan los adentros, con uno, dos, tres, cuatro, cinco dedos… toda la mano (y lo hacen así, por dentro, porque el escozor viene precisamente de ahí) de ese coño virginal, que ya no es tan virginal después de tanta rascazón, después de tanto escozor, después tanta urgencia, pues. Incluso, con estropajo en mano, las monjas llegan a la rascazón de la zona pudenda en cuestión, porque la calentura, más en las tierras cálidas que suelo frecuentar en mis recorridos diurnos y nocturnos también, es mucha, y la desesperanza de los placeres sexuales es también muchota, y el escozor les duele en las meras entrañas, en el mero entresijo, y ese coño, que nunca ha sido tocado por miembros que lo puedan llenar de sustancias que pongan en duda la voluntad acérrima de dios, a través de esa monjita que pasa con la mirada gacha, el paso lento, las manos extendidas y a la altura del pecho, y en la inclemente posición de rezar la oración, es un coño a la espera de ser horadado, pero cómo si el celibato lo impide. Si es regla suprema, máxima, conservar intacta esa flor, esa dulce flor con la castidad de que se valen pocas mujeres en días como estos, de tanto perreo. Entonces, la monjita con el coño generalmente afelpado, porque no creo que su religión les permita depilar el área del bikini, que además ¿para qué o para quién?, si ese coño vive siempre arropadísimo y lejos de la mirada penetrante (y será lo único que penetre esos coños ¿rosados?) de las monjas en cuestión. Cómo me gustaría ver a una monja con liguero, con el coño libre de la braga, depilado a tope, con los labios carnosos como los labios de la boca, con el clítoris listo para llenarlo de placer. No me sorprendería que bajo esos ropajes, la monja vista la tanga de hilo dental, y que se incruste en la raja del culo y en la del coño también, y sea la forma adecuada, salvando el contacto sexual e intercambio de fluidos, quiero decir, con que se den placer. Tampoco me sorprendería, que bajo esos ropajes la monja vista lencería fina, provocadora, lasciva y liviana, de las marcas que están de moda, muy en boga en esos países del primer, el segundo o el tercer mundo por qué no, como el Victoria´s Secret, Lovable, Intimissimi, Wonderbra, Petit in rose qué sé yo de lencerías si ni siquiera recuerdo el día exacto en que nació esa monja, que camina con paso el lento, la mirada gacha, las manos extendidas y a la altura del pecho, en la inclemente posición de rezar la oración, y con el rosario en la mano. ¿A qué dios le rezará esa monja?, ¿a qué santo, demonio, hombre o quimera le rezará esa monja que camina con el paso lento, la mirada gacha y las manos extendidas y a la altura del pecho, y en la inclemente posición de rezar la oración?, será que la monjita quiere, con rezos quiero decir, alejar a esos demonios que le pican la ranura desde dentro, que le dan la comezón en las meras entrañas, en el mero nacimiento, en el mero monte de Venus, en el mero punto original del así llamado origen de la vida. ¡Pobre de la monja!, no sé cómo con tanto escozor, con tanta picazón en salvas sean las partes pueda, quiera, siga viviendo así, en celibato quiero decir.

Los veintiocho

Catalejos


Alberto LLANES


Los veintiocho


UNO llega a los veintiocho, y todo se vuelve Materialismo histérico y nada más (como dijera Xavier Velasco). Porque uno se encuentra con amigos que hace tiempo no ve, y las preguntas salen disparadas a toda velocidad. ¿Ya tienes casa?, ¿Cuántos coches tienes?, ¿Cuánto ganas?, ¿En dónde trabajas?, ¿Vas a salir de vacaciones?, ¿Ya te casaste?, ¿Cuántos hijos tienes? ¡Bah!, como si estuviera escrito que uno, a fuerzas, al llegar a esas edades debe tener todo eso, o en otras palabras, la vida resuelta. Entonces las respuestas son obvias: No, no tengo casa, no tengo coche, gano una madre, trabajo aquí y allá y a veces de free lance, en mi puta vida he salido de vacaciones, no me he casado ni quiero por lo pronto, y no tengo hijos, por lo menos que yo sepa.
Entonces, el amigo, ése que hace tiempo no veíamos, cambia de pronto el rictus, y lo que parecía un encuentro amistoso se convierte en un desencuentro, y lo que parecía alegría por volverse a ver luego de tanto tiempo, se vuelve incómodo, hostil, indiferente me atrevería a decir.
Y a uno entonces le sueltan una mirada, (mirada especulativa de arriba abajo quiero decir), y entonces lo ven a uno todo jodido, todo dado a la chingada, todo harapiento, todo greñudo, todo con las ropas jodidas, o puede que incluso, con las mismas garras de aquella juventud, y entonces el amigo increpa un: Es que no has cambiado nada, sigues igualito. Y entonces uno se encabrona, cómo que no he cambiado, cómo que sigo igual, han pasado diez pinches años desde que no nos vemos, y este cabrón me sale con que todo sigue igual, de estoy igualito. Y por no molestar, uno se sale por la tangente, y uno entonces le pregunta al amigo de la adolescencia lo mismito con que nos recibió en ese “amistoso encuentro”.
Y entonces, el amigo nos responde que a él le ha ido a toda madre, que trabaja aquí, y allá y que se mete sus buenos miles de pesos mensuales, que tiene un súper carrazo último modelo, que toma champagne, whisky y cogñac, que vive en lomas (turbas) de no sé qué madre, y que se casó con la chava más guapa, más buena, pero la más puta también (para que nos hacemos pendejos) del bache., que ya tienen dos hijos y no sé qué más, y cuando te dice, saca su cartera de piel marca Armany para enseñarte las fotos de la familia, y entonces se ven las tarjetas, las credit card, las máster card, las express card, las visa card y sí, en las fotos la familia está contenta, y claro, trae el muy mendigo las llaves de su coche en la mano, porque acaba de dejarlo estacionado en quien sabe dónde. Y te presume que lo acaba de sacar de la agencia y a cada movimiento brusco (porque habla moviendo de un lado a otro las manos) mueve el llavero y suenan las llaves y se ve que es de la Crhysler.
Y a uno le dan ganas de saber donde está aparcado el móvil para darle un rayón de miedo, y en eso suena su teléfono celular y nada más oyes que dice: sí señor, aquí estoy cerca señor, en eso ando señor, en un momento más señor, en eso estaba pensado señor, claro señor, por supuesto señor, desde luego que sí señor, como no señor, como usted diga señor, lo que usted mande señor, a la hora que usted guste señor, como diga el señor, y cuelga.
Y sigue tratando de recordar entonces lo que estaban platicando apenas un instante, y te vuelve a decir: Es que qué bárbaro, sigues igualito, de verdad, no has cambiado nada. Como insinuando que él sí, que él es muy cabrón, que tiene una posición importante, que tiene, en pocas palabras, la vida resuelta, que es alguien importante, que de hecho es más importante que tú, y bueno sí, puede ser que sí, pero qué se le va a ser, (uno no es lo quiere, sino lo que puede ser). Y te pregunta que a qué te has dedicado, A que has dedicado tu vida, Dice, Soy escritor, Le respondes sin ningún gesto de más en tu cara. Y te dice, Claro, cómo no lo pensé antes, sigues con tus sueños de ser escritor, verdad, Interroga, Te digo que nos has cambiado nada, Dice, Y qué tal te va en eso, se gana bien, Pues nada más para irla llevando, Respondes optimista, Claro, claro, dice, se te nota, Pásame tu número celular para ponernos de acuerdo y juntarnos toda la banda no, Te dice, Claro, Respondes, Y le das entonces un número falso, el número de una persona que te acaba de dar ese número para que la contactes para una trabajo importante, y le dices entonces que no deje de llamarte, que te fascinaría ir a esa reunión para darte cuenta de la deplorable situación de los demás, Y te dice entonces que sí, que cómo no, que él se pondrá de acuerdo con “la banda” y te avisará, y de eso no te queda duda, y se despiden con un apretón de mano, y se te queda el perfume carísimo impregnado en la mano.
Se aleja. Ves cómo se diluye y se pierde en las calles contiguas. Y ya que no se ve, ya que se perdió y que no es más que un punto negro, ya que está lejos de ti, te sientas entonces en la banca más cercana, sacas tu libro y te pones a leer: Opiniones de un payaso de Henrich Böll. Quieres mirar sus movimientos con los catalejos, pero la historia, la historia es más fuerte que tú…

Monday, October 02, 2006

Los veintiocho

Catalejos


Alberto LLANES


Los veintiocho


UNO llega a los veintiocho, y todo se vuelve Materialismo histérico (como dijera Xavier Velasco) y nada más. Porque uno se encuentra con amigos que hace tiempo no ve, y las preguntas salen disparadas a toda velocidad. ¿Ya tienes casa?, ¿Cuántos coches tienes?, ¿Cuánto ganas?, ¿En dónde trabajas?, ¿Vas a salir de vacaciones?, ¿Ya te casaste?, ¿Cuántos hijos tienes? ¡Bah!, como si estuviera escrito que uno, a fuerzas, al llegar a esas edades debe tener todas esas cosas. Entonces las respuestas son obvias: No, no tengo casa, no tengo coche, gano una madre, trabajo aquí y allá, en mi puta vida he salido de vacaciones, no me he casado ni quiero por lo pronto, y no tengo hijos, por lo menos que yo sepa.
Entonces, los amigos, esos que hace tiempo uno no veía, cambian el rictus, y lo que parecía un encuentro amistoso se convierte en un desencuentro, y lo que parecía alegría por volverse a ver luego de tanto tiempo, se vuelve incómodo, hostil, indiferente me atrevería a decir.
Y a uno entonces le sueltan una mirada, (mirada especulativa de arriba abajo quiero decir), y entonces lo ven a uno todo jodido, todo dado a la chingada, todo harapiento, todo greñudo, todo con las ropas jodidas, o puede que incluso, con las mismas garras de aquella juventud, y entonces el amigo o amiga increpa un: Es que no has cambiado nada, sigues igualito. Y entonces uno se encabrona, cómo que no he cambiado, cómo que sigo igual, han pasado diez pinches años desde que no nos vemos, y me sale con que todo sigue igual, de estoy igualito. Y por no molestar, uno se sale por la tangente, y uno entonces le pregunta al amigo o amiga de la adolescencia lo mismito con que nos recibió en ese “amistoso encuentro”.
Y entonces, nuestro amigo nos responde que a él le ha ido a toda madre, que trabaja aquí, y allá y que se mete sus buenos miles de pesos mensuales, que tiene un súper carrazo último modelo, que toma champagne, whisky y cogñac, que vive en lomas (turbas) de no sé qué madre, y que se casó con la chava más guapa, más buena y más puta también del bache., que ya tienen dos hijos y no sé qué más, y cuando te dice, saca su cartera de piel marca Armany para enseñarte las fotos de la familia, y entonces se ven las tarjetas, las credit card, las máster card, las express card, las visa card y sí, en las fotos la familia está contenta, y claro, trae el muy mendigo o (a) las llaves de su coche en la mano, porque acaba de dejarlo estacionado en quien sabe dónde. Y te presume que lo acaba de sacar de la agencia y a cada movimiento brusco (porque habla con las manos) mueve el llavero y suenan las llaves y se ve que es de la Crhysler.
Y a uno le dan ganas de saber donde está aparcado el móvil para darle un rayón de miedo, y en eso suena su teléfono celular y nada más oyes que dice: sí señor, aquí estoy cerca señor, en eso ando señor, en un momento más señor, en eso estaba pensado señor, claro señor, por supuesto señor, desde luego que sí señor, como no señor, como usted diga señor, lo que usted mande señor, a la hora que usted guste señor, como diga el señor, y cuelga.
Y sigue tratando de recordar entonces lo que estaban platicando apenas un instante, y te vuelve a decir: Es que qué bárbaro, sigues igualito, de verdad, no has cambiado nada. Como insinuando que él o ella sí, que tiene una posición importante, que es alguien importante, que de hecho es más importante que tú, y bueno sí, puede ser que sí, pero qué se le va a ser, uno es un payaso y qué se le va a hacer (uno no es lo quiere, sino lo que puede ser). Y te pregunta que a qué te has dedicado, A que has dedicado tu vida, Dice, Soy escritor, Le respondes sin ningún gesto de más en tu cara. Y te dice, Claro, cómo no lo pensé antes, sigues con tus sueños de ser escritor, verdad, Interroga, Te digo que nos has cambiado nada, Dice, Y qué tal te va en eso, se gana bien, Pues nada más para irla llevando, Respondes optimista, Claro, claro, dice, se te nota, Pásame tu número celular para ponernos de acuerdo y juntarnos toda la banda no, Te dice, Claro, Respondes, Y le das entonces un número falso, el número de una persona que te acaba de dar ese número para que la contactes para algo, y le dices entonces que no deje de llamarte, que te fascinaría ir a esa reunión para darte cuenta de la deplorable situación de los demás, Y te dice entonces que sí, que cómo no, que él se pondrá de acuerdo con “la banda” y te avisara, y de eso no te queda duda, y se despiden con un apretón de mano o beso en la mejilla, y se te queda el perfume carísimo impregnado en la mano, o el beso de ella perfumado en la mejilla derecha.
Se aleja. Ves cómo se diluye y se pierde en las calles contiguas. Y ya que no se ve, ya que se perdió y que no es más que un punto negro, ya que está lejos de ti, te sientas entonces en la banca más cercana, sacas tu libro y te pones a leer: Opiniones de un payaso de Henrich Böll. Quieres mirar con los catalejos, pero la historia, la historia es más fuerte que tú…



albertollanes@hotmail.com

Friday, September 15, 2006

Relatrato de la piedra de Juluapan

Relatrato de la piedra de Juluapan


Alberto Llanes


/a/
Subir a la cima de la piedra de Juluapan está cabrón. Máxime si el tiro del pantalón te queda flojo, porque estorba para subir y mover las piernas a tu antojo. También está el caso de que te lleves puesta una camisa negra. Pero hay otro menoscabo o pretexto para afirmar que la subida a todo lo alto de la piedra está muy cabrona: la falta de condición física. Y yo le agregaría una más, el fantasma del indio Vicente Alonso, que no deja que uno avance a paso veloz y nos pone piedrecitas sueltas a cada paso que vamos dando. También están los abedules, que si uno los llega a tocar sin el cuidado necesario, o si uno pone la mano en la parte ofensiva, puede uno terminar todo ajuatado. Pero aún así, con todos los pros en mi contra. Contra todas las expectativas. Llegué a lo mero alto de la piedra de Juluapan. Ahí donde el aire no se anda con chingaderas y te pega de lleno en la cara, y la melena vuela, y te sientes libre, y el silencio es total y quieres sentirte como ave y volar…volar…volar… pero es el lugar también donde un descuido te puede aventar y caer… caer… perpetuamente.
Ese viaje a la piedra de Juluapan hubiera estado bien haberlo realizado algunos días atrás.
(maldito el que crea que esto es un relato o un retrato).
Y es que hace unos días me urgía una panóramica (en foto o video) de la imponente piedra de Juluapan. Sólo que ahora, con el trabajo que me dio (en lo personal) subir a la mera cima, veré la forma de sacar esa fotografía, mostrarla para incitar a otros intrépidos a subir, y que descubran con ojos propios la majestuosidad de las tierras que pisaba el indio Vicente Alonso.
Cuando uno empieza la ascensión no hay bronca. Uno está alegre, contento y descansado, sobre todo eso, descansado. Entonces uno va agarrando brecha, y comienza tras… tras… tras… pian pianito, sube que sube. Y el grupo (si es que uno va en grupo) se ve bien chingón. Todos en fila india. Algunos van riendo, los demás cantando y el resto (donde me incluyo yo) vamos calladitos, sin decir ni puta madre para no gastar las energías (que por lo que voy viendo, van a ser bien necesarias para el final). Y allá va uno con las ganas y con la idea de tomarse la foto. Sube aquí, sube allá. Y la energía a todo lo que da. Y es que es domingo por la mañana, y Rafa Mesina, Víctor Gil, su esposa y sus hijos, Sergio, Rosalba, Marisa, Memo, Toño y yo allá vamos, subiendo la cuesta para llegar a todo lo alto. Ahí, donde las águilas tienen su nido. Y que no se diga que le voy al América, sino al Toluca.
No hemos subido ni cien metros, cuando siento que los zapatos que llevo no son los mejores para escaladas como ésta. De joven narrador a inexperto explorador prefiero mil veces lo primero. Eso sí, no llevaba equipo scout pero sí equipo de escritor, y es que un bonche de hojas descansaba en mi bolsillo trasero derecho y la pluma-fuente, iba bien atorada en la camisa por dentro. ¿Y eso para qué me iba a servir al escalar la montaña?, ni para escribir al momento esta crónica, porque terminé verdaderamente fulminado. En fin.
Allá va uno sube que sube, sude que sude, y ni siquiera íbamos a la mitad. La fila india pronto fue un despojo de humanos que se iban quedando al paso. Yo no corrí con mejor suerte, también me quedé pero un poco más adelante. Conforme uno subía los colegas del paseo iban quedando atrás o adelante, según. Uno pasaba a su lado e intercambiaba (en mi caso), frases brevísimas por aquello de seguir guardando energías para el momento en que se debía sacar el pundonor y mostrar verdaderamente de qué está hecho uno.
Seguimos pues marcha arriba. O cuesta arriba. O cuesta-trabajo. Y eso que apenas, como decía Rafa, íbamos empezando. Chin. Faltaba todavía lo peor –decía-. Durante el trayecto creí pertinente sacar mi cámara para ir tomando testimonio de la escalada marca: can-sa-da, que estamos haciendo. Así mataba dos pájaros de un tiro (y sin escopeta), por un lado tomaba el testimonio de que en verdad iba en busca de la piedra de Juluapan, y por el otro, me hacía güey haciendo como que estaba tomando video y aprovechaba el momento para descansar.
Así que unas cuantas tomas por aquí, otras por allá servían de pretexto ideal para tomar aire, jalarlo de donde se pudiera, de donde se dejara. Y es que cuando uno fuma como desesperado ese tipo de trabajos (paseos en este caso), en vez de convertirse en paseos de excursión se vuelven verdaderas mandas al dios “Ux” de la piedra. Y lo que uno menos quiere en momentos como ése, de falta de aire, es que alguien del grupo nos vea todo jodido y nos suelte un <¿Otro cigarrito?>, claro que uno va a decir siempre que sí, por orgullo o por pura mamada, pero uno siempre contesta que sí, claro, respirando hasta por los codos y en un doble esfuerzo físico que los demás, por supuesto no van haciendo.
Llegamos hasta una pileta vacía que llamó mi atención, (luego me llamarían la atención otras cosas), como piedras en forma de cabeza (en hueso óseo) de dinosaurios y cosas así, pero primero fue esa pileta vacía, que pensé que no estaría de más llevarme de referencia testimonial con un paneo y close-up en la cámara. A decir de Moy, en los tiempos de tata Alonso, esa pileta muy probablemente fue un receptáculo acuífero, para abrevar tanto animales, como personas.
Entonces uno empieza a recrear en su mente al legendario indio Vicente Alonso y no le queda a uno más que decir . Y empieza uno a teorizar. El cansancio lo pone a uno a pensar en chingadera y media. Y entonces se le ocurre a uno la idea de que, <”Imposible, imposible era que los federales de aquellos tiempos (si tenían mi condición física), pudieran dar con la guarida del indio Vicente Alonso”>.
Pero hay que seguir adelante porque Rafa y los demás llevan buen paso y yo, yo tengo la camisa negra…


/b/
Seguimos entonces la ascensión al monte (pareciera que al Gólgota pero no, monte Juluapan). La brecha indicaba que tiempo atrás, alguien la había abierto y estaba ahí, enseñándonos el camino a seguir, como en el “Mago de oz”. Delante de mí iba Moy y detrás no veía a nadie. Oía voces pero las siluetas se perdían en todo ese terreno boscoso. Pienso entonces que falta poco para llegar, porque el grupo se va desintegrando. Sin embargo, en un rato Rafa Mesina me quita la idea de la cabeza con un grito que dice que no vamos ni a la mitad. Llegamos entonces a un sitio donde la brecha se ensancha y el campo es plano, ideal para acampar. Se nota incluso algo de carbón en el suelo, señal de una antigua fogata y las tripas le empiezan a llorar a uno, añorando una carnita bien asada con unas cervecitas y viendo un partido de la selección mexicana en Alemania 2006.
El cabello empieza a quererse soltar del chongo. Hasta ahí con un trago de agua bastará para proseguir el camino hasta la cima. La camisa tiene la marca del sudor a la mitad. Hago la pregunta inevitable en situaciones semejantes, y Rafa presto me la contesta. . . Me siento en una piedra mientras llega el resto del grupo. Algunos tienen ganas de quedarse ahí y no moverse más, no subir más allá. La verdad yo también quiero quedarme, pero en eso me sale lo machito cuando Moy me dice: . Asu… esas son las comparaciones que lo lastiman a uno, como dijera Jaime Sabines. No sé si Ramona fumara o no, pero yo estaba hasta la madre de cansado. Agarré entonces una burrita que encontré por ahí. Hice ánimos de subir más allá de lo evidente. Agarré valor quien sabe de dónde. Y me dije . Sólo que se me olvidó que Ramona tenía en ese entonces dieciséis años y muy posiblemente no tenía ningún vicio. Yo al contrario tengo veintiocho años y no bajo de las dos cajetillas de cigarro diarias. Así que jalé otra vez aire como pude y de donde pude. Saqué la cámara y a seguir grabando, o descansando para grabar o grabar para seguir descansando. Lo mismo da.
Delante de mí en esta ocasión se apoltronó Sergio. De Moy, sus chavos, Memo, Toño y Rafa, ni sus luces, volaron. ¿O se transformarían –como dicen que hacía el indio-, en alguna ave para llegar más aprisa a la cima? Yo me fui rezagando poco a poco. Si ya Ana Guevara llegó tercera, que no llegue yo colero –pensé-. Tomas por aquí y por allá no caían nada mal para ir viendo el paisaje, la flora y la fauna del lugar, la tierra del indio Alonso, y claro, para llevármela tranquila, para descansar, limpiarme el sudor y lanzar una que otra mentada de madre.
Al frente mío llegó un momento que no iba nadie. Detrás de mí tampoco. Oía las voces de los de adelante pero no los distinguía. El camino estaba flojo lo que hacía difícil su ascenso. A veces a uno le falta tomar aire fresco, ese era el momento ideal. De pronto las voces del grupo puntero (por decirle de algún modo) se oían arriba, y yo seguía abajo y con la camisa negra. ¿Cómo subieron… por dónde? Caray, me había extraviado. La brecha ya no estaba muy marcada y se empezaba a perder. Oí a lo lejos y en lo alto a Moy gritar , y me di cuenta entonces de que me había ido por el sendero equivocado. Regresé por media vuelta. Me topé entonces con Marisa, la hermana de Rafa Mesina y me dijo: <¿Te perdiste?>, -contesté-. Me indicó entonces el camino correcto y esa brecha fue entonces la que nos iba diciendo Rafa que era un poco más empinada que las anteriores. O sea, esa era la verdadera parte difícil del camino. Eso sí, era una verdadera zona de derrumbes. Pensé que un caballo ahí no podía pasar, Cómo chingaos le hacía entonces el indio Alonso para subir y bajar a su antojo. Recordé que decían que era chamán y que podía adoptar la forma de cualquier animal. ¿Sería cierto? He ahí que lo que para mí era difícil, para el indio era fácil.
A esas alturas (tanto de altitud como de altivez), ya no pensaba en el tesoro que dicen escondió el indio Vicente en una cueva. Lo que me interesaba era llegar a la puta piedra, tomar agua y descansar, porque la bajada iba a estar criminal. Lo presentía. Seguí en subida. Por un momento pasó por mi mente quedarme ahí, donde fuera. Por fin volví a oír voces conocidas del resto del grupo puntero. Me senté en una roca. Sentía que las piernas se me iban aflojando a cada paso que daba. Los zapatos. El calor. La camisa negra. El tiro del pantalón. Todo me estorbaba. Hasta la chingada cámara que llevaba era un estorbo. La camisa estaba prácticamente empapada de sudor. Me la quité para seguir un tramo así, a rais. Me vi la panza y automáticamente pensé en dos cosas. -dije-, . Pero la chela es otro vicio muy difícil de dejar. Alcancé otrora vez al grupo puntero. No por mi experiencia en la escalada de montes, ni por ser el expedicionario del año; más bien porque estaban haciendo un descanso para seguir cuesta arriba. A mí me había costado sí… pero trabajo llegar hasta ahí. Pensé entonces que si hubiera vivido en tiempos del indio Alonso y hubiera formado parte de su cuadrilla, y me hubiera pedido de favor que bajara por agua o por cigarrillos o por lo que fuera cuantas veces a su antojo, lo hubiera mandado literalmente a la chingada aunque me metiera un plomazo por subversivo.


/c/
La pendiente se hacía de verdad pendiente. Lo único que no podía hacer a estas alturas, que no estaba permitido que hiciera a tales alturas, sería botar la toalla, que por otro parte no llevaba. Carajo. Quería a fuerza una foto de piedra de Juluapan. No dudo que almas caritativas del grupo con el que iba la hubieran podido tomar. Sólo bastaba con que les pasara mi cámara, les dijera que no podía más y que me hicieran el favor de ir a la chingada piedra y tomaran una diapositiva interesante. Pero ni modo de quedarme ahí hasta que volvieran a bajar. ¿Qué iba a hacer en todo ese tiempo?, ¿descansar?, jajaja. Aunque colero tenía que llegar. Me acordé de las obras de teatro que escribió otro Vicente, éste de apellido Leñero “Los perdedores” y me dije que no podía ser un personaje de esos. Así que con la burra en la mano fui escalando poco a poco, más por orgullo que con fuerza. ¿Cuántas veces subiría el mismísimo indio Vicente Alonso esta montaña? ¡Pinche indio, mis respetos, me cae! Completamente solo opté por ponerme de nueva cuenta la camisa negra porque el sol requemaba muy cabrón. El terreno empezó a complicarse cada vez más ¿Venía alguien detrás de mí?, no lo sabía. No se oía nada ni veía nada. Ni pasos, ni pisadas, ni mentadas, ni reclamos, ni pujidos de esfuerzo físico, ni aleluyas o alabanzas a Dios, nada, me cae. Bueno, ni siquiera una reclamación al pinche indio Alonso por tanto valor de subir la montaña a su antojo. Llamó mi atención en ese momento una botella de Sprite de dos litros metida en un árbol. Pensé que a como diera lugar queremos dejar huella al lugar al que vamos, pero con basura no le veía mucho el caso. Un bote de jugo también llamó mi atención, su sabor no se alcanzaba a distinguir a la distancia, porque la intemperie y el tiempo, habían arruinado completamente el color del bote en su totalidad, pero alcancé a leer que era de la marca: Jumex.
De pronto me sentí un personaje de Daniel Defoe. Un Robinson Crusoe, sólo que en lugar de isla, yo estaba perdido en una montaña. Cansado hasta la madre y con la idea, aún fija de bajar de ahí con una foto de la piedra de Juluapan, proseguí la travesía. A veces pensaba que no tenía necesidad de estar en esa situación. Pero era cierto, había también que hacer a veces, algo de ejercicio y sudar la gota gorda. También dudé de la grandeza de la piedra, pensé que al llegar a la cima lo más humillante sería encontrarme con una méndiga piedrecita que bien podía caber en mi zapato y molestarme a cada paso que daba. Pero no, alguien me dijo que me iba a impresionar al llegar a la cima.
También estaba el orgullo y las palabras de Moy resonando a cada paso: . Seguí pues la marcha. La vegetación no la voy a describir completamente porque no la observé con detenimiento. Eso sí, la presencia de chachalacas (a decir de los demás del grupo), era notoria. Entonaban un canto dulcísimo, como sólo ellas lo saben hacer.
De pronto vi a Rafa que venía cuesta abajo gritando el nombre de Marisa, de Laura. A ojo de buen cubero, y a oído también, no se veía nada ni se oía a nadie. Entonces me dijo: y continuó su marcha. Me acerqué a donde había dejado su mochila, ¿cómo podía llevar todavía cargamento y tener aún energías para bajar en busca de alguien más? Al poco tiempo estaba de regreso. Le pedí un poco de agua porque la deshidratación estaba gruesa. Me extendió una garrafa. Me dijo que estábamos a punto de llegar. Yo lo que quería era llegar sí, pero a mi casa y que me pusieran compresas de hielo en las piernas porque prácticamente no las sentía. Caminé cincuenta metros más, a decir verdad no sé si cincuenta o pocos más, eso no importa, el caso es que llegamos por la parte de atrás de la piedra, los demás habían dejado sus cosas en un paraje muy agradable y sombreado junto con las burras, aventé entonces mi burra por ahí. Rafa me dijo que subiera para que viera el paisaje. Me aventé otra escaladita más. El paisaje era hermoso, tomé la cámara y empecé a hacer el trabajo por el cual iba, sacar imágenes. Colima se veía a lo lejos, los coches se veían literalmente como escarabajos. El megapalenque de la villa era como un pequeño montículo de pitcher. El aire fresco daba pleno en el rostro. <¿Qué tal la vista?>, -me preguntó Rafa-. <¿Verdad que vale la pena la subida?>. Sí, vale la pena la cansadota, la subidota, el calor, todo vale la pena cuando te das cuenta cuán pequeños somos, cuán grande es todo eso. A decir del propio Rafa estábamos como a poco más de mil 200 metros. Me sentía en tierra de gigantes.
Le dimos la vuelta a la piedra, que debo aclararlo es enorme. Perdí de vista a Rafa y desde lo alto (ya en la piedra él), me gritó que porqué no subía. Al principio no quería. Dudé. Más bien no podía, las piernas ya no me respondían y aún faltaba la bajada. Pero después que Rafa me dijo que aún valía mucho más la pena esa panorámica. Puse un pie en la roca. Un murciélago pasó rozando mi cabellera. Saqué mi cámara para grabarlo, pero el murciélago no me iba a esperar todo el tiempo, se fue. Puse el segundo pie. Fui pisando por donde me indicaba desde lo alto Rafa. Escalé. Llegué a la cima y en efecto, valía la pena, todo valía la pena, la cansada, la sudada, el ejercicio que hacía falta. La panorámica desde esa perspectiva bien valía la pena. El aire me movía porque las piernas las tenía tembleques. Un putazo a esa altura y no vives para contarlo. Iba colero dentro del grupo y llegué segundo a la cima. Ahí verifiqué que los últimos, serán, sino los primeros, tal vez los segundos. El espectáculo bien valía que me gastara todo un disco compacto en fotos, video y demás. Colima se veía… a lo lejos.
Rafa dice que desde la Madero se alcanza a ver la piedra de Juluapan, que todas esas calles llevan a esa dirección. De ahora en adelante me fijaré y seré un observador a distancia de la piedra de Juluapan. Quizá en otra ocasión vuelva a tener el atrevimiento de subir. Para esa ocasión iré bien preparado.
Una cruz en la piedra llamó y llama la atención a toda la gente que logramos llegar a la cima, sentarnos un rato en la piedra: Moy, sus hijos, Sergio, Marisa, Laura, Toño, Memo, Rafa y yo. La foto del recuerdo ahí está. No seré un escalador profesional pero llegué. Llegamos. Al final todo vale la pena. La historia, el convivo, las andanzas, la leyenda, el indio Vicente Alonso. Los amigos… y las cervezas que nos esperan frías, en una hielera azul.

La reverberación del agua

La reverberación del agua


Alberto LLANES


El chopo va volviéndose vapor. Esbelta y con rumores y en forma de veleros. La espuma como tallos va yéndose. Se va. No distingue rostros. Simplemente no vuelve nunca más. Ella y el agua y la sal y el azul del cielo como penachos, cuando arrecia el viento, tienen una única y patética y desafiante y alucinante meta. Simplemente irse. Ir es todo. Y entonces se van yendo. Y todo se va. El lecho se va, los rumores también. Los reflejos. Todo. Todo-todo. Caminan. Andan. Van. Vuelan. No piensan volver. No quieren volver, de hecho no les interesa. Porque ir para atrás es convertirse en estatua de sal. Dicen que un hombre les habló bonito. Un hombre que tenía inyectada la poesía en los laureles de las plumas, en vilo del vuelo. Dicen que les bajó el telón del cielo. El queso que es como luna. Y que les bajó además, cosas como prendas, /dicen/ prendas íntimas /dicen/ y que por íntimas yo, por caballero, no estoy obligado a decir, porque los caballeros no tenemos memoria /dicen/ y yo, ¡oh!, acabo de perder la mía /dicen/. Ellas sólo quieren irse, el chopo también /dicen/, el vapor también /dicen/. A ellas no les interesa otra cosa que huir. Salir. No regresar. Prenderse fuego. No entienden nada de lo que los poetas, como saetas lanzan como olas de sal derramándose, derramadas. Todas se van. Todas se van /dicen/. Tienen miedo /dicen/. No quieren volver /dicen/ y por eso. Como tallos. Como vapor. Como espuma. Como velero. Como rompeolas. Ellas sólo piensan en huir.


Monday, August 28, 2006

La beca o el viaje al extranjero

La beca o el viaje al extranjero


Alberto Llanes
Monólogo en un acto

(Soledad se pasea de un lado a otro de una casa amueblada cómodamente. Al fondo, en un cuarto se ve una cama con alguien acostado. Es Jaimito que está dormido sin moverse, de cuando en cuando hace movimientos a lo ancho de la cama. Soledad se ve desesperada. Se truena los dedos. Camina. Se rasca la cabeza. Se sienta en un sillón que hay por la estancia. Ve el reloj con insistencia. Lleva puesta ropa común para dormir. Se levanta y se sienta constantemente en el sillón. Avanza un poco. Regresa al lugar de origen. Manotea. En fin).

Soledad: (De pie pero cerca del sillón) ¿Cómo se lo voy a decir? (Hace mutis y se sienta finalmente). Ni modo que le suelte todo de un sopetón, así, como va. (Da unos manotazos ligueros en el aire). Ni modo de decirle por ejemplo (Haciendo una voz más grave y poniéndose de pie). Jaime, han expulsado definitivamente a Jaimito de la escuela, a nuestro Jaimito… sí… definitivamente (Pausa). Aunque dicho así no suena tan difícil (Se rasca la cabeza). No, si eso no es lo difícil ¿A cuántos niños no los expulsan a diario de las escuelas?, ni que mi Jaimito fuera el primer expulsado del mundo, tampoco será el último, ni el único al que le prohíben terminantemente la entrada a una escuela. Aunque siendo una expulsión definitiva la cosa ya cambia (Se queda pensativa. Reacciona y sigue en su monólogo). Incluso al propio Jaime lo expulsaron alguna vez de la escuela. Sí cómo no. Si él mismo me lo contó cuando éramos novios. Ja, si la expulsión fue casi por mi culpa. Nos estábamos dando un besote en el mero pasillo de los salones. La prefecta pasó en ese momento y como yo estaba manoteando, pensó que Jaime me estaba besando a la fuerza. Y ¡zas!, que me lo mandan a la dirección, y que le ponen un reporte, y como con ese reporte cumplía tres seguiditos, que me lo expulsan por un día. Y le dijeron que si volvía a las mismas me lo expulsaban una semana. Y que si lo volvían a cachar haciendo eso me lo expulsaban un mes. Y que si volvía a las andadas me lo expulsaban definitivamente. ¡Bah!, sí sólo era un beso, tanto alarde por un besito francés. Y yo no estaba manoteando porque no me gustara o porque Jaime me lo estuviera plantando a la fuerza, como dijo la prefecta que pasó. Al contrario, si porque me estaba gustando y porque me estaba quedando sin aire, fue porque empecé a manotear como loca y a respirar tan seguidito y tan rápido y a gemir tan hondo y a…. (Hace una breve pausa) pero todo fue del puro regusto. Si casi yo misma incité al pobre Jaime a que me besara, me le paré en frete, le di un rozón con mis senos en su brazo para que reaccionara, le paré los labios, abrí la boca y entonces él me tomó por la cintura, me jaló consigo, me apretó refuerte, sentí que algo se le abultaba, a mí también me reaccionaron los pezones y luego, ¡Zas!, el besazo. Después ya no pasó nada. Nos seguimos viendo normal, pero en la escuela controlábamos nuestras ansias porque siempre estaba la sentencia de que para la próxima, la expulsión sería de una semana. Y ya ser expulsado una semana pues es bastante ¿no?. Si con un día ya tuvo el pobre. Me acuerdo que ese día no nos vimos para nada, tenía prohibidísima la entrada o acercarse a 200 metros a la redonda. Pero… por la tarde llamó para mi casa. Me dijo que había pensado mucho en mí. En el beso. En la cara de la directora cuando se enteró de por qué lo habían llevado con ella. De la cara que puso su mamá cuando le dijo que no iba a clases al otro día porque lo habían corrido por un día de clases. Del gesto enojón, y el sermón que le dio su padre. Que cómo era posible. Que él le pagaba sus estudios para que fuera un hombre de bien no un mamarracho besucón. Que no le pagaba la escuela para irse a besuquear con quién sabe quién. Que a la escuela se iba a estudiar, o a qué carajos iba entonces. Que eso le pasaba por andar de caliente. Que todavía ni se sabía limpiar bien las nalgas y ya andaba de faje. En fin. Pero quién no empieza a cachondear en la secu. Si es el mero momento en que a los hombres se le va notando qué tan grande lo van a tener, y a nosotras se nos empieza a notar qué tamaño de pechos vamos a tener. Tanto alarde por un besito, si ni nos estábamos metiendo mano, aunque ganas no me faltaban… (Soledad ve el reloj y se sienta). Sí, me acuerdo muy bien de esa vez. Ya cuando fuimos novios formales lo recordábamos a cada rato. Jaime me decía que ese día por poco y me sube la mano a un seno (Y se toca cachondamente un seno), yo le dije que también y por poco le agarro el… (Hace una pausa) Pero era muy divertido la verdad. Y luego cuando nos casamos y nos dieron la noticia de que íbamos a ser padres, recordamos ese suceso cuando el doctor nos dijo que nuestro hijo era varoncito, entonces Jaime y yo nos pusimos a pensar en cómo lo íbamos a cuidar, la educación que le íbamos a dar, en fin, lo planeamos bien. Me acuerdo que le pregunté como una bala fría a Jaime. ¿Cómo seremos de padres? Y él me dijo que los mejores del mundo. Que al niño no le faltaría nada. Que no me preocupara. Que él iba a trabajar duro para que nos faltara nada y sí, lo ha cumplido cabalmente hasta la fecha. Sale de la casa desde temprano y no llega sino hasta en la tarde-noche. Todo lo que gana me lo da. Y ni modo que le salga ahora con que… (Se rasca la cabeza) expulsaron al niño definitivamente del colegio. Todavía que me hubieran dicho un día, bueno, un día como quiera pasa… pero… definitivamente… como a mi Jaimito (Transición. Se pone de pie y se mueve de un lado a otro. Se prepara un café y se va a sentar otra vez al sillón). Aunque eso no es lo peor. Aún hay más. Lo peor no es que me lo hayan corrido definitivamente. Lo peor es el motivo. Pero cómo le voy a decir a Jaime… Cómo se lo voy a explicar si soy un manojo de nervios y Jaimito ahí, tan campante, tan dormido, tan sin preocuparse, tan muy quitado de la pena, tan como si no hubiera hecho nada, tan como si todo estuviera bien, y yo con los nervios de punta. Con el Jesús en la boca. Cómo decirle que me expulsaron al niño por… (Carraspea un poco) Hummm… por… por andar de… (Suena el teléfono y se dirige a contestar) Si, diga… Hola Marta, no…, aún no llega del trabajo quieres que le diga algo en cuanto llegue… ¿Preocupada?... que me oigo preocupada…, no… no es nada… cosas. (Risilla fingida y repite algunas palabras dos o hasta tres veces)… sí, no pasa nada… ya no tarda en llegar… no, para nada, nos está yendo muy bien… sólo que… ya sabes… problemillas de siempre… cuando uno tiene hijos los problemas llegan en manojos… hombre no… simplezas… cosas sin importancia (Le da un sorbo a su café mientras escucha a su interlocutor). Claro que sí…. Ajá… sí… ajá…, no te preocupes… ja, que la preocupada soy yo… no qué va (La misma risilla ahora más fuerte para ocultar la preocupación). En cuanto llegue Jaime yo le digo que le llamaste ¿sí?… sí claro… no… hasta luego… bye… (Hace mutis y se queda con el auricular en la mano). D-e-f-i-n-i-t-i-v-a-m-e-n-t-e. Sí. Clarito me lo dijo la mera mera la directora del plantel, quien más. Si lo me hubiera dicho una maestra o la prefecta aún quedaba alguna esperanza, una oportunidadcita, aunque sea chiquita. Pero no. La directora me citó en calidad de urgente. Y ahí voy yo. Y como soy la presidenta de la sociedad de alumnos pues tiene a la mano mi número telefónico y nuestra comunicación es constante. Y cuando me lo dijo no lo podía creer. Y agregó que no era posible que el hijo de la presidenta de la sociedad de alumnos (Acentuando esto último) tuviera ese comportamiento, era él precisamente el que tenía que dar el ejemplo (Cambio de tono). Me dijo. (Imitando la voz de la directora). Me da pena señora pero su hijo es un… (Sin terminar la frase).
Y yo le hice la chillona, ¡Por favor, denle otra oportunidad!, ¡Por favor señorita directora! Mire que es un alma de Dios. Mírelo, ahí con su carita tan así… tan asá… tan… pero tan… Mire, en la casa le damos la mejor educación. Casi ni puedo creer lo que me está diciendo. Cómo va a ser. Su padre es un hombre intachable. Y yo soy la presidenta de la sociedad de alumnos. Fue una broma de niños señorita directora. Mi hijo no puede ser un… no puede ser un... (Ha dado muchos manotazos al aire con el auricular en la mano y entonces se da cuenta que aún lo tiene ahí y lo pone en su lugar).
Pero la señorita, ¡Bah!, (Con tono fuerte) la señora directora me lo dijo bien clarito, con las letras muy separaditas y con muy buena dicción para que no quedara lugar a dudas. D-e-f-i-n-i-t-i-v-a-m-e-n-t-e. Y pues así ni cómo hacerle… (Sin terminar la frase porque suena el reloj) Chin, ya casi llega Jaime. Y con el coraje que trae porque ayer fue día delpadre y yo me fui con mis amigas de compras y ahora lunes le salgo, bueno le salimos con que... Cómo se lo diré, cómo le diré que me expulsaron a Jaimito por… por… por mirón (Esto último dicho muy rápido y persignándose). Y porque le gusta verle los calzones a sus compañeritas con un espejo que se pone en un pie. Y eso no es todo, aún hay más. Cómo le voy a decir que lo descubrieron en el baño de los hombres bien pegado a un hoyito que da al baño de las niñas y que desde ahí las espía cuando hacen sus necesidades. Sobre todo siempre espía a la maestra rosita que viéndola bien no está del todo mal. No, si malos gustos no podría tener. Pero cómo se lo voy a decir. Cómo le voy a decir a Jaime que Jaimito ha salido mirón. Que no entra a clases por estar de morboso viendo desnudas a sus compañeras. Que ya conoce en cueros a casi todas sus compañeras. Y que por eso se quería llevarse la videograbadora el otro día a la escuela. Seguramente para filmarlas y subir los videos a Internet ¡Cómo se le digo por Dios, cómo! (Se oye un rechinido de puerta que se abre). Chin, ahí llega ya, cómo le digo, cómo... (Su desesperación es total. Se levanta y se sienta del sillón. Se rasca el pelo. Se quita y pone una coleta en el cabello. Se truena los dedos. Se levanta y se para del sillón. Toma y no toma del café. Agarra y no agarra la taza. Se le viene una idea a la mente y se levanta del sillón como impulsada por un resorte y después se vuelve a sentar).
¡Ya sé!, le diré que Jaimito se ganó una beca para estudiar en el extranjero pero que él, como esposo de la presidenta de la sociedad de alumnos tendrá que cubrir con todos los gastos de su hijo por ser la primera vez que pasa algo así…por lo pronto, veré qué escuelas hay disponibles en… (Sale de escena como para recibir a su marido y la luz se va apagando poco a poco Ya fuera de escena el personaje grita). …en Tombuctú… ( Oscuro final).

Wednesday, August 16, 2006

La monumental

La monumental


Alberto LLANES


Primer tercio


Frente a la virgen, el matador se persigna. Ha rezado una larga letanía y está completamente solo frente a la imagen. Reza y se persigna. Le faltan sólo siete corridas de la temporada para que ésta llegue a su final. Que también, dicho sea de paso, será el final de su carrera. Lo ha prometido y no puede quedar mal con su familia. Hace un mes que anunció su retiro a los medios de comunicación. Primero no podían creerlo, después como que se fueron haciendo a la idea. Su familia tampoco le creyó mucho eso del retiro. Y es que el matador, decían, no podría vivir sin los cosos, no podría vivir sin la fiesta brava, decían, no podría vivir sin matar una res bravía, decían, no podría vivir, decían… y como una letanía interminable la incredulidad no dejaba de amedrentar a la familia del matador. Es que nació para matar, decían, y vivió para matar, decían, y vivió para torear, decían, y vivió para partir plazas, decían, y la letanía, lejos de terminarse se agrandaba hasta que con un , los callaba tiernamente. Ahora sólo espera que termine la temporada grande para retirarse. Lo ha pensado. Han sido muchas las cornadas. Muchas también las operaciones. Pero es cierto también, muchas y muy gloriosas las orejas y los rabos que ha ganado en su trayectoria. Y no hay cosa más hermosa en el mundo toreril, que al final de una buena faena ver a todo el público en pie ondeando un pañuelo, o dos pañuelos blancos, pidiéndole al juez de plaza que le den orejas y rabo. Pero el médico le ha dicho al matador, que o deja de torear o su salud se verá afectada más de lo que ya está. Han sido cerca de cuarenta operaciones, producto de igual número de cogidas y accidentes a los que cualquiera está expuesto. Dos docenas de cogidas han sido bastantes para que el cuerpo del torero se vea frágil, endeble. Sin embargo, ahora está ahí, casi al final de la temporada grande, casi al final de su carrera. Siete corridas más lo separan del inminente retiro. El siete cabalístico lo separa de ver los toros por la tele o como espectador más en la Plaza de Toros México, donde se ha llevado los aplausos de la gente, a veces también el abucheo, y es que no siempre se sale con la misma suerte. Está sin embargo ahí, parado ante la virgen de los milagros, con su traje de luces color oro y tabaco. Persignándose ante la imagen de la virgencita como hace siempre antes de pisar un ruedo. Y si en la plaza a la que fuere no hay una virgencita, o no al menos como a la que él le reza. Entonces va a los vestidores y saca de entre sus pertenencias una replica en miniatura de la milagrosa a la que le reza desde aquella cornada casi mortal que le alejó de los ruedos por caso dos años. Pero sabe que en la México sí está la virgen. En su pasillo de siempre. Ahí, en lo mero alto, con su altarcito bien hecho, ahí le reza a la morenita de los milagros. Entonces hace el mismo ritual siempre desde que tomó por vez primera la alternativa y dejó de ser novillo para convertirse en verdadero matador. Y se persigna entonces un número infinito de veces. Y reza. Y piensa. Y le implora al cielo. Y pide por sus demás compañeros. Y pide porque la de esta tarde, sea una gran faena. Y pide porque todo salga bien. Y se vuelve a persignar. Y sabe que el coso está repleto. Sabe que mucha gente ha pagado un boleto para verlo sólo a él. Se alcanza a escuchar la algarabía de la gente. El olor a puro empieza a llegarle hasta donde está, al pie del altar. Saca entonces unos cerillos, toma una veladora en sus manos. La enciende, y volviendo a rezar y volviendo a persignarse coloca el vaso a los pies de la morenita de los milagros. Santa patrona para él, de los toreros. Y entonces se hinca levemente. Hace una reverencia. Vuelve a implorar al cielo. Se persigna por ahora sí, última vez. Se incorpora y se sacude el polvillo de la rodilla puesta en suelo. Se ajusta las zapatillas, siempre lo hace frente a la virgen. Ése es el ritual. Se oye al público ávido. Más que nunca sabe que está en el final de su carrera. Y aunque ha anunciado su retiro, no puede quedarle mal a toda esa gente que lo ha ido a ver, tiene que mostrar que arte, todavía que le queda para rato, porque ése lo lleva en las venas, bien metidito en las venas del cuerpo. Entonces oye que la gente empieza a gritar <¡TO-RE-RO-TO-RE-RO-TO-RE-RO!>, con mil vítores. Y la piel se le enchina, un escalofrío le recorre desde la médula hasta las meras plantas de los pies. No puede quedar mal con ese público. Su mujer, incluso lo ha ido a ver. Sus hijos también, son dos y el mayorcito ya empieza a tomar la muleta, hace pases de pecho y embravece al perrito que tienen por mascota, pero el perrito como no sabe nada de fiestas taurinas toma al chiquillo por loco y sólo quiere que lo dejen dormir, pero en cuanto el perrito se enfurece por lo entrón que resultó el chamaco con la muleta, se levanta y a cuatro patas camina en pos de donde una muleta le hace un tremendo pase cambiado, y luego una monoletina y una Bernardina, y lo remata con un abaniqueo, y la mamá que ha contemplado la escena taurina desde la cocina, suelta una serie de aplausos que hacen que el muchachillo se pare a pie juntillas, y con la muleta tapándole las nalgas, el muchacho hace haga un sube y baje con las puntas en honor a esa gran faena, el perrito al ver que la mamá va por el muchacho y lo eleva por los aires, toma su lugar favorito olvidándose de lo que acaba de pasar, dejando que madre e hijo se fundan en un abrazo que parece interminable. Entonces el torero ya está listo. Sabe que esa corrida será dedicada para su familia que por primera lo han ido a ver en vivo y en directo a la Monumental Plaza de Toros México. Para ellos será dedicada esa tarde. Y su traje oro y tabaco brilla con muchas ganas, más que otras veces, incluso. Se aleja por fin de la imagen de la virgencita de los milagros patrona para él de los toreros, y se junta con el grupo con que va a salir al ruedo a partir plaza. En el sorteo le ha tocado lidiar al tercero y al sexto de la tarde. Sabe también, que el encierro de ese día tiene a los ejemplares más bravíos de la región. Salen todos entonces y reciben el aplauso del respetable. En cuanto sale, el público lanza una serie de objetos al ruedo y su traje de luces brilla con la intensidad del sol. Le ha tocado compartir plaza con dos toreros que conoce poco porque son más jóvenes que él. Acaso a uno lo conoce más por que tiene más plazas recorridas y al otro apenas le han dado la alternativa. A ése es precisamente al que se le nota que es novato. Pero en el vestidor, se le ha acercado diciéndole que es admirador suyo desde que estaba chamaco. Eso lo motiva más. Es además, un inspirador, un motivador. Con el capote en el brazo va cortando plaza. Con el caminado recio como en puntillas, el gesto alegre y el cuerpo apretado, va caminando por toda esa circunferencia que es el ruedo. La gente grita su nombre. Lanza saludos. Objetos. Entonces se quita la montera y hace una pequeña inclinación y luego, un giro de trescientos sesenta grados agradeciendo a los presentes su presencia y algarabía. Sigue en su caminado como los toreros, en puntillas, el paso bien apretadito y las nalgas también, como es costumbre. Entonces los <¡TO-RE-RO-TO-RE-RO-TO-RE-RO!> se vuelven a oír en coro. Es el apoyo del público. El apoyo que sólo oirás siete veces más, porque son las que te faltan para decir definitivamente adiós a los cosos. Hace calorcito. Es una tarde pletórica. Hay un gran ambiente en la plaza. Huele a habano, a gloria, a cerveza, a fiesta. Huele a fiesta brava y su aroma es único. Irrepetible en cualquier otro lugar. Inenarrable incluso. Ves a tu mujer de reojo acomodada en primera fila ¿Para quién sino para ella va a estar, tiene que estar dedicada esta corrida? Tu mujer nunca ha ido a un coso a verte torear, porque dicho sea de paso, es un manojo de nervios y no sabría cómo reaccionar en caso de que te pasara algo. Sin embargo la convenciste. Va a estar presente a partir de ahí hasta el último día, hasta que termine la temporada grande, te lo ha prometido a cambio de que tú cumplas con tu parte de la promesa del retiro. Los años no pasan en vano ¿Cuántas veces no oíste esa frase? Pero es verdad, ahora lo puedes comprobar en persona. Los años no pasan en vano. Lo sientes en tu cuerpo. Tus movimientos ya no son como antes cuando tomaste la alternativa por primera vez hace ya muchos años. Se han vuelto torpes. Has ido perdiendo agilidad, destreza. Pero el arte, ése lo traes en las meras venas. Bien metido en el corazón.





Segundo tercio


Ha empezado la faena. El joven novato es al que por el sorteo le toca ser primero, tiene que lidiar el primero y el cuarto de la tarde. Empieza con una faena buena, pero no ha logrado motivar al público. Incluso comenzó nervioso, dubitativo. Conforme iban pasando los tercios y el toro iba perdiendo fuerza, el joven se fue plantando más seguro en el ruedo. Con pases de pecho y Verónicas y medias-Verónicas, el novato logró arrancarle al público algunos oles, que sin embargo animaron la faena. El público estaba ávido por verte, querían ver arte y el novato estaba muy verde como para proporcionárselos. La corrida había sido medio accidentada. Al momento de matar, el joven se puso en posición, como indican los cánones del mundo taurino. Pero al hacer carrera para encontrarse con el astado y encajarle en el lomo el estoque, la zapatilla del pie de apoyo se le atoró en la arena, y el toro, de no ser porque la muleta le tapó los ojos, lo hubiera cogido en las costillas. Eso sí, una banderilla medio suelta en el lomo del animal lo había herido en el brazo y el muchacho resbaló por el dolor de la herida y por el peso del toro que lo movió a su antojo quedando prácticamente por debajo del animal. Pero como los buenos toreros, se incorporó sin limpiarse el traje. Alguien le pasó de nueva cuenta la muleta. El público se había espantando y sólo se escuchó, casi al unísono un <¡Ahhhh!> de admiración, y al ver que el novato había corrido con suerte y tomaba nuevamente la muleta y el estoque de muerte. El público se le entregó en un aplauso que motivó al muchacho a hacer una buena suerte de muerte. Sin una zapatilla puesta, y aún sin verse y menos sin curarse la herida causada con una banderilla. El novato colocó al astado como marcan las reglas, a pies juntillas, es decir, con los cuartos traseros bien juntitos para dar el estocazo final. Se puso en posición, apuntó la espada, cerró un ojo, arqueó las piernas, flexionó la derecha y el pie libre de peso lo puso en puntillas, esperó unos segundos y enfiló rumbo al animal que lo esperaba mermado, eso sí, muy quieto y con los cuartitos traseros muy juntos como indica el manual. El torero enfiló, el astado pasó a su lado y un pinchazo provocó la rechifla del público y que al torero le doliera la mano. Había dado en el mero hueso. El toro seguía vivo. El muchacho había hecho una buena corrida, digna casi de una oreja, pero con esa falla toda posibilidad se veía prácticamente nula. El juez de plaza hizo una seña y un aviso sonó en la cornetilla. Luego de un intento más, el matador logró meter medio estoque a un burel que se negaba morir, que seguía sin embargo en pie, con medio estoque adentro. El público reprobaba con chiflidos la suerte del joven torero, que nervioso por el accidente recién ocurrido, no sabía qué más hacer para no quedar mal con este público que lo había visto por primera vez en una corrida formal. Por fin el astado sintió la muerte, se acomodó cerca de un burladero, dobló los morrillos y acomodó todo su tonelaje en el suelo como esperando algo. Al público no le gustó nada la forma en que el astado estaba muriendo, y la rechifla no se hizo esperar. Una estocada con una pequeña daga en el cráneo y por fin se despedía de este mundo. Era verdad que el novato no se merecía oreja ni rabo, pero sí el aplauso de una parte del público que no se atrevía a rechiflar, o que tal vez no los sabía hacer, y optaron por darle, por ser la primera vez, un leve aplauso. El turno fue entonces de , que salió con sus quinientos kilos de furia buscando no quien se la hiciera, sino quién se la pagara. Como no vio a nadie en el ruedo , con la misma furia con la que salió, pegó una corrida devastadora, y luego un brinco impresionante que llegó a asustar a los espectadores de la primera fila, pero quedó atorado el callejón de los corriles, regresándolo otra vez al ruedo para comenzar con la faena y el primer tercio, el de los con el segundo de la tarde, que le tocaba lidiar al torero que se hacía llamar . Por fortuna tu mujer e hijos estaban del otro lado de la plaza donde pasó el incidente, y fueron uno de los tantos espectadores que se impresionaron con el salto demoníaco que pegó , como si el burel tuviera la facultad de volar, de desplazar por los aires todo su tonelaje sobrellevando su carga y los pitones para encontrar un alguien distraído a quien descargar tanta furia contenida. La faena de fue un encanto. En el segundo tercio el propio matador pidió las banderillas para hacer la suerte él mismo. (que así se decía nombrar) puso los tres partes con un arte, con un movimiento, con un toque taurino, que ni en sus mejores tiempos había logrado el matador veterano, tanto así, que el llamado , sacó el aplauso de los caballeros y el suspiro de las damas. tenía muchas plazas recorridas, además, era heredero de una de las más famosas y tradicionales familias taurinas de España. El padre del había recorrido las mejores plazas de España, Portugal y México. Y ahora hacía lo propio en la plaza de toros más grande del mundo. El padre de éste era conocido como: .





Tercer tercio


Llegó entonces tu turno. El primero, para ti, de la tarde. Se llamaba . Pensaste entonces que ese nombre le hubiera venido mejor al otro burel, al que voló por los aires y espantó al público. pesó cuatrocientos cuarenta y cuatro kilos, cuatro cuatro cuatro, pensaste. Tenía los pitones muy abiertos y salió brioso, como los anteriores. Se presentaron los y con ellos la rechifla y el siguiente drama de la tarde. Con unos cuantos pases con el capote enfilaste al burel hasta los caballos y el , con una lanceta hería el lomo del animal, mientras éste se entretenía embistiendo al caballo. Pero lejos de mermar su fuerza, el toro sacó energías de sobra. Encajonó al caballo hasta que perdió el equilibrio y cayó con todo y jinete. La gente en la plaza lanzaba rechiflas al , pero en cuanto vio la acción el <¡Hoooo!> se dejó escuchar. El estaba en el suelo. Había pegando de lleno en la arena con la cabeza y el pura sangre encima de él aplastándole un costado no lo dejaba salir. Rápido entraron los mozos para auxiliar al y sacarlo de debajo del animal. Al poco, el fue llevado a la enfermería cargado en peso y el caballo fue puesto en pie. “No puede regresar”, fue el diagnóstico del médico. Y tu faena fue entonces única. La recuerdas muy bien. Primero con el capote. Un pase largo y ole. Una Verónica y ole. Varias chicuelas y ole. Después con la muleta. Una manuelina y ole. Una Bernardina y ole. Un pase de las flores y ole. Un pase cambiado y ole. Y al momento de matar, matador. Te quitaste la montera y de espaldas, como los buenos toreros, se la arrojaste a tu mujer en señal de dedicarle a ella la faena, años de vida y todo lo dedicable y por dedicar. Y al regresarla, tu mujer lo arrojó y cayó al revés. Mala suerte, torero. El público enardecía en la plaza. Habían esperado mucho para verte en el coso dando muletazos con la diestra. Y a pies juntillas y con el burel bien acomodado con los cuartos traseros bien juntitos. Tu estocada fue mortal. Entró limpia, hasta el fondo. Dejando fuera el mango de la espada. El burel cayó fulminado con la mirada fija en ti. Arrojó un poco de sangre por la boca porque la estocada fue profunda tocando órganos vitales. El griterío no se dejó esperar. El público llenó el ruedo de mil objetos aventables, entre sombreros, chamarras y cojines para los asientos. El burel salió a rastras tirado por caballos. El juez de plaza te dio orejas y rabo. Diste una vuelta completa al ruedo mientras le regresabas al público todo lo que iban aventando al coso. Viste entonces a tu mujer que estaba alegre, de pie, gritando <¡TO-RE-RO-TO-RE-RO-TO-RE-RO!>, como lo estaban haciendo los cientos de personas que estaban en pie ovacionándote. La tarde empezaba a caer y todavía faltaba la segunda tanda. La trompeta sonó dando comienzo. Tú la cerrarías con el sexto de la tarde. En el cuarto astado, el matador novato se plantó más seguro en el ruedo. Cuando hacía su faena, el novato se acercó a ti pidiéndote consejo. Fuiste muy duro con él cuando le dijiste eso de que el público no se le debía imponer. Entonces para esa faena salió más airado. Te había estudiado y copió incluso algunos de tus pases. Pero otra vez al momento clave volvió a fallar. La suerte de la muerte no era lo suyo y volvió a cometer la pifia. Con otros dos pinchazos que hicieron que (que así se llamaba el toro) lo dejara otra vez en mal con el público que lo veía por primera vez en una corrida formal. Con esos pinchazos el novato oyó un primer aviso, aviso que lo puso nervioso. Todo lo bueno que había hecho en la faena, se estaba yendo a la borda con esa mala suerte. El segundo aviso sonó y la media estocada no mataba al bravo astado que le hacía honor a su nombre. Por fortuna con tanto mareo el burel poco a poco fue cayendo antes de que sonara el tercer y último aviso del juez de plaza. Una cosa era cierta, el novato tenía talento pero le hacía falta técnica al momento de matar. Te acercaste a él cuando se lavaba las manos y se quitaba la chaquetilla. Le viste la herida en el brazo vendada. Te diste cuenta también entonces, que chamaco tenía garra. Le tendiste la mano y le explicaste que ahora que te retirabas le ibas a enseñar a matar como se debe. Él te miró y soltó un gracias con los ojos bien abiertos. El turno fue entonces para . Con mucha más experiencia que el novato, al no le costó trabajo poner a tono a la gente, a pesar de que el vientecillo que de pronto se soltó en el coso, le impedía primero, el buen uso con el capote y luego, hizo lo mismo con la muleta. Aún así le sacó una faena impresionante a , el quinto de la tarde. El juez de plaza no tuvo más que darle la oreja que el público pedía con un pañuelo blanco agitando por el aire. Llegó entonces tu turno otra vez. El sexto de la tarde fue . Te persignaste como siempre haces al inicio de cada faena. Tomaste tu capote y fuiste a tomar tu lugar en el ruedo. salió con quinientos veinte kilos de peso, te miró de rojo el capote y fue directo a ti. Era hostil. Los pitones muy abiertos y todo él de un color gris rata precioso el ejemplar del encierro de Xajay. Era calculador también. El ganadero había dispuesto regalar otro burel de su mismo encierro. Le hiciste los primeros paces a . No pasó nada raro, ya habían pasado muchas cosas accidentadas en toda la tarde como que para que ahora, con el sexto de la tarde pasara algo extraño, algo fuera del script original. Cogiste un par de banderillas en el segundo tercio. Hacía mucho tiempo que no lo hacías pero te vino a la mente que te quedaban siete cabalísticas corridas, y que a la mejor ya no lo volverías a hacer esto jamás. , había dejado al público enardecido y te salió del alma poner ese par. El público te conminó, te motivó. El grito de <¡TO-RE-RO-TO-RE-RO-TO-RE-RO!>, sonó en la plaza y ni modo de quedarles mal. Entonces cogiste el siguiente par y lo pusiste y ya encarrerado pusiste también el otro. Así fue. El astado parecía que te estaba midiendo. A cada palmo de terreno parecía que te iba calculando. Hiciste todo lo taurinamente posible hecho con un toro en un ruedo repleto y enardecido. Los oles se oían a cada movimiento de capote primero, muleta después. El toro a todo se dejó, a todos los pases respondía con enjundia. Al momento de la suerte de la muerte el público no quería y te exigía torero que le sacaras más pases. Diste otros dos o tres muletazos, otras dos o tres suertes. No había más que hacer. Había sido un gran ejemplar. El ole estaba a flor de piel en los espectadores. Decidiste que ya era hora. Miles de ojos apuntaban a ti. Acomodaste al morrillo. Cuartos traseros bien plantados en la tierra y bien juntitos. Apuntaste el estoque. Cerraste un ojo. La muleta enfrente del animal que miraba para abajo. Arqueaste las rodillas y flexionaste la derecha poniendo el pie de la misma pierna en punta con la arena del ruedo. Esperaste unos segundos brevísimos y corriste para encontrarte con el astado grisáceo. Se hizo un silencio expectante. El estoque entró limpio, hasta el fondo. Tu técnica era inefable, única, sin igual. En cuestión de segundos el toro caería fulminado. Pero entonces. En una reacción felina del burel, y cuando te encontrabas saludando a tu mujer. El astado llegó por detrás de ti dándote una cogida sin igual también. El pitón derecho se clavó en uno de tus costados. Entró. Trozó un pulmón. Sentiste asfixia. El rostro del público era expectante. El de tu mujer peor. El toro embravecido, herido de herida mortal te levantó en vilo. Entraron los mozos pero no te podían quitar de los cuernos del animal. El traje oro y tabaco estaba desgarrándose y poniéndose rojo. La embestida fue tan trepidante y repentina que los movimientos bruscos hacían que el pitón se fuera metiendo más y más y más adentro de ti. ¡El corazón! Sentiste la herida cortante. Fueron a penas unos segundos, pero a ti se te hizo una eternidad. No sabías cómo el toro sacaba fuerzas ni de dónde, porque la estocada fue mortal. El astado cayó al suelo y con él caíste tú. Aún lograste levantarte como los buenos toreros, sin verte ni limpiarte el traje de luces hecho trizas y te dirigiste al pasillo donde estaba la virgencita de los milagros. No podías respirar. La gente en pie no lo podía creer. Los ojos abiertos. Las caras de espanto. El de admiración, el <¡Ahhh de espanto!> Veías al público como entre sueños. Te abrieron los corriles y caíste frente a la imagen de la morenita. Algunos de público se habían adelantado y pedían con dos pañuelos blancos agitándolos por el aire que te dieran orejas y rabo. Pero al ver la escena todo fue expectación. Todo fue… Tu mujer. Tus hijos veían la escena azorados. A la distancia no se alcanzaba a ver nada malo. Pero tú supiste que era una herida mortal. El doctor llegó a donde estabas tirado, al pie de la morenita de los milagros. El toro ya había expirado. La estocada había sido mortal sí, pero sacó fuerzas para llevarte a ti también. El médico te examinó, vio la herida profundísima y dijo un no triste con la cabeza. Te puso el estetoscopio en el corazón. Las pulsaciones eran débiles. Vio la entrada por el pulmón y la herida profundísima y volviendo a decir que no tristemente con la cabeza. Te tomó el pulso y volvió a decir que no más triste todavía. Rápido pidió una ambulancia y volvió a decir que no, ahora desesperado. Se hizo un mundo de gente en los corriles. Frente a ti estaba la imagen de la morenita de los milagros. Viste de pronto a tu mujer. No sabías qué era lo que oías. Veías caras, oías voces. Estabas quedando inconsciente. Y la ambulancia no llegaba. El médico volvió a tomarte el pulso. Dijo nuevamente que no con la cabeza gacha. No podía hacer nada. Llegaron los paramédicos. Tu mujer te tomó la mano. Estaba caliente, y la tuya se empezaba a enfriar. y el novato se acercaron a verte y cuando vieron las dos heridas se pusieron automáticamente a rezar. El pulso era bajísimo. El corazón débil. Tus hijos estaban frente a ti también. Llorando. Soltaste una sonrisa. Les dijiste que todo iba a estar bien. Era una corredera de gente por aquí y por allá. Pusiste la vista en blanco y soltaste la mano de tu mujer. Habías muerto. La cornada había llegado al corazón y el pulmón estaba prácticamente desecho. Cortado en dos. Tu mujer lanzó un alarido de horror que aún, en las noches de luna llena resuena en los rincones de la plaza de toros, en la Monumental plaza de toros México. En la otra mano, llevabas una réplica en miniatura de la virgencita de los milagros que alcanzaste a sacar cuando ibas corriendo para caer muerto a sus pies.










Wednesday, August 09, 2006

El tío Benito

El tío Benito


Alberto Llanes


El tío Benito siempre se quedaba dormido en las fiestas. Esto fue de un tiempo acá, porque antes no. Antes era el alma de todas. Pero le ganó la edad o qué sé yo. El tío Benito era muy desafortunado. Pero de un tiempo para acá el tío Benito en todas las fiestas familiares (que eran muchas) se apartaba de la gente, encendía un Te amo, se servía su quinto cognac y se sentaba en la misma silla de mimbre de siempre a dormitar primero, a dormir después.
Al principio, cuando recién tomó esta moda, el tío Benito nada más dormía cinco minutitos. Luego fueron diez. Más tarde quince. Posterior veinte. Al rato veinticinco. Y así fue subiendo de cinco en cinco, hasta que el tío Benito llegó a la media hora y luego… a nada o a todo, según se quiera ver.
El tío Benito creía mucho en la suerte. Aunque era desafortunado creía mucho en la suerte. Toda su vida compró billetes de lotería para ganarse el premio gordo. Y toda la vida compró primero, cachitos con terminación en cinco, luego la serie completa también con terminación en cinco.
Creía primero que con el cinco iba a ganar el premio gordo (no le interesaban los reintegros ni premios menores, el quería el premio mayor), y durante cinco años compró billetes con esta terminación. Luego fueron diez años. Después quince. Luego veinte. Y así fue subiendo de cinco en cinco hasta que se dio cuenta que con el cinco no iba para ningún lugar y cambió. Aumentó cinco dígitos más y el diez apareció en su vida entonces. Sólo compraba billetes de lotería con la terminación unoycero. Primero fueron cinco años. Luego diez y después quince y nada. El premio gordo no salía. La dichosa terminación nunca cayó. Por eso digo que el tío Benito era muy desafortunado. Hasta que cambió al quince. Y fue subiendo de cinco en cinco pero nada. El cinco no cayó.
El tío Benito no quería cambiar de número a pesar que el cinco no le traía nada de buena suerte. Sus deudas aumentaron pero no le importaba, era rico, es decir, no tenía deudas. Pero el sueño de ganar la lotería nunca llegó.
La familia del tío Benito hacía fiestas cada fin de semana. En esas tertulias se reunía la crema y la nata (también) de la cultura contemporánea actual. Siempre en grupos de cinco, por cierto.
Las fiestas empezaban desde el jueves, seguían el viernes, continuaban el sábado y terminaban el domingo, y el tío Benito las continuaba el lunes, -porque era malo romper el ciclo de cinco-, decía, y -además, nadie trabaja en lunes-, decía. El tío Benito tenía que estar ahí para recibir y convivir con los invitados, grandes poetas, narradores, pintores, músicos, verdaderos actores y actrices de teatro, novelistas, en fin, pura cultura.
El tío Benito tomaba cinco whiskies y se fumaba cinco habanos en toda la noche. Al tío Benito no le faltaba el dinero, pero soñaba un día, con ganarse el premio mayor de la lotería nacional.
Cuando iba al mercado, el tío Benito tomaba un carrito y lo iba llenando de cosas para la fiesta, siempre de a cinco tantos. Cinco botellas de whisky. Cinco de tequila. Cinco de vino blanco. Cinco de vino tinto. Cinco de cognac. Cuando tenía que comprar kilos o litros pedía cinco kilos de huevo, por ejemplo. Cinco kilos de jamón, queso o salchicha. Cuando era líquido, pedía entonces cinco litros de jugo, de aceite, de leche.
El tío Benito era el alma de las fiestas. Bailaba cinco pasos-dobles, cinco twist, cinco tangos, cinco de todo. Y cargaba cinco relojes. Dos de bolsillo. Dos de pulsera y uno de cadena al cuello. La obsesión del cinco le pegó al tío Benito cuando no pasaba de cinco en la escuela. Pero él decía que iba bien. Que iba a la mitad del camino. Y que la otra mitad la sacaría cuando estuviera grande.
Decía que el cinco era la mitad de todo. Los dedos de la mano en el medio se cortan bien. Dos para un lado y dos para el otro. Quedando el dedo grosero aparte.
El tío Benito nunca faltó a ninguna fiesta por cinco razones: 1) todas eran su casa, 2) él las organizaba, 3) era él el alma de todas las reuniones, 4) las necesitaba, y 5) soñaba con que esa noche de fiesta iba a ganar el premio mayor de la lotería nacional. Pero al tío Benito no le importaba ni siquiera sacar reintegros (que sí los sacó alguna vez, pero no le interesaban), tenía muy mala suerte para el premio mayor.
La primera noche que el tío Benito se quedó dormido en una fiesta fue el cinco de mayo. Viernes cinco de mayo. Viernes: quinto día de la semana. Cinco de mayo. Mayo: quinto mes del año. Día cinco. Cinco: número de su suerte o su desgracia, según se quiera ver.
En la última fiesta que se le vio tío Benito fue en la navidad de 1995. Veinticinco de diciembre de 1995, para ser más exactos, por cierto, esa navidad cayó en viernes, quinto día de la semana.
En esa fiesta el tío Benito se tomó sus cuatro bebidas, se fumó sus cuatro habanos y bailó sus cinco piezas de rigor. Y a eso de las cinco de la mañana se sirvió su quinto trago, un coñaquito, encendió su quinto habano, un Te amo y se fue a sentar a la silla de mimbre de siempre (en la que usaba a últimas fechas cuando el tío Benito se empezó a quedar dormido en las fiestas) y se alejó de los demás invitados como si no existiéramos.
Cinco horas después, o sea, a las diez de la mañana, nos dimos cuenta que el tío Benito estaba muerto. No a la mitad, no. Estaba completamente muerto. De todo el cuerpo muerto. Era la mañana del 25 de diciembre de 1995, a las diez quince de la mañana, cinco horas después de que se alejó de todos.
Al revisar sus pertenencias. En la bolsa de su camisa talla cincuenta y cinco, por cierto. Encontramos una serie completa de billetes de lotería con terminación en cinco. Ese mismo día, en el sorteo celebrado para la navidad. La terminación que el tío Benito había comprado resultó la ganadora. Por fin el tío se había sacado el premio gordo de la lotería.
El tío Benito había quintuplicado lo que invirtió en tantísimos años de comprar billetes de lotería. Pero el tío Benito no se dio cuenta. Por eso digo que el tío Benito tuvo muy mala suerte.
Ahora el tío Benito descansa en la cripta cinco de la calle cinco, número cinco. Que está justo a la mitad de dos restos más de alguien, por un lado y dos restos más de otros alguien por el otro. El panteón de la avenida cinco, con el apartado postal número cinco cinco y número telefónico 55-55-55-55 le tiene preparada una vida más a la mitad, por cierto.

Tuesday, August 08, 2006



Ella y él, él y ella

Ella y él, él y ella


Alberto LLANES


…Mentiroso, Acusó ella, Yo, Preguntó estúpidamente él, Sí, quién más baboso, Repuso bruscamente ella, Es que cómo estás bien tocadiscos del cerebro, francamente ya no sé ni a quién le hablas, Respingó copiosamente él, Loca yo, Ahora cuestionó estúpidamente ella, No pendeja, tu mamá, Correspondió él, Mira imbécil, con mi madre no te metas, oíste haragán, Sentenció la dama, Créeme que no vuelvo a cometer el mismo error dos veces, si ya me metí contigo, no quiero acabar con toda tu prole, Se alargó diciendo él que maquinaba algo mentalmente, Mira sabandija, bueno para casi nada, mide tus palabras baboso, Escrutó estruendosamente ella, No tengo un palabrómetro, Creyó que sonaría chistosamente salido de sus labios él, Que baboso, animal, pendejo, retrasado mental, ignorante, idiota y buey estás, Enlistó largamente ella, Tú has de ser muy inteligentita, Reaccionó luego de un breve mutis él, Pues sábetelo engendro vilipendiado por falta de neuronas, que más que tú sí, Prosiguió sarcásticamente ella, Nooooooo me digas, dijo alargando muchamente la o él, Haber, Prosigió acentuando algunas letras de la palabra, Si eres taaaaaaaaan inteligente, Y volvió a alargar pero esta vez la a, Dime por qué repetiste materias en el bachillerato, Sentenció con dedo acusador él, Pues para seguir viéndole las nalgas, y al decir esto se tocó la parte mencionada e hizo un gesto masturbatorio, Al profe de matemáticas, Terminó ella ofreciéndole una mirada al punto penetrante, Hummmmm, Y ahora alargó en demasía la eme, mientras se le ocurría qué decir para defenderse, Pues las tuyas no son ni están de concurso, Observó él mientras groseramente, quiero decir, con el dedo grosero, le hacía unas señas del todo obscenas a la dama en cuestión, Pero de aquí te has alimentado, te has agarrado, las has estrujado, masajeado, torteado, vaciado e incluso penetrado, Volvió a enlistar largamente ella, mientras con mirada lasciva se veía en el espejo de cuerpo completo la parte trasera, levantada quiero decir, del culo en cuestión, Pues déjame decirte enferma sexual, que tus nalgas no se parecen para nada a las blancas, suaves, tersas, paraditas, olorosas, ricas, apetitosas, comibles, estrujables, apachurrables, admirables, confiables, tocables, besables ¿ya dije suaves?, bueno otra vez, suaves, dulces aunque no rime y acariciables, Y cuando se dio cuenta que la lista se empezaba a alargar, Añadió, Nalgas de Martita, Ya se las habrás, E iba ella a repetir todo lo anterior pero se dio cuenta que era bastante largo y sólo dijo, Todo eso, Refiriéndose a todo lo que acababa de enunciar, No nada más se las besé, Clamó él dejando abiertamente la frase sin terminar, Que estúpido puerco eres, Calificó adjetivamente ella, Mira mira mira, Imitando frenéticamente a Pedro Infante él, mientras agregaba, Tú has de ser muy limpiecita, Lo soltó como si chistosamente se fuera oír él, mientras agregaba, Y qué me dices de cuando me lo hacías oral, Recriminó suplicantemente él, Bueno, observando cariñosamente a él, Porque tú también te bajabas, Tocándose cariñosamente la parte sentenció masturbadoramente ella, Bueno sí, pero yo no ando dándome baños de pureza, Dijo instantáneamente él, A todo esto, Replicó insistentemente ella, Por qué estamos peleando, Inquirió cuestionablemente, No sé, Contestó brevemente él, Y si ya le paremos, Propuso elocuentemente ella, Sería aburrido, no crees, Carraspeó dudosamente él, Es verdad, Afirmó tentativamente ella, Por algo decidimos vivir juntos, verdad, Preguntó vergonzosa a la vez que eufóricamente, Claro, Se apresuró a decir maquinalmente él, Tú de antemano sabíassss que incluso me cogí a Martita, no, Agregó dudosa y caprichosamente él, Ajá, Mugió tristemente ella, Como tú también sabías que me cogí al de matemáticas en el bachillerato, verdad, Dijo recordando satisfactoriamente ella, Eso no lo sabía, Dijo amorosamente él, Claro, amor, lo tuve adentro, muy adentro, Aclaró placenteramente ella, Hija de tu mentirosa madre, Acusó encabronadamente entonces él…

¿Qué es lo primero que levantas del suelo después de un terremoto?

 En palabras Llanes     I Una vez más México hace historia; otro 19 de septiembre que « retiembla en su centro la tierra al sonoro...