Wednesday, August 09, 2006

El tío Benito

El tío Benito


Alberto Llanes


El tío Benito siempre se quedaba dormido en las fiestas. Esto fue de un tiempo acá, porque antes no. Antes era el alma de todas. Pero le ganó la edad o qué sé yo. El tío Benito era muy desafortunado. Pero de un tiempo para acá el tío Benito en todas las fiestas familiares (que eran muchas) se apartaba de la gente, encendía un Te amo, se servía su quinto cognac y se sentaba en la misma silla de mimbre de siempre a dormitar primero, a dormir después.
Al principio, cuando recién tomó esta moda, el tío Benito nada más dormía cinco minutitos. Luego fueron diez. Más tarde quince. Posterior veinte. Al rato veinticinco. Y así fue subiendo de cinco en cinco, hasta que el tío Benito llegó a la media hora y luego… a nada o a todo, según se quiera ver.
El tío Benito creía mucho en la suerte. Aunque era desafortunado creía mucho en la suerte. Toda su vida compró billetes de lotería para ganarse el premio gordo. Y toda la vida compró primero, cachitos con terminación en cinco, luego la serie completa también con terminación en cinco.
Creía primero que con el cinco iba a ganar el premio gordo (no le interesaban los reintegros ni premios menores, el quería el premio mayor), y durante cinco años compró billetes con esta terminación. Luego fueron diez años. Después quince. Luego veinte. Y así fue subiendo de cinco en cinco hasta que se dio cuenta que con el cinco no iba para ningún lugar y cambió. Aumentó cinco dígitos más y el diez apareció en su vida entonces. Sólo compraba billetes de lotería con la terminación unoycero. Primero fueron cinco años. Luego diez y después quince y nada. El premio gordo no salía. La dichosa terminación nunca cayó. Por eso digo que el tío Benito era muy desafortunado. Hasta que cambió al quince. Y fue subiendo de cinco en cinco pero nada. El cinco no cayó.
El tío Benito no quería cambiar de número a pesar que el cinco no le traía nada de buena suerte. Sus deudas aumentaron pero no le importaba, era rico, es decir, no tenía deudas. Pero el sueño de ganar la lotería nunca llegó.
La familia del tío Benito hacía fiestas cada fin de semana. En esas tertulias se reunía la crema y la nata (también) de la cultura contemporánea actual. Siempre en grupos de cinco, por cierto.
Las fiestas empezaban desde el jueves, seguían el viernes, continuaban el sábado y terminaban el domingo, y el tío Benito las continuaba el lunes, -porque era malo romper el ciclo de cinco-, decía, y -además, nadie trabaja en lunes-, decía. El tío Benito tenía que estar ahí para recibir y convivir con los invitados, grandes poetas, narradores, pintores, músicos, verdaderos actores y actrices de teatro, novelistas, en fin, pura cultura.
El tío Benito tomaba cinco whiskies y se fumaba cinco habanos en toda la noche. Al tío Benito no le faltaba el dinero, pero soñaba un día, con ganarse el premio mayor de la lotería nacional.
Cuando iba al mercado, el tío Benito tomaba un carrito y lo iba llenando de cosas para la fiesta, siempre de a cinco tantos. Cinco botellas de whisky. Cinco de tequila. Cinco de vino blanco. Cinco de vino tinto. Cinco de cognac. Cuando tenía que comprar kilos o litros pedía cinco kilos de huevo, por ejemplo. Cinco kilos de jamón, queso o salchicha. Cuando era líquido, pedía entonces cinco litros de jugo, de aceite, de leche.
El tío Benito era el alma de las fiestas. Bailaba cinco pasos-dobles, cinco twist, cinco tangos, cinco de todo. Y cargaba cinco relojes. Dos de bolsillo. Dos de pulsera y uno de cadena al cuello. La obsesión del cinco le pegó al tío Benito cuando no pasaba de cinco en la escuela. Pero él decía que iba bien. Que iba a la mitad del camino. Y que la otra mitad la sacaría cuando estuviera grande.
Decía que el cinco era la mitad de todo. Los dedos de la mano en el medio se cortan bien. Dos para un lado y dos para el otro. Quedando el dedo grosero aparte.
El tío Benito nunca faltó a ninguna fiesta por cinco razones: 1) todas eran su casa, 2) él las organizaba, 3) era él el alma de todas las reuniones, 4) las necesitaba, y 5) soñaba con que esa noche de fiesta iba a ganar el premio mayor de la lotería nacional. Pero al tío Benito no le importaba ni siquiera sacar reintegros (que sí los sacó alguna vez, pero no le interesaban), tenía muy mala suerte para el premio mayor.
La primera noche que el tío Benito se quedó dormido en una fiesta fue el cinco de mayo. Viernes cinco de mayo. Viernes: quinto día de la semana. Cinco de mayo. Mayo: quinto mes del año. Día cinco. Cinco: número de su suerte o su desgracia, según se quiera ver.
En la última fiesta que se le vio tío Benito fue en la navidad de 1995. Veinticinco de diciembre de 1995, para ser más exactos, por cierto, esa navidad cayó en viernes, quinto día de la semana.
En esa fiesta el tío Benito se tomó sus cuatro bebidas, se fumó sus cuatro habanos y bailó sus cinco piezas de rigor. Y a eso de las cinco de la mañana se sirvió su quinto trago, un coñaquito, encendió su quinto habano, un Te amo y se fue a sentar a la silla de mimbre de siempre (en la que usaba a últimas fechas cuando el tío Benito se empezó a quedar dormido en las fiestas) y se alejó de los demás invitados como si no existiéramos.
Cinco horas después, o sea, a las diez de la mañana, nos dimos cuenta que el tío Benito estaba muerto. No a la mitad, no. Estaba completamente muerto. De todo el cuerpo muerto. Era la mañana del 25 de diciembre de 1995, a las diez quince de la mañana, cinco horas después de que se alejó de todos.
Al revisar sus pertenencias. En la bolsa de su camisa talla cincuenta y cinco, por cierto. Encontramos una serie completa de billetes de lotería con terminación en cinco. Ese mismo día, en el sorteo celebrado para la navidad. La terminación que el tío Benito había comprado resultó la ganadora. Por fin el tío se había sacado el premio gordo de la lotería.
El tío Benito había quintuplicado lo que invirtió en tantísimos años de comprar billetes de lotería. Pero el tío Benito no se dio cuenta. Por eso digo que el tío Benito tuvo muy mala suerte.
Ahora el tío Benito descansa en la cripta cinco de la calle cinco, número cinco. Que está justo a la mitad de dos restos más de alguien, por un lado y dos restos más de otros alguien por el otro. El panteón de la avenida cinco, con el apartado postal número cinco cinco y número telefónico 55-55-55-55 le tiene preparada una vida más a la mitad, por cierto.

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