Café exprés
Y,
todavía en medio de una terrible pandemia que le ha pegado muy fuerte al gremio
(yo mismo no he podido presentar mi nuevo libro de cuentos A la cuenta de
diez, que obtuvo el premio estatal de cuento en el año 2018) con todo esto
nos presentamos a la cita en mención. El rostro cubierto al cincuenta por
ciento por el cubrebocas, reconociendo a los amigos y amigas, colegas en
diferentes expresiones artísticas sólo por los ojos. Días de pandemia…
A
la hora señalada llegó la secretaria saludando de puñito a los y las
compañeras artistas que asistimos a ese primer recorrido (en el transcurso del
día habría dos recorridos más, con otro número igual de artistas locales) e
ingresamos al edificio en restauración.
De
inmediato los recuerdos de infancia y juventud me pegaron de lleno en el
cerebro y en la memoria. Me llovió para atrás dijera mi compañera de vida Mirna
Bonós. Es y era ya extraño ver ese inmueble sin las oficinas, el movimiento
burocrático que ahí se llevaba a cabo hace ya algunos años. Recordé cuando iba con
mi tía Coca, socorrito para la banda, y la tenía que subir por las escalinatas que
están al ingresar por la entrada principal a mano derecha.
Íbamos a una
oficina donde la atendían con no sé qué licenciado y por órdenes del gobernador
Carlos de la Madrid. Posteriormente, las órdenes las daba el licenciado
Fernando Moreno Peña y allá iba yo con mi tía subiendo las eternas escalinatas,
a veces alguien me ayudaba, a veces, la gran mayoría yo me aventaba el trajín
solo, pero estaba fuerte, delgado, no me dolía nada, era un jovenacho en toda
la extensión de la palabra.
Con Carlos
Flores la relación fue breve pues prosiguió, en el puesto, el profesor Gustavo
Vázquez Montes (una estadía breve también y ya todos sabemos las causas; no me
voy a detener en ello), al profe Gustavo tuve oportunidad de saludarlo en un
par de ocasiones; la primera donde me entregó un estímulo para la actividad
artística y la segunda vez donde me entregó el segundo lugar en el premio
estatal de la juventud; les digo, era yo un muchachito. Con Arnoldo Ochoa todo
fue breve, eran momentos álgidos (políticamente hablando) los que vivía Colima en
esos años.
Vino en su
lugar Silverio Cavazos (gobernador ya finado también) y, en el salón
gobernadores lo vi en varias ocasiones; de manos de él obtuve el reconocimiento
en el año 2005 del premio estatal de la juventud en el área de literatura, ese
premio ahí comenzó a llamarse Gustavo Vázquez Montes en honor a nuestro siempre
gobernador, mi tía coca asistía a una oficina que se llamaba atención ciudadana
y yo la acompañaba, yo o mi hermano menor.
Con Mario
Anguiano Moreno el palacio de gobierno comenzó a desdibujarse en mi memoria y
asistí lo menos posible, de ese periodo no tengo gratos ni grandes recuerdos. Prosiguió
en el puesto de gobernador un tal Ramón Pérez Díaz que fue un gobernador de
breve instante, como ha habido varios en los últimos años en Colima y, ahora,
con José Ignacio Peralta Sánchez el recinto entró en una etapa de restauración
intensa. En un arranque de la obra me molesté por el ruido, por el estorbo que
generaba para los transeúntes, para los coches y porque una parte del jardín
Torres Quintero está cerrada para el uso de las personas y cuando vi que esto
iba para largo, ya mejor no hice coraje y me resigné.
Sin
embargo, ahora que fui invitado por la secretaria de cultura a hacer un
recorrido y ver lo hermoso que está quedando y de recordar todo esto que se me
vino a la mente, cambié de opinión y he valorado el trabajo de cientos de
personas para su restauración; empecé a hacer memoria de cómo recordaba ese
edificio que albergaba un sinfín de oficinas (recuerdo una donde me dieron los
requisitos para tramitar mi cartilla militar, porque me daba terror ser un
remiso). El impacto entonces fue maravilloso al recordarlo y verlo ahora,
restaurado, renovado en algunas partes, porque todavía falta mucho.
La última vez
que entré fue a visitar el museo de la moneda, que se hallaba en ese edifico. Los
colores de lo que será el nuevo espacio me gustaron, se ve más alto de lo que
lo recordaba, incluso lo sentí más amplio, bueno, hasta le salió un tercer
patio, vaya, no es tanto que le saliera así por así, sino que se descubrió un
tercer patio, patio que había permanecido oculto por años, años, años.
Capas
de historia conjuntas con capas de cemento y pintura, el edificio había
cambiado varias veces su tono de pintura y sobre esa capa primera había una y
otra y otra más y una más y sí, así como el merolico oferta sus productos en
nuestra tradicional feria de Todos los santos (que siento que este año peligra
gracias a la pandemia del Covid-19). Así las capas de pintura del recinto.
Dicen los historiadores
que el edificio fue antes cárcel, un subsuelo de dos metros de profundidad nos
permite constatar un lugar que tampoco se conocía y que había estado tapiado,
pero que deja ver claramente que era un espacio reservado para las celdas. Sólo
nuestros anteriores y naturales lo saben o, quienes fueron testigos y habitaron
esas celdas, encerrados bajo llave o quienes se encargaban de la custodia y de
los trabajos de la penitenciaría.
Humedad,
vestigios, hallazgos, historia, un recorrido que me dejó sorprendido, que no
esperaba que sucediera, la verdad es que jamás me imaginé estar pisando esos
pasillos como lo hacía antes; ahora no llevaba a mi tía coca en su silla de
ruedas, pero seguro estoy que ella también hubiera disfrutado de ese paseo,
además, ahora habrá un tipo de montacargas para que ella pueda subir (claro,
cuando todo esto de la restauración haya terminado). Olores a nuevo, a pintura
recién puesta, a escombros, tierra y demás es lo que percibí de momento.
Nos ha quedado
claro que el palacio de gobierno dejará de serlo (ya hace mucho que no funge
como centro burocrático de trámites y servicios de gobierno del estado) y
pasará a ser un centro cultural donde tendrá cabida el público colimense para
sentir la identidad, los colores, la magia e historia de un pasado que está más
vivo que nunca, de un pasado que se hace presente para heredarlo (como el buen
arte) a las generaciones venideras para que sientan, como yo lo he sentido
ahora, el pasado que se vuelve presente, la historia que está en cada viga, en
cada ladrillo, en cada techo, columna, cornisa, puerta o ventana, cancel,
balcón y resquicio de lo que será este nuevo recinto cultural, muchas gracias
doctora Oriana Gaytán por esta invitación. Ya estoy ansioso de que pase el año
o año y medio que todavía hace falta, para ver concluido el trabajo de cientos
de personas y, recorrer de nueva cuenta el lugar que me ha visto crecer, porque
yo sí he cambiado, el que no ha cambiado nada es palacio de gobierno que sigue
igualito y con esta restauración, podría decir, que hasta se ve más joven que
yo.
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