Wednesday, March 28, 2007

Ella tiene su historia, yo tengo la verdá (parte uno)

Empezaré esto sin palabras /dijo Kurt Cobain en una de sus canciones/. Martes 20 de marzo, casi once la noche. Llegué a Manzanillo al cuarto festival del centro histórico del puerto, al cual, me había invitado, mi amigo, Avelino (nuestro siempre director de cultura), desde hace varios días. Casi, con un año de anticipación. El programa no estaba muy claro. Yo sólo sé, que iba banda medio acá, Alberto Chimal que engalanaría el pedo, y Guille Cuevas, que me conformaba la convivencia, ahora sin el Daivid preciso (en Chile por antonomasia). Total. La central vacía a esa hora. Me fue un poco complicado abordar un taxi. El lugar al que llegaría. La casa de mis amigos Irene y Checo (pacheco). Abordé la unidad. El chofer rápido ha de haber pensado que no era de manzanas, porque el sudor, la maleta y los cabello alborotados, delataban mi extranjería en el puerto, ello sin contar que me encontraba en la central camionera, con toda la máscara de haber llegado apenas. Total. La labia siempre es más chingona, y como no es la primera vez que voy para allá, me puse a platicar todo el camino, con el chofer, ya saben, de cosas tan banales como simples. Que qué calor, que cómo va la noche, que qué chida canción están tocando en la radio (aunque la pinche canción ni me gustara). Total. Mis amigos viven en el sector cuatro, residencial del Sol, algo así, andador Aries (vaya persecusión), número tal... el tipo hasta eso no me cobró más que 18 pesos. Irene me había dicho que me iba arrancar 25, pero repito, la labia a veces es más chingona que cualquier bagatela más.
Llegué, y la güera estaba cuidando al heredero (su bebé). La wera está convertida en toda una madre de familia. Sergio también, aunque él, como se sabe, en padre de familia. Siempre ansío, al llegar a manzanillo, una cerveza helada. Es cierto, nunca antes les había llegado tan, pero tan, pero tan, tarde, o sea, cuando el calor está más en su apogeo. Sergio andaba trabajando con nuestro siempre director de cultura. No le voy a poner a mayúsculas, pero ya sabe el Avelacuas, que lo apreciamos. La cena de esa noche estuvo conformada por unos perros calientes, y yo, claro, mis siempre y tradicionales papas caseras. Qué se le puede hacer, la comida chatarra es mi preferida, o como dice mi gran compa Oscar (Volpi), unos le dicen colesterol, yo le llamo: delicioso.
El primer comentario de Irene al respecto del evento fue, que el programa iba a estar muy ojete, a comparación con el de poesía, y que los invitados (salvo su valiosa excepción, estaban en el mismo tener). Bueno sí, tiene toda la razón la wera. Pero qué se le va a hacer. La noche, velada nocturna, nos la pasamos jugando al dominó, luego al cubilete, y como es costumbre, no le pude ganar, chingá. Las cuatro de la mañana marcaba el reloj, Sergio se fue a acostar en cuanto terminó de cenar, y nosotros, en cuanto terminamos de jugar. Lo que me encantan de esas veladas nocturnas es que nos ponemos a jugar hasta deshoras de la mañana, oyendo música en el sistema televisivo sky (comper) y claro, tomándonos unos alcoholes. Dice mi mujer que por qué tomo taaaaaanto, creo que es una actividad inherente a mí. Total.
Al otro día. Alberto Llanes. Estaba levantado a las siete de la mañana. De las cuatro a eme., a las siete hay (tres horas de diferencia), mismas que dormí a pierna suelta. Que en cuanto pegué la cabeza a la almohada, ya no supe de mí. Lo bueno, es que estoy en confianza de años. Con amigos admirables, a los cuales admiro, quiero, y respeto (uta madre, tráiganme los violines, carajo). La wera tenía, al otro día, que trabajar bien temprano. Sergio un poco más tarde. Yo, ni madres, no más presentarme con el sargento Gómez, y estar en el taller con Alberto Chimal, el engalanador.
Después de un buen baño. Hay vamos mi compadre y yo, a dejar al heredero a la guardería. Esos lugares no me gustan mucho (en caso de que yo fuera padre), pero bueno, qué se le va a hacer cuando dos personas trabajan y la familia también. Llegamos al centro de Manzanillo a eso de las cuasi diez de la mañana. Fui a la oficina de la wera, que labora en comunicación social, hojee algunos diarios para qué mentiras decían. Y a las diez y media, que llegó el sargento Gómez a laborar, me presenté con él. Luego de un abrazo me dice: Llanes, que bueno que llegaste..., de ahí fuimos a su oficina, y me quedé el ratonón ahí, haciendo mosca, sin hacer nada mientras Avel movía hojas, firmaba papeles, fumaba, platicaba conmigo, y llamaba por teléfono. Me sorpredió su capacidad de hacer varias cosas a la vez, porque dicen, malamente, que los hombres no tienen esa capacidad. En fin.
Luego de arreglar y afinar unos detalles finalísimos. Me dijo que ya podía hacer uso de las instaciones en que había hecho reservación, para los narradores, para esos tres días. Genial -contesté-, le pedí que me prestara un ratito a su trabajador, o sea, a mi compadre para ir al carro por mi cosas, y ahora sí, como dicen los gobernantes, tomar posesión. Y eso fue lo que hice.
El hotel colonial es, ¿cómo decirlo?, pues así, es colonial. Me dio, de entrada, la impresión de que el cuarto era un poco más pequeño que el baño, pero total. Uno nunca pasa tanto tiempo en los cuartos de hotel. Menos yo, que como vuelve a decir mi mujer, me pica la cama. Tomé posesión, pues. Agandallé la cama, pues. El cuarto lo iba a compartir con el hasta entonces para mí, desconocido Alfredo Hermosillo. Quién era este cuate. Quien sabe. Pero me cayó rebién. Él, espero, tenía primero la misma pregunta que yo. ¿Alberto Llanes?, quién sería ese wey, pero total. en el poco tiempo que convivimos, hicimos migas.
Volví a tomar posesión, ahora, de la oficina del sargento Gómez. Antes de salir de la habitación, me topé de frente con Gerardo Gónzalez, gran amigo, y excelente narrador colimense, que no es precisamente oriundo de Colima. Total. Hay vamos de regreso a tomar posesión de la oficina del sargento Gómez. A esa hora, y luego de haber desayunado unos tacos de guisado, ya el calor empezaba a mermar. Gerardo iba con la firme intención de empezar a pistear. Devo confesarlo, yo también. Cada que digo esto, la imagen de mi mujer me viene a la cabeza. Y su pregunta me taladra el cerebro ¿Mi amor, porqué tomamos tanto?, chéquese el anexo, no dice por qué tomas tanto, no, por qué tomamos tanto.
La oficina de Avelino es sencilla, escritorio antiguo estilo años setenta. Ventilador que rechina a cada mínimo movimiento. Teléfono con largo alcance (y lo digo por el cable), una lap top, y muchos instrumentos musicales, conforman la estancia. Mi compadre siguió trabajando. Gerardo, Avelino y yo, empezamos a pistear, sí, ahí, en su oficina. Aunque algunas gentesencillas, digan que el Llanes no más a pistear a esos eventos, y yo pregunto, cuasi con espuma de perro rabioso Tanem en la boca ¿acaso se va a otra cosa?...
Una botella de vino después y media cajetilla fumada, llegó la gran Guille Cuevas, ahí, a la oficina del sargento Gómez. Tengo que hacer hincapié en un detalle que me llama mucho la atención, antes de seguir con esta narrativa. Todo el personal que tiene Avelino, fuman pura madre, obvio, cuando vamos nosotros, fumadores empedernimos, máxima cuando estamos pisteando, salimos siempre regañados de ahí. Por lo que mejor opté, no por mala onda si no por salú mental. Cerrar la puerta que divide la oficina de Avel, con el resto del mundo, por decir lo menos.
Ahí está Guille Cuevas, luego de un leve reclamo, hacia mi persona, se contentó. Y es que Avel trajo otra botella de tinto y guille pudo entonces, fumar a gusto. El disgusto leve entre guille y yo, no lo voy a narrar, no sean chimosos. Pero bueno, guille no se puede enojar conmigo, es mi amá literaria, cómo pues...
Total. Yo empecé a ver medio borrosón a Gerardo, y es que nos faltaba comer algo. Digo, puro pinche vino tinto así, a lo pendejo, no deja nada bueno. En tanto, Avelino seguía en su chamba. Lo que me encanta de fumar en su oficina con las puertas cerradas y con varios amigos (todos fumadores, Avelino, Gerardo, Guille y yo), es que en su oficina se hace una natita de, como dijera Cabrera Infante (que no diga la intrusa que no conozco de literatura) puro humo. Después, el sargento Gómez dice, cambio de planes, Chimal siempre no viene, bueno sí viene, pero no viene, ohhhh qué la chingada, viene o no, pues que sí viene, pero llega hasta el jueves, o sea, al otro día. Estaba dispuesto a lanzarme a empedar al bar social, cuando oh!!!, frustración, el sargent peper dice, no se me vayan, papás, porque no viene Chimal, pero viene Guillermo Vega, por su puesto nadie conocía a Memo (con todo respeto mi Memo, pero a Colima está cabrón que lleguen obras de autores jóvenes. Total). Y nos dice Avelino, pero pues ya láncense porque ya está aquí. Tómala barbón. Así. En seco lo soltó. Y hay vamos al archivo histérico. Gerardo y yo, un poco con la vista nublada. Yo, con la botella en mano. Cosa que a Memo le dio mucho, pero al resto de los invitados como que vi que no mucho, incluyendo a la intrusilla esa. En el archivo, ya estaba Melquiades, Armando, los no dichos, Martita, un arqui que dicen que siempre va, Hermosillo, y bueno, Gerardo y yo, que hicimos acto, y como desde que he venido diciendo, tomamos posesión... (continúa porque continúa).

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