Tuesday, October 20, 2009

Los escritores invisibles




Cronicario
Los escritores invisibles


Alberto Llanes


Conocí a Bernardo Esquina (literariamente hablando) hará cosa de unos cuatro o cinco años. No pasa nada si le ponemos seis o siete. Vi su libro de fábulas en un stand en la FIL de Guadalajara. Estaba editado bajo el sello de la máxima casa de estudios del país: la UNAM.
El precio resultó una completa baratija: veinte pesos y todavía me hicieron el diez por ciento de descuento. O sea que no pagué gran cosa. Esa ocasión llegué a Colima con una buena compra, y es que había, literalmente, cazado a un precio razonable varios títulos importantes y sobre todo ése del buen Bernardo Esquinca; que dicho sea de paso, en mi vida había leído y mucho menos conocía, simplemente el título me llamó la atención: Fábulas oscuras. Y lo compré
Por aquella época andaba interesado, y no pasa nada si le ponemos obsesionado, en la literatura de Juan José Millás y Luis Britto García y sobre estos hice mis compras en la FIL. Y como me sobraban esos veinte pesitos decidí ver qué carajos podía encontrar en la editorial universitaria. Yo lo sé bastante bien, en las universidades los precios de los libros están muy accesibles a cualquier bolsillo y se pueden encontrar cosas interesantes, y lo sé porque trabajo precisamente en una editorial universitaria, la de Colima y créanme que esta vez no fue la excepción. Encontré un texto maravilloso.
Así que llegandito a mi ciudad me puse a leer el material que había comprado. Obvio empecé leyendo a Juan José Millás, y como su novela era algo extensa (El desorden de tu nombre, editada bajo el sello Alfaguara), dispuse que podía leer a la vez el texto de fábulas de Bernardo Esquinca, que, basta decirlo, era muy delgadito (quizá por eso me lo vendieron tan barato), pero la calidad no se puede cuantificar por el tamaño de la obra, eso que ni qué.
Fábulas oscuras (1996) me impactó. Es un texto al que no le falta nada, al contrario, está maravillosamente bien logrado y hay algunos relatos que son piezas de perfecto engranaje y cumplen su cometido, petrificar, asustar, intrigar y no pasa nada si le ponemos aterrar al lector, simplemente me fascinó.
No volví a saber nada de Bernardo Esquinca. Y es que, lo he comentado en varias ocasiones en esta columna, encontrar en Colima textos de autores contemporáneos o escritores buenos es una labor de verdad titánica, lo sabemos de sobra, y aunque existe el internet, nada como tener el material bibliográfico en nuestras manos. Tampoco seguí comprando la revista Letras Libres, donde Bernardo es un asiduo colaborador, porque el alza de su precio desmadraba mi bolsillo. Así que le perdí la pista.
Sin embargo, y lo que son las malditas cosas. Volví a saber de Bernardo Esquinca gracias a una maravillosa novela que he terminado de leer, y que según el colofón se terminó de imprimir en abril de 2009 (estamos a octubre del mismo año y apenas está a la venta en nuestro estado), y vaya lugar donde la encontré: Liverpool. Lo que son las cosas. Lástima que esta ocasión no la hallé a veinte pesos sino a un costo mucho más elevado, pero igual no vamos a pagar tan poco por un trabajo fascinante de principio a fin. ¿Verdad?
Bueno, los Escritores invisibles es la nueva y maravillosa novela de Bernardo Esquinca que, quien no lo haya leído tiene que hacerlo porque es de esos escritores que no podemos dejar de lado.
En la novela se narra la historia de Jaime Puente, un joven escritor que anda en la búsqueda de una editorial para sus textos. Tiene treinta, treintaiún años y no ha podido colar su obra a las librerías porque no halla quién sea su editor.
A la vez que vamos leyendo la historia de Jaime Puente, David, Hugo (Roberto y Beatriz) sus amigos, nos enteramos de la vida de otros autores (y aquí radica la metáfora interesante de la obra) ya que todos son Escritores invisibles que se volvieron famosos gracias a las peripecias que tuvieron que sortear para entrar al mundillo editorial.
Es así como podemos encontrar entonces, fragmentos de vidas de: James Ellroy, J. G. Ballard, Chuck Palahniuk, Paul Auster, Barry Gifford, Neeli Cherkovski (famoso por ser el biógrafo de Charles Bukowski), Eutimio Cruz, Bret Easton Ellis, Alex Nogales y un apartado que me maravilló por lo perverso, increíble y quién sabe si verdadero o falso de lo que Bernardo, o mejor dicho, Jaime Puente llama “La cofradía de las amas”, que son señoras amas de casa que, en sus ratos libres, se sientan a escribir pornografía; ellas son Ana Luisa, María Martha, Laura Elena, Luz Estela y María José.
De todas éstas la que en lo personal, a Alberto Llanes le fascinó, fue la historia que escribió precisamente Ana Luisa, que trata a grandes rasgos la vida de un millonario excéntrico que tiene una perversión en particular:

…le gusta fornicar con mujeres embarazadas. De hecho no consigue excitarse de otro modo. Así que utiliza su fortuna para crearse un singular harén de mujeres preñadas por él mismo, y a las que les paga una considerable suma de dinero para dejarse embarazar constantemente […] además se regodea de contar la delicia de acostarse con mujeres embarazadas comparándolas con universos en expansión, y la manera en que todo en ellas se ensancha: las caderas, los pezones el útero. Y lo mejor de todo, confiesa este insaciable garañón, es la leche materna. Sus mujeres lo amamantan como a un crío…

Mientras esto pasa, podemos leer también la historia de las editoriales y grupos culturales en México que, sobra decirlo, son una mierda. Todos se pelean por un manuscrito de Roberto Rojas, que cambiará, revolucionará (según esto) el mundo editorial.
Roberto Rojas, junto con Hugo (el poeta disperso), Selma (editora de Bolaño & Fonseca editores) el propio Jaime Puente y todos los autores americanos y mexicanos que ya nombré, y que aparecen en la novela, todos forman(o formamos) parte del grupo, chingón por cierto, de los Escritores invisibles.
Y, como termina la novela una vez que Jaime Puente, después de tanto periplo consiguió publicar su novela, Fonseca le dice: “Bienvenido al montón. A la masa uniforme. Al gran vacío de los publicados”.
Es una magia, un encanto, un placer ser un escritor invisible, no publicado, efímero, de cajón, sin nada que ofrecer al mundillo editorial, pero chingón.
Y esto no lo dice Fonseca esto lo digo yo.
Así qué, leamos esta nueva obra de Bernardo Esquinca, y de paso, démosle un vistazo al resto de su bibliografía porque estoy seguro que no se van a arrepentir de gastar veinte pesos en comprar su libro.

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