Wednesday, May 13, 2009

Como en una novela de Saramago





Como en una novela de Saramago
(Cronicario)


Un día, al fin, nos callamos cuando se desplomó muerto en el salón de clases,
y desde entonces aprendí que el silencio se puede escuchar.
Palinuro de México, Fernando del Paso.


Alberto Llanes


A estas alturas, lo que uno menos quiere, es hablar, en una columna, de lo que todos los mexicanos estamos viviendo; es decir, hablar de esta epidemia gripal porcina, conocida como influenza porcina, virus que a decir de los expertos es peligroso, no se tenía registrado porque mutó, y que se puede propagar fácilmente de humano a humano, por medio de saliva, sudor y otras causas.
Uno no quiere esto. Aunque es inevitable. Resulta que en todo el país, debido a la propagación de este virus, y a su alto grado de contagio, se han tenido que suspender todas las actividades “normales” hasta el día 6 de mayo. A normales nos vamos a referir a lo que hacemos comúnmente, ir al trabajo, a la escuela, eventos deportivos, religiosos, culturales y últimamente, políticos.
En mi lugar de trabajo las cosas estuvieron igual. Ante la gravedad de contraer el virus, no asistiremos de manera normal a la oficina, sino haremos una especie de guardias, con el fin de que tampoco se quede sola la oficina y el trabajo siga fluyendo sino normalmente, si de una u otra forma.
Así que la primera guardia, junto con cuatro compañeros, me tocó a mí. La entrada sería a las diez de la mañana, la salida, a las dos, algo totalmente anormal, porque mi entrada habitual es a las nueve, salida a comer a las dos y de regreso a las cuatro, para salir de nueva cuenta a las siete u ocho.
Entonces salí de mi casa a las nueve y media, y las calles de la ciudad estaban solitarias, tan solitarias como alguna novela de Saramago. La escaza gente que se dio cita en las calles de la ciudad iba con cubrebocas, y la mirada se les notaba preocupante.
En el camino, para abordar la ruta que me llevaría a mi trabajo, me topé con la gente trabajadora de México, albañiles, gaseros, repartidores, abarroteros, refresqueros, en fin, personas que no pueden quedarse en casa porque su economía se vería afectada, personas que no tienen de otra, más que trabajar para llevar dinero a su casa, aunque su salud esté en verdadero juego.
El trino de los pájaros, cuando la gente no está en las calles, se escucha claro y fuerte. Uno entonces se pone verdaderamente a apreciar lo que tenemos a nuestro alrededor, que no nos damos cuenta, por el trajín diario en que vivimos. Que si ya vamos tarde, que si la ruta ya nos dejó, que si tengo pendientes, que esto y lo otro.
El cielo está azul, prístino, claro. El ambiente se siente en paz. Aunque si el día fuera “normal”, con aglomeraciones de gente, tráfico, ruido en demasía y demás cosas, estos detalles no se pudieran notar.
Esta situación invariablemente me recuerda también la novela, La primera calle de la soledad, donde toda una ciudad se queda completamente sola, porque la gente prefiere hacer todo por internet y no salir a la calle para nada. Y obvio, también nos recuerda la película estelarizada por Will Smith “Soy leyenda”, donde el personaje está completamente solo, salvo unas extrañas criaturas que se le aparecen de noche, y una familia dispersa que se encuentra por ahí. ¿Eso es lo que queremos?, vivir como personajes de una novela, quizá sí lo somos y nos vamos dando cuenta poco a poco.

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