Friday, December 07, 2007

Las borlas del café (cuento).

Las borlas del café


Alberto Llanes


Se dice que el ser humano es el único ente capaz de tropezar no sólo dos, sino como infinita es la numeraria con la misma piedra. Y en efecto, yo he tropezado de esa forma. Vaya que sí.
Mis múltiples descalabros en esta vida me han llevado a tomar, literalmente, cartas en el asunto.
Primero fui con una señora dedicada a este arte, destreza o habilidad. Entre sus muchos decires predijo que iba a tener un accidente muy fuerte, dos hijos y morir joven. Nada bueno me deparaba el destino según la cartomancista.
Sin embargo no ha pasado nada de esto. Por eso creo que este tipo de personas a veces engañan a la gente, y es que aún, a mis veintitantos años de edad no logro comprender en qué forma un simple juego de cartas (barajas) españolas puedan predecir nuestro futuro.
El futuro tú mismo te lo construyes, le dijo el Doc a Marty Mcfly en la última parte de una de mis películas favoritas: Volver al futuro.
Insisto, no lo entiendo.
Esa vez tuve que desembolsar mil pesos para que la pitonisa me tomara literalmente el pelo. Predecir puras desgracias y para colmo ninguna me ocurrió.
Mi vida siguió su curso normal. Pero me volví a encontrar con hechos de suma importancia que me obligaron a volver a las andadas, pero esta vez de manera diferente.
Aquí es donde digo que el hombre es capaz de tropezar las veces que sean necesarias con la misma piedra. Vaya que sí. Y no aprende la lección.
Digo, tampoco soy un ferviente admirador de bagatelas de estas. No. Las circunstancias y amigos en común (a este tipo de prácticas) me han llevado a hacerlo. Pero para mi mala fortuna, el destino, caray con el destino, me llevó otra vez a intentarlo de nuevo.
Siempre he vivido solo. Mi madre murió cuando yo era muy joven. A mi padre nunca lo conocí. Me hace falta una mujer que soliviante, aunque sea medianamente, la soledad, el letargo e infortunio en que vivo.
De pronto vi algunos resultados favorables en mi compañera de turno del trabajo. Opté por volver a probar suerte en las cuestiones de la adivinación y el azar. Ya dije que no creo en bagatelas de esas, pero también es cierto que en algo o en alguien hay que creer.
Como todo buen solitario trabajo en un lugar que, dicho sea de paso, me viene, a cualquier solitario supongo yo, como anillo al dedo.
De entrada una labor nocturna, sin más compañía que la oscuridad, la música, el tabaco y mi compañera de turno.
Entonces empezó mi calvario.
Mi trabajo es el más aburrido del que se pueda tener nota. Pero es apasionante para mí: soy programador musical en una estación de radio.
Es verdad, es una labor que apenas me da para comer.
Rosaura y yo somos los únicos trabajadores en la madrugada en la estación. No hay ningún programa a esa hora, así que puedo poner y hablar por micrófono a un grupo reducido (supongo) de radioescuchas. Rosaura es la vigilante de la estación.
Decía que en la noche puedo programar cualquier tipo de música. Es raro que un noctámbulo (máximo si es viernes o sábado) llame a la estación pidiendo oír algo “especial”.
A mí me gusta el rock duro, el heavy pues. Así que programo a las bandas que han dejado huella en este género. Rosaura me dice que oyendo este tipo de música no voy a llegar a ningún lado, ni siquiera a encontrar una mujer para esposa, ya no digamos novia o amante.
Rosaura es viuda.
A ella le gusta oír la estación del barrilito, esa que de cortinilla de presentación dice: Estás escuchando la sinfonola, la estación del barrilito. Y tiene un gingle que va más o menos así: “Sinfonola… sinfonola… la estación del barrilito”.
Ella tiene dos hijos y prácticamente trabaja todo el día. Por eso, cuando la veo que empieza a clavar el pico, le pongo una almohada que tenemos por aquí y la dejo dormir placidamente.
En las mañanas, Rosaura trabaja haciendo la limpieza en una clínica del Seguro Social. En la tarde hace la comida para sus hijos. Y en la noche me hace compañía, además de vigilar y dormir, a mí, gran perdedor en esta pinche estación mediocre de radio.
Por eso la dejo dormir a sus anchas. Porque su carga laboral está pesada. Por las mañanas, me ha contado, usa una especie de radio-diadema donde oye su música favorita: Bronco, Los tigres del norte, Los tucanes de Tijuana. Cosas así. Nombres completamente desconocidos para mí.
El otro día llegó entonando una melodía que dice más o menos así: “Bailemos con el tuca, bailemos con el nazo, bailemos con el tuca tuca nazo”. Canciones sin nada de cerebro pero ella es feliz así y yo la respeto.
En cambio, en la estación, tiene que chutarse la música que me gusta a mí.
Y ella no respinga nadita, sólo me dice que con esa música no voy a encontrar mujer. Deep purple, Led Zepellin, Black Sabath, Skid Row, AC/DC, Kiss, L.A. Guns, Mötley Crüe y grupos de ese estilo es lo que tiene que oír. Nombres completamente desconocidos para ella.
Rosaura dice que nada mejor que una buena taza de café para permanecer despierto toda la noche. A mí me repatea. Simplemente no lo tolero. Ya sea de Veracruz, Comala o Colombia. No lo soporto.
No niego que huele bastante bien. El aroma del café recién hecho es inigualable, casi puedo decir que es muy similar al del tabaco. Son aromas inenarrables. Pero de ahí a que me tome una taza es otra cosa. Simplemente mi estómago, maltrecho por el trato que le ha dado en la vida no lo soporta, y al primer trago ya pide esquina, y eso que aún no llego a los treinta años aunque poco me falta.
Rosaura ha de andar por los cuarenta a lo mucho… no más…
Rosaura y yo nos contamos nuestras desavenencias. De fondo siempre hay una guitarra estruendosa que nos acompaña. Ella enviudó gracias al azar. Fue con una cafeomancista a que le predijera el futuro y le dijo que pronto iba a enviudar, que cuidara a su marido. Qué le voy a cuidar a ese guevón, pensó Rosaura, que se muera siguió pensando mientras la adivinadora seguía hablando.
Y es que Rosaura amaba mucho a su marido. Pero éste de pronto, de un día para otro le empezó a pegar. De la noche a la mañana, sin decirle agua va: tun tun tun y moretón. Tun tun tun y sangre en la boca. Por eso Rosaura quería que se muriera (y cuanto antes mejor). Fue el tiempo, también, en que su marido se dedicó más al trago que al trabajo.
Por eso Rosaura fue con la lectora del café. Su consigna era bastante buena. No cobraba nada hasta que no hubiera resultados, y si éstos no se daban, el trabajo era gratis. De fondo musical sonaba una canción de Pink Floyd cuando me lo contó.
Entonces la pitonisa le leyó el café. Le dijo que su marido iba a sufrir un accidente, que tendría que buscar (obvio) trabajo, y que uno de sus hijos quizá la sacara pronto de trabajar primero y de pobre después. A veces creo que estas personas dicen lo mismo en cada sesión.
Seis meses después, y ya cuando Rosaura pensaba en no pagarle nada a la pitonisa ésta. ¡Zas! Sucede que pasó todo lo que le había dicho que le iba a pasar. Su marido en efecto sufrió un accidente y se murió. Era maestro albañil, iba hasta el gorro de borracho y allá fue a dar. Suelo. Se cayó de un décimo piso y no vivió para contarla. Dicen, los que vieron el patético espectáculo, que ni las manos metió y que nada más se fue de boca.
Meses antes de todo esto, Rosaura halló trabajo. Primero aquí en la radiodifusora. Trabajar de noche le permitía no ver llegar borracho a su marido. También le evitaba algunos golpes o gritos y cosas de esas. Porque cuando ella llegaba, después de ir a recoger a sus hijos a la casa de su mamá. Rodolfo estaba prácticamente muerto, en calidad de bulto por decir lo menos.
Sin embargo, Rodolfo pensaba que su mujer trabajaba de puta. ¿Quién que se diga decente trabaja de noche?, le reclamaba Rodolfo a Rosaura. Y lo que más coraje le daba a Rodolfo es que su mujer todavía estaba de bastante buen ver.
Luego, una comadre de Rosaura, Lupita, la metió al Seguro Social. Rosaura ocupó el lugar de Donaciano que falleció días antes de un ataque fulminante al suyo cardio. Y como vivía solo nadie lo atendió.
Lupita es trabajadora social. De esas que se enteran santo y seña (el huevo y quien lo puso), de lo que pasaba en el hospital. Así que en cuanto se enteró de la muerte de Donaciado, rápido propuso a su comadre para el puesto. Y Rosaura, un lunes del mes de abril ya estaba trabajando en la flamante clínica del Seguro Social.
Así la adivinadora cobró sus dos mil pesos por sesión. Pero los valía y vaya que sí.
La muerte de Rodolfo no fue entonces nada sorpresivo para Rosaura. Se podría decir que la esperaba. El día de la velación ni parecía sufrir, al contrario, se le notaba en el rostro un gesto malicioso, como si le hubieran quitado un peso de encima. Y vaya si se lo quitó.
En cambio sus hijos eran un mar de lágrimas. Ella los consoló con un: “Qué le lloran a ese ingrato desobligado”. Y cuando bajaron la caja a lo más oscuro de la fosa, Rosaura sólo atinó a decir: “Pues a otra cosa mariposa, muerto el perro se acabó la rabia”. Se dio media vuelta y esperó a sus hijos a la entrada del panteón.
Cuando me contó esto, los Iron Butterfly sonaban de fondo con su éxito In a gadda da vida. Dio una fumada a su tabaco y lo apagó estrellándolo con cierta rabia dentro del cenicero. Me acordé de una greguería de Ramón Gómez de la Serna: “La saña de una mujer está en la forma en que apaga un cigarrillo”. Y había quedado más que demostrado el odio que sentía aún por Rodolfo.
Rosaura le tomó mucho aprecio y fe a su adivinadora “de cabecera”. Que con una simple taza de café podría predecir el futuro. A ella le cambió la vida. Y podría ser la oportunidad de que te le cambie a ti, me decía cada que tocábamos el tema.
Sólo faltaba que uno de sus muchachos la sacara de trabajar primero y de pobre después. Y la “nena”, hija mayor de Rosaura estudiaba medicina. Si todo iba como hasta ahora, ella podría ser su posibilidad. Si se encontraba a un hombre bueno, pensaba de cuando en cuando Rosaura.
A mí me insistió a que me diera una vuelta con la adivinadora. Nada perdía y a la mejor mi vida mediocre cambiaba. Al fin que no le tienes que pagar hasta no ver resultados, me dijo. Y bueno, tenía de pronto razón. La cuestión es que necesitaba tomar una taza de café, y en los residuos que quedaran al fondo, entonces sí, la adivinadora podría predecir mi futuro según las borras del café.
Yo por alguna razón siempre me había negado. Hasta ese día que decidí ir. Ya no quiero que me vean la cara. A la mejor lo que le pasó a Rosaura fue pura suerte de la buena. Y yo nunca me caracterizado por tenerla. Nunca me gané nada en nada. Y mi suerte no iba a cambiar ahora, no tenía porqué cambiar. Además, odio el café. No lo soporto, y aunque no he negado que huele bastante bien. No logro creer cómo con su lectura (como me pasó con las cartas), me puedan decir mi aciago futuro.
No concibo esa extraña relación. En que con su lectura salga del letargo en que vivo, si desde que tengo uso de la memoria he cometido siempre los mismos errores, dijera José Alfredo. Y no sólo una vez, sino varias como según lo indican las sagradas escrituras.
Sin embargo fui. Me acompañó Rosaura. La adivinadora, en su papel, nos recibió en el quicio de su puerta. Artilugio en cabeza, ojos pintados, cejas remarcadas, miles de pulseras en muñeca izquierda, ropa holgada y nos hizo pasar. Con voz sepulcral dijo que esperáramos nuestro turno. Rosaura, con un gesto, me dijo que todo estaba bien.
La casa se encontraba a oscuras. En la pared colgaban miles de cosas. Supercherías de adivinación, no sé describirlo bien. La cuestión era tomar una taza de café. Platicar con la adivinadora sobre mi peculiar situación actual, terminarlo y dejar que ella hiciera el trabajo.
La taza era enorme. Para mí que no tomo café la sentí grandísima. La mujer se sentó frente a mí esperando que le contara algo. Por ejemplo qué me había llevado a tomar la decisión, quién me había recomendado con ella, y varias cuestiones más.
La adivinadora veía que no ingería nada.
Yo pensaba que al primer trago me iba a doler el estómago. Y así pasó. El café era negrísimo, cargado, fuerte y calientísimo. Tampoco me gusta por eso, se acostumbra a tomar caliente y a mí me escalda la lengua.
Todo pasó. Ni me tomé la taza a gusto ni me predijo nada porque concluyó que las borlas del café no estaban del todo nítidas. Eso sí. La adivinadora me dijo, según lo que escuchó de mi patética situación actual, que con esa actitud y esta vida que llevo (pero sobre todo con esa música que oigo) no iba a encontrar a ninguna mujer para compañera, ya no digamos novia o amante.
Tomé entre mis manos la mano de Rosaura y salí de ahí. Por supuesto no iba a pagar por algo que ya sabía (de antes) y que además me produjo dolor de estómago durante toda la noche. Lo que me obligó irremediablemente a permanecer despierto, y programar la música (aunque no encuentre nunca mujer), que más me gusta oír.

1 comment:

deivid said...

Ya se te nota más la voz, papá-Gallo. Me latió. Unas cositas con la puntuación pero todo lo demás chidito. Yo elí este cuento tuyo escuchando a Scubba, quienes interpretan en el track cuatro del Bossa n'Roses, PARADISE CITY, mi bristy precioso y preciso.

Felicidades, mi rey-Noso.

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