Tuesday, December 04, 2007

Semblanza

Semblanza


Alberto Llanes


Cuando me invitaron a leer un texto con una semblanza sobre Paco Ignacio Taibo II (ahora que lo tenemos con nosotros para recibir el premio narrativa colima 2007 por obra publicada por el libro Pancho Villa una biografía narrativa), la palabra semblanza no me sonó, no me cuadró pues, hablando revolucionariamente.
Y no me cuadró porque una semblanza es leer la biografía del autor, y acaso nada más, decir los premios que ha recibido y las obras que ha escrito y es todo.
Tarea demasiado fácil con sólo ir a una computadora, abrir una página de Internet, ir la dirección electrónica de google, poner en buscar el nombre del autor, darle aceptar a todo el proceso, y en menos de cero punto quince segundos (confirmado para el que no me crea) tener en dicha página cerca de doscientas sesenta y siete mil ligas (también confirmado por este tundeteclas) que nos dicen algo acerca del autor, su obra y su vida.
El proceso siguiente es todavía más sencillo. Copiar y pegar fragmentos de por aquí y de por allá. Y como en un mosaico con letras, vuelvo a recalcar, muy fácilmente, tener listas unas dos páginas (páginas más páginas menos, todo depende del criterio de cada quien) con información precisa del escritor. Y eso sin duda será una biografía o semblanza (en este caso) del autor que nos toca presentar.
Tarea más sencilla no puede haber.
Todavía a ese texto se le puede (si nuestro cinismo da para ello) poner nuestro nombre, y decir que fue un texto de nuestra autoría. Y entonces podríamos ser eficaces focos de atención para el taller de Plagio y disección, (porque eso es prácticamente lo que hemos hecho) que le ha tocado, por suerte, impartir a Ignacio Padilla en la Escuela Dinámica de Escritores que dirige Mario Bellatin, en la Ciudad de México.
Por eso es que digo que la palabra semblanza no me sonó, no me cuadró pues, desde un principio.
Lo que quiero decir aquí y ahora, básicamente es, narrar qué se me viene a la mente cuando alguien menciona el nombre de Paco Ignacio Taibo segundo.
Y es sencillo.
Cuando alguien dice o nombra o yo mismo veo por ahí el nombre de Paco Ignacio Taibo dos, irremediablemente me acuerdo de una sola cosa, un grandioso personaje que no es el Che Guevara por aquello de ese libro titulado Ernesto Guevara, también conocido como el Che. Y que ganó, dicho sea de paso, el premio Bancarella en 1998 “al libro del año es Italia”. No. Eso no.
Y sería muy ordinario (porque es de suma obviedad), decir que se me viene a la memoria ese otro personaje: Héctor Belascoarán Shayne, el detective. Que nuestro afamado autor describe en varias de sus novelas, Días de combate, Adiós, Madrid y Algunas nubes (sólo por mencionar tres de ellas).
Tampoco se me viene a la mente esa otra novela, apenas aparecida en el 2005, titulada Muertos incómodos,(falta lo que falta) que escribió a cuatro manos con el sup Marcos, y que los que no nos aguantamos a que saliera el libro, fuimos leyendo cada domingo en el suplemento la Jornada semanal.
Una semana escribía el sup, otra Paco Ignacio. Y si mal no recuerdo, el trato era que nadie supiera de qué se trataba o cómo iba la novela, hasta que cada quien, uno en la Ciudad de México, otro en Chiapas, leyera el domingo el suplemento y tenían entonces una semana para sentarse a escribir su parte de la historia y presentarla el domingo. Genial.
Pero no. Nada de eso se me viene a la mente en cuanto oigo mencionar a Paco Ignacio Taibo II.
De lo que indudablemente me acuerdo cuando escucho nombrar a este popular autor mexicano nacido en Asturias es ese otro personaje suyo que me da tanta risa (por las desavenencias que le suceden como personaje de Paco).
E indudablemente estoy hablando del famoso (al menos para mí, a la mejor para el resto de los lectores del autor no, pero para mí sí): Rayo Láser: mejor conocido como Jerónimo Ramírez. Que sin duda Paco Ignacio Taibo conocerá mejor, mucho mejor que yo.
El rayo láser, decía, es un personajazo. Y es lo primerito que se me viene a la mente en cuanto oigo mencionar a su creador. Todo lo que le sucede al Rayo Láser es para peor; es decir, no pretende mejorar en nada, y en efecto, no mejora nada su situación en el transcurso del cuento.
¿Y todo para qué o por qué?, por una mujer y una ventanita que desde que se da cuenta de ella, y de la ventanita también, de ahí le vienen todas sus desavenencias a nuestro social personaje.
Por supuesto el cuento se llama: El sabor de la Leila, y aparece en el compendio de cuentos El regreso de la verdadera araña.
Decía que al Rayo Láser le pasa de todo: ejemplo. Alguna vez recibió, por parte de su primo Tobías una información que no supo, o que sí supo pero no pudo controlar del todo bien, es decir y cito literalmente:

Su primo Tobías le había transmitido la peligrosa información de que los pedos eran esencialmente gases sulfúricos y amoniacales y, por lo tanto, combustibles. Jerónimo Ramírez, una mañana de supremo hastío (en el trabajo), entró al baño de la empresa, se bajó los pantalones, encendió un Bic y se lo aplicó a un pedo. La explosión fue más que regular, y le costó florearse el culo de mala manera (siete días de incapacidad en el Seguro Social), y que la raza, enterada del experimento, le pusiese el apodo del El Rayo Láser.

Así que eso o este particular personaje es lo primero que se me viene a la mente en cuanto escuchó el nombre de Paco.
Este cuento, basta decir, lo he leído entre unas quince o dieciséis veces. Y ahora que doy clases de literatura en el Centro de Readaptación Social de Colima, muchos de los alumnos se sintieron plenamente identificados con el personaje central, ya sea por una u otra razón que por su puesto no explicaré en este momento y quizá en ningún otro.
Pero no sólo Jerónimo es digno de mención. La Leila también tiene su parte de acción en este relato, y como pieza de la clase social a la que pertenecen las secretarias, la Leila actúa como tal. Todo lo tiene bajo estricto orden y control. Los lunes utiliza ciertas tangas color verde papagayo que ponen a volar la imaginación del Rayo Láser. Quizá sean las tangas. No, definitivamente son las tangas, el motivo principal por el cual el Rayo Láser se ve en la imperiosa necesidad de bajar tres escalafones de importancia en la fábrica de pinturas para la cual trabaja y que su salario se viera reducido a unos mil 600 pesos menos en su paga quincenal.
Todo para verle los calzones, cuando llevaba, a la Leila, porque sobra decir que la chica a veces no usaba nada debajo de esas minis, que dicho sea de paso, estaban fuera de moda, igual que la música que le gustaba al Rayo Láser, fuera de moda.
Eso sí, podía dejarse las patillas largas porque el montacarguista (oficio que ahora iba a ocupar El Rayo Láser), podía dejarse las patillas, no así un mecánico C de mantenimiento, labor anterior de nuestro buen personaje Jerónimo Ramírez.
Estas son sólo algunas de las desventuras que le suceden a Jerónimo Ramírez, 23 años 9 meses, nacido en la colonia Aviación Civil de la Ciudad de México, habilitado montacarguista aunque mecánico de oficio, de ojo café y 64 kilos que llegó (sigue la cita literal del libro) a la fábrica con lentes oscuros, patillas recortadas y cachucha hasta las cejas con lo cual parecía una especie de Batman crudo.
Como decía, todo un personajazo.
Pero más personaje es aún este otro Doroteo Arango: mejor conocido como Pancho Villa y que Paco Ignacio, en un tiempo donde las novelas históricas vuelven a tomar importancia, con Rosa Beltrán y La corte de los ilusos; Enrique Serna y El seductor de la patria; Pedro Ángel Palou y su trilogía iniciada con Zapata y continuada con Morir es nada, la vida de Morelos (y a la espera de ver cuál sigue), Paco Ignacio nos narra la vida de este otro gran personajazo que fue Pancho Villa, que su sólo nombre ponía a temblar a los gringos, que fue el centauro del norte y muchas anécdotas más que podremos encontrar en este libro, que hoy merece el premio narrativa Colima.
Con cerca de 400 fotografías nunca antes vistas. Y con más de 800 páginas. Paco Ignacio nos ofrece (narrativamente hablando), la vida de este singular personaje que fue también un gran estratega militar: Pancho Villa.
Enhorabuena a Paco Ignacio Taibo II por esta obra, y por este premio. Y seguimos a la espera de más personajes como Héctor Belascoarán, Jerónimo Ramírez, o en su defecto, de otras biografías bien realizadas como la del Che Guevara y esta que ahora tenemos en nuestra manos.

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