Friday, May 09, 2008

La chamarra y la cruz


La chamarra y la cruz


El amigo de un amigo me contó esta historia. Dice que le ocurrió hace un par de años, más o menos, y desde ese momento no ha podido vivir tranquilo.
No sé qué sea cierto y qué no. Pero es escalofriante para quien la lea, sorprendente para quien la crea, o nada más es parte de la oralidad a la que pertenecen las historias de muertos y aparecidos. Muchas historias nacen así. Y esta dice más o menos así:
El amigo de mi amigo se dedica al noble oficio del servicio público. Es chofer de taxi. Brinda su servicio a quien lo solicite con una señal de la mano. Dice mi amigo que cuando su amigo le contó la historia notó un dejo de perplejidad en su voz y se puso pálido como si reviviera en ese instante lo sucedido.
Ésta es una de esas historias que a uno lo dejan helado, que simplemente no se pueden creer o que cuesta mucho trabajo hacerlo. Pero el amigo de mi amigo dice que le pasó y ante un testimonio de ese calibre no hay nada que se pueda hacer.
Decía que mi amigo me contó que su amigo era chofer de taxi. Esa tarde, de otoño, el trabajo iba bastante mal. Había pocos pasajeros a quien llevar.
Nuestro chofer pensó que era por que esa tarde, especialmente, se sintió un frío extraño en la ciudad. Como aquella otra tarde en que nos dieron la noticia de que el gobernador había muerto a bordo de un avión. El día de pronto se tornó gris, triste, como si sintiera en las entrañas el dolor de la muerte de un gran personaje, un gran colimense. Total. Esa tarde se tornó así, igual.
El servidor público sabía que hay días así. Tenía años en la labor y sabía al dedillo el oficio. Reconocía que había tardes malas, buenas, regulares… aunque aquella, repito, se tornó fría y sin transeúntes a quien ofrecerles su servicio.
El amigo de amigo se disponía a abandonar la labor hasta el día siguiente, cuando empezó, como si hubiera elevado una oración al cielo, a levantar pasaje tras pasaje. No bien dejaba a una persona cuando levantaba a otro pasajero con rumbo diferente, y así fue hasta por casi dos horas en que no paró de subir y dejar pasaje.
Sin embargo sintió que no había suficiente gente en la calle como para que hubiera tanto trabajo, o para que le estuviera yendo tan bien, pero al final pensó que había sido una buena racha, y que todos los pasajeros que le habían tocado en turno eran por purita buena suerte. Total.
Uno por uno fue despachando a sus pasajeros. Así, visitó colonias como la Albarrada, el Diezmo, el Moralete; avenidas como la Insurgentes, Pino Suárez, Sn. Fernando; calzadas como La del Campesino, la Galván e incluso colonias nuevas, fraccionamientos nuevos.
Cuando uno está ocupado en algo el tiempo pasa volando. Mi amigo me contó que su amigo vio el reloj a esa hora, y eran ya casi las once de la noche. Entonces el chofer pasó cerquita del panteón ahí, por donde se ponen los tacos del Sobrino cuando lo abordó una chica, veinte o veintiún años que le hizo la parada.
La chica subió por la parte trasera del vehículo, se sentó y…
Mi amigo dice que su amigo ama su profesión, siempre está buscando la plática con el pasaje, cuando el pasaje, obvio, se lo permite, cuando no, simplemente pone algo de musiquita porque es muy alegre. Nada más.
Decía que la chica se subió y pidió que la llevara a su destino. Mi amigo dijo que su amigo se alegró cuando la chica le dijo que iba al próximo poblado. El próximo poblado era Suchitlán o Cofradía de Suchitlán. Así que el amigo de mi amigo, con el dinero de esa dejada, podía fácilmente completar la cuenta e irse a descansar.
El amigo de mi amigo es muy platicador, y esa vez, con una muchacha tan linda, joven y de sonrisa angelical no fue la excepción. La chica le contó que se le había hecho muy noche y que tenía que llegar rápido porque su mamá podría estar preocupada por ella.
Mi amigo dijo que su amigo iba feliz, platique y platique con la chica de nombre Carmen. Él le contó que tenía una hija más o menos de su edad, alegre la condenada, fiestera, pero muy buena persona, me salió rebuena para el estudio ─dijo el chofer─, incluso comentó que a la mejor podrían conocerse, ya que Carmen le había dicho que también estudiaba en la Universidad de Colima.
A cada luz roja el amigo de mi amigo checaba por el retrovisor a Carmen. Era guapa, de eso no había duda. Sin embargo se le notaba tranquila, un poco pálida, delgada también pero muy tranquila, sin el gesto frustrado de recibir una reprimenda al llegar a casa. Mi amigo me contó que su amigo sintió entonces mucha paz, mucha tranquilidad llevando a Carmen de pasajera.
Carmen le dijo al chofer que tenía un poco de frío, y cómo no iba a tenerlo si estaba bien flaquita ─pensó el taxista─. Y es que según Carmen salió de su casa sin ningún abrigo, y repito, esa tarde en particular había sido fría.
El amigo de mi amigo siempre traía consigo una chamarra que utilizaba cuando se bajaba de la unidad (ocho horas después) para no sentir, directo, el aire frío en la espalda. Entonces se la extendió y Carmen se la puso.
Llegando a la glorieta de los perritos danzarines, mi amigo le dijo a Carmen que iba a pasar a la caseta de policías nada más por mero trámite, para avisar que iba a dejarla en Suchitlán, ella contestó con un sí alegre.
El chofer se estacionó en la caseta de policías que está rumbo a Comala y verificó con los policías que iba a Suchitlán, que llevaba un pasaje mujer y que al regreso se reportaría nada más para aplicar esta nueva medida, misma que se instauró a todos los choferes de taxi para su seguridad.
El policía se asomó al interior de vehículo, vio a la chica e hizo algunas anotaciones en su cuaderno. Número de placas y sitio. Y dio entonces su venia para que el amigo de mi amigo continuara su marcha.
El taxista iba platicando con Carmen cuando ésta le pidió que pusiera algo de música, de la Arrolladora Banda Limón. Mi amigo buscó en todos sus discos y casi llegando al Cbeta halló, por fin, en un disco Mp3 de música con algo de la Arrolladora.
Carmen se alegró, tarareó y cantó un par de canciones, y cuando iban saliendo de Comala, Carmen le dijo al chofer que no llevaba dinero suficiente para el pago, pero que en cuanto llegaran a su casa su mamá podía completarle.
Y como había hecho muy buena plática con ella le dijo que no se preocupara, que la esperaría afuera de su casa para que le pagara la tarifa. Por lo tanto el tiempo seguía su marcha, pero como dije, cuando uno va a gusto o se siente bien el tiempo pasa volando. Y el amigo de mi amigo siguió volanteando como si nada.
Donde está el letrero que indica el poblado de Suchitlán, el chofer dobló a la derecha. Siguió entonces un sendero de piedra y pronto llegaron. Carmen le indicó al taxista el camino a seguir para llegar a su casa y obedeció. Que doble a la derecha, y dobló, que en seguida a la izquierda, y a la izquierda le dio, que donde está ese naranjo está bien, y donde estaba el naranjo paró.
Carmen le dijo que en seguida salía, que iba por dinero para completar la tarifa y se metió a su casa. El chofer esperó. Puso la música un poco más fuerte y extendió, lo que el espacio le permitía, sus piernas.
Allá arriba la noche se sintió más fría. El taxista recordó que le había prestado su chamarra a Carmen. Pasaron cinco minutos y no salía. El amigo de mi amigo pensó que su madre la estaba reprimiendo o algo así, por lo que decidió seguir esperando.
Después de otros cinco minutos creyó que el regaño estaría fuerte, por eso se dispuso a bajar del auto para aunque sea, estirar aún más las piernas. Regresando a Colima llevaría la unidad al lavado, le pondría gasolina y se iría plácidamente a dormir.
Nada más esperaba cobrar el dinero por su trabajo. Pero Carmen no salía. Cinco minutos después creyó que sería conveniente tocar a la puerta por la que había visto a Carmen entrar para pedir el dinero de la dejada y su chamarra. Así que fue y tocó...
El amigo de mi amigo pensó que la chica pudo haberse quedado dormida, o que se había olvidado. Como nadie salía volvió a insistir, ahora sus toquitos fueron más persistentes. En el interior se oyeron pasos que iban rumbo a la puerta. Enseguida se oyó el cerrojo y poco a poco se fue abriendo.
Una señora dio con el rostro del amigo chofer.
─Perdón… ─dijo dubitativo y sorprendido de que no fuera Carmen quien le abría─ vengo a cobrar la dejada…
La señora se notaba triste, demacrada, como si una pena la embargara por dentro, parecía que había estado llorando momentos antes, incluso.
─¿Qué dejada? ─contestó la mujer─.
─La de su hija ─aseveró seguro el hombre─.
─¿Mi hija? ─se extrañó la dama─.
─Sí, una chica que entró aquí, la acabo de traer desde Colima, me dijo se llama Carmen, incluso le presté mi chamarra porque tenía frío. ¿Que aquí no vive ninguna Carmen? ─preguntó─.
La mujer sollozó antes de responder:
─Sí… vivía una…
─Cómo que vivía ─la interrumpió el amigo de mi amigo─, si la acabo de dejar aquí, me dijo que iba por dinero para completar y a devolverme mi chamarra.
─Eso no puede ser ─contestó la mujer─, mi hija falleció hace exactamente una semana. Es imposible que la haya traído desde Colima. Vea ─dijo señalando un moño negro en la entrada de la humilde casa─, aún estamos de luto, recién termina el novenario, no puede ser… simplemente no puede ser…
─Pero señora… la acabo de dejar… entró aquí… pasamos por la caseta de policías… me dijo que ahorita salía… que no se tardaba… que iba por dinero…
─No, eso no puede ser, le digo que tiene una semana de fallecida, una semana recién. Si quiere vamos al panteón para que verifique lo que digo.
El amigo de mi amigo en otra circunstancia habría dejado ir el pago, no valía tanto la pena. Pero en esta ocasión no. Algo, que podía explicarse lo hizo aceptar la propuesta e ir al panteón a revisar qué estaba pasando. La mujer le dijo que iba a ponerse un chal y a recoger las llaves de la casa para partir.
El chofer tomó rumbo a Colima, al panteón municipal donde había sido abordado por la bella Carmen. La mamá de la chica llevaba en las manos un rosario y una botellita de agua.
─Es agua bendita ─dijo─.
El taxista no creyó que la señora le estuviera tomando el pelo, pero repito, en esa ocasión un no sé qué lo obligó a saber la verdad.
No contaré el trayecto de regreso. Sólo diré que el amigo de mi amigo iba con el corazón a tope, que si ha estado enfermo del corazón le da un infarto ahí mismo, tras el volante. Pero esta historia todavía no termina.
Llegados al panteón, mujer y hombre pidieron al guardia que los dejara entrar nada más para verificar una cosa ─dijo la mujer─. El guardia del jardín de reposo reconoció a la madre de Carmen.
─Ah, ─dijo─, es la madre de la muertita reciente.
La mujer asintió con pena de dolo. Al amigo de mi amigo no le quedó duda, pero aun quería saber más. A pie, recorrieron tumbas y tumbas alumbrados por la escasa luz de una lámpara que les proporcionó el vigilante.
─He ahí su tumba ─dijo la señora─.
En efecto, en la losa de mármol estaba grabado el nombre completo de la chica Carmen Josefina Cisneros Lara, y una foto reciente de ella. Era la misma, no había duda.
La mujer alumbró algo raro que cubría la cruz al pie de la tumba. Al aluzar directo notó que se trataba de una chamarra. El amigo de mi amigo la vio era la suya, la que le había prestado a Carmen cuando fue su pasajera. En ese momento casi le da un infarto, eran muchas emociones para un solo día.
─¿Es su chamarra? ─preguntó la mujer─.
─Es ─asintió asustado el hombre─.
─Pues llévesela ─dijo la mamá de Carmen─.
─No, que me la voy a estar llevando, ahí que se quede ─respondió pálido el amigo de mi amigo─.
La mujer asintió y roció con agua bendita el nicho para el eterno descanso de la bella Carmen. El amigo de mi amigo desde ese momento no logra borrar de su mente esa terrible imagen…

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