
El tío Benito
Alberto Llanes
El tío Benito siempre se quedaba dormido en las fiestas. Esto fue de un tiempo acá, porque antes no. Antes era el alma de todas. Pero le ganó la edad o qué sé yo. El tío Benito era muy desafortunado. Pero de un tiempo acá el tío Benito en todas las fiestas familiares (que eran muchas) se apartaba de la gente, encendía un Te amo, se servía su quinto coñaquito y se sentaba en la misma silla de mimbre de siempre a dormitar primero a dormir después.
Al principio, cuando recién tomó esta moda, el tío Benito nada más dormía cinco minutos. Luego fueron diez. Más tarde quince. Posterior veinte. Al rato veinticinco. Y así fue subiendo de cinco en cinco hasta que el tío Benito llegó a una hora y luego… a nada, o a todo según se quiera ver.
El tío Benito creía mucho en la suerte. Aunque era desafortunado creía mucho en la suerte. Toda su vida compró billetes de lotería para ganarse el premio gordo. Y toda la vida compró primero, cachitos con terminación en cinco, luego la serie completa también con terminación cinco.
Creía primero que con el cinco iba a ganar el premio gordo (no le interesaban los reintegros ni premios menores, él quería el premio mayor), y durante años compró billetes con esa terminación. Primero fueron diez años con esa terminación hasta que se hicieron quince y luego veinte años y nada. Hasta que se dio cuenta que con el cinco no iba para ningún lado y cambió. Aumentó cinco dígitos más y el diez apareció entonces en su vida. Sólo compraba billetes de lotería con la terminación unoycero. Primero fueron cinco años. Luego diez, se hicieron quince y nada. El premio gordo no salía. La dichosa terminación nunca cayó. Por eso digo que el tío Benito era muy desafortunado. Hasta que cambió al quince. Y fue subiendo de cinco en cinco pero nada. El unoycinco nunca cayó. Y la vida tampoco le alcanzó.
El tío Benito no quería cambiar de número a pesar de que el cinco no le traía buena suerte. Sus deudas aumentaron pero no le importaba, era rico, es decir, no tenía necesidad. Pero el sueño de ganar la lotería nunca llegó.
La familia del tío Benito hacía fiestas cada fin de semana. En esas tertulias se reunía la crema y la nata también, de la cultura. Siempre en grupos de cinco, por cierto.
Las fiestas empezaban desde el jueves, seguían el viernes, continuaban el sábado y terminaban el domingo, y el tío Benito las continuaba hasta el lunes, ─porque era malo romper el ciclo del cinco─, decía, y ─además, nadie trabaja en lunes─, decía.
El tío Benito tenía que estar ahí para recibir y convivir con los invitados. Grandes poetas, narradores, pintores, músicos, verdaderos actores y actrices de teatro, novelistas, en fin, pura cultura.
El tío Benito tomaba cinco whiskies y se fumaba cinco habanos en toda la noche. Al tío Benito no le faltaba dinero, pero soñaba un día, con ganarse el premio mayor de la lotería nacional.
Cuando iba al súper mercado, el tío Benito tomaba un carrito y lo iba llenando de cosas para la fiesta, siempre de a cinco tantos. Cinco botellas de whisky. Cinco de tequila. Cinco de vino blanco. Cinco de vino tinto. Cinco de coñac. Cuando tenía que comprar kilos o litros, pedía cinco kilos de huevo por ejemplo. Cinco kilos de jamón, queso o salchicha. Cuando era líquido pedía entonces cinco litros de jugo, de aceite, de leche. En fin.
El tío Benito era el alma de las fiestas. Bailaba cinco pasos-dobles, cinco twist, cinco tangos, cinco de todo. Y cargaba cinco relojes. Dos de bolsillo. Dos de pulsera y uno de cadena al cuello. La obsesión del cinco le pegó al tío Benito cuando no pasaba de esa calificación en la escuela. Pero él decía que iba bien. Que estaba a la mitad del camino. Y que la otra mitad la sacaría cuando estuviera grande.
Decía que el cinco era la mitad de todo. Los dedos de la mano en el medio se cortan bien. Dos para un lado y dos para el otro.
El tío Benito nunca faltó a ninguna fiesta por cinco razones: 1) todas eran su casa, 2) él las organizaba, 3) era también el alma de todas las reuniones, 4) las necesitaba, y 5) soñaba con que esa noche de fiesta iba a ganar el premio mayor de la lotería nacional y cantarlo a los cuatro vientos, perdón, a los cinco.
Pero al tío Benito no le importaba ni siquiera sacar reintegros (que sí los sacó alguna vez, pero no le interesaban), tenía muy mala suerte para el premio mayor… en fin.
La primera noche que el tío Benito se quedó dormido en una fiesta fue el cinco de mayo. Viernes cinco de mayo. Viernes: quinto día de la semana. Cinco de mayo. Mayo: quinto mes del año. Día cinco. Cinco: número de su suerte o su desgracia según se quiera ver.
En la última fiesta que se le vio al tío Benito fue en la de la navidad de 1995. Veinticinco de diciembre de 1995 para ser más exactos, por cierto, esa navidad cayó en lunes, quinto día de la semana de atrás para adelante, siendo día hábil, claro.
En esa fiesta el tío Benito se tomó sus cuatro bebidas, se fumó sus cuatro habanos y bailó sus cinco piezas de rigor.
Pero a eso de las cinco de la mañana se sirvió su quinto trago: un coñaquito. Encendió su quinto habano, un Te amo, y se fue a sentar a la silla de mimbre de siempre (la que usaba a últimas fechas cuando se empezó a quedar dormido en las fiestas), y se alejó de los demás invitados como si no existiéramos.
Cinco horas después, o sea, a las diez de la mañana nos dimos cuenta de que el tío Benito estaba muerto. No a la mitad, no. Estaba completamente muerto. De todo el cuerpo muerto. Era la mañana del 25 de diciembre de 1995 a las diez quince de la mañana, cinco horas después de que se alejó de todos los invitados.
Al revisar sus pertenencias, en la bolsa de su camisa talla cincuenta y cinco, por cierto, encontramos una serie completa de billetes de la lotería con terminación en doble cinco. Ese mismo día, en el sorteo celebrado para la navidad. La terminación que el tío Benito había comprado resultó ganadora. Por fin el tío se había sacado el premio gordo de la lotería nacional. Cincuenta y cinco millones de pesos.
El tío Benito había quintuplicado lo que invirtió en tantísimos años de comprar billetes de lotería. Pero el tío Benito no se dio cuenta. Por eso digo que el tío Benito, toda la vida tuvo muy mala suerte.
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