Wednesday, July 21, 2021

Donde nace el agua… hay vida

 En palabras Llanes



Esta columna debió salir, por entrega, el viernes que es el día que estoy publicando ahora en mi regreso a la escritura periódica y para La Lealtad Colima. Sin embargo, me la he reservado para el día de hoy martes 20 de julio de 2021 y es que el día de ayer se cumplió exactamente un año de la desaparición física de mi madre de lo que hemos denominado en este plano terrenal como vida. Y parece que hubiera sido ayer. El tiempo pasa de manera increíble demostrándonos cada vez más y en días de pandemia ni se diga… que la vida la tenemos que vivir a plenitud, cada día todos los días en tanto dure nuestro periodo de pisar la faz en esta tierra.

              De aquel 19 de julio de 2020 a la fecha, a mi familia y a mí nos cambió la vida de una manera drástica, severa... La herida puede que haya cerrado pero el dolor no se va. Extrañamos cada día, cada instante y cada minuto al pilar que fue mamá. Sin embargo, acá estamos, tratando de seguir luchando y saliendo adelante. Levantándonos de la cama día a día con el mejor de los ánimos «aunque por dentro estemos rotos o nos falte algo o alguien» porque hay tres nietos «dos de mi hermano y uno mío, incluyendo en esta lista al Santi» que necesitan cuidados y cariños como los que mamá siempre les daba. A mamá no sólo la recordamos hoy, sino que lo hacemos a diario, siempre y, seguro estoy, va y está con nosotros a cada momento y en cada paso… Pero ahora «ayer 19 de julio», nos puede un poco más el sentimiento «un mucho más diría yo» tanto, que hasta el cielo lloró con lluvia su ausencia, exactamente como lo hizo hace un año ante su partida, cuando nos cayó una tormenta seria, repito, llorando su ausencia... Te amo madre, gracias por la vida, los consejos y los ires y venires... #HastaElCielo...

              En tanto, para seguir recordándola a ella y a todas las mamás, me la topé de frente y directo y, podría decir que casi casi la vi y la oí ahora que tuve la oportunidad de leer el nuevo libro de mi querido amigo Armando Polanco titulado: Donde nace el agua.

Quiero decir que tuve la oportunidad de ir a la presentación presencial antes de que los contagios por la Covid-19 se elevaran como están ahorita y antes de salir de vacaciones y puedo decir que Donde nace el agua es un poemario vital porque, como digo en el título de esta columna, donde hay agua o donde nace, seguramente habrá vida y hay la vida de un ser maravilloso como lo puede ser mamá. Sin embargo, en mis ojos, al leer el poemario de Armando, nacieron y vieron resbalar por las mejillas torrentes acuosos por el recuerdo de mi propia madre que, en el poemario, la figura central es doña Catalina, madre de nuestro querido poeta.

              Desde que lo leí, el poemario me «enchinó la piel», porque, repito, en él se retrata a un personaje vital, columna vertebral, pilar de todas las familias en el mundo entero: mamá. El vehículo «hago esta aliteración con todo respeto para todas las madres del universo», tanto del poemario como el vehículo que nos transporta durante nueve meses «a veces poco más, a veces menos» es ese ser primero con el que tenemos contacto en el mundo, con el mundo y para el mundo. Esa burbuja protectora que es mamá, la persona primera «aunque quizá sea la segunda o la tercera luego del médico de planta y la enfermera en turno» que nos recibe, nos abraza y, que, desde el inicio de nuestra fútil existencia nos arropa, nos llena de besos, mimos, caricias y nos recibe en su seno.

Mamá es aquella persona que nos va enseñando el mundo «quizá como se lo ensañaron a ella, con muchas carencias o sin ellas, con dudas o sin ellas, con tradición o sin ella, con sapiencia, habilidad y en cuna dorada o todo lo contrario que, en nuestro país, es más común que sea todo lo contrario, incluso con miedo, con mucho miedo». A ese ser es a quien le debemos lo que somos si es que somos algo más que materia…

              Al leer el poemario inevitablemente pensé en mi madre y es que siempre estoy pensando en ella. Pero Donde nace el agua es una alegoría a la imagen, esencia, presencia, espíritu y grandilocuencia que es mamá, es el poemario del origen y desde donde todo surge, el comienzo, los inicios, tanto de un lugar, como de los propios pininos de un niño, Armando, que poco a poco se ha ido convirtiendo en poeta, pasando por cronista, retratista en letras de su aquí y ahora, de su familia, sus orígenes y su amor por el terruño donde somos lo que somos y pobre de nosotros si salimos de él porque afuera, como dice la canción, afuera tú no existes sólo adentro, aunque he visto que Armando también afuera del terruño que lo vio nacer y ahora crecer «como persona y escritor» también ha sabido salir adelante y ya lo vemos en entrevistas para cadenas televisivas muy importantes en los Estados Unidos como lo es Univisión.

Así que con Armando se rompe la jetatura de ese dicho que al calce reza: «Nadie es profeta en su tierra», porque Armando sí lo es y también lo es fuera de ella. Aunque su amor por el terruño le hace siempre regresar amén de que, en nuestro país, la vacunación por la Covid-19 vaya, según los que saben de esto, muy atrasada, pero bueno, vamos atrasados en todo y esto no tenía por qué ser la excepción.  

              En Donde nace el agua hay imágenes muy bien logradas que, sin duda, nos transportan a ese terruño que Armando tanto añora, nos mueven a otro tiempo, incluso lo sabemos porque muchas de las palabras utilizadas en el corpus del texto, son palabras ya casi en desuso, que las nuevas generaciones sólo podrán encontrar en ciertos diccionarios especializados en jerga colimeña, colimense o colimota.

La fascinación por esta tierra que lo vio crecer y lo sigue viendo crecer y afianzarse como su escritor es latente y por eso el título porque Coquimatlán está llena de ríos, de agua, de amiales aunque el significado del municipio sea, en realidad: «lugar donde se atrapan o cazan torcazas»; esta fascinación ya nos la había mostrado con su libro Ayeres de Coquimatlán, una excelente fotografía en letras de todo esto que estoy diciendo. Armando se ha ido convirtiendo en la persona que está, en este instante, narrando los ayeres, pero también el presente y quizá deje un vestigio en el futuro de lo que es, está siendo y será Coquimatlán, la casa, el hogar fuera de la burbuja protectora que es mamá.

              No en vano Armando ganó, con este poemario, el premio estatal de poesía en un año que quedará para la historia «y del cual, seguro estoy, muchos escritores dejarán por sentado esto en libros que hablen del año pandemia». 2020 fue un año bien difícil no sólo para Armando, para mí que escribo esto y para todas las personas en el mundo entero. Año en que perdí a mi madre, el pilar, como para Armando doña Catalina fue pilar y sustento, guía y corazón, espíritu y amor colmados todo en una sola persona, como mi mamá lo fue y seguirá siendo para mí y, así con la madre de cada uno de nosotros.

              No sé si vuelva a leer en voz alta de la misma manera, alguna vez, el cuento «Empezando por la nuestra» de Agustín Monsreal que, justo retrata a la madre en su día «10 de mayo», tampoco sé si, en alguna ocasión, vaya a poder leer en voz alta y en público el poemario de Armando «porque la voz se quiebra, en el ojo nace agua que impide ver y leer bien, porque el recuerdo nos llega latente y directo», pero lo que sí es verdad es que este libro pega en la mera médula espinal, es contundente, límpido y cristalino como debe ser el lugar donde nace el agua…

              Enhorabuena para Armando, cronista, poeta y narrador de su tiempo que también es nuestro tiempo.  


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