Sunday, June 23, 2019

Verse en los ojos del otro




Café exprés


La semana pasada me tocó estar del otro del binomio maestro-alumno. Desde el 2010, en realidad, me ha tocado estar de ese lado; el del maestro. Pero fue hasta el día jueves de la semana que recién concluyó cuando me tocó aplicar, por vez primera, el examen Ceneval (Exani II) para los chicos y chicas de nuevo ingreso.
Veinte almas se presentaron conforme las indicaciones del examen (muy temprano, con su lápiz del número dos o dos y medio, sacapuntas, goma de borrar, pase de examen, identificación y su calculadora, eso sí, no científica). Y ahí estaban esas veinte almitas con muchos sueños, ganas, proyectos y, seguramente también, con muchos nervios, como los tenía yo, porque era mi primera vez que aplicaba este examen y el Ceneval tiene unas normas muy estrictas para llevar a cabo esta actividad que, si no se cumplen a carta cabal, el examen queda invalidado y pues no queremos eso, claro que no. Me recordó mucho a una jornada electoral, abrir paquetes, instalar la casilla, arrancar muy de mañana y comenzar con la faena electoral, hasta terminar, contar los votos, cerrar los paquetes y llevarlo a la instancia encargada que en este caso es Dirección General de Educación Superior quien entrega todo de nueva cuenta al Ceneval para hacer la revisión y entregar resultados el 7 de agosto. Así la jornada.
Leo por ahí que los mexicanos no tenemos memoria y que desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari se ha pensado que la educación sea privada y vaya ganando terreno a la educación pública. La verdad es que las universidades públicas, como muchas de las cosas, instituciones, dependencias y órganos de este país atraviesan una situación muy complicada donde el único perjudicado es, sí, el estudiantado. Pero así están las cosas y no se vislumbra un papel mejor, no por lo menos pronto.
Me vi en los ojos de esas veinte almitas que estaban reunidos en un aula de la facultad a la cual estoy adscrito, una facultad a la que le tengo el mayor de los aprecios que se le puede tener a una dependencia de una universidad que me ha dado cobijo durante estos casi quince años de labor. Me vi reflejado en ese ímpetu, en ese modo de ver la vida, vaya, me vi reflejado en esa forma tan peculiar de vestir que tiene el aspirante a una facultad de letras. Seguramente en 1999, hace ya veinte años cuando hice este mismo examen, seguramente en aquella época me veía igual, me vestía igual, pensaba igual, atravesaba por los mismos problemas de este grupo variopinto de aspirantes y tenía ese mismo impulso, esas mismas ansias, ganas y rebeldía de comerme el mundo. Quizá tenía el mismo sueño, ilusión, proyecto de vida o qué sé yo que tendrán estos veinte aspirantes a ser admitidos en nuestra hermosa facultad.
Mientras esperábamos a que el grupo estuviera completo me presenté con los aspirantes que estaban congregados en una de nuestras aulas para empezar con su examen, examen que dura, por otro lado, la tremenda cantidad de cuatro horas y media y que está dividido en dos partes, primero un examen de admisión donde vienen preguntas de matemáticas, español y, supongo, de todas y cada una de las materias del bachillerato; haciendo un total de 92 reactivos; la otra parte del examen la complementan cien, ciento doce reactivos (no lo recuerdo muy bien) que son parte del examen que le llaman diagnóstico, que es exclusivamente para saber del conocimiento del área que lleva o presenta el alumnado.
Les dije que me dedicaba a escribir y que, una vez pasado este trago (el del examen por supuesto), y una vez siendo parte de la gran familia Falcom, tendrían a su vez a muchos maestros y maestras que se dedican a este mismo y noble oficio, el de escribir; creo que más de alguno se alegró de haber oído esto, porque justo en ese momento el ambiente se relajó un poco, todos estaban tensos, preocupados, desmañanados, no tengo idea si habían desayunado bien, si habían bebido suficiente agua (el calor en estos días se ha elevado a la ene potencia y la hidratación cada cierto tiempo es fundamental), no tenía idea de nada de eso. Rompimos un poco el hielo, hielo normal en un evento de ese tipo.
Supuse que yo hace veinte años me veía igual y hubo alguien que calmó mi nerviosismo y que me hizo sentir parte de esta familia (aunque apenas iba a resolver ese maratónico examen). De aquél tiempo recuerdo perfectamente al maestro Moy, mejor o, quizá no tan mejor pero conocido como Víctor Gil Castañeda, y a la maestra Hilda Rocío Leal (quienes fueron los que estuvieron al frente en aquella ocasión de este temible examen). Hubo quien llegó con enciclopedias completas para… no sé qué, calculadoras y demás. Yo sólo llevaba un librito (el librito que estaba leyendo en esos días), un lápiz y no recuerdo si llevaba borrador o sacapuntas, pero nunca los dos; eso sí, llevaba la bendición de mi madre, el desayuno que me preparó y paren de contar. Creo que no me fue nada mal. Nunca he sido de promedios elevados y media comunidad del Cedart (bachillerato del cual egresé) dudaba que yo fuera a quedar en la Universidad de Colima. Quedé, aplausos.
Cuando entregué mi examen tanto la maestra Hilda Rocío como el maestro Víctor Gil me dieron mucho ánimo y confianza porque me dijeron que ambos eran egresados del Cedart, sí, como yo. Así que salí de ahí con una sonrisa de lado a lado y con la confianza plena de que tendría un buen grupo de maestros que me apoyarían y guiarían en cumplir esa parte del sueño que tenía y así ha sido, hasta la fecha. Son maestros que uno lleva en el corazón y espero contribuir con eso mismo a estas nuevas generaciones como les decimos.
Así que ese jueves de la semana que concluyó no pude evitar verme reflejado en los ojos de esos veinte aspirantes, veinte personas que seguramente serán parte de esta gran familia que formamos en la facultad de letras y que todos tenemos y seguimos con los mismos sueños, la mismas metas, el mismo anhelo y la mismas ilusión; quizá ese mismo reflejo es el que me ha llevado a ser ahora maestro y a estar de este lado, porque a la fecha y desde 1999 sigo pisando el mismo suelo donde se encuentra mi querida facultad.

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