Friday, December 05, 2008

Un héroe de leyenda




Un héroe de leyenda


Alberto Llanes


La leyenda es oralidad. Lo que se cuenta de boca en boca, de generación en generación y crea un mito, que, como el teléfono descompuesto a que solemos jugar, la información llega a nosotros (generalmente separados por la brecha del tiempo) un tanto tergiversada o simplemente no sabemos a ciencia cierta, qué será verdad o qué será mentira de lo que nos están contando o estamos leyendo. Así la leyenda.
Mitos hay un sin fin.
Desde la muerte de Pedro Infante “el inmortal” (un personaje de leyenda), hasta lo que ocurre alrededor de una banda legendaria de rock and roll.
Que si Gene Simons (líder de Kiss), tenía un injerto de lengua de vaca porque ésta era larguísima. Que si Paul Mcartney en realidad está muerto, y un largo etcétera más. Todo esto, claro, surgido de la cultura popular.
Lo que es cierto es que un pueblo sin historia no es pueblo. Y sin historias no puede haber leyendas, tampoco mitos. También es cierto que un escritor funciona o recrea, habla o transmite, expresa o describe, narra o comenta sobre lo que conoce, sobre lo que le rodea, sobre lo que oye, lee, ve, siente o tiene urgencia de expresar porque lo vive. Y de ahí se nutre.
Hay testimonios fidedignos de que Juan Rulfo se paseaba por el jardín de Comala, y de ahí quizá podamos entender el por qué de:
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía un tal… Pedro Páramo…”.
Pero quién lo sabe verdaderamente, ¿será acaso sólo uno de los tantos mitos que han surgido en torno a él?, que si conoció Comala, que si su Comala es la Comala de Colima. Sólo él lo sabía verdaderamente.
Así que el escritor no puede escribir de lo que no conoce, ha vivido o le es completamente incierto.
En la película de “Il postino”, o “El cartero”, escrita por el autor chileno Antonio Skármeta, y basada en el poeta, también chileno, Pablo Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda, se menciona que el poeta escribe a partir de lo que percibe, de lo que lo mueve para hacerlo, de lo que conoce y siente.
Sobre todo cuando Mario Roupulo (el cartero de Neruda y personaje central de la trama), le pide al poeta del amor que le escriba un poema para su amada Beatriz, mujer a la que obvio, Pablo Neruda no conoce, y entonces Pablo le dice:
“El poeta debe conocer al objeto del deseo para su inspiración”.
Por eso es que haya versos tan desgarradores como:
“Voy por tu cuerpo como por el mundo”, de Octavio Paz.
O aquel otro que dice:
“Lleno de mí, sitiado en mi epidermis por un Dios inasible que me ahoga”, de José Gorostiza.
O ese otro que dice:
“¡Todo era amor... amor! No había nada más que amor. En todas partes se encontraba amor. No se podía hablar más que de amor. Amor pasado por agua, a la vainilla, amor al portador, amor a plazos”.
Del escritor argentino Oliverio Girondo.
Y ya que de Pablo Neruda nos atrevimos a hablar, está ese otro que dice:
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Así el poeta, como dijera otro grande de la poesía, el chiapaneco Efraín Bartolomé.
El narrador, máxime el de leyendas, no está exento de esta premisa, esa de que el escritor tiene que narrar y hablar, eso sí, con cierta verbigracia, sobre las cosas que ha vivido, le han pasado o mejor aún, le suceden, y si es en su terruño qué mejor.
Claro que siempre está la cuestión del engaño, del artificio, la trampa, el ardid. En una novela o libro de cuentos, no sólo tenemos, sino que es importante engañar al lector. Que se enganche. Que haya un elemento que lo haga no dejar de leer hasta el final.
La leyenda es un género que lleva implícito este artilugio. ¿Qué será verdad, qué será mentira?, sólo lo saben los pobladores más antiguos de cierto terruño, en este caso Yahualica. Y que han pasado la información de boca en boca y que ahora tenemos en papel.
Pero aún nos queda el artificio de recrear, recuperar, agregarle, quitarle, confrontar diferentes versiones de una misma historia, y escribirlas.
Es en ese proceso cuando la leyenda, como el átomo, que no se crea ni se destruye sino sólo se transforma, aunque quizá en este caso podamos decir además que la leyenda sí se crea y se recrea y transforma, que el recuperador-escritor de leyendas se fascina con su trabajo y conoce el terruño que lo vio nacer.
Y es qué, ¿qué poblado, que se diga poblado, por mínimo o pequeño que sea, por habitado o no habitado que esté, no tiene por ahí un leyenda olvidada, o ya no digamos olvidada, sino simplemente una historia que necesite ser contada?
Aquí quiero responder a una interrogante planteada por el Dr. Miguel Romero Morett, en el prólogo del trabajo de nuestro buen amigo Juan Frajoza y que esta noche estamos presentando. Que dice:
¿Por qué las leyendas de los pueblos rescatan la parte más triste de sus antiguos moradores?
Y me atreveré a decir que porque esas son las historias verdaderas; es decir, son las que se deben rescatar, las tristes, las dramáticas, las amorosas hasta el tuétano, las trágicas; y es que un elemento lleva implícito al otro, si hay amor puede que haya tragedia y viceversa.
Esas son las historias de las que siempre se habla, las que dejan huella en sus moradores para bien o para mal, ¿o que caso tendría, por ejemplo, rescatar, escribir, narrar una historia donde todo sea felicidad, donde no pase nada, o donde un duende mágico, una hada madrina con un simple movimiento de su varita mágica y luego de una retahíla de palabras igual de mágicas cambie para bien la situación en que se encuentran o encontrarían inmersos ciertos personajes a los que les está o estaría pasando tal o cual acción de la que no saben cómo salir adelante?, haber, qué caso tendría rescatar eso.
Las historias verdaderas son las trágicas, donde se hable de la vida atormentada de un personaje.
O qué sería, por ejemplo, de Guanajuato sin la historia, fatídica en su momento, hermosa ahora, que envuelve al callejón del beso, y que con el paso del tiempo se ha convertido en mito, en que se dice que si una pareja de novios llega por casualidad o no al tan conocido callejón (que dicho sea de paso sirve so prextexto para viajar a tan hermosa ciudad), y no se da esa pareja un beso, una maldición (amorosa por supuesto), les caerá encima por siete o quince largos años, no lo recuerdo bien. Y eso sólo por mencionar una de las tantas historias que envuelven a la ciudad de Guanajuato, convertida en patrimonio cultural de la nación.
Las historias-leyendas-hechos que nos ofrece Frajoza nos hablan antes que nada de la tierra que habita que es Yahualica (historia con que abre el compendio) y que él conoce mejor que yo, y quizá muchos de nosotros.
Ahí habla de los personajes que la pueblan, parte importante de una leyenda porque son a ellos precisamente, a los personajes, a los que les pasan las cosas. Situaciones de aparecidos, de mujeres que enseñan los pechos como la caballona que se aparecía en el puente viejo y que con la cabellera como crin de caballo la caía hasta los tobillos y decía:
“Yo soy la caballona, caballona, algunos aseguran que sirena soy, pero soy la caballona, mitad mujer mitad animal”.
Acá en Colima no se llamaba caballona, pero cosa curiosa, su sobrenombre también era parecido al de un animal. No era una aparición, dicen, los que la vieron, que era real, tan real como nosotros. A la mujer la apodaban la delfinera, mujer que dicen se aventaba maromas con o sin calzones y que estaba completamente loca.
Y así es como surge la historia, que puede ser leyenda y convertirse en mito. ¿Quién sabe esos detalles con precisión?, sólo los que vieron a la delfinera aventarse esas maromas en pleno centro de nuestra ciudad.
Hay otra leyenda estilo la de la caballona, rescatada por el maestro Gregorio Torres Quintero en su libro de Cuentos colimotes, descripciones, cuentos y sucedidos y me refiero a la del “Gentil”, un texto hermoso que surge a partir de la oralidad (leyenda) de unos pescadores que decían que por las costas y a altas horas de la madrugada, un hombre fornido, excesivamente guapo y altísimo salía de las profundidades del mar para llevarse al fondo del mismísimo océano carne fresca y joven, porque según dicen, al gentil le gustaban los hombres y hay de aquel que se dijera hombre y caminara por esa playa en la madrugada, si mal no lo recuerdo, de Cuyutlán, porque no se le veía jamás.
Otra de las leyendas que vienen en el libro es la de “El chan”, ahí Frajoza nos retrata a María, que desde el nombre tiene una fuerte carga de simbolismo cristiano importante.
María es la virgen eterna, la que sólo entregará su pureza y su himen al verdadero amor, al que venga sin ambages de ningún tipo y desborde amor total por y para ella. Y no pide más. El tiempo va pasando poco a poco y María se va quedando solterona, no llega a desposarse y ese amor total nunca se asoma siquiera y termina como virgen eterna. Tiene pretendientes, sí, pero todos quieren lo mismo y no siente nada por ninguno de ellos.
Indudablemente esta María me recuerda a la eterna y virginal Tía Chofi de Jaime Sabines, poéticamente hablando.
“Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta con tus setenta años de virgen definitiva, tendida sobre un catre, estúpidamente muerta. Hiciste bien en morirte, tía Chofi”
Ora que si nos vamos a la narrativa, y por el manejo de los santitos a los que María les reza de cuando en cuando, me recordó también a la pobre de Esperanza, que en el nombre lleva la penitencia.
Esperanza es el personaje creado por la escritora mexicana María Amparo Escandón en la novela “Santitos”, y que recorre pueblos implorando, rezando a sus imágenes y poniendo de cabeza a cuanto santo se le ocurre para poder recuperar o dar con el paradero de su pobre hija, muerta extrañamente a causa de una simple operación de las anginas. En una historia de realismo mágico muy singular.
Así las leyendas que podemos encontrar en este libro. Escritas con el trazo firme de un joven autor que se dio a la tarea no sólo de leer, o buscarlas, sino de rescatar todas estas historias de su poblado natal, y escribirlas para el disfrute de todos nosotros, y así, de una forma un tanto poética (que también la hay en su escritura), podamos conocer un poquito más de esa bella tierra que es Yahualica.
Enhorabuena entonces para nuestro joven autor.

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