Café exprés
Servicio a domicilio
El confinamiento social y
voluntario en el que nos tiene inmersos esta pandemia ha modificado (y seguro
estoy que lo seguirá haciendo) nuestro tren de vida. Quizá esto sea algo con lo
que tenemos que aprender a vivir. Quedarnos en casa. ¿Se acuerdan de aquella
vieja película del año 1995 llamada La
red?, es aquella donde Sandra Bullock (bellísima por cierto, era mi crush
en aquellos años y me enamoré perdidamente cuando la vi en la película Máxima velocidad), en fin, decía que si
recordaban esa película porque Sandra interpreta a Angela Bennett quien es una
analista especializada en detectar virus informáticos en los sistemas
computaciones y trabaja para una empresa de alto pedorraje (ya ven ustedes cómo
se las gastan los norteamericanos). Angela Bennet se la vive confinada
prácticamente en su casa, no tiene contacto con otras personas salvo con su
madre que padece Alzheimer (ese alemán que la trae loca). Angela no sabe lo que
es tener contacto humano y cuando tiene que salir de casa, no sabe, no halla,
no atina cómo actuar. Ella trabaja en casa, pide las compras y se las llevan a
domicilio y nada más. Yo estoy a la inversa del personaje que interpreta Sandra
y seguro que estoy que no soy el único; estábamos acostumbrados a un trajín de
vida de ida y vuelta y de regreso. Debo confesar que a mí sí me gusta el
contacto humano, ver a las personas cara a cara, oír su voz, sus gestos, sus
movimientos, tocar (me gusta tocar y que me toquen y dar un abrazo apretado
cuando así se necesite). Lo que ha sucedido al quedarnos en casa es a convivir
únicamente con los miembros de la familia (que en mi casa son tres personas:
Mirna, Santiago y Ricardo). Debo confesar que ya nos conocemos los gustos, las
manías y demás… con el resto de los mortales lo he hecho de un tiempo acá por
video conferencias (pude notar el otro día, en algunos, el rostro cansado, las
ojeras visibles el estrés del encierro); es cierto, estoy hasta la madre de
estar guardado, extraño los jueves de básquet, los lunes y miércoles de taller
de escritura creativa en el colegio Campo Verde, el ir y venir diario, a veces
estoy a gusto en la casa porque visto ropa cómoda y así. Estamos perdiendo el
contacto humano. El otro día pedí comida (japonesa) a domicilio y fue tan frío
el trato que me dio miedo; lo hice por medio de Facebook (messenger) y puedo
decir que no supe si la persona que me atendió fue hombre, mujer o robot;
cuarentaicinco minutos después (y cuarentaicinco pesos más caro por el envío) a
la puerta de mi casa llegó el pedido; por fortuna venía acompañado de un
motociclista que, agitado, me decía que ya había pasado por mi domicilio un par
de veces sin dar exactamente en dónde y es que mi casa está medio rara su
ubicación, como uno. Angela Bennet se estresa cuando tiene que enfrentar a
multitudes porque ya no está acostumbrada al estrés que da el contacto físico,
el cara a cara con una persona. Yo todavía me estreso cuando hago un pedido,
porque ya ni siquiera se hacen los pedidos vía telefónica (de esta manera si
quiera puedes oír quién te atiende), ahora todo lo resuelve una maldita
aplicación. Hoy día pedí una paella (muy rica, por cierto), la persona que me
atendió ni siquiera me pidió mi nombre, sólo mi domicilio y listo, a la una de
la tarde a mi puerta llegó un kilo de paella que despaché al instante en
compañía de mi familia; en esta ocasión un chavo medio chooper (chamarra de
cuero, cabello largo, lacio y rubio) traía mi pedido, platicamos un rato
intercambiando puntos de vista, me entregó, pagué y se fue, por la calle donde
vivo nadie, ni un alma, eran las casi dos de la tarde y el sol, a esa hora, no
es para andar tomándolo como si estuviéramos en la playa y con Sandra Bullock a
un lado en traje de baño. Debo mencionar que aparte de que el trato es
sumamente frío, los establecimientos están excediendo sus cobros por el
servicio a domicilio. Sin ir más lejos, el sushi que pedí (en aquella ocasión
en que el motociclista llegó agitado y que dio dos o tres vueltas por mi casa
sin dar bien con el lugar exacto y del que no diré su nombre para no quemar a
nadie), el cobro por el servicio a domicilio fue de casi sesenta pesos, algo en
lo que no había reparado hasta que me fijé en la nota de consumo que llegó a mi
mano una vez que nos terminamos la comida, recogimos y me puse a analizarla. No
se pasen de lanza, mejor lo pido y yo paso por lo que sea que vaya a comer,
sirve que salgo a dar la vuelta, me quito un poco del estrés del encierro y me
cercioro de que sean humanos los que del otro lado me están atendiendo y
brindando un servicio. Saludo por ello.

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