Friday, August 21, 2009

Comparto la opinión


El maestro Francisco Umbral, fallecido en 2007.



Tomado de http://www.diariodecolima.com/opinion.php?var=2669
El día 21 de agosto de 2009

Despacho político
ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Una brigada de muchachos sudamericanos inquietos, informan las agencias internacionales de noticias, se ha dado a la tarea de recuperar la grafía de los acentos y salieron, brocha en mano, a ponérselos a los anuncios callejeros que no los tienen.
Hay que echar un ¡ole! a todo pecho por esos jóvenes capaces de exigir que se respete la lengua de sus ancestros, que es la suya propia, ahora vilipendiada y destrozada por publicistas tan ignorantes como impunes que se las dan de ingeniosos, por ciertos profesores que lindan con el analfabetismo y por no pocos periodistas que desprecian, acaso por desconocimiento, tal vez por haraganería intelectual, su herramienta principal, el idioma.
Ya era hora de que algunos jóvenes tomaran en sus manos la defensa de la buena escritura que otros también jóvenes ignoran o desprecian y asesinan en mensajes de telefonía celular escrita.
Establecer las reglas ortográficas del castellano y, sobre todo, hacerlas respetar, para mejorar la comunicación escrita, ha costado siglos. Cuando se leen documentos de los siglos púberes de nuestro idioma, la arbitrariedad del escribano o del cronista dictaba la regla a su gusto y a su modo, aun en la misma página. Bueno, no había reglas, digamos en su descargo.
La ortografía facilita el entendimiento entre quienes escriben y quienes leen. Los paleógrafos, en una suerte de ejercicio arqueológico del idioma, nos hacen claros los documentos oscuros del pasado. Me refiero, claro, a los buenos paleógrafos, los que estudiaron la ciencia de la paleografía, no los improvisados, que los hay y lo presumen.
Cosa aparte es la libertad de hacer y deshacer las palabras en el arte literario, particularmente en la poesía. La lengua cambia con sus hablantes -ya lo decía hace buen tiempo Miguel de Cervantes, en boca de Don Quijote-. Pero a su proceso de transformación ni le corre prisa ni le agobia horizonte. Su rigor es otro, mientras en el arte la anarquía es sana práctica.
Como si se tratara de contrarrestar a los jóvenes de los acentos, una agencia de noticias reprodujo el miércoles -acaso a falta de mejores materiales periodísticos- la absurda recomendación del Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, de “jubilar la ortografía” y su admonición de “enterremos las haches rupestres”, entre otras tonterías del brillante escritor. Sugerencias contenidas en su ponencia Botella al mar para el dios de las palabras, presentado al Tercer Congreso de la Lengua Española, organizado en Zacatecas, en el ya lejano 1997.
Proponerlo era innecesario. A la ortografía la está jubilando la educación deficiente y la ignorancia gramatical que genera la pobreza al impedir el acceso de los muchos a la buena escuela. Con toda su autoridad de gran escritor y Nobel, el colombiano decreta el nacimiento de una Babel contemporánea en donde terminemos por no entendernos entre los hablantes del castellano. Para fortuna de todos, nadie le hizo caso, pero sí tuvo al menos una respuesta brillante.
Y si una agencia de noticias resucitó el asunto doce años después, me siento en derecho de traer yo la respuesta felizmente irónica y oportuna que García Márquez obtuvo de Francisco Umbral, periodista español y brillante narrador, en su columna Los placeres y los días, en el diario madrileño El Mundo.
Hela aquí:


“Los placeres y los días
Jarzia Marques
FRANCISCO UMBRAL
Lo escribo así, Jarzia Marques, a ver si le gusta al gran prosista colombiano, que ahora maldice de la hache y todo lo demás. Cuando le dieron el Nobel, él ponía todas las haches en su sitio. Cien años de soledad es novela que tiene unas haches cojonudas. ¿Por qué la ha tomado ahora con la hache?
La ortografía, ciencia modesta, es el andamiaje del idioma. América ha enriquecido mucho el español de España, desde Rubén Darío al propio García Márquez, por no salirnos de lo contemporáneo. Y ha tenido muy buenos especialistas, como Bello, Cuervo, etc. Si se trata de ir contra España, me parece que se equivocan de enemigo. Su enemigo son los Estados Unidos, que les tienen colonizados mediante el inglés comercial y literario. Pero parece que tragan esta colonización material e intelectual incluso con orgullo, mientras van a vengar una afrenta de hace 400 o 500 años talando la hache como se tala un árbol. Fidel Castro, buen amigo de García Márquez (y a quien seguimos admirando los castristas españoles), lleva 30 años tratando de escolarizar a su pueblo, pues, en buen marxismo, el idioma es una herramienta que, en manos del pueblo, sirve para pedir lo justo, denunciar lo injusto, trabajar en algo, hacer acto de presencia y luchar por lo suyo. ¿Y qué van a hacer los niños cubanos con una gramática que se les deshace entre las manos?
García Márquez sabe que por cada boquete que se le abre al castellano entrará el inglés a bocanadas. El idioma es una empalizada, la última que le queda al Tercer Mundo para defenderse del coloso triste del Norte.
Eso de jugar con las letras, quitar y poner puntos, cambiar la ortografía, ya lo hicieron Mallarmé, Apollinaire, Juan Ramón Jiménez entre nosotros, todas las vanguardias de hace casi un siglo. Son juegos burgueses de señoritos ilustrados, cosa elitista que nunca ha trascendido a la gente. Suponemos que García Márquez tampoco quiere caer en eso. Las herramientas y los fusiles del pueblo tienen que estar en buenas condiciones, bruñidos de uso y cuido, para la hora del trabajo o la vindicación. «Jubilemos la ortografía», ha dicho el escritor en Zacatecas. Este impar prosista a lo mejor se está jubilando a sí mismo y no lo sabe. El pueblo quiere aprender a escribir una carta correctamente. Son los estilistas caprichosos y minoritarios quienes hacen gracias con la ortografía y la tipografía. La ortografía, aunque de origen azaroso, como el idioma mismo (cualquier idioma), necesita solidificarse con el uso del autor y el lector. Prefiero una hache edificada a un revuelto de letras con fríjoles o frijoles o como coños quieran llamarlo ahora. La ortografía es la armadura de la palabra, la palabra es la avena loca del idioma, el idioma es la panoplia del pueblo sin panoplias.
A uno todo esto de Zacatecas no le suena a literatura, sino a política. Por Méjico andan emergiendo dialectos indios muy adecuados para la lucha contra el Gobierno y su jerga, que es el solemne castellano. Eso está bien y nos devuelve a la realidad legendaria del nativismo. Los indígenas quizá odian el «latín» del Poder, mas, para ponerse de su parte (que es lo que hay que hacer), no basta con quitar y poner comas, tildes, minucias. Es mejor coger un fusil. O callarse, maestro”. (Publicado en el diario español El Mundo, el 10 de abril de 1997).

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