Friday, September 14, 2007

La lola

La Lola


Para una tal por cual


Miren nada más lo que me pasó hace poco menos de seis meses, cuando descubrí que la Lola estaba loca.
Ambos vivimos en la costa, donde el mar se enfurece cuando llueve. Yo conocí a la Lola por pura casualidad, ella me presentó como su “novio”, al principio no le di importancia, pero al final terminaría siendo mi gran desasosiego, porque pasó algo que nunca entendí realmente.

-Vamos a la playa, -me decía todas las noches-.

Yo que no le negaba ninguna petición aceptaba ir. Salíamos en mi camioneta una Nissan tipo pick-up, matrícula de circulación PGJ555 del estado de Veracruz, faros de halógeno para ver en la niebla y color azul chiclamino a doble tracción.
La Lola muchas veces me ha dicho que no sabe conducir, yo lo dudo por diversas razones. El caso está en que siempre (al menos hasta esa noche) siempre manejaba yo, esto por dos cuestiones, la primera porque no me gusta que otros conduzcan mi camioneta y la segunda, porque aunque nadie lo sabe la azul chiclamino tiene una maña que sólo yo conozco para poderla poner en marcha.
Aunque eso de la maña hasta esa noche lo creí, porque llegó la Lola y no sólo la manejó sino que pudo echarla a andar. Ahí radicaba entonces mi duda acerca de su ignorancia al conducir.
Esa noche nos encontrábamos en el bar “Teto’s”. Los amigos de la Lola ya estaban entonados y la Lola por más que tomaba y tomaba no se le subían las cervezas. Yo bebía Coca-Cola con limón.

-Tu novio parece viejito, míralo tomando Coca-Cola con limón -decía uno que le apodaban “El Diablo”-.
-No le digas viejito -respondía en mi defensa la Lola- es mi conductor designado.

La Lola siempre me defendía, pero siempre ponía de parapeto que yo era su pinche chofer. En ese instante me quedé pensando y sí, yo era su chofer; de no andar a esta hora con la Lola estuviera en mi casa viendo cómo pierden los 49 de San Francisco contra los Vaqueros de Dallas en lunes por la noche; pero no, ahí anda uno de caliente como bien me dice mi mamá, con la pinche Lola loca.
De coraje hice que me sirvieran la primera, total. Pero bebí de más, tanto que me percaté de ellos cuando Toño, el Bar-man del lugar, amigo mío desde la secu., me hizo ver que traía un cigarrillo en la mano.

-No sabía que fumabas güey.
-No, ni yo tampoco. Me voy enterando.

No sé si Toño me lo dijo en buena onda o no, pero por el tonito de su voz lo interpreté como una burla; por eso mi respuesta fue tan cortante. Antonio se quedó callado. Yo seguí en lo mío total, ya estaba ahí.
Así pasó un rato, Toño destapaba y yo tomaba; hasta que llegó junto a mí la Lola, me besó con un dulce y apasionado mordisco en la boca, como nunca antes lo había hecho, delante de sus amigos. Me sacó de la bolsa del pantalón las llaves de la furgoneta y me dijo lo que todas las ingratas noches me decía.

-Vamos a la playa-.

Yo me sentía algo mareado pero le dije que sí (como accedía siempre cuando la Lola me pedía algo).
Andaba ya hasta atrás porque fui a la rocola y puse “La Incondicional”. La Lola sabía que cuando ponía canciones de Luis Miguel era, o porque de plano andaba muy romanticón, o andaba pedo, pero en este caso fue lo segundo, andaba ebrio.
Recuerdo perfectamente bien que aquella noche había llovido a cántaros, el mar debía estar como hace mucho tiempo no lo había visto, ¡bravo el desgraciado!, y la Lola loca necia con querer ir a la playa.
No nos fuimos del bar hasta no escuchar: “La que no espera nada, sólo tú, sólo, sólo, sólo muy sólo, sólo, sólo, amiga sólo, sólo tú”, de esa forma por que la puse en concierto. Al terminar Luis Miguel de cantar; la Lola me tomó por un brazo, me condujo a la camioneta, me subió del lado del copiloto, ella ocupó el otro asiento, puso en marcha la camioneta y en un santiamén llegamos a “Costa Azul”. Nunca supe cómo puso en marcha la furgoneta.
El mar hacía unas olas tan grandes esa noche, que hubiera estado excelente para que los surfistas practicaran su deporte favorito a esa hora.
La Lola se metió con todo y camioneta a la mera orilla, ahí, donde fácilmente llegaban a estrellarse contra nosotros lluvia, el viento y las olas del ancho mar.
Nunca me acordé que esa mañana la locutora de “Buenos días Veracruz”, dijo algo de que a nuestras costas llegaba el huracán “Barber” instalado en la categoría número tres.
Lo recordé hasta que me di cuenta que el viento soplaba fuerte y la lluvia y el viento golpeaban el parabrisas de la furgoneta azul chiclamino cada vez con mayor fuerza.
La Lola salió de la camioneta, se desnudó, puso la ropa en el asiento del conductor y se fue a nadar así sin más. Mientras, en la camioneta yo ponía música en el estéreo “Tú, la misma siempre tú, amistad, ternura que sé yo...”, cerré momentáneamente los ojos y dejé que la dulce melodía me adormilara. Aún me encontraba bajo el efecto mareador de las cervezas.
Cuando me acordé de la Lola nadando desnuda, la canción había pasado algunas estrofas, abrí rápidamente los ojos y observé en dirección donde “supuestamente” se encontraría, pero nada, voltee al otro lado y tampoco, no estaba por ninguna parte.
Encendí los faros de alógeno para ver si servían del algo pero no, no estaba ningún lado la Lola, me bajé del vehículo para buscarla. El viento hacía complicado el ya de por sí complicado trabajo de buscar a esa hora a la Lola pero estaba decido, no podía perderla así.
Afuera el ruido era ensordecedor, el frío constante y yo todavía estaba ebrio. Sospeché lo que me temí que la mar se había tragado a la Lola, porque por más que grité, busqué, miré y nadé no encontré nada.... ni rastro.
Regresé derrotado a la camioneta. La Lola no estaba. Qué le pasó, qué hizo, a dónde fue, no sé, supuse que el mar, que el inmenso mar había hecho de las suyas.
Estaba completamente solo, poco ebrio aún, defraudado del mar, del inmundo mar, del negro mar, del calamitoso mar. Lo último que recuerdo es que cuando volví a la camioneta la melodía seguía sonando “Tú, la misma de ayer la que no supe amar, no sé porque, la misma tú”. Me quedé dormido pensando en la Lola.
Cuando desperté al día siguiente, la camioneta seguía ahí, exactamente en el mismo lugar de la noche anterior, cerca de la orillita del mar, que por cierto, ya se encontraba en calma y se veía inmenso y de un azul profundo, la pinche -disculparan el adjetivo pero de verdad se lo merecía-, la pinche Lola todavía desnuda, estaba en el asiento del copiloto a mi lado, abrazada a mí y con el disco de “La Incondicional” en su mano…
-Estamos en la playa -fue lo que me dijo cuando me despertó-.

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