Friday, March 13, 2020

Se alza la voz


Café exprés



El pasado miércoles me tocaba dar una charla en la escuela secundaria Enrique Corona Morfín. Días antes, el lunes, la ciudad y el país habían vivido un momento único (y espero repetible), todo se había paralizado ante el movimiento feminista llamado: «el nueve nadie se mueve», donde ninguna mujer iba a salir a la calle.
Yo me encontraba en incapacidad debido a un herpes zóster que me pegó vaya a saber dónde. Mi mujer y un grupo de amigas asistieron a la marcha del domingo, un día antes de ese lunes histórico e inédito. Quise acompañarla como la acompaño a todos lados. Pero ella (siempre más consciente que yo) y yo, creímos prudente no hacerlo para no enardecer más a una muchedumbre de mujeres que están dolidas, lastimadas, que han sido vejadas, vilipendiadas y mucho más. Me quedé en casa, además con mi herpes mucho más. No es cosa de andar contagiando a nadie más.
Mi incapacidad terminaba ese miércoles, así que regresé a trabajar el jueves doce. El lunes sí trabajé aunque no en la facultad pero asistí al colegio Campo Verde a impartir mi taller de escritura creativa al que asistieron puros hombres y un integrante nuevo que va en cuarto grado de primaria. Es maravilloso que alguien tan pequeño se quiera volver escritor. Ese grupo consta de tres mujeres y, ahora, cuatro hombres.
La mañana de ese lunes fue rara. Ninguna mujer en la calle o si las había eran las menos. Es imposible a veces no hacer las actividades del día a día. Mi respeto para las mujeres quienes ese día no hicieron nada pero también mi respeto doble para quienes sí hicieron por necesidad.
Yo me desespero sin hacer nada y ya me urgía regresar a los escenarios rockeros de la cultura del estado. Justamente mi gran regreso sería el miércoles once en la escuela Enrique Corona Morfín donde de la Acpe me había invitado a dar una charla, en contubernio con las autoridades escolares de la secundaria en mención.
Esa mañana les hablaría de literatura y cocina con la charla «Recetario ficcional de rica comida imaginaria», del cual pienso hacer un libro con el resultado de esos ejercicios.
La marcha del domingo fue todo un éxito, mi mujer llegó emocionada y me dijo que se habían juntado muchas mujeres, que no había visto a tantas reunidas en un mismo lugar para luchar por una causa justa y necesaria. Las mujeres de mi generación se quedaron calladas e incluso los hombres también nos quedamos así.
Pasó el martes y mi mujer regresó a sus actividades, yo a las mías aún con mi incapacidad. Sin embargo, fui a la facultad de total incógnito y traté de resolver algunos pendientes por espacio de dos horas. El miércoles, último día de mi incapacidad, me levanté muy temprano, me metí a bañar. En la ducha repasé mentalmente la charla que daría a los y las jóvenes de la secundaria federal. Pensé en decirles que esa mañana mi objetivo ahí era convertirlos/as aunque sea por un momento en escritores/as y en cocineros/as.
Para no hacer el cuento largo salimos de la casa temprano, fuimos a llevar a los niños a las respectivas escuelas. Mi mujer me invitó a desayunar. Mi charla era a las diez y media. Luego de desayunar la llevé a su oficina y yo fui a la falcom a resolver aquellos pendientes pendientes. En el camino recibí una llamada de la directora y con más razón fui. Llegué. Le expliqué de mi regreso a los escenarios rockeros de la cultura del estado y me dio luz verde de ir a la secundaria (yo seguía de incapacidad).
Al llegar y estacionar mi vehículo cerca del Cecati 183 y frente el kínder del cual su nombre no recuerdo y que tenía sendas pancartas del rey y la reina de la primavera, me dispuse a caminar rumbo al Isenco escuchando gritos y algarabía; yo supuse que esos gritos eran a consecuencia de esos festejos del kínder. Cabe señalar que esa zona está llena de escuelas. El kínder, el Cecati 183, el Isenco, la Enrique Corona Morfín, la primaria Libro de Texto Gratuito. Sin embargo, conforme fui poniendo atención, esos gritos eran más bien consignas, reclamos que la comunidad estudiantil estaba levantando en contra de un profesor exigiendo justicia. Casi al doblar la esquina del Isenco el presidente de la Acpe Julio Alberto León marcó mi número de celular y... al contestar... lo que me temía…
Mi deliciosa charla del recetario ficcional de rica comida imaginaria que iba a impartir en la secundaria Federal se cancelaba. Los reclamos, los gritos, las consignas salían justamente de la escuela en mención exigiendo la destitución de un profesor, un tal Yeme que no conozco, pero veo que se ha ganado el odio de las adolescentes que reclaman con justicia y razón su destitución. Mi mujer, al contarle el hecho y mi frustración de quedarme con las ganas de convivir con el estudiando, me comentó que ese profe, desde cuando ella era estudiante de esa secundaria, había tenido esa fama y abusaba de las jovencitas e, incluso, de algunos caballeros. Así las cosas. Yo me acerqué lo más que pude a observar lo que sucedía al interior de la escuela. Obvio no me dejaron entrar y vi y leí la petición de hombres y mujeres, estudiantes de la Enrique Corona que se unieron por un momento, que su grito fue el mismo, exigiendo sus derechos. Alguien me pidió que me retirara…
Me quedé con las ganas de conocerlos/as pero seguro estoy que habrá otra oportunidad cuando las autoridades hayan tomado nota de todo esto, hayan hecho algo y haya, sobre todo, quedado resuelto con cordura pero de manera enérgica y caiga quien caiga, para que la comunidad estudiantil vuelva a ser la misma de antes, aunque, después de esto, después de una vejación así, después de ser víctimas de abuso, jamás, nadie, vuelve a ser el o la misma. Enhorabuena para todos aquellos/as estudiantes que con valor, alzaron la voz para defenderse.

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