Café exprés
El pasado miércoles me tocaba dar
una charla en la escuela secundaria Enrique Corona Morfín. Días antes, el
lunes, la ciudad y el país habían vivido un momento único (y espero repetible),
todo se había paralizado ante el movimiento feminista llamado: «el nueve nadie
se mueve», donde ninguna mujer iba a salir a la calle.
Yo me
encontraba en incapacidad debido a un herpes
zóster que me pegó vaya a saber dónde. Mi mujer y un grupo de amigas
asistieron a la marcha del domingo, un día antes de ese lunes histórico e
inédito. Quise acompañarla como la acompaño a todos lados. Pero ella (siempre
más consciente que yo) y yo, creímos prudente no hacerlo para no enardecer más
a una muchedumbre de mujeres que están dolidas, lastimadas, que han sido
vejadas, vilipendiadas y mucho más. Me quedé en casa, además con mi herpes
mucho más. No es cosa de andar contagiando a nadie más.
Mi incapacidad
terminaba ese miércoles, así que regresé a trabajar el jueves doce. El lunes sí
trabajé aunque no en la facultad pero asistí al colegio Campo Verde a impartir
mi taller de escritura creativa al que asistieron puros hombres y un integrante
nuevo que va en cuarto grado de primaria. Es maravilloso que alguien tan
pequeño se quiera volver escritor. Ese grupo consta de tres mujeres y, ahora,
cuatro hombres.
La mañana de
ese lunes fue rara. Ninguna mujer en la calle o si las había eran las menos. Es
imposible a veces no hacer las actividades del día a día. Mi respeto para las
mujeres quienes ese día no hicieron nada pero también mi respeto doble para
quienes sí hicieron por necesidad.
Yo me
desespero sin hacer nada y ya me urgía regresar a los escenarios rockeros de la
cultura del estado. Justamente mi gran regreso sería el miércoles once en la
escuela Enrique Corona Morfín donde de la Acpe me había invitado a dar una
charla, en contubernio con las autoridades escolares de la secundaria en
mención.
Esa mañana les
hablaría de literatura y cocina con la charla «Recetario ficcional de rica
comida imaginaria», del cual pienso hacer un libro con el resultado de esos
ejercicios.
La marcha del
domingo fue todo un éxito, mi mujer llegó emocionada y me dijo que se habían juntado
muchas mujeres, que no había visto a tantas reunidas en un mismo lugar para
luchar por una causa justa y necesaria. Las mujeres de mi generación se
quedaron calladas e incluso los hombres también nos quedamos así.
Pasó el martes
y mi mujer regresó a sus actividades, yo a las mías aún con mi incapacidad. Sin
embargo, fui a la facultad de total incógnito y traté de resolver algunos
pendientes por espacio de dos horas. El miércoles, último día de mi incapacidad,
me levanté muy temprano, me metí a bañar. En la ducha repasé mentalmente la
charla que daría a los y las jóvenes de la secundaria federal. Pensé en
decirles que esa mañana mi objetivo ahí era convertirlos/as aunque sea por un
momento en escritores/as y en cocineros/as.
Para no hacer
el cuento largo salimos de la casa temprano, fuimos a llevar a los niños a las
respectivas escuelas. Mi mujer me invitó a desayunar. Mi charla era a las diez
y media. Luego de desayunar la llevé a su oficina y yo fui a la falcom a
resolver aquellos pendientes pendientes. En el camino recibí una llamada de la
directora y con más razón fui. Llegué. Le expliqué de mi regreso a los escenarios
rockeros de la cultura del estado y me dio luz verde de ir a la secundaria (yo
seguía de incapacidad).
Al llegar y
estacionar mi vehículo cerca del Cecati 183 y frente el kínder del cual su
nombre no recuerdo y que tenía sendas pancartas del rey y la reina de la
primavera, me dispuse a caminar rumbo al Isenco escuchando gritos y algarabía;
yo supuse que esos gritos eran a consecuencia de esos festejos del kínder. Cabe
señalar que esa zona está llena de escuelas. El kínder, el Cecati 183, el
Isenco, la Enrique Corona Morfín, la primaria Libro de Texto Gratuito. Sin
embargo, conforme fui poniendo atención, esos gritos eran más bien consignas,
reclamos que la comunidad estudiantil estaba levantando en contra de un
profesor exigiendo justicia. Casi al doblar la esquina del Isenco el presidente
de la Acpe Julio Alberto León marcó mi número de celular y... al contestar... lo
que me temía…
Mi deliciosa
charla del recetario ficcional de rica comida imaginaria que iba a impartir en
la secundaria Federal se cancelaba. Los reclamos, los gritos, las consignas
salían justamente de la escuela en mención exigiendo la destitución de un
profesor, un tal Yeme que no conozco, pero veo que se ha ganado el odio de las
adolescentes que reclaman con justicia y razón su destitución. Mi mujer, al
contarle el hecho y mi frustración de quedarme con las ganas de convivir con el
estudiando, me comentó que ese profe, desde cuando ella era estudiante de esa
secundaria, había tenido esa fama y abusaba de las jovencitas e, incluso, de
algunos caballeros. Así las cosas. Yo me acerqué lo más que pude a observar lo
que sucedía al interior de la escuela. Obvio no me dejaron entrar y vi y leí la
petición de hombres y mujeres, estudiantes de la Enrique Corona que se unieron
por un momento, que su grito fue el mismo, exigiendo sus derechos. Alguien me
pidió que me retirara…
Me quedé con
las ganas de conocerlos/as pero seguro estoy que habrá otra oportunidad cuando
las autoridades hayan tomado nota de todo esto, hayan hecho algo y haya, sobre
todo, quedado resuelto con cordura pero de manera enérgica y caiga quien caiga,
para que la comunidad estudiantil vuelva a ser la misma de antes, aunque,
después de esto, después de una vejación así, después de ser víctimas de abuso,
jamás, nadie, vuelve a ser el o la misma. Enhorabuena para todos aquellos/as
estudiantes que con valor, alzaron la voz para defenderse.
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