Tuesday, October 10, 2006

El coño de las monjas

El coño de las monjas


Para Juan Manuel de Prada.


Alberto Llanes


En cuanto uno ve a una mujer tapiada de ropa, desde la cabeza hasta la mera punta de los pies, uno suelta automáticamente un: ¡En la madre!, máxime si esa mujer vive en tierras cálidas como las que suelo visitar en mis recorridos nocturnos y diurnos también. El resultado, generalmente verdadero, y para nada sorpresivo, es que en efecto, la expresión ésa de ¡En la madre!, que recién acabamos de soltar, resulta ser siempre cierta, la mujer que camina con la mirada gacha, el paso lento, las manos extendidas y a la altura del pecho, en la inclemente posición de rezar la oración, y con un rosario en la mano, resulta ser siempre, por lo común quiero decir, una madre, pero no una madre de familia, tampoco una de poca madre o de mucha madre según se quiera ver, esas mujeres de las que les vengo hablando tácitamente, resultan ser monjas, ministras o enviadas o amigas o ayudantas o convidadas de dios, aquél que dicen que está en los cielos, y es el mero padre, el mero gallo, quiero decir. Irremediablemente me pongo a pensar en sus coños, en la textura, en su abnegación, en cómo vivirán o podrán vivir ahí, tapados, ocultos, ocultísimos quiero decir, de las miradas del propio dios. Y no lo habría hecho (pensar en sus coños con todo respeto claro está) de no haber sido por el libro de Juan Manuel de Prada, pero desde esa lectura, el primer coño (porque algunos otros ya los conozco de cerca), pero el primer coño que se me vino a la mente fue el coño de las monjas. Arropado de todo ropaje, el habido y el por haber, cálido por los mismos menjurjes, y diametralmente opuesto a lo que todo mundo cree con respecto a los demás coños. El coño de las monjas vive ahí, en pleno olvido, aunque los calores y los sudores le den a la poseedora de ese gran coño, escozor, picazón, ansias de ser penetrado, y es que las monjas deben guardar el celibato para mejor ocasión, pero también son mujeres y les dan ganas, cómo no. Por eso, cuando ellas llegan a tomar la ducha se rascan los adentros, con uno, dos, tres, cuatro, cinco dedos… toda la mano (y lo hacen así, por dentro, porque el escozor viene precisamente de ahí) de ese coño virginal, que ya no es tan virginal después de tanta rascazón, después de tanto escozor, después tanta urgencia, pues. Incluso, con estropajo en mano, las monjas llegan a la rascazón de la zona pudenda en cuestión, porque la calentura, más en las tierras cálidas que suelo frecuentar en mis recorridos diurnos y nocturnos también, es mucha, y la desesperanza de los placeres sexuales es también muchota, y el escozor les duele en las meras entrañas, en el mero entresijo, y ese coño, que nunca ha sido tocado por miembros que lo puedan llenar de sustancias que pongan en duda la voluntad acérrima de dios, a través de esa monjita que pasa con la mirada gacha, el paso lento, las manos extendidas y a la altura del pecho, y en la inclemente posición de rezar la oración, es un coño a la espera de ser horadado, pero cómo si el celibato lo impide. Si es regla suprema, máxima, conservar intacta esa flor, esa dulce flor con la castidad de que se valen pocas mujeres en días como estos, de tanto perreo. Entonces, la monjita con el coño generalmente afelpado, porque no creo que su religión les permita depilar el área del bikini, que además ¿para qué o para quién?, si ese coño vive siempre arropadísimo y lejos de la mirada penetrante (y será lo único que penetre esos coños ¿rosados?) de las monjas en cuestión. Cómo me gustaría ver a una monja con liguero, con el coño libre de la braga, depilado a tope, con los labios carnosos como los labios de la boca, con el clítoris listo para llenarlo de placer. No me sorprendería que bajo esos ropajes, la monja vista la tanga de hilo dental, y que se incruste en la raja del culo y en la del coño también, y sea la forma adecuada, salvando el contacto sexual e intercambio de fluidos, quiero decir, con que se den placer. Tampoco me sorprendería, que bajo esos ropajes la monja vista lencería fina, provocadora, lasciva y liviana, de las marcas que están de moda, muy en boga en esos países del primer, el segundo o el tercer mundo por qué no, como el Victoria´s Secret, Lovable, Intimissimi, Wonderbra, Petit in rose qué sé yo de lencerías si ni siquiera recuerdo el día exacto en que nació esa monja, que camina con paso el lento, la mirada gacha, las manos extendidas y a la altura del pecho, en la inclemente posición de rezar la oración, y con el rosario en la mano. ¿A qué dios le rezará esa monja?, ¿a qué santo, demonio, hombre o quimera le rezará esa monja que camina con el paso lento, la mirada gacha y las manos extendidas y a la altura del pecho, y en la inclemente posición de rezar la oración?, será que la monjita quiere, con rezos quiero decir, alejar a esos demonios que le pican la ranura desde dentro, que le dan la comezón en las meras entrañas, en el mero nacimiento, en el mero monte de Venus, en el mero punto original del así llamado origen de la vida. ¡Pobre de la monja!, no sé cómo con tanto escozor, con tanta picazón en salvas sean las partes pueda, quiera, siga viviendo así, en celibato quiero decir.

Los veintiocho

Catalejos


Alberto LLANES


Los veintiocho


UNO llega a los veintiocho, y todo se vuelve Materialismo histérico y nada más (como dijera Xavier Velasco). Porque uno se encuentra con amigos que hace tiempo no ve, y las preguntas salen disparadas a toda velocidad. ¿Ya tienes casa?, ¿Cuántos coches tienes?, ¿Cuánto ganas?, ¿En dónde trabajas?, ¿Vas a salir de vacaciones?, ¿Ya te casaste?, ¿Cuántos hijos tienes? ¡Bah!, como si estuviera escrito que uno, a fuerzas, al llegar a esas edades debe tener todo eso, o en otras palabras, la vida resuelta. Entonces las respuestas son obvias: No, no tengo casa, no tengo coche, gano una madre, trabajo aquí y allá y a veces de free lance, en mi puta vida he salido de vacaciones, no me he casado ni quiero por lo pronto, y no tengo hijos, por lo menos que yo sepa.
Entonces, el amigo, ése que hace tiempo no veíamos, cambia de pronto el rictus, y lo que parecía un encuentro amistoso se convierte en un desencuentro, y lo que parecía alegría por volverse a ver luego de tanto tiempo, se vuelve incómodo, hostil, indiferente me atrevería a decir.
Y a uno entonces le sueltan una mirada, (mirada especulativa de arriba abajo quiero decir), y entonces lo ven a uno todo jodido, todo dado a la chingada, todo harapiento, todo greñudo, todo con las ropas jodidas, o puede que incluso, con las mismas garras de aquella juventud, y entonces el amigo increpa un: Es que no has cambiado nada, sigues igualito. Y entonces uno se encabrona, cómo que no he cambiado, cómo que sigo igual, han pasado diez pinches años desde que no nos vemos, y este cabrón me sale con que todo sigue igual, de estoy igualito. Y por no molestar, uno se sale por la tangente, y uno entonces le pregunta al amigo de la adolescencia lo mismito con que nos recibió en ese “amistoso encuentro”.
Y entonces, el amigo nos responde que a él le ha ido a toda madre, que trabaja aquí, y allá y que se mete sus buenos miles de pesos mensuales, que tiene un súper carrazo último modelo, que toma champagne, whisky y cogñac, que vive en lomas (turbas) de no sé qué madre, y que se casó con la chava más guapa, más buena, pero la más puta también (para que nos hacemos pendejos) del bache., que ya tienen dos hijos y no sé qué más, y cuando te dice, saca su cartera de piel marca Armany para enseñarte las fotos de la familia, y entonces se ven las tarjetas, las credit card, las máster card, las express card, las visa card y sí, en las fotos la familia está contenta, y claro, trae el muy mendigo las llaves de su coche en la mano, porque acaba de dejarlo estacionado en quien sabe dónde. Y te presume que lo acaba de sacar de la agencia y a cada movimiento brusco (porque habla moviendo de un lado a otro las manos) mueve el llavero y suenan las llaves y se ve que es de la Crhysler.
Y a uno le dan ganas de saber donde está aparcado el móvil para darle un rayón de miedo, y en eso suena su teléfono celular y nada más oyes que dice: sí señor, aquí estoy cerca señor, en eso ando señor, en un momento más señor, en eso estaba pensado señor, claro señor, por supuesto señor, desde luego que sí señor, como no señor, como usted diga señor, lo que usted mande señor, a la hora que usted guste señor, como diga el señor, y cuelga.
Y sigue tratando de recordar entonces lo que estaban platicando apenas un instante, y te vuelve a decir: Es que qué bárbaro, sigues igualito, de verdad, no has cambiado nada. Como insinuando que él sí, que él es muy cabrón, que tiene una posición importante, que tiene, en pocas palabras, la vida resuelta, que es alguien importante, que de hecho es más importante que tú, y bueno sí, puede ser que sí, pero qué se le va a ser, (uno no es lo quiere, sino lo que puede ser). Y te pregunta que a qué te has dedicado, A que has dedicado tu vida, Dice, Soy escritor, Le respondes sin ningún gesto de más en tu cara. Y te dice, Claro, cómo no lo pensé antes, sigues con tus sueños de ser escritor, verdad, Interroga, Te digo que nos has cambiado nada, Dice, Y qué tal te va en eso, se gana bien, Pues nada más para irla llevando, Respondes optimista, Claro, claro, dice, se te nota, Pásame tu número celular para ponernos de acuerdo y juntarnos toda la banda no, Te dice, Claro, Respondes, Y le das entonces un número falso, el número de una persona que te acaba de dar ese número para que la contactes para una trabajo importante, y le dices entonces que no deje de llamarte, que te fascinaría ir a esa reunión para darte cuenta de la deplorable situación de los demás, Y te dice entonces que sí, que cómo no, que él se pondrá de acuerdo con “la banda” y te avisará, y de eso no te queda duda, y se despiden con un apretón de mano, y se te queda el perfume carísimo impregnado en la mano.
Se aleja. Ves cómo se diluye y se pierde en las calles contiguas. Y ya que no se ve, ya que se perdió y que no es más que un punto negro, ya que está lejos de ti, te sientas entonces en la banca más cercana, sacas tu libro y te pones a leer: Opiniones de un payaso de Henrich Böll. Quieres mirar sus movimientos con los catalejos, pero la historia, la historia es más fuerte que tú…

Monday, October 02, 2006

Los veintiocho

Catalejos


Alberto LLANES


Los veintiocho


UNO llega a los veintiocho, y todo se vuelve Materialismo histérico (como dijera Xavier Velasco) y nada más. Porque uno se encuentra con amigos que hace tiempo no ve, y las preguntas salen disparadas a toda velocidad. ¿Ya tienes casa?, ¿Cuántos coches tienes?, ¿Cuánto ganas?, ¿En dónde trabajas?, ¿Vas a salir de vacaciones?, ¿Ya te casaste?, ¿Cuántos hijos tienes? ¡Bah!, como si estuviera escrito que uno, a fuerzas, al llegar a esas edades debe tener todas esas cosas. Entonces las respuestas son obvias: No, no tengo casa, no tengo coche, gano una madre, trabajo aquí y allá, en mi puta vida he salido de vacaciones, no me he casado ni quiero por lo pronto, y no tengo hijos, por lo menos que yo sepa.
Entonces, los amigos, esos que hace tiempo uno no veía, cambian el rictus, y lo que parecía un encuentro amistoso se convierte en un desencuentro, y lo que parecía alegría por volverse a ver luego de tanto tiempo, se vuelve incómodo, hostil, indiferente me atrevería a decir.
Y a uno entonces le sueltan una mirada, (mirada especulativa de arriba abajo quiero decir), y entonces lo ven a uno todo jodido, todo dado a la chingada, todo harapiento, todo greñudo, todo con las ropas jodidas, o puede que incluso, con las mismas garras de aquella juventud, y entonces el amigo o amiga increpa un: Es que no has cambiado nada, sigues igualito. Y entonces uno se encabrona, cómo que no he cambiado, cómo que sigo igual, han pasado diez pinches años desde que no nos vemos, y me sale con que todo sigue igual, de estoy igualito. Y por no molestar, uno se sale por la tangente, y uno entonces le pregunta al amigo o amiga de la adolescencia lo mismito con que nos recibió en ese “amistoso encuentro”.
Y entonces, nuestro amigo nos responde que a él le ha ido a toda madre, que trabaja aquí, y allá y que se mete sus buenos miles de pesos mensuales, que tiene un súper carrazo último modelo, que toma champagne, whisky y cogñac, que vive en lomas (turbas) de no sé qué madre, y que se casó con la chava más guapa, más buena y más puta también del bache., que ya tienen dos hijos y no sé qué más, y cuando te dice, saca su cartera de piel marca Armany para enseñarte las fotos de la familia, y entonces se ven las tarjetas, las credit card, las máster card, las express card, las visa card y sí, en las fotos la familia está contenta, y claro, trae el muy mendigo o (a) las llaves de su coche en la mano, porque acaba de dejarlo estacionado en quien sabe dónde. Y te presume que lo acaba de sacar de la agencia y a cada movimiento brusco (porque habla con las manos) mueve el llavero y suenan las llaves y se ve que es de la Crhysler.
Y a uno le dan ganas de saber donde está aparcado el móvil para darle un rayón de miedo, y en eso suena su teléfono celular y nada más oyes que dice: sí señor, aquí estoy cerca señor, en eso ando señor, en un momento más señor, en eso estaba pensado señor, claro señor, por supuesto señor, desde luego que sí señor, como no señor, como usted diga señor, lo que usted mande señor, a la hora que usted guste señor, como diga el señor, y cuelga.
Y sigue tratando de recordar entonces lo que estaban platicando apenas un instante, y te vuelve a decir: Es que qué bárbaro, sigues igualito, de verdad, no has cambiado nada. Como insinuando que él o ella sí, que tiene una posición importante, que es alguien importante, que de hecho es más importante que tú, y bueno sí, puede ser que sí, pero qué se le va a ser, uno es un payaso y qué se le va a hacer (uno no es lo quiere, sino lo que puede ser). Y te pregunta que a qué te has dedicado, A que has dedicado tu vida, Dice, Soy escritor, Le respondes sin ningún gesto de más en tu cara. Y te dice, Claro, cómo no lo pensé antes, sigues con tus sueños de ser escritor, verdad, Interroga, Te digo que nos has cambiado nada, Dice, Y qué tal te va en eso, se gana bien, Pues nada más para irla llevando, Respondes optimista, Claro, claro, dice, se te nota, Pásame tu número celular para ponernos de acuerdo y juntarnos toda la banda no, Te dice, Claro, Respondes, Y le das entonces un número falso, el número de una persona que te acaba de dar ese número para que la contactes para algo, y le dices entonces que no deje de llamarte, que te fascinaría ir a esa reunión para darte cuenta de la deplorable situación de los demás, Y te dice entonces que sí, que cómo no, que él se pondrá de acuerdo con “la banda” y te avisara, y de eso no te queda duda, y se despiden con un apretón de mano o beso en la mejilla, y se te queda el perfume carísimo impregnado en la mano, o el beso de ella perfumado en la mejilla derecha.
Se aleja. Ves cómo se diluye y se pierde en las calles contiguas. Y ya que no se ve, ya que se perdió y que no es más que un punto negro, ya que está lejos de ti, te sientas entonces en la banca más cercana, sacas tu libro y te pones a leer: Opiniones de un payaso de Henrich Böll. Quieres mirar con los catalejos, pero la historia, la historia es más fuerte que tú…



albertollanes@hotmail.com

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